I think I could need — this in my life
I think I'm just scared — I think too much
I know this is wrong it's aproblem I'm dealing.
MATCHBOX 20, If you are gone
Lali centró todos sus esfuerzos, y sus pensamientos, en
ocuparse de su madre. Tal vez si no pensaba en Peter ni una sola vez terminaría
por desaparecer por completo de su vida, como una especie de Mago de Oz pero al
revés. Claro que en realidad ella no quería que Peter desapareciese, lo que
quería era que los dos fuesen personas distintas, con pasados distintos, vacíos
de resentimientos. Consciente de que aquello era imposible, Lali no tuvo más
remedio que conformarse con echar los recuerdos de Peter de su mente siempre
que este insistía en colarse en ella.
Peter se maldijo mil veces por haberle pedido esa estupidez
a Lali. Se había comportado como un cretino y ella había hecho bien en
abofetearlo. ¿Por qué diablos le había dicho esa soberana tontería? «Dame una
noche», recordó con una mueca de dolor. Vaya gilipollez. Tendría que haberle
pedido lo que de verdad quería; hablar con ella, que lo escuchase, aunque solo
fuera durante diez minutos. Pero no, le pidió que volviese a acostarse con él,
e incluso le insinuó que él sabría cómo tratarla. Se frotó agotado la frente.
En su defensa, Peter podía decir que todavía seguía aturdido por haber dormido
con ella, que su cuerpo y su mente todavía no se habían hecho a la idea de por
fin habían hecho el amor con Lali. Y por culpa de aquella metedura de pata
ahora iba a tener que pasarse varios días sin verla. Aunque probablemente sería
mejor así, a él también le iría bien pensar en todo lo que había sucedido desde
su regreso a Cádiz, y estaba claro que si tenía a Lali cerca, su mente hacía de
todo menos pensar.
Una tarde, días después, cuando Peter volvía de una reunión
en el ayuntamiento, descubrió que a pesar de que creía lo
contrario, el destino todavía era capaz de sorprenderlo. Le
bastó con meter un pie en capitanía para saber que esa tarde no iba a terminar
como él tenía previsto. Nada más lejos de la realidad.
—Tiene visita, capitán —le dijo Márquez levantándose de su
silla.
—Sí, ya veo —confirmó Peter al adivinar una mujer sentada en
su despacho. La puerta de cristal traslúcido le permitía ver la silueta sin
llegar a identificarla—. ¿Quién es?
—Su madre.
Peter flexionó los dedos y apretó la mandíbula para no
levantar las cejas y evitar así que Márquez se diese cuenta de lo inesperada, y
nada deseada, que era esa visita.
—Gracias, Márquez. Tenga —le entregó la carpeta que llevaba
en una mano—, si no le importa, ¿podría echarle un vistazo a estos documentos
que me ha entregado el alcalde? Me temo que están anticuados.
—Por supuesto, capitán.
—Gracias.
Peter asintió y se dirigió hacia su despacho. Abrió la
puerta y la cerró a sus espaldas sin decir nada, aprovechando esos segundos
para observar a Antonia, la mujer que se había encargado de arrebatarle el
futuro. Seguía siendo una mujer atractiva, siempre lo había sido, pero su
cuerpo desprendía una rigidez que en el pasado le había pasado desapercibida,
aunque Peter supuso que siempre había estado allí. Iba impecablemente vestida,
de lo que dedujo que su nueva pareja además de adorarla, tenía mucho dinero.
Probablemente eso le aseguraría cierta felicidad al pobre desgraciado.
—Vaya, reconozco que no esperaba volver a verte nunca más
—dijo por fin Peter ansioso por terminar con esa visita cuanto antes.
Antonia se volvió despacio y lo estudió sin disimulo. Peter
no pudo evitar sentir una punzada de satisfacción al ver que ella abría los
ojos con admiración. Sí, había crecido mucho en los últimos años y tenía un
aspecto imponente; empezando por su altura y terminando por el poder que
desprendía su cargo.
—Yo tampoco, Peter —confesó ella poniéndose en pie—. Veo que
la vida te ha tratado bien.
—No gracias a ti —sentenció él—. ¿Qué quieres? ¿Por qué
diablos has venido? —le preguntó sin disimulo y sin rodeos, después de lo que
había sucedido doce años atrás, jamás volvería a cometer el error de confiar en
esa mujer.
—Me llamó una vecina y me dijo que habías vuelto —empezó
Antonia sin ninguna prisa—. Me pareció tan exagerado todo lo que me contaba que
decidí venir a comprobarlo por mí misma. Veo que no mentía.
—Bien, ya me has visto. Ahora vete. —Cogió el picaporte con
la intención de abrir la puerta, pero esperó porque sabía que su madre todavía
no había dicho la última palabra.
—No sé por qué estás tan enfadado, Peter, si no hubiese sido
por mí, ahora no estarías aquí.
Peter cerró los ojos un segundo y se obligó a recordar que
no podía gritarle ni echarla de allí a patadas.
—¿Qué quieres, Antonia?
—Nada, solo quería saludarte. —Él enarcó una ceja y le dejó
claro que no la creía—. Y también quería proponerte que enterrásemos los viejos
rencores. Es evidente que a ti te ha ido muy bien —lo señaló con una mano para
recalcar lo que era obvio—, Juan Martin y Valentina ya son mayores y yo he
empezado una nueva vida.
—En otras palabras, tienes miedo de que diga algo y pueda
echarte a perder tu futuro —dijo Peter—. No te preocupes, puedes estar
tranquila. No me importa lo más mínimo lo que hagas con tu vida, pero si te
atreves a volver aquí, o a acercarte a mis hermanos o a alguien que me importe,
cambiaré de opinión y me aseguraré de demostrarte la buena memoria que tengo.
—Oh, vamos, Peter —dijo ella como si nada a pesar de que él
vio el miedo en sus ojos—. Tú no tienes hijos, cuando los tengas te darás
cuenta de que hice lo que tenía que hacer.
Peter sintió arcadas al ver que su madre seguía sin
arrepentirse lo más mínimo de lo que había hecho; le había destrozado la vida,
y a juzgar por lo que le estaba diciendo, volvería a hacerlo sin dudarlo.
—No, no tengo hijos. Y no sé si algún día llegaré a
tenerlos, pero te aseguro, Antonia, que jamás le haré a ninguno lo que tú me
hiciste a mí.
—El mundo es un lugar muy cruel, Peter.
—¿A mí me lo estás contando? —le preguntó sarcástico—. Tú
misma te aseguraste de demostrármelo, me he pasado los últimos doce años en el
infierno por tu culpa.
—Ya veo que no lo entiendes. Tu padre tampoco lo entendió
nunca. Ni al final.
—Sí, él tenía corazón.
—Él era débil, si esa noche él hubiese estado allí, te
habría ayudado. Y ahora tu hermano no sería médico, tu hermana... vete a saber
qué habría pasado con tu hermana, y tú probablemente estarías muerto. Hice lo
que tenía que hacer.
—Vete de aquí. —Esta vez abrió la puerta sin importarle que
alguien pudiese oírles—. Vete de aquí y no vuelvas nunca más.
Antonia cogió el bolso que había dejado encima de la mesa de
Peter y alzó orgullosa la barbilla.
—Sé que no me crees, Peter, pero me alegro de que hayas
triunfado en la vida.
—Oh, eso sí que me lo creo, pero solo porque sé que te
encanta presumir. Te alegras porque ahora puedes decir que tu hijo mayor es
capitán y no un simple mecánico. Ahora estarías encantada de ir a comer conmigo
a cualquier parte, pero cuando más te necesitaba me diste la espalda. Me
echaste de casa.
—Tenía que proteger a mis hijos.
—Yo también era tu hijo, madre —dijo entre dientes—. Tenías
que proteger tu reputación, tus ansias de grandeza. Tu futuro. El mío y el de Juan
Martin, o el de Valentina, jamás te ha importado.
—Veo que ha sido una completa pérdida de tiempo venir a
verte.
—Coincido plenamente contigo.
—Supongo que puedo confiar en tu discreción —le pidió
Antonia deteniéndose junto al marco de la puerta.
—Si te refieres a la policía o al juez, te aseguro que nadie
se enterará jamás de lo que sucedió, pero solo puedo prometerte eso. Juan
Martin y Valentina se merecen saber por qué me fui.
—Adelante, Peter, cuéntaselo. A ver a quién creen... —añadió
con una sonrisa envenenada—. Que tengas un buen día.
Después de la visita de su madre, Peter solo podía definir
su estado como catatónico. Se quedó en el despacho hasta muy tarde, intentando
en vano pensar en otra cosa, centrarse en el trabajo. Cuando Márquez entró para
decirle que se iba, igual que los demás, Peter le dio las buenas noches y le
dijo que él todavía tenía cosas que hacer. Cuáles, no lo sabía, pero sabía que
no podía salir de allí en aquel estado o haría alguna locura, como por ejemplo
ir a casa de Lali. A la una de la madrugada por fin reaccionó y se obligó a
ponerse en pie y a salir de allí. Le dolían los brazos y las piernas de las
horas que llevaba sentado sin moverse, pero agradeció sentir las pequeñas
punzadas de dolor. Caminó sin rumbo fijo, atraído inconscientemente por las
luces de un bar que veía a lo lejos. Entró y
como un autómata se sentó en la barra.
No recordaba la última vez que había bebido, un ex adicto
debe mantenerse alejado del alcohol, pero supuso que hacía mucho tiempo. Tal
vez demasiado.
—Un whisky doble —le pidió al camarero nada más sentarse en
la barra. Se lo bebió de un trago en cuanto se lo sirvió y pidió otro.
—¿Peter?
Él cerró los ojos al oír esa voz: Lali. ¿Acaso el destino no
se había ensañado lo bastante con él?
—De todos los bares de todas las ciudades del mundo, ella ha
tenido que entrar en el mío —dijo acercándose el vaso a los labios pero sin
beberlo.
—Casablanca —reconoció ella—. Siempre te gustó esa
película.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó él sin mirarla.
—Alexia me ha arrastrado hasta aquí —le explicó.
—¿Y cuando me has visto no has podido contener las ganas de
acercarte a mí? —El alcohol le volvía sarcástico.
Lali tragó saliva y tuvo que reconocer que Peter tenía algo
de razón al provocarla. Ella le había dicho que no quería verlo, y sin embargo
corría a su lado nada más verlo entrar en un bar. La verdad era que Lali había
tardado varios minutos en asimilar que el hombre que acababa de entrar era Peter.
Al principio creyó que su mente le estaba jugando una mala pasada y que ahora,
además de pensar en él, empezaba a verlo por todas partes. Ella estaba sentada
en el otro extremo de la barra, esperando a que Alexia volviese de bailar con
su última conquista para poder irse.
—No, no es eso —confesó Lali—. No estaba segura de que
fueses tú.
—En carne y hueso —dijo Peter levantando el vaso como si
fuese a hacer un brindis—. Y ahora que lo sabes, ya puedes irte. Hoy no me veo
capaz de discutir contigo.
Debería irse, sería lo mejor, pensó Lali, pero no podía
dejar a Peter en ese estado. Era evidente que a él le había pasado algo, y no
iba a cuestionarse por qué le importaba tanto ayudarlo.
—¿Puedo sentarme?
—Haz lo que quieras —farfulló él. La segunda copa seguía
entera en su mano.
—¿Vas a bebértela? —le preguntó Lali tras ocupar el taburete
que había junto al de Peter.
—Todavía lo estoy pensando. Hace años que no bebo. Una
copa me quema por dentro pero puedo soportarla, pero dos...
—La dejó encima de la barra—. No me gusta lo que siento cuando tomo la segunda.
—¿Te encuentras mal?
Peter se rio sin humor.
—¿Mal? Me encuentro jodidamente bien. Si bebo dejo de pensar
en ti y en todo lo que está mal en mi vida y me entran ganas de chutarme y de
sentir de nuevo esa increíble sensación de poder. De libertad. —Oyó que ella se
quedaba sin respiración y recordó que, a pesar de que nunca le había ocultado a
Lali su anterior adicción a las drogas, nunca había hablado tan brutalmente del
tema con ella—. Pero bueno, supongo que no quieres hablar de eso.
—No, si quieres —no pudo contenerse y le tocó el antebrazo
con una mano. Apartó los dedos al ver que él la fulminaba con la mirada—, si
quieres, podemos hablar de eso.
—¿Por qué iba a querer?
—No sé, quizá te iría bien hablar con alguien. Pareces muy
alterado.
—Esto tiene gracia —dijo Peter—, llevo semanas queriendo
hablar contigo. Suplicándotelo, en realidad. Y tú te has negado en redondo, y
ahora me dices que quizá me iría bien hablar con alguien. ¿Sabes una cosa, Ce?
Vete de aquí antes de que decida tomarme la segunda copa —le ordenó mirándola a
los ojos.
—No voy a irme. Y tú no vas a tomarte esa copa.
Peter apartó la mirada y apretó la mandíbula durante unos
segundos, igual que los dedos de la mano. Pasaron unos instantes en silencio y
poco a poco Peter fue aflojando la tensión que le recorría todo el cuerpo.
—Está bien, hablemos —concedió Peter—, pero como si nuestra
vida no estuviese sacada de un culebrón.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Lali intrigada.
—Imagínate que tú y yo hubiésemos roto como dos personas
normales. No sé, tal vez nos habríamos ido a Madrid y tú te habrías dado cuenta
de que no te gustaba de verdad. O te habrías enamorado de otro.
—O tal vez tú —añadió ella.
Peter la miró como si estuviese loca pero no le llevó la
contraria.
—O tal vez yo —accedió—. Tal vez habríamos sido novios un
par de años y luego nos habríamos separado. ¿Qué me dirías si me
vieras ahora?
—¿Si hubiésemos roto como dos personas «normales» y nos
encontrásemos en un bar por casualidad? —le preguntó Lali para asegurarse de
que lo había entendido bien.
—Exacto, ¿qué me dirías?
—No sé, supongo que te preguntaría cómo estás. —Vio que él
levantaba una ceja y le siguió el juego—. Hola, Peter, qué sorpresa encontrarte
por aquí, ¿cómo estás?
—Muy bien, Lali, ¿y tú? —Le sonrió y Lali envidió todas las
mujeres que algún día habían recibido una de esas sonrisas—. ¿Vives por aquí?
—Sí, en Santa María.
—Oh, yo antes quería comprarme una casa allí.
—¿Ya no?
—Ahora no tengo ningún motivo para comprarme ninguna casa en
ninguna parte.
—Oh, ¿a qué te dedicas, Peter? —A Lali empezaba a gustarle
ese juego.
—Trabajo en el puerto, en capitanía. Soy capitán.
—Impresionante.
—No demasiado, pero supongo que no me va mal. ¿Y tú, qué es
de tu vida? ¿Al final has conseguido ser bióloga?
—Sí, me licencié hace años.
—¿Y la fotografía, sigue gustándote?
A ella le dio un vuelco el corazón.
—Sí —contestó cuando pudo deshacer el nudo que se le había
formado en la garganta—, pero no puedo dedicarle demasiado tiempo.
—Me gustaría ver tus fotos —dijo él.
—A mí me gustaría enseñártelas.
Volvieron a quedarse en silencio.
—Esto no ha sido buena idea, Ce —declaró Peter apoyando el
vaso en su frente—. Vete de aquí, por favor. Sé que ha sido idea mía, pero esta
noche no creo poder seguir fingiendo que no eres lo más importante que me ha
sucedido en la vida.
—Yo, lo siento, Peter —dijo Lali—. Ojalá pudiéramos ser
estas personas.
—Pero no lo somos.
Lali bajó del taburete y se acercó a él. Oyó que Peter
aguantaba la respiración y le quitó la copa de entre los dedos. La dejó encima
de la barra y entonces se agachó y le dio un beso en la mejilla.
—Quizás algún día podamos llegar a serlo, Peter.
—¿El qué?
—Viejos amigos.
—Lo dudo, pero supongo que hoy tengo que conformarme con
eso. —Suspiró—. Gracias, La.
—Buenas noches, Peter.
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Perdon Chicas pero el domigo creia que se me abia vuelto a romper el cargador del compu pero al parecer era solola energia de la casa Xd , las recompenso con este final ;) (algo es algo)
me encanto !!!!
ResponderEliminarpor lo menos avanzaron un poquito...ya no discutieron..
quiero mas !!!!!
El proximo Cap esta increible se van a enterar de Muchas Cosas ; D
ResponderEliminarEl proximo Cap esta increible se van a enterar de Muchas Cosas ; D
ResponderEliminarHay ale me sejaz con la intriga seguila
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