Hay dos días en la vida para los que no nací,
dos momentos en la vida que no existen para mí.
JARABE DE PALO,
Hay dos días en la vida
Se avecinaba tormenta. El cielo llevaba días reflejando el
estado turbulento de las emociones de Peter y tarde o temprano iba a estallar.
Las olas del mar estaban cada vez más desbocadas y el puerto estaba en estado
de alerta. A Peter, como a cualquier marino con dos dedos de frente, no le
gustaban las tormentas y les tenía mucho respeto; la gente solía cometer
estupideces cuando había tormenta, eran muchos los que subestimaban la fuerza del
viento o la rabia del mar. Peter no.
Hacía días que no veía a Lali, después de la noche en que
ella se presentó en su casa y se fue negándolos a ambos, Peter decidió que
tenía que distanciarse un poco. De lo contrario, terminaría por darse por
vencido y por irse de Cádiz y no volver jamás. Y esa opción, sí que no quería
planteársela. Gracias a su hermano Martin, Peter estaba al corriente del estado
de salud de la madre de Lali y siempre que Patricia sufría un bache, tenía que
contenerse para no salir en busca de Lali y abrazarla. Y cuando mejoraba un
poco, igual, se moría de ganas de llamarla y decirle que era buena señal, que
todo iba a salir bien. Lali había vuelto al trabajo y cumplía con el horario y
con sus obligaciones profesionales con total normalidad, sencillamente los dos
se las ingeniaban para no quedarse nunca a solas y para no tener que hablar de
nada excepto del puerto y sus respectivos trabajos. A Peter lo estaba matando.
Y a Lali también.
Y entonces llegó la tormenta.
Empezó a llover a las seis de la madrugada y con cada hora
que pasaba los rayos y los truenos se intensificaban y sonaban cada vez más
cerca. El viento arrancó postes y vallas, volcó grúas y camiones en la
carretera y embraveció al mar hasta convertirlo en un infierno de llamas
negras.
Peter estaba en capitanía junto con Agus, Márquez y Domingo,
y también con los operarios de comunicaciones y miembros especiales de la Cruz
Roja. De momento no se había producido ningún naufragio y los accidentes que
habían acontecido en el puerto habían podido contenerlos, pero ninguno de los
allí presentes se atrevía a cantar victoria. Peter entraba y salía
constantemente de capitanía, asegurándose de que las instalaciones aguantaban
el temporal y guiando a los barcos que todavía tenían que atracar
definitivamente. Estaba empapado y completamente helado. La única buena
noticia, pensó cuando se sopló aire caliente en los dedos, era que Lali estaba
sana y salva en su casa. A pesar de todo lo que había pasado entre los dos, si
ella estuviese allí, él sería incapaz de concentrarse y a juzgar por lo negro
que estaba el cielo, durante las horas venideras iba a necesitar toda su
concentración.
Lali no iba a quedarse en casa mientras el trabajo de los
últimos meses corría peligro de destruirse por culpa de esa tormenta. En esta
vida ya había perdido demasiadas cosas por causas ajenas a ella, y el proyecto
Erizo no iba a ser una de ellas.
El proyecto Erizo consistía en un estudio para proteger y
conservar la fauna marítima de la bahía. La pieza fundamental de ese estudio
residía en una jaula que estaba en el fondo de la bahía sujeta a un complicado,
y carísimo, sistema informático que analizaba sus resultados. Dentro de esa
jaula, había unos especímenes que Lali había elegido personalmente para el proyecto;
unos cangrejos que eran los descendientes de los que había visto bailar con Peter.
Esos cangrejos no iban a morir en esa tormenta. La jaula no
iba a salir despedida en medio del mar. No si ella podía hacer algo al
respecto.
Se puso el traje de neopreno con el que solía salir a bucear
y un jersey encima, y se montó en el coche. Le costó conducir hasta el puerto,
pero mantuvo la mirada fija en su objetivo y sujetó con fuerza el volante. El
guarda que había en la barrera de la entrada parpadeó varias veces cuando la
vio entrar, pero estaba tan ocupado atando unos cabos que no le dijo nada. Lali
tampoco se habría detenido. Llegó a capitanía y encontró a Agus en la radio
intentando tranquilizar a un barco que había quedado varado fuera del puerto. Peter
no estaba por ninguna parte, pero oyó que Domingo le decía al jefe de los
bomberos que el capitán había salido a observar los daños que había causado una
grúa al desplomarse encima de una de las naves vacías del puerto. A Lali le dio
un vuelco el corazón al imaginarse a
Peter dentro de una nave medio destruida y que podía
desplomarse encima de él en cualquier momento, pero sacudió la cabeza y siguió
adelante con su objetivo. Se acercó a su escritorio y abrió el cajón en busca
de la llave de su taquilla y del localizador; un radiotransmisor que la
ayudaría a encontrar la posición exacta de la jaula.
—¿Qué estás haciendo aquí, Lali?
Lali cerró el cajón y enredó los dedos alrededor del
radiotransmisor.
—Voy a sacar la jaula —le dijo sin más a Agus.
—Estás loca. No puedes meterte en el agua.
—Será solo un momento —afirmó de camino al vestuario donde
estaban las taquillas—. Entrar y salir. —Cogió las gafas y el respirador—. No
me pasará nada.
Agus tardó varios segundos en responderle de lo furioso que
estaba.
—No puedes meterte en el agua —repitió—. Hay olas de cinco
metros, Lali. No para de llover y el viento es de... —farfulló— no sé cuántos
quilómetros por hora. El ordenador tiene grabados todos los datos, mañana, o
cuando pase la tormenta, podemos bajar otra jaula con nuevos especímenes.
Lali le dio la espalda y se dirigió hacia la salida. Nuevos
especímenes. Esos cangrejos no iban a terminar perdidos en medio del océano, no
después de haber estado con ella durante todo ese tiempo.
Ellos no la habían abandonado, así que ella tampoco lo
haría.
—¡Agus, Agus! —lo llamó Domingo—. ¡El radar detecta otro
barco, joder, que alguien venga a ayudarme!
Agus soltó una maldición por lo bajo.
—Enseguida voy —gritó—. Quédate aquí, Lali. No cometas
ninguna estupidez —le dijo mirándola a los ojos antes de salir corriendo hacia
la sala de los ordenadores.
Lali esperó a que se cerrase la puerta y entonces salió y se
metió bajo la tormenta. Caminó por entre los barcos hasta llegar al punto
exacto que marcaba el localizador y tras mirar el cielo y ver los rayos que se
cernían encima de ella, se lanzó al agua.
Peter entró en capitanía sujetándose un pañuelo en la frente
para ver si así la herida que tenía en la ceja dejaba de sangrarle. Lo de esa
grúa había sido un maldito milagro, si se hubiese desplomado unos metros más
hacia la derecha habría caído parcialmente encima de un restaurante. Un maldito
milagro, pero uno de los cables eléctricos le había atizado al pasar por el
lado y ahora iba a tener una nueva cicatriz que añadir a la colección. Y
todavía faltaban horas para que amainase la tormenta.
—¡Lali!
Oyó el grito de Agus y un escalofrío le recorrió todo el
cuerpo. Lali no estaba allí. No estaba allí.
—¡Lali! —gritó de nuevo Agus, y Peter corrió hacia el lugar
de donde provenían los gritos.
—¿Qué diablos pasa, Agus? —le preguntó cuando lo encontró en
mitad de la escalera que conducía a los vestuarios—. ¿Dónde está Lali?
—No lo sé —respondió Agus—, estaba aquí hace un momento. Iba
vestida con el traje de neopreno y me ha dicho que iba a por la jaula.
—¿Jaula, qué jaula? —Peter no entendía nada pero tenía una
horrible sensación en el estómago.
—Esos malditos cangrejos —dijo furioso Agus—, llevo años
diciéndole que se encariña demasiado con los animales, pero lo de esos
cangrejos no tiene nombre.
«Nuestros cangrejos.»
—¡Agus! —lo zarandeó levemente—, céntrate, ¿qué diablos
pasa? ¿Dónde está Lali?
Agus respiró hondo y miró a Peter; ese hombre amaba a su
amiga y ni siquiera estaba intentando ocultarlo.
—Ha ido a sacar la jaula del proyecto Erizo. Está colgada
cerca del rompeolas.
A Peter se le paró el corazón y dejó de respirar durante un
segundo.
—¿Qué rompeolas?
—El quinto. Toma —le pasó un localizador idéntico al que se
había llevado Lali—, esto te marcará la posición exacta.
Peter lo cogió y salió corriendo sin darle las gracias a Agus.
Los truenos y los rayos lo impulsaron a ir más rápido y esquivó todos los
obstáculos que se encontró por el camino. Solo tenía ojos para esa maldita
máquina y el punto rojo que no dejaba de parpadear en la pantalla. Hasta que
algo captó su atención en medio del mar y creyó morir.
Lali.
Se acercó al agua y se lanzó sin pensar en si conseguiría salvarla
o si los dos terminarían ahogándose. No pensó en él ni un segundo, solo en ella.
Se metió en el agua y nadó con todas las fuerzas que tenía y
con algunas que no. Apenas podía sentir los brazos y le quemaban los pulmones
del agua que había tragado, pero no se detuvo hasta que llegó donde estaba
ella.
—¡La! —gritó por encima del viento de la tormenta—. ¡LA!
Una ola la movió y vio que tenía un golpe en la frente y que
estaba inconsciente. Era un milagro que no se hubiese ahogado. Alargó un brazo
y la cogió por el cuello para arrastrarla hasta el rompeolas donde podía ver a Agus
y a un equipo de la Cruz Roja esperándolos. Lali pesaba demasiado, y Peter
apenas podía mantenerse a flote. El frío empezaba a afectarlo y le costaba
controlar las articulaciones.
—¡Ayúdame, La! —le ordenó—. Por lo que más quieras, ayúdame.
Lali tosió un poco y sin abrir los ojos se sujetó del
antebrazo de Peter. Él nadó hasta alcanzar la cuerda y el salvavidas que le
habían lanzado los socorristas y después todos tiraron de ellos y los
arrancaron del mar. Peter tosió e intentó recuperar el aliento, apenas podía
sentirse los brazos y las piernas casi no lo sostenían, pero no dejó que lo
abrigaran con una manta y corrió al lado de Lali, que estaba tumbada en una
camilla.
—Apartaos —les ordenó—. Abre los ojos, La. ¡Abre los ojos!
—le exigió furioso y temblando tanto de miedo como de frío.
Lali debió de detectar lo que Peter estaba sintiendo y
consciente de que si no reaccionaba él se derrumbaría por completo delante de
toda esa gente, se sentó y empezó a escupir agua. Agus le echó una manta por
encima de los hombros pero cuando Lali levantó la vista sus ojos solo buscaron
los de Peter.
Y los encontraron. Él le aguantó la mirada sin ocultar que
tenía los ojos llenos de lágrimas e incapaz de contener la rabia que le ardía
por dentro con la misma furia que la tormenta que caía a su alrededor.
—Lleváosla de aquí —les ordenó a los enfermeros—. Yo vuelvo
a capitanía.
—Capitán —lo llamó uno de los socorristas de la Cruz Roja—,
su herida, la que tiene en la ceja, sigue sangrando.
Peter no se detuvo y siguió caminando. Si se quedaba allí un
segundo más, aunque fuera para que le cosieran la herida, cogería a Lali en
brazos y la besaría delante de todos. Eso después de gritarle y de echarle la
bronca más grande del siglo por haber puesto en peligro su vida por unos estúpidos
cangrejos.
Entró en capitanía y fue directamente a su despacho donde se
cambió y se puso una camiseta y pantalones secos, además de ropa interior.
Estaba tan furioso que ni siquiera pensó en ir a vestirse al vestuario, sino
que cogió la bolsa del gimnasio que tenía en el armario y se cambió. Si entraba
alguien y no le gustaba, que cerrarse los ojos. A él no le importaba. Vestido
con ropa que no apestaba a mar y a pescado, cogió la toalla y también empezó a
secarse el pelo. Cuando llamase alguien pasando el parte de otra emergencia,
sería el primero en salir, a ver si así conseguía desahogarse antes de hacer
algo que probablemente lamentaría más tarde. Miró por la ventana y comprobó que
la tormenta seguía en plena forma, aunque le alivió ver que por delante de
capitanía pasaba la ambulancia en la que con toda seguridad iba Lali.
—Deberías dejar que te echasen un vistazo a esa herida.
Peter se tensó de golpe y apretó la toalla con ambas manos.
—¿Por qué no estás en esa ambulancia? —le preguntó sin volverse.
—No me ha pasado nada, solo tengo un pequeño chichón en la
cabeza.
—Estabas inconsciente en el agua, Lali. Si hubiese tardado
medio minuto más en llegar allí, te habrías ahogado.
—Pero no me he ahogado. Estoy bien.
Lali se quedó mirando la espalda rígida de Peter. Todavía
tenía el pelo mojado y las gotas de agua salada le resbalaban por la nuca. No
se había dado la vuelta para mirarla, pero el tono de su voz le había dejado
claro lo furioso y lo asustado que estaba. Ella quería acercarse a él, y sus
pies se movieron para hacer exactamente eso. Lali quería poner una mano entre
esos omóplatos y decirle que sentía haberlo asustado, que ella también estaba
muy preocupada por él y que por fin todo iba a salir bien. Quería decirle que
durante esos segundos que había estado inconsciente en el agua, lo que la
mantuvo a flote fue pensar en él. Quería decirle que el motivo por el que se
había metido en el agua era para salvar a unos estúpidos cangrejos (que por
cierto estaban a salvo) porque formaban parte de uno de los mejores recuerdos
de su vida; del día que lo conoció. Quería decirle muchas cosas, pero no sabía
cómo empezar y seguía teniendo miedo. Miedo de que Peter volviese a dejarla,
miedo de no poder hacerlo feliz. Él se había lanzado al agua para salvarla, eso
tendría que darle valor, pero al mismo tiempo, ahora estaba allí de pie
completamente inaccesible, como si hubiese levantado un muro infranqueable
entre los dos.
—Lo que has hecho hoy, La, es imperdonable.
—¿Cómo has dicho? —Lali, que tenía la mano a escasos
milímetros de la espalda de Peter, la apartó de golpe—. ¿Imperdonable?
—Sí —afirmó Peter volviéndose de golpe—. ¿Acaso todavía no
comprendes lo que has hecho?
—Mira, Peter, soy una de las mejores nadadoras y buceadoras
que conoces, lo sabes muy bien, y aunque es evidente que crees lo contrario, no
me he metido en el agua para captar tu atención.
—No, ya lo sé. Te has metido en el agua para salvar unos
cangrejos. Conmigo no quieres hablar, ni quieres darnos una oportunidad, pero
te has jugado la vida para salvar unos cangrejos porque son los descendientes
de los que bailaban en el mar el día que nos conocimos. ¿Qué diablos te pasa, La?
—gritó con toda la rabia que normalmente intentaba contener—. ¿Acaso pretendes
volverme loco? ¿Quieres torturarme hasta que me rinda y me vaya de aquí para
siempre? Porque si es eso, tranquila, ya lo has conseguido, me iré a
>Barcelona en cuanto acepten los papeles del traslado.
—¿Vas a irte a Barcelona? —le preguntó dolida y dando
gracias por no haberse puesto en ridículo confesándole lo que sentía segundos
atrás. Él se iba. Peter siempre se iba. Endureció el rostro y se cruzó de
brazos.
—¿Y qué quieres que haga, La? No quieres que estemos juntos,
no quieres saber nada de mí, de hecho, si no fuera porque al menos me dirigiste
la palabra antes de irte de mi apartamento, creería que ni siquiera te acuerdas
de que nos acostamos juntos.
Lali lo abofeteó. Fue una bofetada muy dura, y Peter echó el
rostro hacia atrás por el impacto.
—Eres un...
—¿Qué soy, La? Dímelo. ¡Dímelo! —Suspiró agotado y dio un
paso hacia atrás—. Tal vez yo ya no te importo, o quizá nunca te he importado.
No lo sé. Pero tendrías que haber pensado en tu madre y en tu hermana antes de
lanzarte al mar a salvar esos cangrejos. Les habrías destrozado la vida, Lali.
—Te lo repito, no pretendía asustar a nadie. Solo quería
sacar la jaula y llevarla al laboratorio, pero me he golpeado con un trozo de
madera que estaba flotando en el mar y he perdido la consciencia unos segundos.
—Podrías haber muerto, La. Y yo... —levantó las manos
exasperado—. Da igual. Está claro que no podemos seguir así. Tú tienes que
quedarte aquí con tu madre y con tu hermana, así que el que se va, soy yo. Te
avisaré cuando el traslado a Barcelona sea efectivo, mientras tanto, haz lo que
quieras con la excedencia, yo estaré varios días en Madrid solucionado temas
con el Ministerio, así que si decides seguir trabajando, no tendrás que verme
demasiado.
—De acuerdo, Peter.
Lali abandonó el despacho y volvió a su casa. ¿Por qué tenía
que ser todo tan difícil?
.aaaaa no lo puedoo creer sufro x peter!!
ResponderEliminarMaassss ❤️❤️❤️❤️
diossssssssssss porqueeeeee
ResponderEliminarme.va dar un infarto !!!!!
encerio...ya no puedo...es mucho.me joden
Seguila porfa uuu no puedo creer que se rinda asi y a demas por que se adelantó que tonto fue si tan solo se hubiese queda cayado y hubiese es cuchado pero bueno perdio su oportunidad una ves mas justo cuando estaba por ela decirle justo cuando habia bajado una parte de sus defensas ......
ResponderEliminarPero que tonto mira que perder una oportunidad asi y justo cuando ella habia reaccionqdo y se habia dado cuenta d que con el podia ser feliz pero no una vez mas lo echo a perder y esta vez no fue culpa de ella por negarse mas bien de el por no escucharla si tan solo lo hubiese echo pero bueh
ResponderEliminarPero que tonto ay capitan capitán tenias tu oportunifad una vez mas y la dejaste ir y todo por no escucharla antes y a tiempo ella que venia dispuesta a darse y darte una oportunidad y lo echas a perder ojala y cuando reacciones y alguien te lo haga ver no sea ya tarde
ResponderEliminarQueremos cap22 pooooofa
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