I drove all night to get to you
Is that alright
I drove all night
Crept in your room
Woke you from your sleep
To make love to you
Is that alright
I drove all night»
CYNDI LAUPER,
I drove all night
Candela subió corriendo la escalera y prácticamente sin
mirar adónde iba. ¿Qué diablos le estaba pasando? Se suponía que iba a ignorar
a Agus, o a quedar como una diosa delante de él devolviéndole el estúpido
collar con suma indiferencia. Y casi lo había conseguido. Casi.
Si él no hubiese vuelto a recordarle lo fácil que le
resultaba descartarla por otra. Por una mujer más guapa y más sensual que ella.
Ya no tendría que dolerle. Maldita sea. Ni siquiera
recordaba cuántos años habían pasado desde que rompieron. Mentira. Además,
ahora ella iba a casarse con un hombre que la respetaba. Sí, probablemente Victorio
jamás sería un hombre apasionado, ni tampoco romántico. Ni divertido. Ni
sensible. Pero él no le sería infiel. Y nunca sentiría celos de su trabajo ni
de sus éxitos profesionales. Y cuando tuvieran hijos, sería un buen padre.
«¡Ja!, probablemente solo los verá el día que quiera hacerse
una foto con ellos.»
Aceleró el paso para acallar esa maldita voz y se dio de
bruces
con un torso desconocido y muy robusto.
—¿Candela?
—¿Peter?
Menos mal.
—¿Estás bien? —le preguntó él preocupado.
Candela se apartó un poco y descubrió a su amiga mirándola
también fijamente.
—¿Qué te pasa, Candela?, ¿por qué subías corriendo? —Lali la
miró a los ojos.
—¡Candela! —El grito de Agus resonó por la escalera y Lali y
vPeter intercambiaron una mirada.
—¿Por qué no te quedas aquí con Candela un segundo...? —sugirió
Peter soltando a Candela—. Yo iré a buscar a Agus.
—Gracias —farfulló Candela.
—Esperaros aquí un par de minutos y luego salid a comer
tranquilas. ¿De acuerdo? Llámame si necesitas algo —añadió mirando solo a Lali.
—Claro, no te preocupes —respondió esta cogiéndole una mano
a su amiga.
—¡Candela! —Agus estaba ya en el piso de abajo.
Peter suspiró y bajó los escalones de dos en dos para
interceptar a su amigo e intentar convencerlo de algo imposible; que no fuese
detrás de la mujer que amaba.
—Será mejor que entremos un segundo —le sugirió Lali a
Candela—. Te acompañaré al baño y luego saldremos a comer.
—De acuerdo —asintió Candela fingiendo que no oía las voces
de los dos hombres discutiendo en el rellano inferior. Suspiró y siguió a Lali
hacia el interior.
—¿Se puede saber qué estás haciendo, Agus? —le preguntó Peter
sujetándolo por los antebrazos.
—Suéltame, Peter. No te metas en esto.
—No voy a soltarte.
—Yo no me metí entre tú y Lali, así que te aconsejo que
sigas mi ejemplo —dijo Agus entre dientes.
—No es lo mismo. Y lo sabes. Estoy seguro de que si me
hubieses visto perseguir a Lali como si fuese un loco, me habrías tumbado de un
puñetazo. Así no vas a conseguir nada, Agus. Créeme, por desgracia, sé de lo
que hablo. —Agus todavía estaba tenso, pero al menos había dejado de
forcejear—. Si tienes tantas ganas de recuperar a Candela como creo que tienes,
lo mejor que puedes hacer ahora es tranquilizarte.
—Está bien —farfulló—. Está bien. Suéltame.
Peter aflojó los dedos y se apartó un poco, pero no lo
suficiente como para que Agus pudiese esquivarlo y subir el piso que le
faltaba.
—Joder, Agus. ¿Una semana antes de la boda? ¿No te parece
que podrías haber reaccionado antes?
Agus lo fulminó con la mirada, pero no lo contradijo.
—No sé qué me pasa—. Se pasó nervioso las manos por el
pelo—. No puedo seguir así. Voy a terminar por volverme loco.
—No; lo parece, pero no.
—Volví de Barcelona completamente decidido a olvidarme de
ella, ¿sabes? Me dije que en realidad me había salvado por los pelos. A mí me
gusta mi vida, me gusta estar solo, salir, poder coger una maleta y desaparecer
sin avisar. Acostarme con una, o con varias, cada noche.
—¿Cuántas veces tienes que repetirte todas esas chorradas
para creértelas? —Peter lo miró diciéndole que no había logrado engañarlo—.
Vamos, te invito a comer. —Le colocó una mano en la espalda y lo giró hacia el
vestíbulo—. Yo comeré y tú beberás, a ver si entre los dos logramos calmarte.
Agus no dijo nada y se dejó llevar por Peter.
Jamás lo confesaría, pero era un alivio tener un amigo ante
el que poder ser él mismo. Agus nunca le había confesado a nadie, excepto a Lali,
que le había sido infiel a Candela, y por raro que pareciese desde el principio
había tenido la sensación de que con Peter no tenía que fingir. Tal vez era
porque el capitán también había vivido su infierno particular, o porque Peter
desprendía confianza y seguridad en sí mismo a pesar de que nunca ocultaba que
había cometido grandes errores en su vida. Fuera por el motivo que fuese, ese
mediodía dio gracias por contar con él. Emborracharse solo era patético y Peter
tenía razón, en ese preciso instante, esa era la única opción posible.
Lali se llevó a Candela a comer a un restaurante un poco
alejado del puerto. No quería correr el riesgo de que volviese a encontrarse
con Agus, o con Luna. Después de que Candela le contase lo que había pasado en
el rellano de capitanía, Lali no sabía si quería estrangular a Agus o abrazarlo
y decirle que todo iba a salir bien. Era más que evidente que había organizado
esa cita con
Luna para provocar a Candela, pero al mismo tiempo, y
probablemente sin saberlo, le había recordado el momento más doloroso de su
vida.
Lali nunca se lo había contado a Agus porque Candela se lo
había prohibido, pero uno de los motivos por los que le había dolido tanto que Agus
le fuese infiel fue porque le confirmó uno de sus temores; no era guapa. Al
menos no lo bastante como para estar con un hombre como Agus Agus. Después de
las lágrimas iniciales, Candela recuperó la compostura y empezó a repetir una y
otra vez que estaba bien y que solo eran «los nervios de la boda». Lali dejó
que se engañase durante el almuerzo porque pensó que a su amiga le iría bien
comer y beber un poco, pero cuando llegaron los postres volvió a sacar el tema.
—No son solo los nervios de la boda, Candela.
—Pues claro que sí —insistió bebiendo un poco más de vino
blanco.
—No, no lo son. Tú y Agus tendríais que hablar de una vez
por todas.
—¿De qué? —Se llevó una mano a la garganta y movió los dedos
nerviosa al no encontrar lo que buscaba—. ¿Por qué?
—No llevas el collar del delfín —adivinó Lali—, y ese es uno
más de los motivos por los que tendríais que hablar.
Candela se apartó la mano y la dejó encima del mantel.
—No buscaba el delfín —mintió—. Agus y yo no tenemos nada
que decirnos. Ya se lo dejé claro en Barcelona.
—Ya, y por eso te has puesto a llorar cuando has visto que
él se insinuaba a esa Barbie submarinista. Agus no va a salir con Luna —añadió
tras asegurarse de que Candela le estaba prestando atención—. Lo sé. Lleva
meses sin salir con nadie.
—No me importa.
A Lali le vibró el móvil y desvió la mirada hacia la
pantalla.
«Voy a llevar a Agus a su casa. Te quiero. Bastian.»
Sonrió como una idiota. Incluso ver esas palabras escritas
hacía que le diese un vuelco el corazón.
—Me alegro tanto de que seas feliz —susurró Candela—.
Todavía me acuerdo del día en que tu padre se fue de casa y te pusiste a llorar
de rabia. En medio de los sollozos dijiste que necesitabas a Peter. Fue la
primera vez, y prácticamente la única, que me hablaste de él. Recuerdo que
pensé que yo era afortunada por tener a un chico como Agus, que no se iría en
medio de la noche sin decirme nada. Y mira —se burló de sí misma—, al final
también me hizo daño.
—Sí, Peter cometió un error, pero yo también. Los dos los
cometimos. Y ahora somos felices. No voy a engañarte, ha sido muy difícil, pero
no lo cambiaría por nada del mundo, Candela—. Hizo una pausa y tocó la mano de
su amiga—. Tú y Agus también podríais serlo.
Candela retiró la mano de inmediato.
—Dentro de una semana voy a casarme con Victorio. Es un buen
hombre. Respeta mi carrera profesional y sabrá cuidarme.
—¿Lo amas?
—Siento mucho cariño por él.
—No es eso lo que te he preguntado. Te he
preguntado si lo amas. Si te digo que no volverás a verlo nunca más , ¿se te revuelven las entrañas? ¿Te morirás si no vuelve a
besarte?
¿Te pondrás a llorar desconsolada si lo ves con una
mujercita que no te llega ni a la suela de los zapatos?
—Eso ha sido un golpe bajo, Lali.
—Lamento que lo veas así, Candela, pero es la verdad. Si no
sientes nada de eso por Victorio, no deberías casarte con él,
independientemente de lo que pase con Agus. Sencillamente no deberías.
—La boda ya está organizada. Vienen cientos de invitados. —Lali
empezó a sonreír e iba a decirle a Candela que ella la ayudaría a lidiar con
todo, pero esta sacudió la cabeza y sentenció—: No, son solo los nervios de la
boda. Nada más. —Le sonrió sin que la emoción alcanzara los ojos—. Siento haber
provocado una escena.
—No pasa nada —dijo Lali—. Me alegro de que solo sean los
nervios —iba a seguirle el juego—, pero si por casualidad es algo más, Agus
está solo en casa. Vive en el centro. —Cogió el móvil y le mandó la dirección
al de Candela—. Lo digo por si quieres ir a hablar con él. —Candela la fulminó
con la mirada y Lali fingió no darse cuenta—. Si de verdad está todo resuelto
entre vosotros, tal vez os iría bien hacer las paces. Cerrar definitivamente
ese capítulo de vuestras vidas. Así tú podrás casarte con Victorio con la
conciencia tranquila, y Agus podrá ir con todas las submarinistas que quiera. A
no ser, claro está, que tengas miedo de ir a verlo.
Eran las tres de la madrugada y a Agus le dolía tanto la
cabeza que creía que le iba a estallar, y si la persona que estaba aporreando
su puerta le daba un golpe más, se levantaría y le arrancaría el brazo en menos
de dos segundos. Un momento.
¿Alguien estaba aporreando su puerta?
Agus entreabrió los ojos y arrugó la frente —un gesto
completamente inútil— para ver si así contenía las punzadas de dolor que le
atravesaban el cerebro. Definitivamente tenía resaca.
Y definitivamente había algún imbécil liándose a puñetazos
con su puerta.
Sabía que irse a vivir al centro había sido un error.
Tendría que haber elegido un edificio con menos apartamentos. Uno sin vecinos,
en medio de la nada.
Se sentó en la cama y comprobó que todo le daba vueltas. Se
aferró a la mesilla de noche durante unos segundos convencido erróneamente de
que así el suelo se estabilizaría.
Otro golpe.
Iba a matar al adolescente de turno.
Suspiró resignado y apretó los dientes. Se puso en pie y vio
que llevaba los pantalones del pijama y una camiseta de propaganda de Costa
Rica, y suplicó haberse cambiado él. Si Peter había tenido que desnudarlo y
ponerle el pijama, jamás podría volver a poner un pie en capitanía. Se esforzó
en recordar y... ¡sí! Se había cambiado él solo, después de meterse vestido en
la ducha. Mierda, iba a tener que tirar los tejanos y los zapatos.
Otro golpe.
Abrió la puerta.
La retahíla de insultos que tenía pensados quedó atrapada en
su garganta.
—¿Candela?
—Eres un cerdo y un imbécil —le dijo ella golpeándole el
torso con un dedo—. Y un cretino. Y un cobarde.
Agus estaba tan atónito que bastó con los empujoncitos que
le dio Candela para que retrocediese de nuevo hacia el interior del
apartamento. Ella cerró la puerta con la mano con la que no le estaba pegando y
siguió andando.
—¿Por qué tuviste que venir a Barcelona, eh? ¿Por qué?
—Porque tú me invitaste a tu boda —respondió igual de
furioso que ella.
—¡Ah, claro! Llevamos años ignorándonos. ¡Años! Y de repente
recibes la invitación para mi boda, que te envié por error —puntualizó—, y
decides venir a verme. No me lo trago.
—Quería preguntarte por qué motivo me la habías mandado
—confesó él.
—¿Por qué? ¿Acaso ibas a venir?
Agus cerró los puños y ella se dio cuenta.
—Vamos, dímelo —insistió Candela—. ¿Ibas a venir? Si te
invito de verdad a mi boda —entrecerró los ojos y buscó los de él—, ¿vendrás?
A Agus se le aceleró la respiración. Llevaba años sin estar
tan cerca de Candela. Ella se había ido acercando a él con cada palabra y ahora
sus torsos estaban a unos inexistentes centímetros de distancia. Podía ver las
pecas que tenía en los pómulos (y recordar que las había contado una noche en
la cama), la cicatriz que tenía en un extremo de la clavícula (que había
besado). Podía notar el tacto de su piel y oler su perfume y...
—¿Estás borracha? —le preguntó incrédulo sujetándola de los
hombros para apartarla de él.
No podía creerlo.
Oh, Dios, en una vida anterior había sido alguien horrible y
ahora le estaban haciendo pagar por sus pecados.
—No —contestó ella tambaleándose ligeramente—. Un poco.
—Dios mío. —Agus se frotó la cara con ambas manos—. Voy a
llamar a tu madre.
—Ni se te ocurra. He venido en taxi y puedo irme en taxi
—afirmó—. Ya soy mayorcita. Ahora sé cuidarme sola.
—Siempre has sabido, Candela. Siempre has podido hacerlo
todo sola —susurró—. Iré a llamarte a un taxi.
Antes de que pudiese dar un paso, Candela le cogió por una
muñeca.
—¿Qué quieres decir con eso?
Agus se dio media vuelta y la miró.
—Nada. —Se soltó el brazo—. No quería decir nada.
Agus dio un paso, pero ella volvió a detenerlo. Esta vez
solo con palabras.
—¿Vendrás a mi boda?
—No estoy invitado —sentenció él dirigiéndose decidido a la
cocina, donde creía recordar haber dejado caer el móvil.
Oyó los pasos de Candela siguiéndolo y se dijo que no se
alegraba. Cogió el móvil de encima de la mesa de la cocina y buscó el número de
la compañía de taxis. Él no solía utilizarlo, pero lo tenía grabado por si
alguna vez le hacía falta. Contactos: M, N, O... Candela se pegó a su espalda.
Tal vez se había tropezado, o tal vez lo había hecho a propósito, el cómo había
ido a parar allí no importaba. Lo único que importaba era que ahora Agus tenía
a Candela completamente encima de él.
Llevaba tacones, pensó al notar la respiración de ella junto
a la oreja. Él estaba atrapado entre la mesa de la cocina y Candela. Evidentemente,
podía quitársela de encima. Ella estaba un poco borracha y él solo tenía
resaca, por no mencionar que él pesaba como mínimo cuarenta quilos más que ella
y le sacaba treinta centímetros.
No lo hizo. Tensó la espalda e intentó mantenerse firme, así
ella ya notaría que estaba distante y se apartaría.
«No te apartes.»
Candela colocó las manos encima de la mesa, una a cada lado
de la cintura de Agus, encerrándolo todavía más.
—Contéstame. Si te invito, ¿vendrás a mi boda?
—Voy a llamar al taxi —dijo entre dientes.
Ella levantó una mano y cogió el móvil que medio segundo más
tarde fue a parar al suelo.
—Agus, te invito formalmente a mi boda el próximo sábado a
las doce del mediodía en la catedral de Santa Cruz de Cádiz. Se ruega traje
negro y confirmación.
—Apártate.
—No. —Apoyó las manos firmemente en la mesa—. ¿Vas a venir?
¿Vas a venir a ver cómo me caso con...?
Agus no pudo soportarlo más. No supo qué fue primero, si el
rugido que salió de lo más profundo de su garganta o el ruido de dos vasos
rompiéndose al caer al suelo cuando cogió a Candela y la pegó contra el armario
para poder besarla.
Candela no podía creerse lo que estaba pasando, pero le daba
completamente igual. Agus por fin la estaba besando. Eran las manos de Agus las
que le estaban sujetando los hombros como si tuviera miedo de que ella fuera a
apartarse. Eran los labios de Agus los que estaban devorando los suyos con esa
desesperación y aquella pasión que por fin, por fin, le derretía el hielo que
se había formado alrededor de su corazón. Eran los gemidos de Agus los que se
colaban por sus oídos y la excitaban como mil declaraciones de amor. Era Agus
el que la estaba besando, y no un fragmento de su imaginación.
Y de repente se apartó.
Agus dejó de besarla con la misma intensidad con la que
había empezado. Abruptamente y sin avisar. Sin punto medio.
Candela iba a gemir, a suplicarle que no la dejase, que no
volviera a convertirla en una autómata sin sentimientos. No tuvo tiempo.
Agus suspiró y apoyó la frente en la de ella.
—Te amo —dijo él con la voz trémula—, y por eso tienes que
irte de aquí ahora mismo.
¿Qué? ¿Cómo? Eso no tenía sentido.
Candela abrió los ojos y encontró los de él brillantes y
desencajados.
—Vete, por favor —insistió.
—Yo... —balbuceó Candela—, ¿por qué?
—Porque te amo y sé que esto no es lo que quieres de verdad.
Agus se apartó y tuvo que respirar hondo varias veces. No la
miraba, en realidad, se puso a pasear de un lado al otro de la cocina sin
mirarla. Cogió el móvil y miró absorto la pantalla.
Como si ella no estuviese allí.
Como si ella no importase.
¿¡Le había dicho que la amaba y ahora la ignoraba!? Sí,
Candela había bebido un par de copas de vino en casa al ver que no podía
dormirse, a las que tenía que sumar las que había bebido durante la comida,
pero no estaba lo suficientemente borracha como para no darse cuenta de que Agus
la estaba rechazando.
Se apartó del armario e intentó enderezar la ropa y
recuperar algo de dignidad.
—No hace falta que me digas que me amas —le dijo sarcástica,
y consiguió que él volviese a mirarla furioso—. Puedes decirme que no me deseas
sin más.
—Te deseo, Candela. Ahora mismo, si de verdad creyese que
mañana no ibas a odiarme por ello, te arrancaría la ropa y te haría el amor
encima de la mesa de la cocina. Y en el suelo. Y después en la cama. Te besaría
todo el cuerpo y no dejaría que te corrieras sin haber recordado todos y cada
uno de los gemidos que salen de tus labios antes de hacerte perder el control.
—Dios mío... —susurró Candela llevándose una mano a la
garganta para contener el pulso. Imposible.
—Vete de aquí. Por favor. Ya sé que no sientes nada por mí,
me lo dejaste claro en Barcelona —levantó ambas manos en señal de rendición—, y
bueno, vas a casarte con otro. Pero si alguna vez has sentido algo por mí,
vete. —Apretó los dientes mirándola a los ojos—. Vete. No quiero que le seas
infiel a tu prometido —se obligó a decir a pesar de que fue como clavarse un
puñal en el estómago—, y menos conmigo. No podrías vivir con eso, y supongo que
yo tampoco.
—No, yo, no pretendía hacer eso —farfulló Candela
avergonzada de sí misma.
—Será mejor que te vayas —dijo Agus desviando de nuevo la
mirada hacia el teléfono. Le temblaban los dedos y le costó acertar con la
tecla.
Candela salió de la cocina mientras él llamaba a la compañía
de taxis. Habría podido irse del apartamento en ese instante, aprovechar la
oportunidad para escapar. Pero no lo hizo. Los dos llevaban demasiado tiempo
huyendo y alguien tenía que ser el primero en parar.
Agus salió de la cocina un par de minutos más tarde, después
de beber agua y de recoger los cristales rotos, a juzgar por los ruidos que
detectó Candela. Y no pudo disimular la sorpresa cuando la encontró todavía
allí.
—El taxi estará a punto de llegar —señaló tras ocultar su
reacción.
—Gracias. Tengo que decirte algo...
—La respuesta es no —la interrumpió él—. No voy a ir a tu
boda. No podría soportarlo —terminó por confesar.
—Agus...
Agus caminó hasta la puerta y la abrió. Se había prometido a
sí mismo que si algún día tenía la oportunidad de volver a hablar con Candela
le diría lo que sentía por ella y al menos había cumplido con esa promesa.
—Llego años tarde, lo sé —siguió sujetando la puerta con
tanta fuerza que los nudillos le quedaron blancos—. Siempre llego tarde. Te he
pedido perdón demasiado tarde, cuando a ti ya no te importa. Y te he dicho que
te amo demasiado tarde, cuando tú ya no sientes lo mismo por mí.
Candela pasó por delante de él. Seguro que ahora se iría de
su vida para siempre. Saldría de su apartamento y no volvería a verla nunca
más, porque Agus sabía que jamás sería capaz de quedar con ella y preguntarle
por su marido o sus hijos.
Si apretaba más fuerte terminaría por romperse los dedos.
O la puerta.
Candela se detuvo en el portal. Una lágrima le resbalaba por
la mejilla, y en sus ojos ya no quedaba rastro de la euforia ni de la valentía
provocadas por el alcohol. Ahora solo estaba ella, ella y sus sentimientos.
Unos sentimientos que él no había sabido valorar cuando Candela se los entregó.
—Yo no sé qué siento por ti ahora —le dijo—, pero sé que por
Victorio nunca he sentido, ni sentiré, lo que sentí cuando tú y yo estábamos
juntos. Y te odio por ello. Te odio porque por tu culpa sé que lo que tengo con
Victorio es un premio de consolación, una copia barata del original.
—Lo siento.
«Dios, si pudiera se daría una paliza a sí mismo por haberlo
echado todo a perder por un estúpido polvo con una desconocida.»
—Victorio no se merece que piense en otro hombre.
—Lo sé.
—No tendrías que haber venido a Barcelona —le recordó
furiosa.
—Tenía que verte. —Al parecer solo iba a tener esa
oportunidad, así que no tenía más remedio que aprovecharla—. La invitación me
dio una excusa.
—No tendrías que haberme besado.
—No he podido evitarlo. Cada vez que te veo tengo ganas de
besarte.
—Si me caso, no podré volver a verte nunca más.
Agus notó que se le paraba el corazón.
—Has dicho «si», has dicho «si me caso» —repitió atónito y
antes de que Candela pudiese reaccionar, o negar que lo había dicho, la cogió
en brazos un segundo y le dio un beso en los labios.
—Agus...
—No, no digas nada —le tapó la boca con una mano para que no
pudiese continuar—. Has dicho «si», así que escúchame un momento. Por favor.
Candela asintió y Agus apartó la mano. Se pasó ambas por el
pelo y dijo lo que de verdad sentía.
—Te amo, tú dices que no sabes qué sientes por mí, pero voy
a ser un engreído al creer que todavía estás un poquito enamorada de mí. No te
cases con Victorio, por favor. Ni con nadie. Probablemente Victorio sea un buen
tipo, tiene que serlo si te has fijado en él, pero no te hace feliz. Si te
hiciera feliz, no me habrías besado. Me habrías abofeteado y te habrías ido de
aquí hecha una furia.
—No es justo, Agus. No me hagas esto.
—Voy a hacértelo, Candela. Te amo, y ahora que lo sé, ahora
que lo siento, no puedo correr el riesgo de perderte por culpa de mi estupidez.
Lo único que te pido es que lo pienses.
—¿Solo eso?
—No, por supuesto que no. Quiero que te des cuenta de que no
puedes conformarte con Victorio y que lo dejes plantado. Quiero que anules la
boda y te vengas a vivir conmigo. Dame una oportunidad, por favor. Encontraré
el modo de que vuelvas a enamorarte perdidamente de mí.
—Yo... no... Agus... —se secó otra lágrima—. Falta una
semana para la boda.
—Lo sé. No te diré nada más. Si te casas con Victorio, haré
todo lo posible para desear que seas feliz, aunque no sé si lo lograré. Pero si
no, ven a la playa conmigo.
—¿Quieres que deje plantado a Victorio y que me venga a la
playa contigo?
Los dos tenían que estar completamente locos; él por
pedírselo y ella por plantearse la posibilidad de hacerlo.
—Sí, te prometo que te dejaré en paz. No trataré de llamarte
ni de verte, ni siquiera le preguntaré a Lali por ti. El sábado, a las doce,
estaré en la playa donde solíamos encontrarnos cuando venía a verte en verano.
Si no vienes, sabré que has elegido a Victorio.
—¿Y si vengo?
—Eso tendremos que averiguarlo juntos.
—No voy a ir. No puedo.
—Piénsatelo.
—Has cambiado, Agus —señaló de repente.
—No tanto. Dentro de medio minuto te cogeré en brazos y te
haré el amor aquí en medio del pasillo. Así que si no estás dispuesta a anular
la boda dentro de una hora, será mejor que te vayas.
Candela se apartó y empezó a caminar hacia el ascensor.
Estaba a punto de alcanzarlo cuando se detuvo y se dio media
vuelta.
—Me lo pensaré.
Me gusTa agusdela
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