Si volviera a nacer, si empezara de nuevo,
volvería a buscarte en mi nave del tiempo.
AMARAL, Cómo hablar
Peter se despertó solo en su apartamento y se dijo que Lali
lo llamaría más tarde, que era imposible que la noche anterior hubiesen tenido
esa conversación tan extraña y tan sincera y que ahora ella desapareciese sin
más.
Se equivocó.
Lali no lo llamó ni ese día ni ninguno otro, y cuando él se
tragó el orgullo y marcó el número de ella (que tuvo que coger de su ficha de
personal), no le cogió el teléfono. Intentó calmarse, recordar que tenía que
darle tiempo, que su madre estaba enferma, pero no pudo. Estaba muy dolido, y muy
cansado. Se negó a seguir analizándolo y recurrió a la misma técnica que le
había ayudado a mantener la cordura en el ejército; no pensar en Lali. Dejar
los buenos recuerdos encerrados en una parte de su mente y de su corazón y
confiar en que la recuperaría.
Se pasó la semana completamente sumergido en distintos
proyectos de capitanía. Domingo le riñó un par de veces y le dijo que trabajaba
demasiado, y él le respondió que no tenía otra cosa que hacer y que le gustaba
mantenerse ocupado. Además, Galindo, el antiguo capitán, se había encargado de
dejarle mil temas a medias y Peter quería reconducir tantos como le fuese
posible antes de irse de España. Todavía no lo había decidido del todo, por un
lado no quería volver a perder a sus hermanos, pero quizá podría encontrar
trabajo en otra capitanía de España lejos de Cádiz, o quizás incluso en un
buque, así vería a sus hermanos sin estar cerca de Lali.
El jueves, Lali se presentó en el trabajo y respondió las
preguntas de todos sus compañeros acerca de la salud de su madre. Aceptó los
abrazos de Domingo y de Márquez y agradeció las muestras de afecto del resto. Y
a Peter se limitó a saludarle y a responderle con un «Bien, gracias». El
viernes, ella tenía una reunión programada con el centro de recuperación de especies
marinas de la bahía y salió de capitanía a primera hora. Peter aprovechó entonces
para hacer algo que llevaba días deseando hacer.
Peter recordaba perfectamente la casa en la que se había
criado Lali. La había ido a buscar un par de veces a escondidas y en una
ocasión había acompañado allí a su padre cuando este trabajaba de chófer del
señor Ruiz-Espsito. Llamó al timbre y respiró hondo, y cruzó los dedos para que
no le echasen de allí a patadas.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo? —le preguntó una mujer
con uniforme médico. Con toda seguridad sería la enfermera de la que le había
hablado Lali.
—Buenos días, me llamo Peter Lanzani y me gustaría ver a la
señora Ávila —se presentó él escueto.
—Espere aquí un segundo, por favor —dijo la enfermera, pero
antes de que pudiese irse a preguntar, otra mujer apareció en la puerta.
—¿Peter, eres tú?
—¿Alexia? —Peter había visto a la hermana de Lali en un par
de ocasiones y le sorprendió que ella le reconociese.
—Eres igual que tu hermano —le explicó ella—, solo que tú
eres un poco más alto. Pasa, pasa. No te preocupes, Maite —le dijo a la
enfermera—, ya le acompaño yo. ¿Por qué no aprovechas para descansar un poco?
Maite hizo un gesto afirmativo y se dirigió hacia el
dormitorio que le habían asignado. La casa de los Ruiz-Espsito había visto
épocas mejores, pero seguía siendo una construcción impresionante. Y más ante
los ojos de Peter. O eso había pensado antes, ahora, convertido en un hombre,
ya no le afectaba tanto.
—¿Has venido a ver a mamá? —le preguntó Alexia intrigada—.
No sabía que os conocíais.
—No demasiado —afirmó sincero.
—Pasa, le encantan las visitas.
Alexia guio a Peter por un largo pasillo hasta el dormitorio
de su madre. Llamó a la puerta antes de entrar.
—¿Mamá? Tienes visita —le dijo sin terminar de entrar.
—Pues hazla pasar, Alexia. No tengo mucho tiempo, ¿sabes?
—Ahora le ha dado por hacer bromas de mal gusto —le dijo
Alexia a Peter sin molestarse demasiado en bajar el tono de voz—. Mamá, este
es...
—Peter Lanzani.
—Exacto —dijo su hija sorprendida.
—No me mires así, tengo cáncer, no alzhéimer.
—¡Mamá! —la riñó Alexia—. Si os parece bien, os dejaré
solos.
—Claro, no te preocupes, creo que podremos entretenernos un
rato sin ti.
—Gracias, Alexia —le dijo Peter.
—Bueno, bueno, Peter Lanzani. Me alegro de que hayas vuelto.
Siéntate aquí, a mi lado. —Ella estaba sentada en la cama y señaló una butaca
que tenía al lado.
—Gracias, señora Ruiz-Espsito.
—Ahora es solo Ávila, el señor Ruiz-Espsito —pronunció
«señor» como un insulto— y yo nos divorciamos hace años.
—Lo sé, y lo siento, señora Ávila.
—Yo no, y llámame Patricia. El señor Ruiz-Espsito resultó
ser un cretino y a la gente así es mejor quitártela de encima. En esta vida
solo importa la gente que de verdad nos ama y a la que amamos, ¿no crees?
—Sí.
—Me acuerdo de ti, siempre me pareciste un chico muy triste.
Nunca sonreías.
—En esa época no tenía demasiados motivos para sonreír.
—¿Y ahora?
Peter se encogió de hombros. Esa mujer parecía tener el don
de ver dentro de él.
—Permíteme que te dé un consejo, Peter.
—Claro —dijo él a falta de otra palabra.
—Lucha por ser feliz, por tener a tu lado a la gente que
amas.
—¿Y si esa persona no quiere estar a mi lado?
—¿Por qué no va a querer?
«¿Por qué diablos estaba teniendo esa conversación con la
madre de Lali?»
—Porque quizá le hice daño en el pasado y ahora no está
dispuesta a escucharme —se sorprendió a sí mismo diciendo—. Ni a perdonarme.
—No sé, Peter. En mi opinión, si de verdad amas a esa
persona, oblígala a escucharte. Esta vida es muy corta como para llenarla de
arrepentimientos. Hay cosas por las que vale la pena arriesgarse.
—¿Y cómo sé si vale la pena?
—Mira, eso solo puedes responderlo tú, pero te diré que a
pesar de todo lo que me hizo al final, no me arrepiento de haber estado con mi
ex marido.
—¿Por qué? —preguntó Peter—. Discúlpeme, no es asunto mío.
—No pasa nada, ya te he dicho que no tengo tiempo que
perder, así que me gusta que la gente sea directa a mi alrededor. No me
arrepiento porque gracias a él tengo a Lali y a Alexia. Sí, no te negaré que
preferiría que no me hubiese sido infiel, y que el muy cretino pudiera haber
sido más cauteloso con el patrimonio de nuestras hijas. Yo no tuve el amor de
mi marido, pero he tenido el de mis hijas. Y la verdad es que ha valido la
pena. Esa persona de la que hablas, ¿la amas?
—Sí. —«¿Por qué tenía la sensación de que Patricia sabía
perfectamente que estaba hablando de su hija Lali?» Serían imaginaciones suyas.
—Entonces no te rindas. Créeme, Peter, algún día puedes
estar en mi situación y entonces, ¿te arrepentirías de no haber hecho todo lo
posible para que ella te escuchase?
Peter asintió y carraspeó incómodo.
—Me acuerdo de un día que la vi en el puerto, usted iba con
sus hijas. Las tres comían helado y estaban riéndose.
—Sí, en verano nos gustaba ir a comprar helado juntas. Había
una heladería que vendía sabores rarísimos. Me habría gustado hacerlo con mis
nietos. O mis nietas.
En aquel preciso instante nada le habría gustado más a Peter
que poder prometerle a esa mujer que él llevaría a sus nietas a comer helado
por el puerto, pero como no podía se limitó a cogerle la mano.
—¡Qué diablos estás haciendo aquí!
—Lali, yo... —farfulló poniéndose en pie—. Lo siento.
—¡Lali, dónde están tus modales! —la reprendió su madre.
—No tienes derecho a estar aquí. Vete ahora mismo.
—¡Lali! —gritó Patricia escandalizada—. ¿Pero qué te pasa?
—No se preocupe, Patricia. Es culpa mía, tendría que haberle
dicho a Lali que vendría a visitarla. Gracias por atenderme. Me ha gustado
mucho hablar con usted. —Inclinó la cabeza a modo de despedida.
—Y a mí también, Peter. Gracias por venir a verme.
Peter esquivó a Lali, que se había plantado a los pies de la
cama, y salió del dormitorio. Con algo de suerte, conseguiría salir de esa casa
antes de que ella decidiese seguirle.
—¿Ya te vas, Peter? —Alexia lo interceptó y eliminó
cualquier posibilidad de que Peter saliese ileso de aquella situación—. Lali
acaba de llegar.
—Lo sé. Gracias por haberme dejado ver a tu madre —le dijo
sincero a Alexia—. Me ha gustado volver a verte, Alexia, aunque lamento las
circunstancias que lo han propiciado.
—Y yo. Ahora que te tengo cerca —dijo ella cambiando de
tema—, no te pareces en nada a Juan Martin.
—No, en nada... —afirmó rotundo—. Él es mucho mejor que yo.
Créeme.
Alexia lo miró intrigada por el comentario, pero la
irrupción de Lali evitó que hiciese algún otro comentario.
—¿Por qué has venido a ver a mi madre? —le preguntó Lali
furiosa.
Peter respiró hondo y se volvió para enfrentarse a ella. Por
el rabillo del ojo vio que Alexia se escurría por el pasillo para dejarlos
solos.
—Es tu madre, y ella siempre me pareció una gran señora.
Pensé que, dadas las circunstancias, era lo mínimo que podía hacer —se explicó
él.
—Tendrías que habérmelo dicho —le recriminó ella.
—Después de la otra noche no quería que creyeras que era una
estratagema para conseguir algo de ti. Solo quería visitarla, presentarle mis
respetos e irme. No quería que creyeras que utilizaba algo tan serio como la enfermedad
de tu madre para acercarme a ti.
Lali lo escuchó con atención pero no dijo nada, así que Peter
volvió a hablar.
—Mira, ya sé que no quieres saber porqué me fui. Ni por qué
volví. Y aunque me duela, sé que no quieres tener nada que ver conmigo. He
venido a ver a tu madre porque ella siempre me gustó y porque pensé que quizás
a ella le gustaría tener visitas. Lamento si te he ofendido, o si crees que no
debería haber venido, pero la verdad es que me alegro de haberlo hecho. —Esperó
unos segundos y al no obtener respuesta se dio por vencido—. Está bien. Me voy.
Prometo que no volveré a molestarte.
Se dio media vuelta y se dirigió hacia la salida. Tenía ya
la mano en el picaporte cuando Lali lo detuvo con unas palabras que Peter creía
que no oiría jamás.
—¿Por qué te fuiste?
Él se quedó inmóvil y cerró los ojos.
—¿De verdad quieres hablar de esto ahora? —le preguntó sin
mirarla—. ¿Aquí?
Lali se quedó pensándolo y Peter se maldijo por haberla
hecho dudar. «Seguro que ahora cambia de opinión.»
—No, aquí no. Ven a mi casa dentro de una hora. Quiero ver a
mi madre antes de irme.
—De acuerdo. Allí estaré.
En cuanto Peter se fue, Lali volvió al dormitorio de su
madre. Seguro que tanto ella como Alexia se estaban preguntando si se había
vuelto loca. Por lo que ellas sabían, Peter era su jefe y el hermano mayor del
médico de Patricia, y ella le había tratado como si fuese un delincuente y
prácticamente le había echado de la casa. Lali era consciente de que había sido
innecesariamente maleducada con él pero cuando le vio allí sentado, charlando
con su madre, sujetándola de la mano, perdió los estribos. Cuanto más se
metiese Peter en su vida, más le costaría a ella volver a recomponerse cuando
él desapareciese. Y desaparecería.
—Lali Ruiz-Espsito Ávila —dijo su madre nada más verla
entrar—, ¿puede saberse qué demonios te pasa? Ese chico no se merecía que le
tratases así.
Lali no pudo evitar sonreír al escuchar a su madre
refiriéndose a Peter como «chico».
—Lo sé, mamá. Tienes razón. Ya me he disculpado con él. Es
que estoy muy nerviosa y su visita me ha cogido desprevenida.
—Ese chico lo está pasando muy mal, Lali. Deberías tener más
cuidado.
—¿De qué estás hablando? —le preguntó Lali a su madre tras
escuchar aquel consejo.
—Estoy cansada, niñas —dijo Patricia sin responder a su hija
mayor—. Creo que dormiré un rato.
—Claro, mamá. —Alexia fue la primera en reaccionar—. Si me
necesitas estaré en el salón.
—Sí, sí, mamá. Descansa un rato. —Lali se agachó y le dio un
beso a su madre antes de irse.
Patricia Ávila les sonrió y se tumbó a descansar. En el
pasillo, Alexia cogió a su hermana del brazo y la llevó a la cocina.
—¿Puede saberse qué estás haciendo? —le preguntó Lali.
—Eso mismo quiero saber yo —contraatacó Alexia sirviéndose
un vaso de agua—. ¿Qué te pasa con Peter? Le he visto la cara cuando le has
gritado por haber venido a ver a mamá y te aseguro que jamás había visto a
nadie tan angustiado. Antes de que tú llegases, hemos estado hablando un rato y
te juro que me ha parecido muy sincero. Si hubiese creído que venía a ver a
mamá para curiosear o por algún motivo escabroso, no le habría dejado entrar.
—Lo sé, Alexia. No es culpa tuya, lo que pasa es que tú no
sabes toda verdad.
—Quizá, pero sé que ese hombre está enamorado de ti —afirmó
su hermana como si nada—. Solo os he visto unos segundos juntos pero me han
bastado para saber que ese hombre, a pesar de lo dolido que se sentía por tus
insinuaciones, lo único que quería hacer era abrazarte.
—No sabes de lo que hablas.
—Oh, vamos, Lali, soy tu hermana pequeña. Reconozco que
ignoro los detalles, aunque me gustaría saberlos —añadió con una sonrisa para
aligerar algo el tono de la conversación—, pero no tengo ninguna duda de que
entre tú y Peter hay algo. Él es el chico que te rompió el corazón cuando
tenías dieciocho años, ¿no?
Lali abandonó cualquier intento de seguir ocultándole la
verdad a Alexia y se sentó en una de las sillas que había junto a la mesa de la
cocina.
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Lali, tenía quince años pero no era idiota. ¿Qué pasó
realmente?
—Nada. —«Solo que me dijo que me quería y que estaríamos
juntos para siempre»—. Te lo juro. Le vi el día de mi cumpleaños —le explicó— y
esa misma noche desapareció sin decirme ni una palabra.
—¿Por qué?
—No lo sé.
—Tuvo que sucederle algo, algo muy grave para dejarte de ese
modo.
—¿Cómo estás tan segura?
—¿Cómo es posible que tú no lo estés? ¿Acaso no ves cómo te
mira? Dios, Lali, cómo puedes estar tan ciega. Y ser tan obstinada.
—¿Por qué estás de su parte?
—No estoy de su parte, estoy de la tuya, Lali.
—Pues no lo parece.
—Mira, Lali, mamá está enferma. Muy enferma, y a ti y a mí
nos esperan momentos muy difíciles. ¿De verdad quieres pasarlos sola?
—Te tendré a ti —le dijo a su hermana mirándola a los ojos.
—Sabes perfectamente que no me refiero a eso —respondió
Alexia emocionada—. ¿No crees que te mereces saber la verdad, que los dos os lo
merecéis? Yo no sé demasiado sobre el amor, nuestros padres no son que digamos
un gran ejemplo a seguir, pero me gusta creer que el día que lo encuentre no
seré tan estúpida como para dejarlo escapar por culpa de algo tan absurdo como
el orgullo.
—Le he dicho que vaya más tarde a mi casa para hablar. Hasta
ahora no le he dejado que me cuente por qué ha vuelto.
—Pues a qué estás esperando. —Alexia se acercó a su hermana
y la abrazó—. Vamos, ve a hablar con él.
Peter ya iba a irse de casa de Lali cuando la vio llegar
calle abajo y corrió hacia ella.
—¿Le ha sucedido algo a tu madre? —le preguntó preocupado en
cuanto llegó a su lado.
—No... —respondió ella sintiéndose un poco culpable—. Siento
el retraso, me he quedado hablando con mi madre y con mi hermana. Y antes de
irme he tenido que dejar a Magnum instalado.
—Ah, ya me parecía raro no haberle oído —señaló Peter
sorprendido por la cálida respuesta de Lali.
—Sí, lo he llevado a casa de mi madre. A ella siempre le ha
hecho gracia, y a Magnum le encanta que le mimen. En fin, siento haber
llegado tarde. Te habría llamado al móvil, pero me he dado cuenta de que no
tengo tu número.
—Si quieres te lo doy —ofreció Peter convencido de que se
había quedado dormido en el coche y estaba soñando toda aquella conversación—.
Y no te preocupes por el retraso, me alegro de que hayas podido hablar con tu
madre. Es una señora increíble.
—Sí que lo es.
Llegaron al portal de casa de Lali y ella sacó la llave del
bolso para abrir la puerta y dejarle entrar.
—Pasa.
—Gracias.
—¿Quieres tomar algo? Yo me prepararé una infusión.
—Lo mismo que tú está bien, gracias.
Lali entró en la cocina y abrió un par de armarios en busca
de los utensilios necesarios. Pero cuando los tuvo en la encimera se dio cuenta
de que no podía seguir con eso y optó por ser sincera.
—¿Por qué te fuiste, Peter? Cuéntamelo, y no vuelvas a
preguntarme si estoy segura de si quiero hablar de esto ahora. No puedo seguir
dudando. Cuéntamelo y quizá después los dos podremos seguir con nuestras vidas.
—De acuerdo. ¿Te acuerdas del día de tu cumpleaños? —Empezó Peter
algo nervioso. Le temblaban las manos y sentía un horrible nudo en el pecho. Esta
era su oportunidad. Su única oportunidad.
—Por supuesto que me acuerdo.
—Aquel fue uno de los días más felices de mi vida.
Lali salió de la cocina y se sentó en el sofá del pequeño
salón. A juzgar por el rostro de Peter, sería mejor que estuviese sentada antes
de escuchar el resto. Peter la siguió pero no se sentó, sino que paseó por
delante de la estantería de Lali durante unos segundos.
—Tú cumplías dieciocho años, y yo por fin iba a decirte que
estaba enamorado de ti. Llevaba meses esperando ese día. Me desperté pronto y
fui al taller para hacer unas horas extra y a la hora de comer fui a comprarte
el regalo. —Peter recorrió con un dedo los lomos de unos libros. Estaba dándole
la espalda a Lali, como si necesitase mantenerse alejado de ella para confesarle
esa parte—. Le pedí al señor de la tienda que me guardase la cámara de fotos
hasta entonces porque tenía miedo de que en casa se me rompiese. Y porque no
quería que la viese nadie. Tú y yo habíamos quedado en la playa y las horas se
me hicieron eternas. Creo que ese día rompí dos platos en el restaurante.
—Volvió a quedarse en silencio durante unos instantes antes de continuar—.
Cuando te vi pensé que era el hombre más afortunado de la capa de la tierra
solo por poder estar allí contigo, y cuando me sonreíste me pregunté qué
diablos había hecho bien en la vida para merecerme tal regalo. Nos besamos e
hicimos planes.
—Sé lo que sucedió en la playa —le interrumpió ella cada vez
más nerviosa—. Cuéntame qué pasó después de que me acompañases a casa.
—Está bien. —Tomó aire y se apartó de la estantería para
acercarse a Lali. Se sentó a su lado en el sofá, aunque mantuvo una distancia
más que prudencial—. Volví a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Era tan
feliz. Tú y yo nos iríamos a Madrid, tú estudiarías y yo... En fin. En cuanto
aparqué la moto y vi aquel coche destartalado supe que algo iba mal. Muy mal.
Lali vio que Peter se estremecía y fue como si durante un
segundo pudiese palpar el mal presagio que lo embargó a él esa maldita noche.
—¿Qué pasó, Peter?
—Aparqué la moto, solía dejarla en ese cobertizo que había
cerca de mi casa, ¿te acuerdas? —Siguió sin esperar a que Lali le contestase—.
Supongo que tendría que haberme dado cuenta antes, pero esas últimas semanas
había estado muy ocupado en el trabajo y pensando en tu cumpleaños, y no até
cabos hasta que fue demasiado tarde. —Soltó el aire de los pulmones y levantó
la cabeza, pero no miró a Lali, sino que dejó la mirada perdida hacia el
horizonte—. Salieron muy rápido del coche y cuando reaccioné Raúl ya me había
dado un puñetazo y me estaba sujetando los brazos.
—¿Raúl?
—Raúl y Julián. Julián era...
—El chico que arrestaron cuando atracasteis juntos a un
taxista en Madrid. Me acuerdo. Me lo contaste un día que te encontré furioso y
con el labio partido en la parte trasera del restaurante en el que trabajabas.
Al parecer unos chicos se habían burlado de ti y te habían insultado.
—Sí. Dios, Lali, ¿qué diablos viste en mí?
—Sigue contándome lo que pasó. ¿Quién es Raúl?, ¿y qué
querían?
—Raúl es, era —se corrigió—, otro de los chicos de Madrid. A
él también lo arrestaron, pero como tenía más de veintiún años fue a una cárcel
de mayor seguridad que la de Julián. Había oído rumores acerca de lo que le
había sucedido allí dentro, pero cuando lo vi esa noche supe que se habían
quedado cortos. Era como un perro rabioso. Después de darme el puñetazo que me
partió la ceja, me sujetó con los brazos en la espalda y observé a Julián.
Recuerdo que pensé que si Julián le daba la orden, no dudaría ni un segundo en
arrancármelos, así que me quedé quieto y esperé a que Julián hablase. Él
también había cambiado mucho, estaba más delgado y llevaba la mitad del rostro
tatuado. Tenía los ojos inyectados en sangre y la heroína circulaba sin
disimulo por sus venas. Estaba fumando, y cuando se acercó me quemó en la mano
—la levantó para enseñarle una marca—, solo para divertirse, y para que le
prestase más atención, supongo.
—Dios mío, Peter —Lali tragó saliva horrorizada.
—Al parecer —siguió Peter con voz distante—, Julián había
conseguido huir de la cárcel y se las había ingeniado para sacar también a Raúl
durante uno de los traslados al juzgado. No recuerdo bien los detalles de esa
parte —se justificó—. Julián estaba convencido de que yo me había salvado de ir
a la cárcel porque lo había delatado, y en su mente yo tenía la culpa de todo
lo que le había pasado. Intenté explicarle la verdad, que el juez me había
soltado porque era menor de edad y porque era mi primera condena, pero no me
creyó. Empezó a insultarme, a decirme que iba a pagárselo, y a golpearme con un
puño de acero mientras Raúl me sujetaba y se reía. No sé cuánto rato estuve
allí, solo recuerdo que pensé que si esa noche iba a morir, al menos te había
besado. Pero eso no fue lo peor. —Peter sacudió la cabeza y se quedó unos
segundos en silencio—. Raúl me arrastró detrás de un coche donde había una
silla y un maletín oculto entre las sombras. Me lanzó encima de la silla y me
ató a ella. Julián empezó a decirme que tenía que compensarle por lo que le había
hecho, que le debía mucho y que más me valía tenerlo bien presente. No le
presté demasiada atención. Hasta que dijo tu nombre.
—Peter... —Lali se llevó una mano a los labios.
—Me retorcí en la silla y tiré de las cuerdas con las que me
habían atado con todas mis fuerzas. Raúl se rio y Julián se acercó a mí con una
jeringuilla.
—Oh, no...
—No pude hacer nada —dijo Peter—. Durante un segundo pensé
que me habían inyectado una dosis letal, pero cuando comprobé que no, deseé que
lo hubiesen hecho. Sentí asco de mí mismo, náuseas, repulsión. Euforia.
Lali se quedó inmóvil, completamente petrificada. Esa
historia era mil veces más horrible que cualquiera de las que ella se había
imaginado, y Peter todavía no había terminado.
—La euforia fue lo peor —confesó—. Raúl soltó las cuerdas
con las que me habían retenido y me quedé allí sentado sin hacer nada. Julián
me dijo que se había enterado de que mi padre trabajaba para el tuyo y de que
tú y yo éramos amigos. Al menos me consoló que creyese que solo éramos eso.
Julián quería secuestrar a tu padre, o atracarlo, o matarlo, sus elucubraciones
cambiaban cada segundo, y yo era una pieza vital del plan. El botín lo
repartiríamos entre los tres, por supuesto, pero no a partes iguales. Y luego
volveríamos a Madrid. La heroína me había hecho efecto, así que no me costó
demasiado seguirle el juego. Ese era mi plan —Peter sonrió sin humor—: seguirle
el juego. Hasta que Julián empezó a hablar de ti y a decir que tal vez
podríamos secuestrarte a ti y divertirnos contigo durante unos días. Fue muy
gráfico. No recuerdo haberme movido, pero de repente vi que tenía el cuello de
Julián entre mis manos y que lo estaba apretando con todas mis fuerzas. Raúl se
lanzó encima de mí, pero me lo quité de encima. No sé si fue la droga o el
odio, pero tenía la fuerza de diez hombres. Estaba poseído, y no podía dejar de
dar puñetazos a Julián, incluso cuando este dejó de resistirse.
—Peter... —balbuceó Lali.
—Raúl sacó una pistola —continuó él con esa voz tan fría y
monótona— y me dijo que me apartase de Julián. Evidentemente, no le hice caso y
seguí golpeándolo. —Flexionó los nudillos al recordar la pelea—. Yo creía que
Julián estaba inconsciente, pero no era así, y me cogió desprevenido al darme
otro puñetazo. Yo me tropecé y caí hacia atrás justo en el mismo instante en
que Raúl disparó. —Se quedó en silencio como si estuviese oyendo de nuevo aquel
disparo—. Julián cayó al suelo con un agujero de bala en el pecho. La mancha de
sangre se extendió por su mugrienta camiseta y empapó el suelo del descampado.
—¡Oh, Dios mío! —Lali tuvo arcadas al imaginarse el horror
que describía Peter.
—Raúl, el muy idiota, se echó encima de mí y empezamos a
forcejear. El arma se disparó. Cerré los ojos y pensé que por fin había acabado
todo, pero cuando volví a abrirlos vi que seguía vivo y que la sangre de Raúl
se me estaba pegando a la ropa. Me lo quité de encima y me quedé allí tumbado
en el suelo.
—¿Por qué no llamaste a la policía? Tú no habías hecho nada
malo y fue en defensa propia.
—Estaba drogado, Lali —dijo Peter—. Nadie me habría creído.
Además, todavía no he acabado de contarte lo que pasó esa noche.
A Lali le dio un vuelco el corazón. ¿Qué más le había
sucedido?
—Iba a llamar a la policía. Me incorporé un poco y empecé a
pensar. Lo único que tenía que hacer era esperar a que se me pasase el efecto
de la droga y llamar a la policía y contarles la verdad. Después te llamaría a
ti y juntos saldríamos adelante. —Suspiró abatido—. Ese era mi plan.
—Era un gran plan —susurró Lali—. ¿Por qué no lo seguiste?
—Oí unos pasos y al abrir los ojos vi que no estaba solo. De
todas las personas que podrían haberme encontrado en ese descampado,
probablemente ella era la peor de todas.
—¿Quién te encontró?
—Mi madre.
—¿Tu madre?
—Sí —afirmó Peter completamente agotado—. Por suerte, esa
noche Juan Martin y Valentina habían ido con mi padre de acampada y en casa
solo estaba mi madre. Al parecer no podía dormir y cuando oyó el ruido de mi
moto acercándose fue a la cocina a beber un poco de agua. Desde la ventana de
la cocina podía verse el cobertizo, así que lo vio todo.
«¿Y no hizo nada?», pensó Lali aturdida por el relato.
—Al principio todo fue muy bien —siguió Peter—, me curó las
heridas y me preguntó si estaba bien. Mi madre llevaba años sin dirigirme más
de dos palabras seguidas, así que bajé la guardia y se lo conté todo. Le conté
que estaba enamorado de ti y le hablé de nuestros planes.
—¿Y ella qué te dijo?
—Que no me creía. Me dijo que me lo estaba inventando todo
para despistarla y que probablemente Julián y Raúl habían ido allí esa noche
porque habíamos quedado.
—¿Qué...? —A Lali se le rompió el corazón al recordar el
daño que le había hecho a Peter que su madre le rechazase de aquel modo después
de Madrid.
—Sí, me acusó de tomar drogas y de ser un delincuente. Me
dijo que nadie me creería, que bastaba con mirarme para saber que Julián, Raúl
y yo teníamos planeado algo y que lo que había sucedido en ese descampado había
sido una pelea entre animales. Me dijo que la policía me arrestaría y que me
condenarían por el asesinato de Raúl, y probablemente también por el de Julián.
Al fin y al cabo, yo era el único que seguía en pie de los tres. Y era más que
evidente que estaba colocado, todavía tenía la marca de la aguja en el brazo.
—Dios mío, Peter. ¿Qué le dijiste?
—Le dije que no era verdad, que me habían golpeado y atado a
una silla y que me habían inyectado la droga a la fuerza. Le grité que si de
verdad había estado mirando por la ventana tenía que haberlo visto.
—¿Y qué te dijo?
—Que estaba muy oscuro y que no sabía exactamente qué había
visto, pero que estaba claro que yo estaba colocado y que había disparado a
Raúl. Me recorrió con la mirada y cuando bajé la vista hacia mi ropa vi que la
tenía toda manchada de sangre. Ese fue el preciso instante en que comprendí que
nadie iba a creerme. Pero aun así me dije que iba a demostrarles a todos que se
equivocaban.
—¿Qué sucedió después? —le preguntó Lali. Si Peter no se
había quedado, era porque al final algo le había hecho cambiar de opinión.
—Mi madre se puso furiosa y me dijo que no iba a permitir
que le echase a perder el futuro de Juan Martin y de Valentina, pero en
especial el de Juan Martin. Al parecer mi hermano había ganado una beca para ir
a la universidad. Se la habían concedido esa misma tarde.
—Oh, no... —susurró Lali.
—Sí, la beca de la empresa de tu padre. Juan Martin ganó la
beca Ruiz-Espsito y mi madre me dijo que si tu padre se enteraba de lo nuestro,
o de que yo había intentado abusar de ti...
—Tú nunca intentaste abusar de mí —lo interrumpió.
—Mi madre sabía perfectamente que eso era mentira, pero
empezó a decir que cuando se supiese que había matado a uno de mis amigos,
nadie dudaría de que también era un violador. Y un yonqui. Me exigió que me
fuese, de casa y de Cádiz y que no volviese nunca más.
—Dios mío.
—Yo me negué. Le dije que también era mi casa y que quería
ver a mi padre y a mis hermanos. Juan Martin por fin volvía a hablarme y quería
mucho a Valentina.
—¿Y qué dijo tu madre?
—Mi querida madre se levantó y fue a mi dormitorio, y un
minuto más tarde volvió con un paquete de un quilo de heroína y la pistola.
Supongo que cuando me ayudó a levantarme del suelo del descampado se la di y
que debió de encontrar el paquete de heroína tirado por allí cerca. No lo sé. Se
sentó frente a mí y me dijo que tenía dos opciones; podía irme por las buenas a
Chile, allí vivía nuestro tío y seguro que me acogería, o por las malas.
—¿Las malas?
—Mi madre amenazó con llamar a la policía y decirles todo lo
que había visto. Con mis antecedentes, seguro que me encerrarían y tirarían la
llave. Además, la buena de mamá estaba dispuesta a darles la pistola, con mis
huellas dactilares, por supuesto, y el quilo de heroína. Y a pedir que me
hiciesen un análisis de sangre. En cambio, si me iba sin rechistar, ella no
diría nada a nadie y se encargaría de guardar la pistola a buen recaudo. Cuando
la policía encontrase los cadáveres de Julián y de Raúl nadie ataría cabos y
seguro que lo archivarían como un ajuste de cuentas entre yonquis. Yo podría
empezar una nueva vida en Chile sin temor a que me metiesen en la cárcel,
siempre y cuando no volviese nunca a España.
—Pero si es tu madre —repitió atónita Lali incapaz de
comprender el razonamiento de Antonia.
—Al parecer ella solo tenía dos hijos; Juan Martin y Valentina.
Yo le había salido mal, así que decidió olvidarme. Y te aseguro que no lo decía
en broma, si no me hubiese ido, mi madre habría llamado a la policía y habría
hecho que me arrestasen. Además, me impuso varias condiciones; no podía volver
hasta que Juan Martin hubiese terminado la carrera, y tampoco podía volver a
ponerme en contacto contigo de ninguna manera. Si incumplía alguna de esas
condiciones, ella llamaría a la policía y les daría la droga y la pistola, y
les contaría con pelos y señales cómo la había obligado a ayudarme a huir del
país. Si me portaba bien y me iba en silencio, ella permitiría que mis hermanos
siguiesen en contacto conmigo, al menos por carta. Aunque jamás podría
contarles la verdad, por supuesto.
—¿Y te fuiste sin más?
—No —le aseguró él furioso mirándola a los ojos—, sin más,
no. Irme de aquí esa noche fue lo más duro que había hecho en mi vida. —Todavía
tenía pesadillas en las que revivía la agonía que sintió al subirse al tren
rumbo al aeropuerto—. Pero no tuve elección. No quería perder a mis hermanos, y
si no obedecía a mi madre, a ti te perdería tarde o temprano.
—Podrías haberme pedido ayuda. O podrías haberme escrito
para contármelo todo y pedirme en la carta que te guardase el secreto. Yo lo
habría hecho. Tu madre jamás se habría enterado de que estábamos en contacto.
—No podía correr el riesgo, La. No quería que tú y mis
hermanos creyeseis que vendía droga, que era un delincuente. O que había matado
a alguien.
Lali iba a decirle que ninguno de los tres jamás habría
creído tal cosa, pero una parte de ella la obligó a reconocer que Peter
probablemente tenía razón. En esa época ella y Juan Martin eran muy jóvenes, y Valentina
tan solo era una niña. Quizá sí que se lo habrían creído. Era evidente que Peter
había creído que la amenaza de su madre era real, tanto que incluso había
aceptado sus condiciones.
—Un momento —dijo Lali de repente—. Tu padre murió hace seis
años, y tu madre se fue a vivir a otra ciudad con ese hombre. ¿Por qué no
volviste entonces a buscarme? ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo? —Notó
que le resbalaba una lágrima por la mejilla y no intentó detenerla.
—Hace seis años yo aún no era capitán y Valentina seguía
siendo una niña. Tenía miedo de que mi madre hiciese algo para ponerla en mi
contra.
—¿Y a mí por qué no me llamaste ni me escribiste? Yo lo
habría entendido. Lo único que tenías que hacer era escribirme y contarme por
qué no podíamos estar juntos en ese momento. Yo te amaba, Peter. Te habría
esperado. Si me hubieses contado lo que pasaba, lo habría entendido y quizás
habríamos encontrado el modo de estar juntos. Te amaba, habría hecho cualquier
cosa con tal de estar contigo.
«Amaba.»
—Tenía miedo, La. Lo siento. Tú y yo éramos muy jóvenes
cuando nos enamoramos, y tenía miedo de...
—¿De qué, maldita sea?
—De que no fuese real. Tenía miedo de volver y de ver que me
odiabas. O peor aún, que me habías olvidado. Si no volvía, tú seguirías
eternamente en mi mente como la chica que me dijo que me quería a la orilla del
mar.
—Lo que te sucedió es horrible, Peter, y daría mi vida
porque no hubieses pasado por algo así, pero sigo sin entender que no confiaras
en mí. Dios mío, Peter, te habría ayudado, habría estado a tu lado. Yo creía en
ti. —Se secó una lágrima de la mejilla—. ¿Sabes el tiempo que me pasé dudando
de mí y de mis sentimientos? ¡Años! Por no hablar de las noches que me pasé
llorando de lo mucho que te echaba de menos. Eras mi mejor amigo, Peter. Y te
fuiste sin decirme nada. Y años más tarde, cuando me enteré de que te escribías
con tus hermanos, fue como si volvieras a abandonarme en esa playa. Jamás me he
sentido tan estúpida como en ese momento.
—Ya te he contado por qué no te escribí.
—Habrías podido encontrar el modo. Dios, Peter, eres el
hombre más fuerte que conozco. Mírate, hace apenas veinte años eras un
delincuente juvenil y estabas enganchado a las drogas y ahora eres capitán de
uno de los puertos más importantes de España. Si conseguiste desengancharte y
empezar una nueva vida, e incluso convertirte en capitán de la marina, bien
podrías haber encontrado el modo de ponerte en contacto conmigo.
—¿Y qué habrías hecho tú? —le preguntó dolido al ver que
ella se negaba a comprender la horrible situación por la que había pasado. Peter
había creído que cuando por fin le contase la verdad a Lali, ella entendería lo
sucedido—. Dime, ¿qué habrías hecho tú en mi lugar? ¿Habrías sido capaz de
permitir que Alexia te viese convertida en una delincuente? Sé sincera contigo
misma y dime que no habrías hecho lo mismo.
—¡Doce años, Peter! ¡Has tardado doce años en regresar!
Maldito seas. Si Galindo no se hubiese jubilado, quién sabe cuándo habrías
vuelto.
—No digas eso.
—¿Y qué quieres que diga? Ni siquiera me llamaste para
avisarme de que volvías. No perdiste ni un segundo pensando en cómo iba a
afectarme verte en el trabajo.
—No he perdido ni un segundo pensando en cómo iba a
afectarte eso porque me he pasado todos estos años pensando en ti. Echándote de
menos. Queriéndote. Muriéndome por tenerte a mi lado y poder besarte.
—Pues yo me he pasado todo ese tiempo odiándote.
Olvidándote. Deseando no haberte besado nunca —dijo con la voz rota.
Peter retrocedió abatido. Derrotado.
—Yo... lo siento —le dijo con suma tristeza—. Siento haberte
hecho daño.
Lali se secó las lágrimas y se negó a reconocer que él
también estaba llorando. Él no tenía derecho a sentirse triste y herido. Él
sabía lo que estaba haciendo durante todos esos años, era ella la que se los
había pasado convencida de que él la había abandonado sin más.
—Será mejor que te vayas, Peter. Me gustaría estar sola.
Él abrió los ojos, que por las lágrimas resplandecían como
estrellas, e intentó controlar el músculo que le temblaba en la mandíbula. Era
evidente que no quería irse, pero accedió a la petición de Lali.
—De acuerdo. Me iré. —Se puso en pie y se acercó a la
puerta. Él nunca se había imaginado que las cosas pudiesen terminar así entre
ellos dos—. Nos vemos mañana. Si necesitas algo...
—No te preocupes. Nos vemos mañana.
Uff q fuerte todo
ResponderEliminarotroo porfaas
bueno por fin le conto todo lo que paso....fue horrible...pero entiendo.a Lali...dios..me encanta la nove !!!!!!
ResponderEliminarale me dejas con una cara de sorpresa (°0°) dale seguila masss no te olvides avisarme por el twitter @cryssmile
ResponderEliminarSubes mas porfa como se llama el autor de la nove
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