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jueves, 5 de junio de 2014

Capitulo: 17


Si volviera a nacer, si empezara de nuevo,
volvería a buscarte en mi nave del tiempo.
AMARAL, Cómo hablar

Peter se despertó solo en su apartamento y se dijo que Lali lo llamaría más tarde, que era imposible que la noche anterior hubiesen tenido esa conversación tan extraña y tan sincera y que ahora ella desapareciese sin más.
Se equivocó.
Lali no lo llamó ni ese día ni ninguno otro, y cuando él se tragó el orgullo y marcó el número de ella (que tuvo que coger de su ficha de personal), no le cogió el teléfono. Intentó calmarse, recordar que tenía que darle tiempo, que su madre estaba enferma, pero no pudo. Estaba muy dolido, y muy cansado. Se negó a seguir analizándolo y recurrió a la misma técnica que le había ayudado a mantener la cordura en el ejército; no pensar en Lali. Dejar los buenos recuerdos encerrados en una parte de su mente y de su corazón y confiar en que la recuperaría.
Se pasó la semana completamente sumergido en distintos proyectos de capitanía. Domingo le riñó un par de veces y le dijo que trabajaba demasiado, y él le respondió que no tenía otra cosa que hacer y que le gustaba mantenerse ocupado. Además, Galindo, el antiguo capitán, se había encargado de dejarle mil temas a medias y Peter quería reconducir tantos como le fuese posible antes de irse de España. Todavía no lo había decidido del todo, por un lado no quería volver a perder a sus hermanos, pero quizá podría encontrar trabajo en otra capitanía de España lejos de Cádiz, o quizás incluso en un buque, así vería a sus hermanos sin estar cerca de Lali.
El jueves, Lali se presentó en el trabajo y respondió las preguntas de todos sus compañeros acerca de la salud de su madre. Aceptó los abrazos de Domingo y de Márquez y agradeció las muestras de afecto del resto. Y a Peter se limitó a saludarle y a responderle con un «Bien, gracias». El viernes, ella tenía una reunión programada con el centro de recuperación de especies marinas de la bahía y salió de capitanía a primera hora. Peter aprovechó entonces para hacer algo que llevaba días deseando hacer.
Peter recordaba perfectamente la casa en la que se había criado Lali. La había ido a buscar un par de veces a escondidas y en una ocasión había acompañado allí a su padre cuando este trabajaba de chófer del señor Ruiz-Espsito. Llamó al timbre y respiró hondo, y cruzó los dedos para que no le echasen de allí a patadas.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo? —le preguntó una mujer con uniforme médico. Con toda seguridad sería la enfermera de la que le había hablado Lali.
—Buenos días, me llamo Peter Lanzani y me gustaría ver a la señora Ávila —se presentó él escueto.
—Espere aquí un segundo, por favor —dijo la enfermera, pero antes de que pudiese irse a preguntar, otra mujer apareció en la puerta.
—¿Peter, eres tú?
—¿Alexia? —Peter había visto a la hermana de Lali en un par de ocasiones y le sorprendió que ella le reconociese.
—Eres igual que tu hermano —le explicó ella—, solo que tú eres un poco más alto. Pasa, pasa. No te preocupes, Maite —le dijo a la enfermera—, ya le acompaño yo. ¿Por qué no aprovechas para descansar un poco?
Maite hizo un gesto afirmativo y se dirigió hacia el dormitorio que le habían asignado. La casa de los Ruiz-Espsito había visto épocas mejores, pero seguía siendo una construcción impresionante. Y más ante los ojos de Peter. O eso había pensado antes, ahora, convertido en un hombre, ya no le afectaba tanto.
—¿Has venido a ver a mamá? —le preguntó Alexia intrigada—. No sabía que os conocíais.
—No demasiado —afirmó sincero.
—Pasa, le encantan las visitas.
Alexia guio a Peter por un largo pasillo hasta el dormitorio de su madre. Llamó a la puerta antes de entrar.
—¿Mamá? Tienes visita —le dijo sin terminar de entrar.
—Pues hazla pasar, Alexia. No tengo mucho tiempo, ¿sabes?
—Ahora le ha dado por hacer bromas de mal gusto —le dijo Alexia a Peter sin molestarse demasiado en bajar el tono de voz—. Mamá, este es...
—Peter Lanzani.
—Exacto —dijo su hija sorprendida.
—No me mires así, tengo cáncer, no alzhéimer.
—¡Mamá! —la riñó Alexia—. Si os parece bien, os dejaré solos.
—Claro, no te preocupes, creo que podremos entretenernos un rato sin ti.
—Gracias, Alexia —le dijo Peter.
—Bueno, bueno, Peter Lanzani. Me alegro de que hayas vuelto. Siéntate aquí, a mi lado. —Ella estaba sentada en la cama y señaló una butaca que tenía al lado.
—Gracias, señora Ruiz-Espsito.
—Ahora es solo Ávila, el señor Ruiz-Espsito —pronunció «señor» como un insulto— y yo nos divorciamos hace años.
—Lo sé, y lo siento, señora Ávila.
—Yo no, y llámame Patricia. El señor Ruiz-Espsito resultó ser un cretino y a la gente así es mejor quitártela de encima. En esta vida solo importa la gente que de verdad nos ama y a la que amamos, ¿no crees?
—Sí.
—Me acuerdo de ti, siempre me pareciste un chico muy triste. Nunca sonreías.
—En esa época no tenía demasiados motivos para sonreír.
—¿Y ahora?
Peter se encogió de hombros. Esa mujer parecía tener el don de ver dentro de él.
—Permíteme que te dé un consejo, Peter.
—Claro —dijo él a falta de otra palabra.
—Lucha por ser feliz, por tener a tu lado a la gente que amas.
—¿Y si esa persona no quiere estar a mi lado?
—¿Por qué no va a querer?
«¿Por qué diablos estaba teniendo esa conversación con la madre de Lali?»
—Porque quizá le hice daño en el pasado y ahora no está dispuesta a escucharme —se sorprendió a sí mismo diciendo—. Ni a perdonarme.
—No sé, Peter. En mi opinión, si de verdad amas a esa persona, oblígala a escucharte. Esta vida es muy corta como para llenarla de arrepentimientos. Hay cosas por las que vale la pena arriesgarse.
—¿Y cómo sé si vale la pena?
—Mira, eso solo puedes responderlo tú, pero te diré que a pesar de todo lo que me hizo al final, no me arrepiento de haber estado con mi ex marido.
—¿Por qué? —preguntó Peter—. Discúlpeme, no es asunto mío.
—No pasa nada, ya te he dicho que no tengo tiempo que perder, así que me gusta que la gente sea directa a mi alrededor. No me arrepiento porque gracias a él tengo a Lali y a Alexia. Sí, no te negaré que preferiría que no me hubiese sido infiel, y que el muy cretino pudiera haber sido más cauteloso con el patrimonio de nuestras hijas. Yo no tuve el amor de mi marido, pero he tenido el de mis hijas. Y la verdad es que ha valido la pena. Esa persona de la que hablas, ¿la amas?
—Sí. —«¿Por qué tenía la sensación de que Patricia sabía perfectamente que estaba hablando de su hija Lali?» Serían imaginaciones suyas.
—Entonces no te rindas. Créeme, Peter, algún día puedes estar en mi situación y entonces, ¿te arrepentirías de no haber hecho todo lo posible para que ella te escuchase?
Peter asintió y carraspeó incómodo.
—Me acuerdo de un día que la vi en el puerto, usted iba con sus hijas. Las tres comían helado y estaban riéndose.
—Sí, en verano nos gustaba ir a comprar helado juntas. Había una heladería que vendía sabores rarísimos. Me habría gustado hacerlo con mis nietos. O mis nietas.
En aquel preciso instante nada le habría gustado más a Peter que poder prometerle a esa mujer que él llevaría a sus nietas a comer helado por el puerto, pero como no podía se limitó a cogerle la mano.
—¡Qué diablos estás haciendo aquí!
—Lali, yo... —farfulló poniéndose en pie—. Lo siento.
—¡Lali, dónde están tus modales! —la reprendió su madre.
—No tienes derecho a estar aquí. Vete ahora mismo.
—¡Lali! —gritó Patricia escandalizada—. ¿Pero qué te pasa?
—No se preocupe, Patricia. Es culpa mía, tendría que haberle dicho a Lali que vendría a visitarla. Gracias por atenderme. Me ha gustado mucho hablar con usted. —Inclinó la cabeza a modo de despedida.
—Y a mí también, Peter. Gracias por venir a verme.
Peter esquivó a Lali, que se había plantado a los pies de la cama, y salió del dormitorio. Con algo de suerte, conseguiría salir de esa casa antes de que ella decidiese seguirle.
—¿Ya te vas, Peter? —Alexia lo interceptó y eliminó cualquier posibilidad de que Peter saliese ileso de aquella situación—. Lali acaba de llegar.
—Lo sé. Gracias por haberme dejado ver a tu madre —le dijo sincero a Alexia—. Me ha gustado volver a verte, Alexia, aunque lamento las circunstancias que lo han propiciado.
—Y yo. Ahora que te tengo cerca —dijo ella cambiando de tema—, no te pareces en nada a Juan Martin.
—No, en nada... —afirmó rotundo—. Él es mucho mejor que yo. Créeme.
Alexia lo miró intrigada por el comentario, pero la irrupción de Lali evitó que hiciese algún otro comentario.
—¿Por qué has venido a ver a mi madre? —le preguntó Lali furiosa.
Peter respiró hondo y se volvió para enfrentarse a ella. Por el rabillo del ojo vio que Alexia se escurría por el pasillo para dejarlos solos.
—Es tu madre, y ella siempre me pareció una gran señora. Pensé que, dadas las circunstancias, era lo mínimo que podía hacer —se explicó él.
—Tendrías que habérmelo dicho —le recriminó ella.
—Después de la otra noche no quería que creyeras que era una estratagema para conseguir algo de ti. Solo quería visitarla, presentarle mis respetos e irme. No quería que creyeras que utilizaba algo tan serio como la enfermedad de tu madre para acercarme a ti.
Lali lo escuchó con atención pero no dijo nada, así que Peter volvió a hablar.
—Mira, ya sé que no quieres saber porqué me fui. Ni por qué volví. Y aunque me duela, sé que no quieres tener nada que ver conmigo. He venido a ver a tu madre porque ella siempre me gustó y porque pensé que quizás a ella le gustaría tener visitas. Lamento si te he ofendido, o si crees que no debería haber venido, pero la verdad es que me alegro de haberlo hecho. —Esperó unos segundos y al no obtener respuesta se dio por vencido—. Está bien. Me voy. Prometo que no volveré a molestarte.
Se dio media vuelta y se dirigió hacia la salida. Tenía ya la mano en el picaporte cuando Lali lo detuvo con unas palabras que Peter creía que no oiría jamás.
—¿Por qué te fuiste?
Él se quedó inmóvil y cerró los ojos.
—¿De verdad quieres hablar de esto ahora? —le preguntó sin mirarla—. ¿Aquí?
Lali se quedó pensándolo y Peter se maldijo por haberla hecho dudar. «Seguro que ahora cambia de opinión.»
—No, aquí no. Ven a mi casa dentro de una hora. Quiero ver a mi madre antes de irme.
—De acuerdo. Allí estaré.
En cuanto Peter se fue, Lali volvió al dormitorio de su madre. Seguro que tanto ella como Alexia se estaban preguntando si se había vuelto loca. Por lo que ellas sabían, Peter era su jefe y el hermano mayor del médico de Patricia, y ella le había tratado como si fuese un delincuente y prácticamente le había echado de la casa. Lali era consciente de que había sido innecesariamente maleducada con él pero cuando le vio allí sentado, charlando con su madre, sujetándola de la mano, perdió los estribos. Cuanto más se metiese Peter en su vida, más le costaría a ella volver a recomponerse cuando él desapareciese. Y desaparecería.
—Lali Ruiz-Espsito Ávila —dijo su madre nada más verla entrar—, ¿puede saberse qué demonios te pasa? Ese chico no se merecía que le tratases así.
Lali no pudo evitar sonreír al escuchar a su madre refiriéndose a Peter como «chico».
—Lo sé, mamá. Tienes razón. Ya me he disculpado con él. Es que estoy muy nerviosa y su visita me ha cogido desprevenida.
—Ese chico lo está pasando muy mal, Lali. Deberías tener más cuidado.
—¿De qué estás hablando? —le preguntó Lali a su madre tras escuchar aquel consejo.
—Estoy cansada, niñas —dijo Patricia sin responder a su hija mayor—. Creo que dormiré un rato.
—Claro, mamá. —Alexia fue la primera en reaccionar—. Si me necesitas estaré en el salón.
—Sí, sí, mamá. Descansa un rato. —Lali se agachó y le dio un beso a su madre antes de irse.
Patricia Ávila les sonrió y se tumbó a descansar. En el pasillo, Alexia cogió a su hermana del brazo y la llevó a la cocina.
—¿Puede saberse qué estás haciendo? —le preguntó Lali.
—Eso mismo quiero saber yo —contraatacó Alexia sirviéndose un vaso de agua—. ¿Qué te pasa con Peter? Le he visto la cara cuando le has gritado por haber venido a ver a mamá y te aseguro que jamás había visto a nadie tan angustiado. Antes de que tú llegases, hemos estado hablando un rato y te juro que me ha parecido muy sincero. Si hubiese creído que venía a ver a mamá para curiosear o por algún motivo escabroso, no le habría dejado entrar.
—Lo sé, Alexia. No es culpa tuya, lo que pasa es que tú no sabes toda verdad.
—Quizá, pero sé que ese hombre está enamorado de ti —afirmó su hermana como si nada—. Solo os he visto unos segundos juntos pero me han bastado para saber que ese hombre, a pesar de lo dolido que se sentía por tus insinuaciones, lo único que quería hacer era abrazarte.
—No sabes de lo que hablas.
—Oh, vamos, Lali, soy tu hermana pequeña. Reconozco que ignoro los detalles, aunque me gustaría saberlos —añadió con una sonrisa para aligerar algo el tono de la conversación—, pero no tengo ninguna duda de que entre tú y Peter hay algo. Él es el chico que te rompió el corazón cuando tenías dieciocho años, ¿no?
Lali abandonó cualquier intento de seguir ocultándole la verdad a Alexia y se sentó en una de las sillas que había junto a la mesa de la cocina.
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Lali, tenía quince años pero no era idiota. ¿Qué pasó realmente?
—Nada. —«Solo que me dijo que me quería y que estaríamos juntos para siempre»—. Te lo juro. Le vi el día de mi cumpleaños —le explicó— y esa misma noche desapareció sin decirme ni una palabra.
—¿Por qué?
—No lo sé.
—Tuvo que sucederle algo, algo muy grave para dejarte de ese modo.
—¿Cómo estás tan segura?
—¿Cómo es posible que tú no lo estés? ¿Acaso no ves cómo te mira? Dios, Lali, cómo puedes estar tan ciega. Y ser tan obstinada.
—¿Por qué estás de su parte?
—No estoy de su parte, estoy de la tuya, Lali.
—Pues no lo parece.
—Mira, Lali, mamá está enferma. Muy enferma, y a ti y a mí nos esperan momentos muy difíciles. ¿De verdad quieres pasarlos sola?
—Te tendré a ti —le dijo a su hermana mirándola a los ojos.
—Sabes perfectamente que no me refiero a eso —respondió Alexia emocionada—. ¿No crees que te mereces saber la verdad, que los dos os lo merecéis? Yo no sé demasiado sobre el amor, nuestros padres no son que digamos un gran ejemplo a seguir, pero me gusta creer que el día que lo encuentre no seré tan estúpida como para dejarlo escapar por culpa de algo tan absurdo como el orgullo.
—Le he dicho que vaya más tarde a mi casa para hablar. Hasta ahora no le he dejado que me cuente por qué ha vuelto.
—Pues a qué estás esperando. —Alexia se acercó a su hermana y la abrazó—. Vamos, ve a hablar con él.
Peter ya iba a irse de casa de Lali cuando la vio llegar calle abajo y corrió hacia ella.
—¿Le ha sucedido algo a tu madre? —le preguntó preocupado en cuanto llegó a su lado.
—No... —respondió ella sintiéndose un poco culpable—. Siento el retraso, me he quedado hablando con mi madre y con mi hermana. Y antes de irme he tenido que dejar a Magnum instalado.
—Ah, ya me parecía raro no haberle oído —señaló Peter sorprendido por la cálida respuesta de Lali.
—Sí, lo he llevado a casa de mi madre. A ella siempre le ha hecho gracia, y a Magnum le encanta que le mimen. En fin, siento haber llegado tarde. Te habría llamado al móvil, pero me he dado cuenta de que no tengo tu número.
—Si quieres te lo doy —ofreció Peter convencido de que se había quedado dormido en el coche y estaba soñando toda aquella conversación—. Y no te preocupes por el retraso, me alegro de que hayas podido hablar con tu madre. Es una señora increíble.
—Sí que lo es.
Llegaron al portal de casa de Lali y ella sacó la llave del bolso para abrir la puerta y dejarle entrar.
—Pasa.
—Gracias.
—¿Quieres tomar algo? Yo me prepararé una infusión.
—Lo mismo que tú está bien, gracias.
Lali entró en la cocina y abrió un par de armarios en busca de los utensilios necesarios. Pero cuando los tuvo en la encimera se dio cuenta de que no podía seguir con eso y optó por ser sincera.
—¿Por qué te fuiste, Peter? Cuéntamelo, y no vuelvas a preguntarme si estoy segura de si quiero hablar de esto ahora. No puedo seguir dudando. Cuéntamelo y quizá después los dos podremos seguir con nuestras vidas.
—De acuerdo. ¿Te acuerdas del día de tu cumpleaños? —Empezó Peter algo nervioso. Le temblaban las manos y sentía un horrible nudo en el pecho. Esta era su oportunidad. Su única oportunidad.
—Por supuesto que me acuerdo.
—Aquel fue uno de los días más felices de mi vida.
Lali salió de la cocina y se sentó en el sofá del pequeño salón. A juzgar por el rostro de Peter, sería mejor que estuviese sentada antes de escuchar el resto. Peter la siguió pero no se sentó, sino que paseó por delante de la estantería de Lali durante unos segundos.
—Tú cumplías dieciocho años, y yo por fin iba a decirte que estaba enamorado de ti. Llevaba meses esperando ese día. Me desperté pronto y fui al taller para hacer unas horas extra y a la hora de comer fui a comprarte el regalo. —Peter recorrió con un dedo los lomos de unos libros. Estaba dándole la espalda a Lali, como si necesitase mantenerse alejado de ella para confesarle esa parte—. Le pedí al señor de la tienda que me guardase la cámara de fotos hasta entonces porque tenía miedo de que en casa se me rompiese. Y porque no quería que la viese nadie. Tú y yo habíamos quedado en la playa y las horas se me hicieron eternas. Creo que ese día rompí dos platos en el restaurante. —Volvió a quedarse en silencio durante unos instantes antes de continuar—. Cuando te vi pensé que era el hombre más afortunado de la capa de la tierra solo por poder estar allí contigo, y cuando me sonreíste me pregunté qué diablos había hecho bien en la vida para merecerme tal regalo. Nos besamos e hicimos planes.
—Sé lo que sucedió en la playa —le interrumpió ella cada vez más nerviosa—. Cuéntame qué pasó después de que me acompañases a casa.
—Está bien. —Tomó aire y se apartó de la estantería para acercarse a Lali. Se sentó a su lado en el sofá, aunque mantuvo una distancia más que prudencial—. Volví a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Era tan feliz. Tú y yo nos iríamos a Madrid, tú estudiarías y yo... En fin. En cuanto aparqué la moto y vi aquel coche destartalado supe que algo iba mal. Muy mal.
Lali vio que Peter se estremecía y fue como si durante un segundo pudiese palpar el mal presagio que lo embargó a él esa maldita noche.
—¿Qué pasó, Peter?
—Aparqué la moto, solía dejarla en ese cobertizo que había cerca de mi casa, ¿te acuerdas? —Siguió sin esperar a que Lali le contestase—. Supongo que tendría que haberme dado cuenta antes, pero esas últimas semanas había estado muy ocupado en el trabajo y pensando en tu cumpleaños, y no até cabos hasta que fue demasiado tarde. —Soltó el aire de los pulmones y levantó la cabeza, pero no miró a Lali, sino que dejó la mirada perdida hacia el horizonte—. Salieron muy rápido del coche y cuando reaccioné Raúl ya me había dado un puñetazo y me estaba sujetando los brazos.
—¿Raúl?
—Raúl y Julián. Julián era...
—El chico que arrestaron cuando atracasteis juntos a un taxista en Madrid. Me acuerdo. Me lo contaste un día que te encontré furioso y con el labio partido en la parte trasera del restaurante en el que trabajabas. Al parecer unos chicos se habían burlado de ti y te habían insultado.
—Sí. Dios, Lali, ¿qué diablos viste en mí?
—Sigue contándome lo que pasó. ¿Quién es Raúl?, ¿y qué querían?
—Raúl es, era —se corrigió—, otro de los chicos de Madrid. A él también lo arrestaron, pero como tenía más de veintiún años fue a una cárcel de mayor seguridad que la de Julián. Había oído rumores acerca de lo que le había sucedido allí dentro, pero cuando lo vi esa noche supe que se habían quedado cortos. Era como un perro rabioso. Después de darme el puñetazo que me partió la ceja, me sujetó con los brazos en la espalda y observé a Julián. Recuerdo que pensé que si Julián le daba la orden, no dudaría ni un segundo en arrancármelos, así que me quedé quieto y esperé a que Julián hablase. Él también había cambiado mucho, estaba más delgado y llevaba la mitad del rostro tatuado. Tenía los ojos inyectados en sangre y la heroína circulaba sin disimulo por sus venas. Estaba fumando, y cuando se acercó me quemó en la mano —la levantó para enseñarle una marca—, solo para divertirse, y para que le prestase más atención, supongo.
—Dios mío, Peter —Lali tragó saliva horrorizada.
—Al parecer —siguió Peter con voz distante—, Julián había conseguido huir de la cárcel y se las había ingeniado para sacar también a Raúl durante uno de los traslados al juzgado. No recuerdo bien los detalles de esa parte —se justificó—. Julián estaba convencido de que yo me había salvado de ir a la cárcel porque lo había delatado, y en su mente yo tenía la culpa de todo lo que le había pasado. Intenté explicarle la verdad, que el juez me había soltado porque era menor de edad y porque era mi primera condena, pero no me creyó. Empezó a insultarme, a decirme que iba a pagárselo, y a golpearme con un puño de acero mientras Raúl me sujetaba y se reía. No sé cuánto rato estuve allí, solo recuerdo que pensé que si esa noche iba a morir, al menos te había besado. Pero eso no fue lo peor. —Peter sacudió la cabeza y se quedó unos segundos en silencio—. Raúl me arrastró detrás de un coche donde había una silla y un maletín oculto entre las sombras. Me lanzó encima de la silla y me ató a ella. Julián empezó a decirme que tenía que compensarle por lo que le había hecho, que le debía mucho y que más me valía tenerlo bien presente. No le presté demasiada atención. Hasta que dijo tu nombre.
—Peter... —Lali se llevó una mano a los labios.
—Me retorcí en la silla y tiré de las cuerdas con las que me habían atado con todas mis fuerzas. Raúl se rio y Julián se acercó a mí con una jeringuilla.
—Oh, no...
—No pude hacer nada —dijo Peter—. Durante un segundo pensé que me habían inyectado una dosis letal, pero cuando comprobé que no, deseé que lo hubiesen hecho. Sentí asco de mí mismo, náuseas, repulsión. Euforia.
Lali se quedó inmóvil, completamente petrificada. Esa historia era mil veces más horrible que cualquiera de las que ella se había imaginado, y Peter todavía no había terminado.
—La euforia fue lo peor —confesó—. Raúl soltó las cuerdas con las que me habían retenido y me quedé allí sentado sin hacer nada. Julián me dijo que se había enterado de que mi padre trabajaba para el tuyo y de que tú y yo éramos amigos. Al menos me consoló que creyese que solo éramos eso. Julián quería secuestrar a tu padre, o atracarlo, o matarlo, sus elucubraciones cambiaban cada segundo, y yo era una pieza vital del plan. El botín lo repartiríamos entre los tres, por supuesto, pero no a partes iguales. Y luego volveríamos a Madrid. La heroína me había hecho efecto, así que no me costó demasiado seguirle el juego. Ese era mi plan —Peter sonrió sin humor—: seguirle el juego. Hasta que Julián empezó a hablar de ti y a decir que tal vez podríamos secuestrarte a ti y divertirnos contigo durante unos días. Fue muy gráfico. No recuerdo haberme movido, pero de repente vi que tenía el cuello de Julián entre mis manos y que lo estaba apretando con todas mis fuerzas. Raúl se lanzó encima de mí, pero me lo quité de encima. No sé si fue la droga o el odio, pero tenía la fuerza de diez hombres. Estaba poseído, y no podía dejar de dar puñetazos a Julián, incluso cuando este dejó de resistirse.
—Peter... —balbuceó Lali.
—Raúl sacó una pistola —continuó él con esa voz tan fría y monótona— y me dijo que me apartase de Julián. Evidentemente, no le hice caso y seguí golpeándolo. —Flexionó los nudillos al recordar la pelea—. Yo creía que Julián estaba inconsciente, pero no era así, y me cogió desprevenido al darme otro puñetazo. Yo me tropecé y caí hacia atrás justo en el mismo instante en que Raúl disparó. —Se quedó en silencio como si estuviese oyendo de nuevo aquel disparo—. Julián cayó al suelo con un agujero de bala en el pecho. La mancha de sangre se extendió por su mugrienta camiseta y empapó el suelo del descampado.
—¡Oh, Dios mío! —Lali tuvo arcadas al imaginarse el horror que describía Peter.
—Raúl, el muy idiota, se echó encima de mí y empezamos a forcejear. El arma se disparó. Cerré los ojos y pensé que por fin había acabado todo, pero cuando volví a abrirlos vi que seguía vivo y que la sangre de Raúl se me estaba pegando a la ropa. Me lo quité de encima y me quedé allí tumbado en el suelo.
—¿Por qué no llamaste a la policía? Tú no habías hecho nada malo y fue en defensa propia.
—Estaba drogado, Lali —dijo Peter—. Nadie me habría creído. Además, todavía no he acabado de contarte lo que pasó esa noche.
A Lali le dio un vuelco el corazón. ¿Qué más le había sucedido?
—Iba a llamar a la policía. Me incorporé un poco y empecé a pensar. Lo único que tenía que hacer era esperar a que se me pasase el efecto de la droga y llamar a la policía y contarles la verdad. Después te llamaría a ti y juntos saldríamos adelante. —Suspiró abatido—. Ese era mi plan.
—Era un gran plan —susurró Lali—. ¿Por qué no lo seguiste?
—Oí unos pasos y al abrir los ojos vi que no estaba solo. De todas las personas que podrían haberme encontrado en ese descampado, probablemente ella era la peor de todas.
—¿Quién te encontró?
—Mi madre.
—¿Tu madre?
—Sí —afirmó Peter completamente agotado—. Por suerte, esa noche Juan Martin y Valentina habían ido con mi padre de acampada y en casa solo estaba mi madre. Al parecer no podía dormir y cuando oyó el ruido de mi moto acercándose fue a la cocina a beber un poco de agua. Desde la ventana de la cocina podía verse el cobertizo, así que lo vio todo.
«¿Y no hizo nada?», pensó Lali aturdida por el relato.
—Al principio todo fue muy bien —siguió Peter—, me curó las heridas y me preguntó si estaba bien. Mi madre llevaba años sin dirigirme más de dos palabras seguidas, así que bajé la guardia y se lo conté todo. Le conté que estaba enamorado de ti y le hablé de nuestros planes.
—¿Y ella qué te dijo?
—Que no me creía. Me dijo que me lo estaba inventando todo para despistarla y que probablemente Julián y Raúl habían ido allí esa noche porque habíamos quedado.
—¿Qué...? —A Lali se le rompió el corazón al recordar el daño que le había hecho a Peter que su madre le rechazase de aquel modo después de Madrid.
—Sí, me acusó de tomar drogas y de ser un delincuente. Me dijo que nadie me creería, que bastaba con mirarme para saber que Julián, Raúl y yo teníamos planeado algo y que lo que había sucedido en ese descampado había sido una pelea entre animales. Me dijo que la policía me arrestaría y que me condenarían por el asesinato de Raúl, y probablemente también por el de Julián. Al fin y al cabo, yo era el único que seguía en pie de los tres. Y era más que evidente que estaba colocado, todavía tenía la marca de la aguja en el brazo.
—Dios mío, Peter. ¿Qué le dijiste?
—Le dije que no era verdad, que me habían golpeado y atado a una silla y que me habían inyectado la droga a la fuerza. Le grité que si de verdad había estado mirando por la ventana tenía que haberlo visto.
—¿Y qué te dijo?
—Que estaba muy oscuro y que no sabía exactamente qué había visto, pero que estaba claro que yo estaba colocado y que había disparado a Raúl. Me recorrió con la mirada y cuando bajé la vista hacia mi ropa vi que la tenía toda manchada de sangre. Ese fue el preciso instante en que comprendí que nadie iba a creerme. Pero aun así me dije que iba a demostrarles a todos que se equivocaban.
—¿Qué sucedió después? —le preguntó Lali. Si Peter no se había quedado, era porque al final algo le había hecho cambiar de opinión.
—Mi madre se puso furiosa y me dijo que no iba a permitir que le echase a perder el futuro de Juan Martin y de Valentina, pero en especial el de Juan Martin. Al parecer mi hermano había ganado una beca para ir a la universidad. Se la habían concedido esa misma tarde.
—Oh, no... —susurró Lali.
—Sí, la beca de la empresa de tu padre. Juan Martin ganó la beca Ruiz-Espsito y mi madre me dijo que si tu padre se enteraba de lo nuestro, o de que yo había intentado abusar de ti...
—Tú nunca intentaste abusar de mí —lo interrumpió.
—Mi madre sabía perfectamente que eso era mentira, pero empezó a decir que cuando se supiese que había matado a uno de mis amigos, nadie dudaría de que también era un violador. Y un yonqui. Me exigió que me fuese, de casa y de Cádiz y que no volviese nunca más.
—Dios mío.
—Yo me negué. Le dije que también era mi casa y que quería ver a mi padre y a mis hermanos. Juan Martin por fin volvía a hablarme y quería mucho a Valentina.
—¿Y qué dijo tu madre?
—Mi querida madre se levantó y fue a mi dormitorio, y un minuto más tarde volvió con un paquete de un quilo de heroína y la pistola. Supongo que cuando me ayudó a levantarme del suelo del descampado se la di y que debió de encontrar el paquete de heroína tirado por allí cerca. No lo sé. Se sentó frente a mí y me dijo que tenía dos opciones; podía irme por las buenas a Chile, allí vivía nuestro tío y seguro que me acogería, o por las malas.
—¿Las malas?
—Mi madre amenazó con llamar a la policía y decirles todo lo que había visto. Con mis antecedentes, seguro que me encerrarían y tirarían la llave. Además, la buena de mamá estaba dispuesta a darles la pistola, con mis huellas dactilares, por supuesto, y el quilo de heroína. Y a pedir que me hiciesen un análisis de sangre. En cambio, si me iba sin rechistar, ella no diría nada a nadie y se encargaría de guardar la pistola a buen recaudo. Cuando la policía encontrase los cadáveres de Julián y de Raúl nadie ataría cabos y seguro que lo archivarían como un ajuste de cuentas entre yonquis. Yo podría empezar una nueva vida en Chile sin temor a que me metiesen en la cárcel, siempre y cuando no volviese nunca a España.
—Pero si es tu madre —repitió atónita Lali incapaz de comprender el razonamiento de Antonia.
—Al parecer ella solo tenía dos hijos; Juan Martin y Valentina. Yo le había salido mal, así que decidió olvidarme. Y te aseguro que no lo decía en broma, si no me hubiese ido, mi madre habría llamado a la policía y habría hecho que me arrestasen. Además, me impuso varias condiciones; no podía volver hasta que Juan Martin hubiese terminado la carrera, y tampoco podía volver a ponerme en contacto contigo de ninguna manera. Si incumplía alguna de esas condiciones, ella llamaría a la policía y les daría la droga y la pistola, y les contaría con pelos y señales cómo la había obligado a ayudarme a huir del país. Si me portaba bien y me iba en silencio, ella permitiría que mis hermanos siguiesen en contacto conmigo, al menos por carta. Aunque jamás podría contarles la verdad, por supuesto.
—¿Y te fuiste sin más?
—No —le aseguró él furioso mirándola a los ojos—, sin más, no. Irme de aquí esa noche fue lo más duro que había hecho en mi vida. —Todavía tenía pesadillas en las que revivía la agonía que sintió al subirse al tren rumbo al aeropuerto—. Pero no tuve elección. No quería perder a mis hermanos, y si no obedecía a mi madre, a ti te perdería tarde o temprano.
—Podrías haberme pedido ayuda. O podrías haberme escrito para contármelo todo y pedirme en la carta que te guardase el secreto. Yo lo habría hecho. Tu madre jamás se habría enterado de que estábamos en contacto.
—No podía correr el riesgo, La. No quería que tú y mis hermanos creyeseis que vendía droga, que era un delincuente. O que había matado a alguien.
Lali iba a decirle que ninguno de los tres jamás habría creído tal cosa, pero una parte de ella la obligó a reconocer que Peter probablemente tenía razón. En esa época ella y Juan Martin eran muy jóvenes, y Valentina tan solo era una niña. Quizá sí que se lo habrían creído. Era evidente que Peter había creído que la amenaza de su madre era real, tanto que incluso había aceptado sus condiciones.
—Un momento —dijo Lali de repente—. Tu padre murió hace seis años, y tu madre se fue a vivir a otra ciudad con ese hombre. ¿Por qué no volviste entonces a buscarme? ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo? —Notó que le resbalaba una lágrima por la mejilla y no intentó detenerla.
—Hace seis años yo aún no era capitán y Valentina seguía siendo una niña. Tenía miedo de que mi madre hiciese algo para ponerla en mi contra.
—¿Y a mí por qué no me llamaste ni me escribiste? Yo lo habría entendido. Lo único que tenías que hacer era escribirme y contarme por qué no podíamos estar juntos en ese momento. Yo te amaba, Peter. Te habría esperado. Si me hubieses contado lo que pasaba, lo habría entendido y quizás habríamos encontrado el modo de estar juntos. Te amaba, habría hecho cualquier cosa con tal de estar contigo.
«Amaba.»
—Tenía miedo, La. Lo siento. Tú y yo éramos muy jóvenes cuando nos enamoramos, y tenía miedo de...
—¿De qué, maldita sea?
—De que no fuese real. Tenía miedo de volver y de ver que me odiabas. O peor aún, que me habías olvidado. Si no volvía, tú seguirías eternamente en mi mente como la chica que me dijo que me quería a la orilla del mar.
—Lo que te sucedió es horrible, Peter, y daría mi vida porque no hubieses pasado por algo así, pero sigo sin entender que no confiaras en mí. Dios mío, Peter, te habría ayudado, habría estado a tu lado. Yo creía en ti. —Se secó una lágrima de la mejilla—. ¿Sabes el tiempo que me pasé dudando de mí y de mis sentimientos? ¡Años! Por no hablar de las noches que me pasé llorando de lo mucho que te echaba de menos. Eras mi mejor amigo, Peter. Y te fuiste sin decirme nada. Y años más tarde, cuando me enteré de que te escribías con tus hermanos, fue como si volvieras a abandonarme en esa playa. Jamás me he sentido tan estúpida como en ese momento.
—Ya te he contado por qué no te escribí.
—Habrías podido encontrar el modo. Dios, Peter, eres el hombre más fuerte que conozco. Mírate, hace apenas veinte años eras un delincuente juvenil y estabas enganchado a las drogas y ahora eres capitán de uno de los puertos más importantes de España. Si conseguiste desengancharte y empezar una nueva vida, e incluso convertirte en capitán de la marina, bien podrías haber encontrado el modo de ponerte en contacto conmigo.
—¿Y qué habrías hecho tú? —le preguntó dolido al ver que ella se negaba a comprender la horrible situación por la que había pasado. Peter había creído que cuando por fin le contase la verdad a Lali, ella entendería lo sucedido—. Dime, ¿qué habrías hecho tú en mi lugar? ¿Habrías sido capaz de permitir que Alexia te viese convertida en una delincuente? Sé sincera contigo misma y dime que no habrías hecho lo mismo.
—¡Doce años, Peter! ¡Has tardado doce años en regresar! Maldito seas. Si Galindo no se hubiese jubilado, quién sabe cuándo habrías vuelto.
—No digas eso.
—¿Y qué quieres que diga? Ni siquiera me llamaste para avisarme de que volvías. No perdiste ni un segundo pensando en cómo iba a afectarme verte en el trabajo.
—No he perdido ni un segundo pensando en cómo iba a afectarte eso porque me he pasado todos estos años pensando en ti. Echándote de menos. Queriéndote. Muriéndome por tenerte a mi lado y poder besarte.
—Pues yo me he pasado todo ese tiempo odiándote. Olvidándote. Deseando no haberte besado nunca —dijo con la voz rota.
Peter retrocedió abatido. Derrotado.
—Yo... lo siento —le dijo con suma tristeza—. Siento haberte hecho daño.
Lali se secó las lágrimas y se negó a reconocer que él también estaba llorando. Él no tenía derecho a sentirse triste y herido. Él sabía lo que estaba haciendo durante todos esos años, era ella la que se los había pasado convencida de que él la había abandonado sin más.
—Será mejor que te vayas, Peter. Me gustaría estar sola.
Él abrió los ojos, que por las lágrimas resplandecían como estrellas, e intentó controlar el músculo que le temblaba en la mandíbula. Era evidente que no quería irse, pero accedió a la petición de Lali.
—De acuerdo. Me iré. —Se puso en pie y se acercó a la puerta. Él nunca se había imaginado que las cosas pudiesen terminar así entre ellos dos—. Nos vemos mañana. Si necesitas algo...

—No te preocupes. Nos vemos mañana. 

4 comentarios:

  1. bueno por fin le conto todo lo que paso....fue horrible...pero entiendo.a Lali...dios..me encanta la nove !!!!!!

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  2. ale me dejas con una cara de sorpresa (°0°) dale seguila masss no te olvides avisarme por el twitter @cryssmile

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  3. Subes mas porfa como se llama el autor de la nove

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