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viernes, 30 de mayo de 2014

Capitulo: 15


Love me tender,
love me true,
all my dreams fulfilled.
for my darlin' I love you,
and I always will.
ELVIS PRESLEY,
Love me tender

—Imbécil. Imbécil.
Peter se despertó con los gritos de Magnum, el loro de Lali, quien al parecer no tenía muy buena opinión del invitado de su ama.
—Imbécil. Imbécil.
A Peter no le hizo falta abrir los ojos para saber que Lali no estaba en la cama. Ni tampoco en casa. No debería haberse quedado dormido. Anoche, cuando aceptó la absurda proposición de Lali, sabía perfectamente que ella volvería a cerrarse en banda a la primera oportunidad. «Pero la deseabas tanto que no pensaste en las consecuencias.» Se sentó en la cama, furioso consigo mismo y con ella. Con él por no haber sabido encontrar el modo de acercarse a Lali y por haber sido tan presuntuoso como para creer que podía volver después de todo ese tiempo y que todo seguiría igual. Y con ella por haber intentado negar lo que una vez habían significado el uno para el otro. Y por haber intentado reducir lo que sentían a una mera reacción física. «Anoche no tuviste ningún problema con eso.»
—Maldita sea —farfulló pasándose las manos por la cara.
—Imbécil. Imbécil —los graznidos del loro parecieron burlarse de él.
—Sí, soy un completo imbécil. —Se puso en pie y recogió la ropa que estaba esparcida por el suelo del dormitorio de Lali.
Una vez que estuvo vestido, y sintiendo que había recuperado algo de dignidad, observó el dormitorio. Anoche, con las luces apagadas y cegado por los sentimientos que ella le había obligado a ocultar, Peter no le prestó ninguna atención a la casa. Pero ahora estaba solo y era de día, y allí no había nadie dispuesto a impedirle que curioseara a sus anchas. La cama era de metal blanco y las sábanas, que ahora estaban arremolinadas en el suelo, tenían un delicado estampado de flores silvestres. En una esquina había un sofá antiguo con dos enormes almohadones y junto a él una lámpara de pie y varios libros amontonados en el suelo. Al lado, una taza de té. Cerca de la puerta había un tocador repleto de fotografías en marcos distintos y que extrañamente coordinaban entre sí. Peter se acercó y cogió uno. En la fotografía estaban Lali y Alexia en la playa, debían de tener ocho y cinco años respectivamente y se reían mientras hacían un castillo de arena. Peter dejó el marco y cogió otro. En este estaba Patricia, la madre, soplando las velas de un pastel de aniversario. El padre de Lali no aparecía en ninguna fotografía. Ni siquiera en las de cuando ella era pequeña, era como si le hubiese borrado de su vida. «Igual que ha hecho contigo.» Otra fotografía captó su atención y la levantó. En ella aparecía Lali, Agus, y otra joven. Era evidente que estaban en alguna especie de fiesta universitaria, y los tres estaban muy sonrientes. Agus Agus estaba en medio de las dos y las rodeaba por los hombros. «Le odio», pensó irracionalmente. Dejó el marco y contuvo las ganas de aplastarlo contra la mesa. Salió del dormitorio y se negó a oler el perfume que había encima del tocador y que le recordaría a ella.
En el salón lo que más destacaba era la estantería llena de libros. Los había de todas clases, desde novelas de acción a grandes clásicos, aunque los que más sobresalían eran los de biología y de fauna marina. La jaula de Magnum estaba al lado de la ventana y el loro no había dejado de mirarlo desde que entró.
—Imbécil —repitió el loro.
Peter sonrió y se acercó a la jaula.
—Hola, Magnum, encantado de conocerte. Soy Peter, aunque supongo que puedes seguir llamándome Imbécil.
—Peter —dijo el loro—. Imbécil —añadió.
—Sí.
Peter entró en la cocina y vio que encima de la mesa había una taza de café. El detalle le habría gustado, si no fuera porque junto a ella había una nota con su nombre. Probablemente Lali había cogido la taza para apoyar la nota y asegurarse así de que él la viera.
Bueno, de nada servía ignorar lo evidente. Caminó hasta la mesa y cogió la nota. La leyó en voz alta:
—Peter —«Bueno, al menos me ha llamado por mi nombre»—, siento mucho lo de anoche. No debería haber sucedido. He ido al hospital. Volveré tarde y espero que entonces te hayas ido. No hace falta que vuelvas más tarde, hoy no me apetece verte. Creo que será mejor que olvidemos lo sucedido. —Apretó la nota entre los dedos y tragó saliva antes de continuar—. El acuerdo de anoche solo habría servido para que nos hiciéramos más daño. Espero que lo entiendas.
Peter hizo un ovillo con la nota y la lanzó furioso al suelo. Se pasó las manos por el pelo y respiró hondo varias veces para contener la rabia y la sensación de impotencia que le embargó. Cuando creyó tener ambas emociones bajo control fue soltando poco a poco el aliento y se agachó para recoger la nota. Vació la taza de café helado y la limpió, y la dejó secándose en el escurreplatos. Después regresó al dormitorio de Lali. Sacó las sábanas de la cama y fue en busca de la lavadora. Esa no era su casa, a pesar de que él le había contado a ella que de mayor quería vivir en un lugar exactamente igual a aquel, pero si ella quería borrar la noche anterior, iba a ayudarla a conseguirlo. Él no iba a poder. Dios, si en doce años no había sido capaz de olvidar ningún detalle, ni siquiera el más ridículo, ni muerto conseguiría olvidar que por fin habían estado juntos. «No tienes ninguna posibilidad de olvidar que le has hecho el amor, aunque ella solo te ha utilizado para sentirse viva y olvidar durante unas horas lo de su madre.» Peter encontró la lavadora y puso las sábanas dentro. «Vete de aquí, Peter.» Volvió al salón, se despidió de Magnum, y se fue de casa de Lali.
Durante el camino de regreso a su apartamento, Peter fue sintiéndose más y más dolido. Él podía comprender perfectamente que Lali estuviese enfadada con él por cómo se había ido doce años atrás. Igual que también podía comprender lo preocupada que ella estaba por su madre. Pero lo que no podía comprender, por más vueltas que le diese, era que ella no quisiese escucharlo. Lali ni siquiera le había dado la oportunidad de explicarse, de contarle lo que le había sucedido. «¿Tanto me odia? Si hubiese sentido algo por mí, querría saber por qué me fui.» Se maldijo por enésima vez por haber tomado siempre la decisión equivocada y cuando llegó a su casa se desnudó y se puso la ropa de deporte para salir a correr. Correría por el puerto hasta cansarse, hasta que le doliesen todos los músculos del cuerpo y quizás así olvidaría que había pasado la noche durmiendo al lado de Lali.
Lali llegó a la habitación de su madre y vio que todavía no se había despertado. Alexia estaba cabeceando en la incómoda butaca que había al lado de la cama del hospital, y se acercó a su hermana para despertarla con cuidado.
—Ya estoy aquí —le dijo en voz baja—. ¿Cómo ha pasado la noche?
—Bien —contestó Alexia adormilada—. ¿Y tú?
—Bien —contestó Lali obligándose a no pensar en Peter dormido en su cama—. ¿Por qué no te vas a casa un rato? Necesitas descansar.
—Me iré cuando haya venido el médico —le prometió Alexia—. ¿Qué hora es?
—Las ocho y media, seguro que no tardará.
Veinte minutos más tarde el doctor Lanzani y un enfermero entraron en la habitación de Patricia Ávila. Y si a Juan Martin le sorprendió encontrar allí a Lali, lo disimuló a la perfección.
—Buenos días, Lali, Alexia —saludó a ambas herma nas con una sonrisa serena antes de acercarse a su paciente, que poco a poco iba abriendo los ojos—. Buenos días, señora Ávila, ¿cómo se encuentra?
—Patricia, ya te dije que me llamaras Patricia. Me has visto desnuda.
Juan Martin le sonrió a esa mujer que siempre le había sorprendido por su valentía y su sencillez y accedió a su petición.
—Está bien, Patricia, ¿cómo te encuentras?
—Bien. Cansada. Resignada —enumeró. Y entonces añadió—: Preocupada.
Juan Martin repasó los resultados que tenía en la carpeta e hizo unas anotaciones después de que el enfermero le tomase la temperatura y la presión a Patricia.
—Las dos primeras las entiendo —le dijo el médico—. Las dos últimas, no estoy seguro.
—Sé que no voy a salir de esta —señaló Patricia con voz firme, a pesar de que le tembló ligeramente el labio inferior—. Y me parece bien. He tenido una buena vida, y estos últimos años con mis hijas han sido todo un regalo. Pero estoy preocupada por ellas, míralas, las dos están solas en el mundo. Al parecer lo que hizo su padre las ha convencido de que los hombres no son de fiar y tienen miedo de
arriesgarse a estar con alguien.
—¡Mamá! —exclamó Alexia mortificada—, al doctor no le interesan esas cosas.
—En realidad sí que me interesan, Alexia —puntualizó Juan Martin mirando a la menor de las hermanas a los ojos.
—Pero seguro que ahora tenemos que hablar de los resultados de las pruebas de ayer, ¿no, Martin? —intercedió Lali al ver el intercambio de miradas entre Juan Martin y Alexia.
—Sí, así es. —Juan Martin carraspeó y volvió a abrir el expediente—. Las pruebas lamentablemente han confirmado lo que ya nos temíamos. El cáncer se ha extendido por el hígado y el páncreas. Dado tu historial, Patricia, me temo que ahora lo único que podemos hacer es intentar paliar el dolor. Podríamos hacerte más pruebas, o mandarte a Barcelona para ver si alguno de los tratamientos más avanzados que practican allí todavía está a tiempo de conseguir alguna mejoría.
—Pero tú crees que será en vano —apuntó Patricia dándole la mano a Lali, que había ido a sentarse en la cama a su lado.
—Será doloroso, y los resultados son poco probables, pero podríamos intentarlo.
—No —dijo con firmeza—, prefiero quedarme aquí y estar con mis hijas. Disfrutar de mis últimos días, semanas, o meses, del tiempo que me quede. ¿Tendré que quedarme en el hospital?
—No, no sería necesario. Podría darte la medicación y, si os parece bien, a mí no me importaría pasarme por vuestra casa.
Alexia también se acercó a la cama y se sentó en un extremo, justo a los pies de su madre.
—Os dejaré solas para que lo habléis. —Juan Martin se puso en pie—. Volveré más tarde para ver cómo estás, y entonces hacemos planes según lo que decidáis. ¿De acuerdo?
—Gracias, doctor —le dijo Patricia mirándole a los ojos.
—Gracias, Martin —repitió Lali también mirándole.
Alexia no dijo nada y se limitó a asentir. Tenía los ojos llenos de lágrimas y se veía incapaz de hablar.
—Volveré más tarde —repitió Juan Martin dirigiéndose a la puerta. El enfermero le siguió, y probablemente fue lo único que evitó que Juan Martin se quedase allí a consolar a esas tres mujeres. A él nunca le había resultado fácil comunicar esa clase de noticias, a ningún médico con corazón le resultaba agradable decirle a una persona que la medicina no podía hacer nada por él o por ella, pero en ninguna otra ocasión le había resultado tan difícil como aquella. Por Alexia. Ella no lo sabía, cómo iba a saberlo. Ella siempre había sido la niña más guapa del colegio, la más divertida, la más atrevida. De mayor se había convertido en una mujer impresionante, libre, sin ataduras. Una mujer capaz de conquistar el mundo. Y él siempre había sido un empollón. El niño más torpe del colegio, el más reservado. En la universidad apenas había apartado la nariz de los libros y de mayor, Dios, si incluso su hermana le llamaba Doctor Maligno. Juan Martin sabía que era imposible y se había conformado con admirar a Alexia desde lejos, pero cuando la vio intentando contener las lágrimas, estuvo a punto de mandar todas aquellas explicaciones tan lógicas a paseo y de ir a su lado para abrazarla.
Peter se pasó el resto del domingo solo. Después de correr durante horas, se dio una ducha de agua caliente y al terminar se sentó en el sofá de su apartamento a leer informes retrasados del trabajo. Llamó a Valentina para ver cómo estaba y su hermana debió de detectar algún tipo de advertencia en su voz porque no le preguntó cómo habían ido las cosas con Lali. Una parte de él quería llamar a Lali y discutirse con ella, decirle claramente lo que pensaba de la maldita nota que le había dejado esa mañana, y sin embargo se contuvo. No serviría de nada, como mucho para empeorar todavía más las cosas entre los dos. El día llegó a su final y llegó el momento de ir a la cama, pero Peter no lo hizo. Le molestaba tener que acostarse solo después de haber pasado una única noche con ella. Se quedó sentado en el sofá, leyendo y tomando notas. Cualquier cosa con tal de no pensar en que Lali había vuelto a rechazarlo.
El lunes por la mañana se vistió cuando apenas asomaba el alba y fue el primero en llegar a capitanía. Márquez y Domingo llegaron poco después y lo saludaron animadamente. Ambos le preguntaron por su fin de semana y Peter les respondió que había estado trabajando en su casa. «No voy a decirles que Lali me ha utilizado y que yo accedí a sus condiciones como un estúpido adolescente.» Fue llegando el resto de la gente y para evitar más preguntas incómodas, Peter se refugió en su despacho. Llevaba allí media hora cuando la vio frente a su puerta. Lali estaba allí y quería hablar con él.
—¿Puedo pasar? —le preguntó ella y a juzgar por su expresión nadie diría que apenas un día antes había dejado que él la besase.
—Por supuesto, pasa —contestó él obligándose a actuar como ella.
—Necesito tomarme unos días libres —dijo Lali sin dilación—. Mi madre sale hoy del hospital.
—Tómate todos los que necesites —accedió él.
—Sé que Agus no está, y no quisiera...
—No te preocupes por eso ahora —le aseguró Peter.
—Hace unas semanas te negaste a firmarme la excedencia —le recordó ella.
—Era distinto —se defendió él furioso—, y lo sabes perfectamente.
—Vaya, si hubiese sabido que bastaba con que me acostase contigo...
—Basta, Lali —le pidió él apoyando las manos en la mesa—. ¿Quieres discutir conmigo? ¿Es eso lo que buscas?
Sí, pensó ella, quería discutirse con él. El domingo por la mañana, cuando se despertó abrazada a él, se quedó mirándolo un rato. Peter estaba completamente dormido y ella aprovechó para abrir la luz y observarlo. Durante unos segundos incluso se permitió imaginarse cómo sería despertarse junto a él cada día, acurrucada entre sus brazos. Y fue feliz.
Pero entonces recordó que por culpa de él había estado sola durante muchísimo tiempo, que por culpa de él, y de su maldito padre, era incapaz de confiar en los hombres y en el amor, y de que por culpa de él no podía dejar de preguntarse por qué se había ido. Ella no quería saberlo porque no quería perdonarle. El rencor era prácticamente lo único que la había empujado a seguir adelante. Aquel razonamiento le había parecido perfectamente lógico hasta que llegó al hospital y vio que su madre se estaba muriendo. Recordar su propia mortalidad sirvió para que se diese cuenta de lo sola que estaba. Y Peter solo había empeorado las cosas siendo tan comprensivo y amable, así que sí, quería discutir con él. Quizás así no tendría ganas de pedirle que la abrazase.
—¿Qué más quieres de mí? —le preguntó él al ver que ella seguía mirándole en silencio—. ¿Quieres que firme tu maldita excedencia? —Buscó por entre los papeles—. Aquí está —la cogió y la firmó—. Ponle la fecha que quieras.
Lali cogió el papel y lo miró atónita.
—Ya te dije que no quería nada de ti, y lo aceptaste. —Era como un perro en busca de pelea.
—Lo sé —convino él aguantándole la mirada y mordiéndose la lengua. Por más que ella lo provocase, no quería discutir con Lali.
Solo serviría para que los dos saliesen heridos.
—Volveré el jueves, he contratado a una enfermera para que esté con mi madre y quiero instalarla en casa. Cumpliré con lo que acordamos y me quedaré tres meses —añadió antes de guardarse el papel que le había firmado Peter en el bolsillo trasero de los vaqueros.
—De acuerdo. Si necesitas más días...
—No. Vendré el jueves.
—Si necesitas algo más...
—Se lo pediré a mis amigos —sentenció Lali, y no hizo falta que añadiese que él no formaba parte de aquel selecto grupo.
—Está bien, Lali. Tú ganas, no volveré a decirte que puedes contar conmigo. A partir de ahora solo somos compañeros de trabajo. Nada más —concedió él abatido y derrotado.
—Vendré el jueves —repitió ella al irse.
—¿Por qué quieres renegar del acuerdo de anoche? —le preguntó de repente Peter, se había prometido a sí mismo que no lo haría, pero notaba que Lali se le estaba escapando de entre los dedos y estaba dispuesto a todo.
—Me parece que lo he dejado bastante claro en la nota, Peter. Terminaríamos haciéndonos más daño del que ya nos hemos hecho. Míranos, somos incapaces de tener una conversación normal.
—Lo único que te pido es que me escuches, La. Sí, cometí un error, pero ¿no crees que ya me he arrepentido lo suficiente? ¿No crees que ya me has castigado bastante?
—Ese es el problema, Peter. Yo no quiero castigarte, y me da igual lo mucho que te arrepientas. Lo único que quiero es seguir con mi vida.
—De acuerdo. —Levantó las manos en el aire—. ¿Cómo fue eso que dijiste ayer? Tú sigues con tu vida y yo con la mía, hasta el día en que te apetezca echar un polvo con un tío al que no le importe que te pongas un corsé y que no le dejes hacer nada.
Lali lo abofeteó.
—Sabía que no debía compartir eso contigo —le dijo entre dientes.
Él la sujetó con fuerza por los antebrazos. Estaba furioso con él por haber tardado tanto en volver y permitir que Lali construyese ese muro prácticamente infranqueable a su alrededor, con ella por insistir en mantenerlos separados ahora que por fin podían estar juntos. Y con sus malditos instintos y su maldita impaciencia que le hacían perder la cabeza cuando la tenía cerca y veía que la estaba perdiendo de nuevo.
—Eso no vas a compartirlo con nadie más. ¿Me oyes? Si pudiera mataría a los cuatro tipos que te han visto de esa manera, pero no puedo y sé que tendré que aprender a vivir con ello.
—Vaya, menos mal que yo no soy como tú, no tendría tiempo de ocuparme de tanta gente.
—Ah, no, no te atrevas a fingir que no estás celosa. Sí, antes de conocerte había estado con muchas...
—Ya lo sé —lo interrumpió Lali porque no quería que continuase, ella siempre había odiado a esas mujeres sin rostro, pero una noche, unas semanas antes de cumplir los dieciocho años, él insistió en contarle su pasado—. No puedo ni imaginarme con cuántas has estado durante estos años.
—Cinco.
Lali enarcó una ceja.
—Cinco y vomité al terminar. ¿Satisfecha? ¿Esa es la única parte que te interesa de los doce años que no nos hemos visto? ¿O ese corsé que te impide sentir algo en el cuerpo también te constriñe los recuerdos?
Peter vio que Lali retrocedía un poco y supo que había dado en el clavo.
—Suéltame.
—A no, ahora no estamos en tu dormitorio y aquí, por si lo has olvidado, mando yo.
—Suéltame —repitió Lali porque era incapaz de pensar en otra palabra.
—No sé cuándo empezaste a ponerte ese corsé, pero sé que conmigo no te hace falta.
—Ni se te ocurra insinuar que tú y solo tú —se burló— puedes curarme. No estoy enferma, Peter. El corsé sencillamente me permite evadirme, tú deberías entenderlo mejor que nadie.
—Oh, así que ahora recurres a atacarme con mi viejo problema con las drogas. Vaya, La, tengo que estar acercándome mucho a la verdad.
—Estás loco.
—No, loca lo estás tú si crees que voy a permitir que me eches de tu lado sin darme una oportunidad.
—No te la mereces.
—Es posible que tengas razón, pero voy a cogerla de todos modos.
—¿Qué quieres? Dímelo ya de una vez para que pueda irme.
—Está bien. Una noche. Dame una noche, ven a mi casa. Esta noche, tráete tu corsé si te hace falta.
—Vete al infierno, Peter. Sí, hemos echado un polvo, y sí, reconozco que no estuvo nada mal. Gracias. Pero eso no te da derecho a nada y mucho menos a pedir una noche más, con o sin corsé —añadió sarcástica—. Suéltame de una vez, Peter. Nunca he llegado a odiarte, no hagas que empiece ahora.
Peter la soltó.
—No sé qué hacer para acercarme a ti —confesó él abatido.

—Nada, no puedes hacer nada. 

2 comentarios:

  1. Aiii me dan tanta ganas de llorar de ver asi a Peter y Lali..es tan triste...

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  2. Me da risa cuando se pelean. Y se mandan indirectas .pero me da pena que esten distamciados dale seguila massss

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