Love me tender,
love me true,
all my dreams fulfilled.
for my darlin' I love you,
and I always will.
ELVIS PRESLEY,
Love me tender
—Imbécil. Imbécil.
Peter se despertó con los gritos de Magnum, el loro
de Lali, quien al parecer no tenía muy buena opinión del invitado de su ama.
—Imbécil. Imbécil.
A Peter no le hizo falta abrir los ojos para saber que Lali
no estaba en la cama. Ni tampoco en casa. No debería haberse quedado dormido.
Anoche, cuando aceptó la absurda proposición de Lali, sabía perfectamente que
ella volvería a cerrarse en banda a la primera oportunidad. «Pero la deseabas
tanto que no pensaste en las consecuencias.» Se sentó en la cama, furioso
consigo mismo y con ella. Con él por no haber sabido encontrar el modo de
acercarse a Lali y por haber sido tan presuntuoso como para creer que podía
volver después de todo ese tiempo y que todo seguiría igual. Y con ella por
haber intentado negar lo que una vez habían significado el uno para el otro. Y
por haber intentado reducir lo que sentían a una mera reacción física. «Anoche
no tuviste ningún problema con eso.»
—Maldita sea —farfulló pasándose las manos por la cara.
—Imbécil. Imbécil —los graznidos del loro parecieron
burlarse de él.
—Sí, soy un completo imbécil. —Se puso en pie y recogió la
ropa que estaba esparcida por el suelo del dormitorio de Lali.
Una vez que estuvo vestido, y sintiendo que había recuperado
algo de dignidad, observó el dormitorio. Anoche, con las luces apagadas y
cegado por los sentimientos que ella le había obligado a ocultar, Peter no le
prestó ninguna atención a la casa. Pero ahora estaba solo y era de día, y allí
no había nadie dispuesto a impedirle que curioseara a sus anchas. La cama era
de metal blanco y las sábanas, que ahora estaban arremolinadas en el suelo,
tenían un delicado estampado de flores silvestres. En una esquina había un sofá
antiguo con dos enormes almohadones y junto a él una lámpara de pie y varios
libros amontonados en el suelo. Al lado, una taza de té. Cerca de la puerta
había un tocador repleto de fotografías en marcos distintos y que extrañamente
coordinaban entre sí. Peter se acercó y cogió uno. En la fotografía estaban Lali
y Alexia en la playa, debían de tener ocho y cinco años respectivamente y se
reían mientras hacían un castillo de arena. Peter dejó el marco y cogió otro.
En este estaba Patricia, la madre, soplando las velas de un pastel de
aniversario. El padre de Lali no aparecía en ninguna fotografía. Ni siquiera en
las de cuando ella era pequeña, era como si le hubiese borrado de su vida.
«Igual que ha hecho contigo.» Otra fotografía captó su atención y la levantó.
En ella aparecía Lali, Agus, y otra joven. Era evidente que estaban en alguna
especie de fiesta universitaria, y los tres estaban muy sonrientes. Agus Agus
estaba en medio de las dos y las rodeaba por los hombros. «Le odio», pensó
irracionalmente. Dejó el marco y contuvo las ganas de aplastarlo contra la
mesa. Salió del dormitorio y se negó a oler el perfume que había encima del
tocador y que le recordaría a ella.
En el salón lo que más destacaba era la estantería llena de
libros. Los había de todas clases, desde novelas de acción a grandes clásicos,
aunque los que más sobresalían eran los de biología y de fauna marina. La jaula
de Magnum estaba al lado de la ventana y el loro no había dejado de
mirarlo desde que entró.
—Imbécil —repitió el loro.
Peter sonrió y se acercó a la jaula.
—Hola, Magnum, encantado de conocerte. Soy Peter,
aunque supongo que puedes seguir llamándome Imbécil.
—Peter —dijo el loro—. Imbécil —añadió.
—Sí.
Peter entró en la cocina y vio que encima de la mesa había
una taza de café. El detalle le habría gustado, si no fuera porque junto a ella
había una nota con su nombre. Probablemente Lali había cogido la taza para
apoyar la nota y asegurarse así de que él la viera.
Bueno, de nada servía ignorar lo evidente. Caminó hasta la
mesa y cogió la nota. La leyó en voz alta:
—Peter —«Bueno, al menos me ha llamado por mi nombre»—,
siento mucho lo de anoche. No debería haber sucedido. He ido al hospital.
Volveré tarde y espero que entonces te hayas ido. No hace falta que vuelvas más
tarde, hoy no me apetece verte. Creo que será mejor que olvidemos lo sucedido.
—Apretó la nota entre los dedos y tragó saliva antes de continuar—. El acuerdo
de anoche solo habría servido para que nos hiciéramos más daño. Espero que lo
entiendas.
Peter hizo un ovillo con la nota y la lanzó furioso al
suelo. Se pasó las manos por el pelo y respiró hondo varias veces para contener
la rabia y la sensación de impotencia que le embargó. Cuando creyó tener ambas
emociones bajo control fue soltando poco a poco el aliento y se agachó para
recoger la nota. Vació la taza de café helado y la limpió, y la dejó secándose
en el escurreplatos. Después regresó al dormitorio de Lali. Sacó las sábanas de
la cama y fue en busca de la lavadora. Esa no era su casa, a pesar de que él le
había contado a ella que de mayor quería vivir en un lugar exactamente igual a
aquel, pero si ella quería borrar la noche anterior, iba a ayudarla a
conseguirlo. Él no iba a poder. Dios, si en doce años no había sido capaz de
olvidar ningún detalle, ni siquiera el más ridículo, ni muerto conseguiría
olvidar que por fin habían estado juntos. «No tienes ninguna posibilidad de
olvidar que le has hecho el amor, aunque ella solo te ha utilizado para
sentirse viva y olvidar durante unas horas lo de su madre.» Peter encontró la
lavadora y puso las sábanas dentro. «Vete de aquí, Peter.» Volvió al salón, se
despidió de Magnum, y se fue de casa de Lali.
Durante el camino de regreso a su apartamento, Peter fue
sintiéndose más y más dolido. Él podía comprender perfectamente que Lali
estuviese enfadada con él por cómo se había ido doce años atrás. Igual que
también podía comprender lo preocupada que ella estaba por su madre. Pero lo
que no podía comprender, por más vueltas que le diese, era que ella no quisiese
escucharlo. Lali ni siquiera le había dado la oportunidad de explicarse, de
contarle lo que le había sucedido. «¿Tanto me odia? Si hubiese sentido algo por
mí, querría saber por qué me fui.» Se maldijo por enésima vez por haber tomado
siempre la decisión equivocada y cuando llegó a su casa se desnudó y se puso la
ropa de deporte para salir a correr. Correría por el puerto hasta cansarse,
hasta que le doliesen todos los músculos del cuerpo y quizás así olvidaría que
había pasado la noche durmiendo al lado de Lali.
Lali llegó a la habitación de su madre y vio que todavía no
se había despertado. Alexia estaba cabeceando en la incómoda butaca que había
al lado de la cama del hospital, y se acercó a su hermana para despertarla con
cuidado.
—Ya estoy aquí —le dijo en voz baja—. ¿Cómo ha pasado la
noche?
—Bien —contestó Alexia adormilada—. ¿Y tú?
—Bien —contestó Lali obligándose a no pensar en Peter
dormido en su cama—. ¿Por qué no te vas a casa un rato? Necesitas descansar.
—Me iré cuando haya venido el médico —le prometió Alexia—.
¿Qué hora es?
—Las ocho y media, seguro que no tardará.
Veinte minutos más tarde el doctor Lanzani y un enfermero
entraron en la habitación de Patricia Ávila. Y si a Juan Martin le sorprendió
encontrar allí a Lali, lo disimuló a la perfección.
—Buenos días, Lali, Alexia —saludó a ambas herma nas con una
sonrisa serena antes de acercarse a su paciente, que poco a poco iba abriendo
los ojos—. Buenos días, señora Ávila, ¿cómo se encuentra?
—Patricia, ya te dije que me llamaras Patricia. Me has visto
desnuda.
Juan Martin le sonrió a esa mujer que siempre le había
sorprendido por su valentía y su sencillez y accedió a su petición.
—Está bien, Patricia, ¿cómo te encuentras?
—Bien. Cansada. Resignada —enumeró. Y entonces añadió—:
Preocupada.
Juan Martin repasó los resultados que tenía en la carpeta e
hizo unas anotaciones después de que el enfermero le tomase la temperatura y la
presión a Patricia.
—Las dos primeras las entiendo —le dijo el médico—. Las dos
últimas, no estoy seguro.
—Sé que no voy a salir de esta —señaló Patricia con voz
firme, a pesar de que le tembló ligeramente el labio inferior—. Y me parece
bien. He tenido una buena vida, y estos últimos años con mis hijas han sido
todo un regalo. Pero estoy preocupada por ellas, míralas, las dos están solas
en el mundo. Al parecer lo que hizo su padre las ha convencido de que los
hombres no son de fiar y tienen miedo de
arriesgarse a estar con alguien.
—¡Mamá! —exclamó Alexia mortificada—, al doctor no le
interesan esas cosas.
—En realidad sí que me interesan, Alexia —puntualizó Juan
Martin mirando a la menor de las hermanas a los ojos.
—Pero seguro que ahora tenemos que hablar de los resultados
de las pruebas de ayer, ¿no, Martin? —intercedió Lali al ver el intercambio de
miradas entre Juan Martin y Alexia.
—Sí, así es. —Juan Martin carraspeó y volvió a abrir el
expediente—. Las pruebas lamentablemente han confirmado lo que ya nos temíamos.
El cáncer se ha extendido por el hígado y el páncreas. Dado tu historial,
Patricia, me temo que ahora lo único que podemos hacer es intentar paliar el
dolor. Podríamos hacerte más pruebas, o mandarte a Barcelona para ver si alguno
de los tratamientos más avanzados que practican allí todavía está a tiempo de
conseguir alguna mejoría.
—Pero tú crees que será en vano —apuntó Patricia dándole la
mano a Lali, que había ido a sentarse en la cama a su lado.
—Será doloroso, y los resultados son poco probables, pero
podríamos intentarlo.
—No —dijo con firmeza—, prefiero quedarme aquí y estar con
mis hijas. Disfrutar de mis últimos días, semanas, o meses, del tiempo que me
quede. ¿Tendré que quedarme en el hospital?
—No, no sería necesario. Podría darte la medicación y, si os
parece bien, a mí no me importaría pasarme por vuestra casa.
Alexia también se acercó a la cama y se sentó en un extremo,
justo a los pies de su madre.
—Os dejaré solas para que lo habléis. —Juan Martin se puso
en pie—. Volveré más tarde para ver cómo estás, y entonces hacemos planes según
lo que decidáis. ¿De acuerdo?
—Gracias, doctor —le dijo Patricia mirándole a los ojos.
—Gracias, Martin —repitió Lali también mirándole.
Alexia no dijo nada y se limitó a asentir. Tenía los ojos
llenos de lágrimas y se veía incapaz de hablar.
—Volveré más tarde —repitió Juan Martin dirigiéndose a la
puerta. El enfermero le siguió, y probablemente fue lo único que evitó que Juan
Martin se quedase allí a consolar a esas tres mujeres. A él nunca le había
resultado fácil comunicar esa clase de noticias, a ningún médico con corazón le
resultaba agradable decirle a una persona que la medicina no podía hacer nada
por él o por ella, pero en ninguna otra ocasión le había resultado tan difícil
como aquella. Por Alexia. Ella no lo sabía, cómo iba a saberlo. Ella siempre
había sido la niña más guapa del colegio, la más divertida, la más atrevida. De
mayor se había convertido en una mujer impresionante, libre, sin ataduras. Una
mujer capaz de conquistar el mundo. Y él siempre había sido un empollón. El
niño más torpe del colegio, el más reservado. En la universidad apenas había
apartado la nariz de los libros y de mayor, Dios, si incluso su hermana le
llamaba Doctor Maligno. Juan Martin sabía que era imposible y se había
conformado con admirar a Alexia desde lejos, pero cuando la vio intentando
contener las lágrimas, estuvo a punto de mandar todas aquellas explicaciones
tan lógicas a paseo y de ir a su lado para abrazarla.
Peter se pasó el resto del domingo solo. Después de correr
durante horas, se dio una ducha de agua caliente y al terminar se sentó en el
sofá de su apartamento a leer informes retrasados del trabajo. Llamó a Valentina
para ver cómo estaba y su hermana debió de detectar algún tipo de advertencia
en su voz porque no le preguntó cómo habían ido las cosas con Lali. Una parte
de él quería llamar a Lali y discutirse con ella, decirle claramente lo que
pensaba de la maldita nota que le había dejado esa mañana, y sin embargo se
contuvo. No serviría de nada, como mucho para empeorar todavía más las cosas
entre los dos. El día llegó a su final y llegó el momento de ir a la cama, pero
Peter no lo hizo. Le molestaba tener que acostarse solo después de haber pasado
una única noche con ella. Se quedó sentado en el sofá, leyendo y tomando notas.
Cualquier cosa con tal de no pensar en que Lali había vuelto a rechazarlo.
El lunes por la mañana se vistió cuando apenas asomaba el
alba y fue el primero en llegar a capitanía. Márquez y Domingo llegaron poco
después y lo saludaron animadamente. Ambos le preguntaron por su fin de semana
y Peter les respondió que había estado trabajando en su casa. «No voy a
decirles que Lali me ha utilizado y que yo accedí a sus condiciones como un
estúpido adolescente.» Fue llegando el resto de la gente y para evitar más
preguntas incómodas, Peter se refugió en su despacho. Llevaba allí media hora
cuando la vio frente a su puerta. Lali estaba allí y quería hablar con él.
—¿Puedo pasar? —le preguntó ella y a juzgar por su expresión
nadie diría que apenas un día antes había dejado que él la besase.
—Por supuesto, pasa —contestó él obligándose a actuar como
ella.
—Necesito tomarme unos días libres —dijo Lali sin dilación—.
Mi madre sale hoy del hospital.
—Tómate todos los que necesites —accedió él.
—Sé que Agus no está, y no quisiera...
—No te preocupes por eso ahora —le aseguró Peter.
—Hace unas semanas te negaste a firmarme la excedencia —le
recordó ella.
—Era distinto —se defendió él furioso—, y lo sabes
perfectamente.
—Vaya, si hubiese sabido que bastaba con que me acostase
contigo...
—Basta, Lali —le pidió él apoyando las manos en la mesa—.
¿Quieres discutir conmigo? ¿Es eso lo que buscas?
Sí, pensó ella, quería discutirse con él. El domingo por la
mañana, cuando se despertó abrazada a él, se quedó mirándolo un rato. Peter
estaba completamente dormido y ella aprovechó para abrir la luz y observarlo.
Durante unos segundos incluso se permitió imaginarse cómo sería despertarse
junto a él cada día, acurrucada entre sus brazos. Y fue feliz.
Pero entonces recordó que por culpa de él había estado sola
durante muchísimo tiempo, que por culpa de él, y de su maldito padre, era
incapaz de confiar en los hombres y en el amor, y de que por culpa de él no
podía dejar de preguntarse por qué se había ido. Ella no quería saberlo porque
no quería perdonarle. El rencor era prácticamente lo único que la había
empujado a seguir adelante. Aquel razonamiento le había parecido perfectamente
lógico hasta que llegó al hospital y vio que su madre se estaba muriendo.
Recordar su propia mortalidad sirvió para que se diese cuenta de lo sola que
estaba. Y Peter solo había empeorado las cosas siendo tan comprensivo y amable,
así que sí, quería discutir con él. Quizás así no tendría ganas de pedirle que
la abrazase.
—¿Qué más quieres de mí? —le preguntó él al ver que ella
seguía mirándole en silencio—. ¿Quieres que firme tu maldita excedencia? —Buscó
por entre los papeles—. Aquí está —la cogió y la firmó—. Ponle la fecha que
quieras.
Lali cogió el papel y lo miró atónita.
—Ya te dije que no quería nada de ti, y lo aceptaste. —Era
como un perro en busca de pelea.
—Lo sé —convino él aguantándole la mirada y mordiéndose la
lengua. Por más que ella lo provocase, no quería discutir con Lali.
Solo serviría para que los dos saliesen heridos.
—Volveré el jueves, he contratado a una enfermera para que
esté con mi madre y quiero instalarla en casa. Cumpliré con lo que acordamos y
me quedaré tres meses —añadió antes de guardarse el papel que le había firmado Peter
en el bolsillo trasero de los vaqueros.
—De acuerdo. Si necesitas más días...
—No. Vendré el jueves.
—Si necesitas algo más...
—Se lo pediré a mis amigos —sentenció Lali, y no hizo falta
que añadiese que él no formaba parte de aquel selecto grupo.
—Está bien, Lali. Tú ganas, no volveré a decirte que puedes
contar conmigo. A partir de ahora solo somos compañeros de trabajo. Nada más
—concedió él abatido y derrotado.
—Vendré el jueves —repitió ella al irse.
—¿Por qué quieres renegar del acuerdo de anoche? —le
preguntó de repente Peter, se había prometido a sí mismo que no lo haría, pero
notaba que Lali se le estaba escapando de entre los dedos y estaba dispuesto a
todo.
—Me parece que lo he dejado bastante claro en la nota, Peter.
Terminaríamos haciéndonos más daño del que ya nos hemos hecho. Míranos, somos
incapaces de tener una conversación normal.
—Lo único que te pido es que me escuches, La. Sí, cometí un
error, pero ¿no crees que ya me he arrepentido lo suficiente? ¿No crees que ya
me has castigado bastante?
—Ese es el problema, Peter. Yo no quiero castigarte, y me da
igual lo mucho que te arrepientas. Lo único que quiero es seguir con mi vida.
—De acuerdo. —Levantó las manos en el aire—. ¿Cómo fue eso
que dijiste ayer? Tú sigues con tu vida y yo con la mía, hasta el día en que te
apetezca echar un polvo con un tío al que no le importe que te pongas un corsé
y que no le dejes hacer nada.
Lali lo abofeteó.
—Sabía que no debía compartir eso contigo —le dijo entre
dientes.
Él la sujetó con fuerza por los antebrazos. Estaba furioso
con él por haber tardado tanto en volver y permitir que Lali construyese ese
muro prácticamente infranqueable a su alrededor, con ella por insistir en
mantenerlos separados ahora que por fin podían estar juntos. Y con sus malditos
instintos y su maldita impaciencia que le hacían perder la cabeza cuando la
tenía cerca y veía que la estaba perdiendo de nuevo.
—Eso no vas a compartirlo con nadie más. ¿Me oyes? Si
pudiera mataría a los cuatro tipos que te han visto de esa manera, pero no
puedo y sé que tendré que aprender a vivir con ello.
—Vaya, menos mal que yo no soy como tú, no tendría tiempo de
ocuparme de tanta gente.
—Ah, no, no te atrevas a fingir que no estás celosa. Sí,
antes de conocerte había estado con muchas...
—Ya lo sé —lo interrumpió Lali porque no quería que
continuase, ella siempre había odiado a esas mujeres sin rostro, pero una
noche, unas semanas antes de cumplir los dieciocho años, él insistió en
contarle su pasado—. No puedo ni imaginarme con cuántas has estado durante
estos años.
—Cinco.
Lali enarcó una ceja.
—Cinco y vomité al terminar. ¿Satisfecha? ¿Esa es la única
parte que te interesa de los doce años que no nos hemos visto? ¿O ese corsé que
te impide sentir algo en el cuerpo también te constriñe los recuerdos?
Peter vio que Lali retrocedía un poco y supo que había dado
en el clavo.
—Suéltame.
—A no, ahora no estamos en tu dormitorio y aquí, por si lo
has olvidado, mando yo.
—Suéltame —repitió Lali porque era incapaz de pensar en otra
palabra.
—No sé cuándo empezaste a ponerte ese corsé, pero sé que
conmigo no te hace falta.
—Ni se te ocurra insinuar que tú y solo tú —se burló— puedes
curarme. No estoy enferma, Peter. El corsé sencillamente me permite evadirme,
tú deberías entenderlo mejor que nadie.
—Oh, así que ahora recurres a atacarme con mi viejo problema
con las drogas. Vaya, La, tengo que estar acercándome mucho a la verdad.
—Estás loco.
—No, loca lo estás tú si crees que voy a permitir que me
eches de tu lado sin darme una oportunidad.
—No te la mereces.
—Es posible que tengas razón, pero voy a cogerla de todos
modos.
—¿Qué quieres? Dímelo ya de una vez para que pueda irme.
—Está bien. Una noche. Dame una noche, ven a mi casa. Esta
noche, tráete tu corsé si te hace falta.
—Vete al infierno, Peter. Sí, hemos echado un polvo, y sí,
reconozco que no estuvo nada mal. Gracias. Pero eso no te da derecho a nada y
mucho menos a pedir una noche más, con o sin corsé —añadió sarcástica—.
Suéltame de una vez, Peter. Nunca he llegado a odiarte, no hagas que empiece
ahora.
Peter la soltó.
—No sé qué hacer para acercarme a ti —confesó él abatido.
—Nada, no puedes hacer nada.
Aiii me dan tanta ganas de llorar de ver asi a Peter y Lali..es tan triste...
ResponderEliminarMe da risa cuando se pelean. Y se mandan indirectas .pero me da pena que esten distamciados dale seguila massss
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