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viernes, 15 de agosto de 2014

Capitulo:4


Peter se detuvo en su aparcamiento subterráneo justo cuando la tormenta iluminó el cielo. La grieta de un rayo enojado atravesó la noche, seguido del ruido sordo de un trueno. Había estado lloviendo sin
parar todo su viaje a casa, pero la tormenta parecía duplicar su fuerza en cuestión de segundos, láminas de agua cayendo desde el cielo.
Maniobraba en su espacio de estacionamiento cuando una llamada entró en su teléfono, había sido un fin de semana extrañamente silencioso, ni siquiera Marissa lo había llamado. Y a esta hora en la noche del domingo, no sabía quién podría ser. Pescando el teléfono de su consola, noto el código de área de Dallas, pero no reconoció el número.
No podía entenderla al principio, su voz estaba llena de tensión, y era apenas un susurro, pero pronto se dio cuenta que era Lali. Y ella le pedía que volviera. Puso el cambio y aceleró el motor antes de que sus palabras se terminaran de pronunciar.
Manteniendo la línea mientras conducía, quiso bombardearla con preguntas, para saber si había pasado algo, pero se resistió. A pesar de que todo lo que pasó por su mente, había encontrado la calma, diciendo que estaría allí, y piso más el acelerador para volver a ella. Después de finalizar la llamada, dio un puñetazo contra el tablero. Maldita sea, no debería haberla dejado en ese lugar. Pero ¿qué otra opción le quedaba?
Apretó el volante, esperando a que cambiara el semáforo. Tenía que sacarla de esa casa, probablemente alojarla en un hotel para pasar la noche. Eso sería lo correcto, pero sabía con absoluta certeza lo que realmente quería hacer. Quería llevarla a casa con él, donde podía tenerla bajo el mismo techo y asegurarse tranquilamente de que estuviera a salvo.
Cuando Peter llegó, pulso el timbre de la puerta de entrada trasera. Fue recibido por un hombre mayor, el guardia de noche, seguramente.
—¿Dónde está Lali?
Irrumpió pasando al hombre, siguiendo el sonido de sollozos suaves hacia el fondo de la casa. Se introdujo a una oficina, donde se encontró con una mujer mayor sentada detrás de un escritorio, y Lali echa un ovillo en la silla frente a ella.
—Lali —dijo con voz áspera.
Ella levantó la vista y Peter casi se tambaleó hacia atrás.
Cristo.
Parecía que alguien había usado su cara como un saco de boxeo. Su labio hinchado y cortado estaba salpicado con sangre y su ojo izquierdo ya se oscurecía con un moretón. Cuando ella lo miró a los ojos, dejó escapar un suave suspiro, aparentemente consolada por su presencia.
—Shh. Estoy aquí.
Él metió sus dedos debajo de su pelo por la parte posterior de su cuello. Entonces volvió su atención a la mujer detrás del mostrador.
—¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Tome asiento, ¿señor....?
—Peter Lanzani.
Se sentó en la silla junto a Lali. Ella se metió en su regazo, enterrando la cara en su cuello mientras sollozos sacudían su cuerpo. Sus brazos, aferrándose con fuerza, enrollados alrededor de Lali cambiándola a una posición más cómoda en su regazo. Una vez que Lali se acomodó, su entrenamiento se hizo presente y comenzó a disparar preguntas al coordinador del centro.
Explicó que habían perdido la luz brevemente por la tormenta, y cuando subieron a comprobar y asegurarse de todo el mundo estaba seguro, encontraron a Lali inconsciente en el piso del baño, donde aparentemente se había desmayado y se había golpeado la cabeza en el lavabo de porcelana mientras caía. Sus dedos se enroscan automáticamente en su cabello, suavizando el golpe que encontró en la parte posterior de su cabeza.
El coordinador parecía despreocupado, como si hubiera tratado estas situaciones muchas veces. Pero Peter no lo había hecho, y tampoco Lali. Unos ojos vacíos miraban la pared frente a él. Le preocupaba que el choque comenzara a empeorar. La calmó con su mano yendo de arriba y abajo en su espalda, sin saber muy bien qué hacer para consolarla.
La mujer detrás del mostrador miró por encima de sus gafas, la boca torcida en una mueca de desaprobación. Peter podría decirle a la mujer que en estos momentos se preguntaba exactamente qué tipo de relación compartía con Lali.
Su tono de voz y las preguntas eran profesionales, pero actualmente el cuerpo de Lali envuelto a su alrededor decía que era algo totalmente distinto. Él optó por no identificarse a sí mismo como un agente, y dejó que la mujer pensara lo que quisiera.
Una vez situada en su regazo, la respiración de Lali volvió a la Normalidad, y el golpe constante de los latidos de su corazón contra su pecho le dijo que se estaba recuperando. Ella se encontraba bien. Gracias maldito Dios. No entendía por qué su presencia la calmó —no era como si tuviera mucho que ofrecer— pero él no estaba dispuesto a cuestionarla. No cuando ella se hallaba tan frágil.
La mujer levantó una mano.
—Escucha, sé que esto no es el Ritz , pero si quiere quedarse aquí, puede. Si quiere irse, está bien. Todo depende de ella.
Lali levantó la cabeza de su pecho y se encontró con los ojos de Peter.
—¿Puedes sacarme de aquí?
No podía entender lo que le pedía. Por supuesto que Peter quería llevarla lejos de este lugar, desde la primera vez que había puesto los ojos en esta casa destartalada. Sin embargo, el protocolo y cruzar los límites profesionales se agitaron en la parte posterior de la cabeza. Se resistió a la tentación de suavizar los mechones enredados de pelo de su cara, pero mantuvo los brazos alrededor de su cintura. El labio ensangrentado de Lali, la hinchazón de la cara, y el agotamiento que podía leer en su rostro le dijeron que este no era el momento para discutir.
—Está bien. Te sacaré.
Mañana resolverían todo.
Levantó a Lali de la silla y la abrazó como si estuviera completo. Y tan fuerte como antes, la necesidad de proteger se encendió dentro de él.
Sacándola a la noche, Peter abrió la puerta de acompañante y la ayudó a subir. Se inclinó sobre ella para abrocharle el cinturón de seguridad. Cuando sus manos rozaron sus costillas, se sobresaltó, aspirando en un suspiro tembloroso. Tal vez debería revisar su cuerpo por heridas, había soportado probablemente algunos golpes más y moretones, pero su primera prioridad era sacarla de aquí.
Se quedó en silencio dentro del coche, ni siquiera preguntando adónde iban. Ciegamente confiaba en él. La sensación era embriagadora.
Mantuvo el volumen bajo de la radio, dejando a Lali en sus pensamientos, mirando por la ventana mientras conducía. Peter echó un vistazo en su dirección, preguntándose en que podría estar pensando. El silencio incómodo hizo que su cerebro buscara algo de hablar como un grifo que gotea.
—¿Es tu primera vez en la ciudad? —le preguntó.
Lali mantuvo sus ojos en los edificios que pasaban.
—Nosotros no abandonábamos mucho el complejo.
Por supuesto. Pregunta estúpida. Lo intentó de nuevo.
—¿Te duele la cabeza? ¿Qué hay de tus costillas?
Se pasó los dedos por el pelo enmarañado, por el punto de la protuberancia.
—Creo que están bien.
Al menos había dejado de llorar. Nada lo hacía entrar más en pánico que una mujer llorando.
Cuando aparcó en su espacio de estacionamiento y apagó el motor, un profundo silencio cayó sobre ellos en el espacio confinado. Su ritmo cardíaco derrapo de repente consciente de ella. El aroma ligero y femenino que se aferraba a su piel, su pequeño cuerpo, y el abrumador deseo de protegerla, no podía negar el dolor posesivo que corrió a través de su sistema.
—¿Por qué te desmayaste, Lali?
Ella tragó con dificultad.
—Ese lugar me asustó. Había demasiada gente... demasiados hombres extraños…
Él asintió con la cabeza. No pasó desapercibido para él que era un hombre extraño para ella, sin embargo, aquí estaba sola con él también.
—Este es el lugar donde vivo —dijo finalmente.
Sus ojos se abrieron.
—¿Me trajiste a tu casa?
—¿Está bien?
Ella lo miró con una expresión cansada e insegura y se retorció en su asiento.
—Lo siento, yo no sabía dónde más llevarte. Entra, y si decides no quedarte, te llevaré a donde tú quieras ir.
Aparentemente satisfecha, salió del coche.



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