El otoño era la estación del año favorita de Lali. El brutal
calor del verano de Texas se había disipado y había dejado el aire a su
alrededor agradablemente cálido, y más cómodo que sofocante. Caminaba por
tercera vez en el día. Sin nada que hacer aparte de sentarse y preocuparse por
los niños, prefería estar afuera, en movimiento, en lugar de sentarse en la
sucia casa de transición.
No podía creer que las cosas se hubieran terminado de la
manera en que lo hicieron. Se sentía en conflicto estando lejos del recinto,
vacía de una extraña manera. Era todo lo que conocía, pero había soñado con
dejar el excesivamente estricto recinto durante los últimos años. Se había
desilusionado con su estilo de vida después de que su madre falleció hace
cuatro años. Pero había ciertas cosas, y personas, que extrañaría. Ya extrañaba
el bullicio de la actividad, siempre teniendo a alguien con quien hablar. Pensó
en Dillon, la única otra persona de su edad, y se preguntó dónde se encontraba.
Cuando el sol empezó a hundirse bajo en el cielo, se resignó
a pasar otra noche en la casa. Había llegado a despreciarla por la única razón
de que allí se sentía sola. Giró a la derecha en la esquina, sorprendida de no
reconocer lo que la rodeaba. Había estado tan absorta en sus pensamientos, y
demasiado confiada en su capacidad de dirigirse, que no prestó atención por
donde deambulaba. Giró en círculo, buscando una señal, o un cartel indicador
que pudiera reconocer, pero por desgracia, no ayudó mucho. Estaba perdida.
Respiró hondo y se obligó a mantener la calma. Pero la
fachada duró unos dos segundos. No tenía a nadie a quien llamar y ni siquiera
sabía la dirección de la casa. Estaba total y absolutamente sola. Después de crecer
en un hogar con una docena de mujeres mimándola, la realidad fue cruel. Nunca
había estado sola. Y ya fallaba en eso.
Lali se limpió las lágrimas que comenzaban a escapar de sus
ojos. ¿Qué iba a hacer si no podía encontrar la casa de nuevo? La calle
comenzaba con una L, ¿cierto? Supuso que podía ir a una tienda cercana y
preguntar si conocían una casa de transición por la zona. Probablemente sonaría
como una loca, pero ¿qué otras opciones tenía? Tomó una respiración profunda,
recuperando la compostura y miró por la ventana de una tienda de abarrotes. El
chico en el mostrador miró sus ojos, luego miró fijamente a sus tetas. No. No
entraría ahí. Bajó los ojos y siguió caminando.
Con el ruido de sus zapatos contra la acera y el ritmo de
los latidos de su corazón guiándola, Lali continuó. El ronroneo del motor de un
coche se quedó detrás de ella. No adelantándola. Chispas. Este no era una gran
parte de la ciudad para estar sola. ¿En qué había estado pensando? Así que
apresuró el paso, pero el coche mantuvo el ritmo.
Un gran todoterreno negro se detuvo a su lado. La ventana
tintada oscura bajó. Una oleada de pánico se apoderó de ella, y lágrimas
llenaron sus ojos.
—¿Lali?
La áspera voz masculina sabía su nombre. Se tropezó al
detenerse y se atrevió a dar un vistazo en su dirección. Se encontró con la
preocupada mirada del agente del FBI que la había rescatado después de que el
recinto fue allanado. Era alto, de hombros anchos y con el pelo oscuro, un
rastrojo espolvoreaba su mandíbula y sus oscuros ojos estaban fijos en ella. Se
aventuró un paso más cerca de la camioneta. No sabía su nombre, o lo que
pretendía, pero algo en su oscura mirada se apoderó de lo más profundo de ella,
y supo instintivamente que podía confiar en él. Al menos esperaba que pudiera.
No le había hecho daño esa noche. Su contacto había sido fuerte, pero amable.
Convocando su coraje, se volvió para enfrentarlo.
Peter no podía creer su suerte, había divisado,
literalmente, a Lali de camino a la casa de seguridad.
Tenía el rostro surcado de lágrimas y sus ojos salvajes.
Mierda, parecía asustada. ¿Alguien le había hecho algo? La idea lo enloqueció.
—¿Lali? —repitió.
Sin esperar a que respondiera, Peter cambió la marcha para
aparcar y bajó de un salto, cruzando la parte delantera de la camioneta se
detuvo frente a ella.
Le levantó la barbilla, inspeccionando su cara y cuello por
marcas, y la agarró por los brazos girándola en un círculo, mirándola por
completo. Parecía ilesa, así que no entendía por qué lloraba. —¿Qué pasó?
Tragó saliva y bajó la mirada hacia la acera entre sus pies.
—Hola. —Le rozó la mano con la suya—. Me recuerdas, ¿verdad?
Lo miró a los ojos y le dio un vacilante asentimiento.
—¿Cómo te llamas? —Preguntó, con un tirón nervioso en su voz.
—Juan Pedro Lanzani. —Le ofreció la mano, y ella deslizó sus
delicados dedos en su palma.
—Juan Pedro —repitió en apenas un susurro.
—Puedes llamarme Peter. Todo el mundo lo hace. O Lanzani o
Fletch. Ya sabes, lo que sea...
Sonrió, más con los ojos que con la boca. Su balbuceo al
parecer había anotado algunos puntos.
—Ahora dime lo que está mal —presionó. No pretendía que
saliera como una orden, pero necesitaba saber qué le había pasado, dejando los
modales de un lado.
—Fui a dar un paseo y me perdí —dijo simplemente.
Peter casi se hundió de alivio. Gracias. Eso podía
arreglarlo. Dios, si algo le hubiera sucedido, no creía que pudiera haberlo
manejado. No con la preocupación que había estado revolviéndole las entrañas
los últimos días. —Vamos, puedo llevarte de vuelta. —Se dio vuelta hacia el
lado del conductor de nuevo, pero Lali se quedó clavada en la acera. Regresó al
lugar donde estaba y le habló en voz baja—. Puedes confiar en mí, ¿está bien?
Sus ojos destellaron hacia los suyos. Había olvidado lo verdes
que eran. Entrecerró los ojos y parpadeó varias veces, como si estuviera
decidiendo. Fue lindo. Sin decir una palabra, Lali abrió la puerta del pasajero
y se metió adentro.
La piel de Peter hormigueaba, híper-consciente de lo cerca
que se encontraba. Llevaba un holgado par de pantalones vaqueros, rotos en una
rodilla y una camiseta térmica de manga larga, pero el mal ajustado atuendo no
hacía nada para atenuar el deseo que sentía. Agarró más fuerte el volante, sus
manos picando por doblar su cuerpo contra el suyo. Mierda, su libido estaba
fuera de control cuando se trataba de esta chica.
Tal vez realmente necesitaba unas vacaciones. En algún lugar
con arena y un montón de mujeres en bikini. En algún lugar bien lejos de Lali.
Ninguno habló durante el corto viaje de regreso a la casa de
transición. Peter se detuvo frente a la casa color gris claro de dos pisos con
la pintura desprendiéndose. Tanto su atención como la de Lali fueron capturadas
por un grupo de chicos sentados en el amplio porche frontal, discutiendo
ruidosamente.
Lali jugueteó nerviosamente con la manija de la puerta, pero
no hizo ningún movimiento para salir del coche.
—Escucha, no tengo que traerte de vuelta enseguida...
podríamos tomar una taza de café.
El alivio bañó su rostro. —Sí.
No había manera de que fuera a mandarla de vuelta dentro de
esa casa por el momento.
Sobre las humeantes tazas de café en una cafetería cercana,
Peter intentó una pequeña charla, pero principalmente se sentaron en un cómodo
silencio. Lali parecía distraída y sombría. Se preguntó si contaba los minutos
hasta que tuviera que regresar a esa casa, y temiéndolo tanto como él lo hacía.
—¿Tienes alguna familia con la que puedas quedarte? —preguntó finalmente.
Una profunda mirada abrasadora comunicó su necesidad. Las peores
suposiciones de Peter se habían demostrado correctas… estaba completamente
sola. Tragó saliva y negó con la cabeza.
—Mi madre murió
cuando yo tenía quince años, y nunca conocí a mi padre. Supongo que podría
encontrar a alguna de las mujeres del grupo de Benjamin, pero no sé...
—¿Tienes hambre? ¿Has comido? Podríamos pedir algo. —Peter
no podía dejar de acribillarla con preguntas.
Mantuvo la mirada abatida y sacudió la cabeza. —Estoy bien.
—Lali se sentó en silencio en su asiento, sus delgados dedos enrollados con
fuerza alrededor de la taza de café.
Peter deseaba que hubiese algo más que pudiera hacer por
Lali. No estaba seguro de qué decir, cómo ayudar, así que se sentó
silenciosamente frente a ella sorbiendo su café.
Para el momento en que llegaron a la casa de nuevo, la
oscuridad había cubierto el cielo. Peter se estacionó, apagando el motor. —Te
acompaño.
La casa en sí era grande, pero mal cuidada. El mobiliario
era viejo y desigual, la alfombra beige manchada y raída. Peter no vio mucho
del primer piso, además de una sucia sala de estar, antes de que lo llevara arriba.
Había varias puertas cerradas a lo largo del pasillo. Lali se detuvo en la
segunda puerta a la derecha. Buscó la llave entre sus dedos, haciéndola sonar
contra la puerta de madera. Después de tres intentos fallidos para abrirla,
Peter las sacó de su temblorosa mano, y hábilmente abrió la puerta.
Lo primero que notó fue el olor —la habitación olía a
calcetines de gimnasia mojados. Lali encendió la luz y dio varios pasos en la
habitación. Un estrecho catre en el suelo y una silla en la esquina con
extraviados artículos de vestir eran los únicos muebles.
Mierda. No podía dejarla aquí, ¿verdad?
Lali dio un paso más cerca, envolviendo los brazos alrededor
de la cintura y metiendo la cabeza bajo su barbilla. —Gracias —susurró.
Su entusiasmo por el contacto físico lo sorprendió, pero
sólo dudó un momento antes de envolver sus brazos a su alrededor. Peter palmeó
su espalda, odiando que sus intentos por tranquilizarla fueran torpes e
incómodos. Nunca había sido bueno en esta clase de cosas: las emociones, la
mierda sentimental. Tal vez su presencia sería suficiente para calmarla. Y
aunque no sabía cómo demostrarlo, se sentía protector. No iba a permitir que
nadie le hiciera daño. Si alguien siquiera la miraba de manera incorrecta,
Peter patearía su trasero. La sostuvo durante varios minutos hasta que los
latidos de su corazón se redujeron a la Normalidad, y se salió de sus brazos.
Sus ojos destellaron entre sí a los sonidos de una discusión
en la habitación de al lado. Voces enojadas llegaban a través de las delgadas
paredes. Otra discusión. Peter y Lali se miraron.
—¿Segura de que estarás bien?
Asintió, con expresión solemne.
—Aquí está mi tarjeta. —Sacó la tarjeta de su billetera y la
puso en su temblorosa mano—. Llámame si necesitas algo.
Lali se quedó callada, mirando a la tarjeta, pasando su
pulgar por las letras en relieve.
—Cierre la puerta cuando salga, ¿de acuerdo?
Asintió con fuerza, succionando su labio inferior en su
boca, como si hubiera algo más que quería decir, pero se detuvo.
Peter salió de mala gana. Sabía que se hacía tarde, y por
mucho que le dolía dejarla, no podía posponerlo más. Estaba seguro de que
cruzaba una especie de línea profesional, incluso estando aquí. Esperó fuera de
la puerta hasta que escuchó el pestillo deslizándose en su lugar, el sonido no
tan tranquilizador como hubiera deseado.
Una vez fuera, Peter respiró hondo y pasó las manos por su
cara. La fría explosión de aire otoñal llenó sus pulmones, pero no hizo nada
para volverlo a sus cabales. Trepó dentro de su camioneta y se aferró al
volante hasta que sus nudillos eran blancos, tratando de obligarse a arrancar
el motor y conducir lejos de ella.
La cerradura en su puerta hizo poco para calmar sus nervios.
Las profundas y roncas voces de sus vecinos masculinos enviaban escalofríos por
su espina dorsal. Se acurrucó más en la delgada y áspera manta.
Los sonidos poco familiares y los olores de la casa la
dejaron al borde y temblando. El breve interludio con Peter había ayudado, pero
ahora que regresó a la sombría realidad de la pequeña habitación de nuevo, un
inminente ataque de pánico palpitaba en su pecho.
Crecer como lo había hecho, escuchando las locas diatribas
de Benjamin acerca de que el sexo es sucio y enfermo, y que los hombres del
mundo están impulsados sólo por su lujuria, la hizo híper-consciente de los
sonidos en las habitaciones próximas. Sus voces altas, crudas miradas, y sucias
manos. Benjamin constantemente le inculcó que los hombres sólo la querrían para
una cosa.
La compresión golpeó. Estaba sola. Total y completamente
sola. El pánico se deslizó en los bordes de su cerebro, pero lo combatió,
manteniendo la oscuridad a raya. A duras penas. Pensó Lali. Si pudo continuar
después de perder a su madre, también podría sobrevivir a esto. No tenía otra
elección.
Sus músculos temblaban por el esfuerzo de permanecer inmóvil
contra el duro catre. Se hizo un ovillo, abrazándose las rodillas, esperando
que eso la calmara. Un fuerte golpe contra la pared la hizo saltar. Lali se
sentó en la cama mientras el dolor en su pecho se construía. Respiró un lento y
tembloroso aliento y dijo una oración en silencio. Trató de no colapsar otra
vez, pero antes de que se diera cuenta, ardientes lágrimas corrían libremente
por sus mejillas y deseaba que Peter no se hubiera ido. Las únicas veces que se
había sentido segura durante la última semana de este calvario fue cuando se
encontraba cerca.
Agarró su tarjeta de la repisa de la ventana y la apretó,
aplastándola a su corazón. Deseó ser más fuerte, no romper a llorar tan
fácilmente. Pero tras otro fuerte golpe contra la pared, dejó escapar un gimoteo
bajo las mantas. Echó un vistazo a la perilla de la puerta, el cerrojo aún
vertical, necesitaba reasegurarse de que la puerta seguía cerrada.
No quería dejar la seguridad de su dormitorio —y desearía no
tener que hacerlo— si no hubiera sido por su insistente vejiga urgiéndola.
Había dos baños en el segundo piso, uno era para las mujeres y otro para los
hombres. Había llegado a saber en los últimos días, que los inquilinos
utilizaban el que estuviera más cerca, y desde que tuvo la mala fortuna de
estar rodeada en ambos lados por inquilinos masculinos, sabía que el denominado
baño de mujeres estaba sucio y apestaba a orina. El otro baño, probablemente,
no se encontraba mejor.
Agarrando todavía la tarjeta de Peter, Lali entreabrió la
puerta y miró a ambos lados antes de andar de puntillas hacia el cuarto de
baño.
Se aseguró de que el asiento del inodoro se hallara limpio
antes de orinar. Mientras se lavaba las manos, se sobresaltó ante la pálida
chica con aspecto fantasmal que la observaba desde el espejo antes de darse
cuenta de que era su propio reflejo.
La bombilla sobre ella parpadeó y luego murió. La oscuridad
hizo dar vueltas a su cabeza. Respiró hondo y contuvo el aliento mientras sus
manos tantearon ciegamente por delante, buscando la puerta. Odiaba la
oscuridad. Siempre lo había hecho. Sus manos seguían agitándose en frente, se
rogó a sí misma no entrar en pánico.
Lali se tambaleó sobre sus pies, parpadeando frenéticamente
contra la oscuridad. Antes de que supiera lo que ocurría, chocó contra la
pared, y sintió un agudo estallido de dolor en la parte posterior de su cráneo
mientras se desplomaba en el suelo.
Jajajsj re directa aldy
Tengo has t rl 6
Aller me quede u.u por eso no subi ahora si les subo
Jajajsj re directa aldy
Tengo has t rl 6
Aller me quede u.u por eso no subi ahora si les subo
Masssss
ResponderEliminarQuiero más !!
ResponderEliminarQue le.pasó a Lali ?!
jaja perdon por no firmar es que me quede dormida jaja XD
ResponderEliminary si soy re directa XD jajaj igual si no la nove no tendria sentido
seguilaaa