Peter no tuvo que despedir
a Gas; él
renunció. La Sra.
Mary dijo que era
lo mejor y,
para que no me preocupara,
Gas volvería a la universidad en unas
semanas, y probablemente
necesitaba este
tiempo libre
para prepararse. Sin embargo,
William también renunció, y eso dejó a la Sra.
Mary con un problema. Sin sirvientes.
—He visto dos candidatos
hoy, y solo uno es apropiado. Pero necesitará algo de ayuda por ser su
primera vez —La Sra. Mary se detuvo sobre un montón de hojas frente a ella.
—Lo haré esta noche. Sé cómo. El único candidato apropiado
puede ayudarme.
La Sra. Mary posó
sus ojos en
mí y frunció
el ceño. —No
estoy segura. Al amo Peter no
le va a gustar mucho.
Ya está quejándose
de ti trabajando fuera en
el sol, y me hizo
prometerle no hacerte
tocar camarones u ostras de nuevo desde
que descubrió cuánto los odias.
Me reí. —Bueno, lo superará. Además, ¿Qué mas puedes hacer?
La Sra. Mary mordió
su labio inferior,
y luego asintió.
—Bueno, supongo que tienes razón. Tú
eres mi única salida de este lío.
La puerta se abrió, y Peter entró con una sonrisa en su
rostro. —Ah, justo a quien
quería ver. —Se
inclinó y besó mi nariz,
y le dio a la Sra.
Mary su encantadora sonrisa de niño pequeño.
—¿Tienes algo de té dulce?
—Sabe que sí. Acabo de hacer uno fresco —Se incorporó para
servir su bebida—. Mientras está aquí, quería hacerle saber que como despidió a
mis sirvientes, Lali estará
ocupada esta noche
con el chico
nuevo entrenándolo.
Peter frunció el ceño. —No, no va a hacerlo.
—Peter, no veo por
qué no. La Sra. Mary
necesita ayuda —Me
incorporé y puse mis manos en las caderas, lista para pelear.
Él sonrió y deslizó sus brazos por los míos. —La familia
cenará fuera esta noche, y yo estaré ocupado. No necesitamos sirvientes —Se
giró hacia la Sra. Mary y sonrió—. Tómese la noche libre. —Me miró—. ¿Me harías
el honor de ir a cenar conmigo?
La Sra. Mary se echó a reír, y yo sonreí. —Me encantaría.
Tomó mi mano y me guió hacia la entrada a la parte principal
de la casa. —Buenas noches, Sra. Mary —dijo por encima del hombro.
Caminamos a su habitación.
—Hice que mi estilista te comprara ropa para el viaje que no
llegaste a hacer conmigo. Si queremos
disfrutar una comida
sin admiradores, entonces tenemos que ir a un
lugar donde el código de vestimenta sea un poco más estricto que en la mayoría —Abrió su gran closetentró y salió con una
larga caja blanca. —Para ti —dijo sonriendo.
No me gustaba la idea
de él comprándome
ropa, pero la
sonrisa ansiosa en su rostro me hizo
morder mi lengua y olvidarlo. La puse sobre la cama y la abrí.
En el interior había un vestido azul pálido
que parecía estar hecho con una tela tan delicada que se rompería cuando lo
tocara.
—Tengo miedo de dañarlo —susurré y lo miré a él.
Se rió y se acercó detrás de mí. Su aliento acariciaba mi
oído. —Todo lo que vas a hacer es causar la envidia de todos a tu alrededor —Volvió a su closet y regresó con una caja de
zapatos—. Necesitarás estos también.
La abrí. Dentro había
un par de zapatos plateados de tacón
de puntilla con tiras.
—Espero poder caminar
en estos. —Mi
voz sonó nerviosa, incluso para mí.
Él tomó uno, lo deslizó por su dedo y lo dejó colgando. —Estos sí se ven complicados, pero puedo
imaginarlos puestos, y la imagen me
está haciendo sudar. Necesitamos
alejarte de mí. —Tomó el vestido y me guió a una habitación de huéspedes—.
Tienes un baño
a tu disposición,
y encontrarás que tiene todo lo que
podrías necesitar para vestirte para esta noche.
—Está bien —dije, mientras
él dejaba el
vestido sobre la
cama y regresaba a la puerta. Me dio una sonrisa
arrogante—. Te recogeré
a las siete, si eso está bien.
Miré el reloj en
la mesa de
noche. Decía un
cuarto para las
seis ahora.
—Te veo entonces.
Hizo una reverencia y cerró la puerta detrás de él.
Caminé al baño contiguo. Maquillaje y geles de baño,
jabones, sales, cremas y diferentes lociones corporales, splashes, y polvos
llenaban los mostradores de mármol. Mordí mi labio para
no reír en voz alta. Él había estado preparado para que yo dijera “sí”. Un
pedazo de papel
estaba sobre las toallas, paños de baño, esponjas, lufas y
otros objetos que nunca había visto antes. La tomé y sonreí cuando me di cuenta
de que era de Peter.
Lali,
No tenía idea de lo que
necesitarías. Me tomé la libertad de comprar todo lo que pensé que olía
bien. Nada de ello huele tan bien como tú, pero la vendedora me aseguró que
todas las mujeres querían sentirse mimadas en el baño. Así que solo lo compré
todo. En cuanto al maquilaje, tú no necesitas ninguno. Tu belleza
natural es suficiente
para ponerme de rodillas,
pero quería que fueras feliz, así que hice
que la vendedora me diera todo lo que una hermosa rubia con
piel increíble y sorprendentes
ojos azules con
pestañas que son largas
y rizadas sin ningún
tipo de ayuda
podría necesitar. Dijo que parecía
como que no necesitabas nada, pero me
dio un par de cosas que creía te harían feliz.
Te
amo, Peter.
Me reí, tomé la
nota, y la guardé en
mi bolso. Olí
las diferentes fragancias y finalmente
me decidí por
una, y luego
comencé la tarea
de verme lo suficientemente bonita para
el vestido.
* * *
Peter tocó a mi puerta exactamente a las siete, y me deslicé
sobre los sexys tacones plateados. Me quedaban perfectamente. Él, de verdad,
había hecho su tarea. Abrí
la puerta, y mi corazón se aceleró.
Verlo en un esmoquin
negro hizo que mis rodillas se pusieran ligeramente débiles.
—Realmente deberías advertirle
a alguien antes de que te muestres
ante ellos vestido así —dije
con asombro en mi voz.
Nunca había visto
a nadie tan increíblemente perfecto. Fue
ahí cuando me di cuenta de que él estaba mirándome, bueno, mi cuerpo, y su
mirada se detuvo en mis pies.
—Creo que voy a darle a mi estilista un aumento.
Sus ojos encontraron los míos,
y sonrió, una lenta
y sexy sonrisa
que no ayudó a mis débiles rodillas.
—Eres increíble —dijo finalmente,
tomando mi mano
y halándome contra él. Su cálido, limpio olor a
jabón, enjuague bucal, y Peter, hizo correr la sangre en mis venas.
Sus labios tocaron mi oreja. —Quiero tomarte, besarte, y
disfrutarte en este vestido justo aquí en esta habitación toda la noche, pero
no puedo.
Me estremecí.
—Por favor no te estremezcas. Me hace
algo —dijo en
mi oído de
nuevo.
Sonreí. —Bueno, deja de susurrar en mi oído y trazar figuras
en mi espalda desnuda, y yo me detendré —me obligué a decir a través del deseo obstruyendo
mi garganta.
Tomó mi mano y comenzamos a caminar.
—Tengo que ponernos
alrededor de la gente.
Ahora —dijo con
un sentido de urgencia
que comprendía completamente.
Kane estaba a la puerta del
Bentley que había
visto usar solo
a la Sra. Lanzani. Él asintió.
—Señorita White, señor
Stone —dijo sin
emoción mientras entrábamos. Peter puso
su brazo detrás de mi espalda.
—Sé de buena fuente
que no te gusta la
mayoría de la comida de
mar.
Sonreí y asentí, sabiendo que la fuente era el Sr. Greg.
—Así que, estoy limitado a dos opciones. Esta área es para
turistas. El ocasional turista de siempre,
pero hay unos
establecimientos más difíciles para entrar. ¿Has escuchado
alguna vez de “Le Cellier”?
Por supuesto que no. Negué con la cabeza.
—He estado ahí un par de veces. Es bueno, pero más
importante, es un lugar donde podemos
disfrutar una comida
juntos y no lidiar con
admiradores.
Dejé salir un suspiro
feliz, me recosté
en el asiento
y crucé mis
piernas. Peter se aclaró la garganta, y lo miré.
—Podrías intentar no mostrarme
ninguna pierna mientras
estamos solos. Estoy teniendo un momento
difícil por ello. —Su sonrisa era forzada, y contuve una sonrisa.
—Lo siento —dije suavemente y metí
mis piernas cruzadas hacia el
asiento.
Llegamos al establecimiento, y había hombres esperando para
abrir nuestra puerta. Peter tomó mi mano
y nos llevó
hacia la anfitriona,
quien inmediatamente notó a Peter.
—Señor Lanzani, tenemos lista su mesa. Por aquí.
Peter estaba en lo
cierto. Los otros comensales no iban a venir a pedir autógrafos, pero sí
lo reconocieron mientras caminábamos. Muchos susurraron, y sus ojos lo
siguieron. Estábamos ubicados en una mesa lejada del comedor
principal, donde no
había gente alrededor
nuestro.
Peter movió la silla
para mí, y me senté,
agradecida de que no íbamos
a estar a la vista de los ojos curiosos.
Peter sonrió. —¿Lees francés, o debo ordenar por ti?
—¿El menú está en francés? —pregunté, sorprendida.
Él asintió. —Sí, y
sé que debo alejarme de las ostras
y camarones. ¿Estás de acuerdo con
ternera o langosta?
No estaba muy segura de con qué estaba de acuerdo. El
restaurante más bonito en que jamás había
estado tenía un
menú en inglés
y nada costaba más de quince dólares.
—Sólo ordena algo que creas que me gustará. —Rió entre
dientes—.
Está bien.
Un mesero apareció, y Peter ordenó en francés, por supuesto.
Lo miré, hipnotizada por su voz y la forma en que las palabras extranjeras
fluían de su boca con tanta facilidad.
Se detuvo. —¿Qué quieres beber?
Fruncí el ceño y casi odié preguntar. —¿Tienen Coca Cola?
Él rió entre dientes y volvió a hablar en francés.
Una vez que estuvimos
solos de nuevo,
se inclinó hacia mí
y susurró—: Te ordené langosta porque sé
que aquí es buena. Además, no sabe para nada como ostras o camarones.
Antes de que pudiera responder, una Coca Cola apareció
frente a mí, y frente a Peter. Él tomó
un sorbo y estiró una mano hacia mí. Deslicé
mi mano en la suya y suspiré.
—Es difícil estar cerca de ti y no tocarte de alguna manera.
Sabía exactamente a qué se refería.
El pensamiento debió ser
uno feliz, pero el
hecho de que estábamos a mitad
de julio me
recordaba lo cerca que estaba de no poder tocarlo más.
—No se suponía que eso te pondría triste —dijo suavemente.
Me obligué a sonreír. —No lo hace. Solo estaba pensando acerca de lo
rápido que terminará el verano. Lo rápido que ya se ha ido.
Sus ojos mostraron una emoción que no comprendí. —Lo sé —dijo
y apretó su agarre sobre mi mano. Miró la bebida
frente a él, y luego a mí con tristeza en sus ojos. —No puedo pensar en ello ahora mismo. Dejarte será
lo más difícil que jamás he tenido que hacer. No estoy seguro cómo
seré capaz de hacerlo —se calló y volvió su mirada lejos de mi.
--Deseé no haber traído a colación nuestro futuro cercano.
Odiaba ver el dolor en sus ojos.
—Lo resolveremos. No dejemos
que nos desanime
ahora. Aún tenemos un mes y medio.
Forzó una sonrisa y asintió. —Tienes razón —Peter se paró y
rodeó la mesa y levantó su mano.
Lo miré en
su esmoquin, y mi respiración se cortó en mis pulmones. Él, realmente, era
impresionantemente hermoso. —¿Bailarías conmigo?
Deslicé mi mano en la suya y lo seguí hacia el salón
principal, donde la banda tocaba. Me metí en sus brazos y deseé poder quedarme
ahí para siempre. Sus manos descansaban
en mi espalda
baja, y yo deslicé mis manos hacia arriba
y las dejé
en sus hombros.
Con mi altura
extra, gracias a mis tacones asesinos, estaba más
cerca a su metro ochenta
y ocho. Se inclinó hasta que el calor de
su aliento me hizo cosquillas en mi oído y cuello.
—Te sientes increíble en mis brazos.
Me estremecí y deslicé una mano detrás de su cuello. —Sin
embargo, si el anciano caballero de la mesa a nuestra izquierda no deja de
comerse con los ojos tus piernas, voy a tener que ir a sacarlo.
Contuve la risa y giré mi cabeza para ver al ofensivo
anciano.
—Estás loco —susurré.
Él asintió. —He estado loco desde el día en que subí a mi
habitación y te encontré limpiando algo del
piso. Nunca olvidaré
pensar, “no me importa
si ella se escabulló hasta aquí para acercarse a mí, si ella me deja enredar
mis dedos en esos rizos y mirar dentro esos ojos
azules de bebé,
puede acercarse tanto como quiera.”
No me había dado
cuenta de que había sentido
algo por mí ese primer día.
—¿En serio? Pensé que
estabas enojado porque una
admiradora loca se había colado dentro.
Sonrió con malicia. —¿Cómo crees que alguien se enoje con
alguien que pudo haber caído del cielo?
Me sonrojé y posé mi cabeza en su pecho.
Terminamos el resto del baile en silencio. Memoricé sus latidos
y cerré mis ojos para
conservar el momento en la memoria. Sabía que
un día no muy lejano
necesitaría recordar lo bueno
que había sido
este momento. Cuando todo
acabe, no quería pensar nunca que había cometido un
error al amarlo.
Quería recordar siempre cómo me
hizo sentir, y así sabría que
el dolor valió la pena.
Peter me regresó a mi asiento antes de tomar el suyo. Tomé
un trago de mi Coca cola y noté que había un tipo de pan en una bandeja de
plataen el centro de la mesa. Peter cortó una rebanada de pan y le puso algo
que podría haber sido aceite en lugar de mantequilla, y luego me lo ofreció.
—Su pan es muy bueno —me aseguró.
Tomé un mordisco y decidí que el aceite extraño sabía mucho
mejor que la mantequilla. Él había
untado un trozo
con el aceite
delicioso y de alguna
manera se las arregló para ser
sexy mientras comía pan.
Me pregunté si le daban lecciones sobre
esas cosas a las estrellas de rock. Y si lo hacían, si podría entrar en una de
esas lecciones.
—¿De qué te ríes? —preguntó.
No me había dado cuenta de que mis pensamientos se mostraban
en mi rostro. Me encogí de hombros. —Estoy
pensando en la manera en que haces cosas tan simples, como comer pan,
atractivas.
Me dio una sonrisa
torcida y se inclinó hacia mí.
—Tal vez de la misma
forma que haces sexy el respirar.
—¿Qué? —pregunté, confundida.
Levantó sus cejas. —Cuando respiras, me da escalofríos.
Reí y sacudí mi cabeza. —Eres muy bueno con las palabras.
Me guiñó un ojo,
se recostó en su asiento y tomó un trago
de su Coca cola.
—Me haces sentir poético.
Un mesero llegó detrás de Peter, y escuché uno detrás de mí
así que me senté con la espalda recta y
esperé que ellos
sirvieran nuestra ensalada.
—Lo maravilloso de Alabama
es que recibes
nueces en tu ensalada —dijo Peter cuando los meseros se
fueron.
Concordé con él. Me encantaban las nueces, pero nunca antes
pensé en ponerlas en mi ensalada.
Una vez terminamos nuestra comida, y Peter
pagó la cuenta,
fuimos afuera hacia Kane y el Bentley
esperándonos en la puerta del frente. Cómo hizo eso Kane, jamás lo sabría, pero
él siempre estaba a tiempo. Fuimos a mi apartamento en silencio. Me acurruqué en los brazos de Peter
y él jugó con mi cabello. Fue uno
de esos momentos
cuando las palabras
no son necesarias.
Kane ralentizó y se estacionó justo en
la calle frente
a mi apartamento.
—Gracias por esta noche.
Peter sonrió
hacia mí e
inclinó mi cara
para que coincidiera
con la suya antes
de besarme suavemente.
Cerré mis ojos y me
presioné más cerca a él. Se
apartó solo lo suficiente para mirar a mis ojos.
—Te amo, Lali Esposito—susurró con voz ronca.
Sonreí y besé su rostro con suavidad.
—También te amo, Peter Lanzani.
Gimió, me trajo más
cerca, y enterró su cara en mi cabello. Quería quedarme así para siempre. No
quería que septiembre llegara nunca.
—Tú eres cada
canción que he
cantado. Jamás dejaré
que algo te lastime de nuevo. Por primera vez en mi
vida, mis sueños no son sobre mí —Levanté mis ojos para encontrar los suyos, y
él sonrió. —Son sobre ti.
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