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lunes, 26 de mayo de 2014

Capitulo:11



Vivir,
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.
CARLOS GARDEL,
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Peter se fue del hospital como un autómata y por fortuna condujo hasta la casa de sus hermanos sin causar un accidente. Había perdido a Lali. Había llegado demasiado tarde. Sí, ella había llorado entre sus brazos, pero probablemente esa reacción se debía a la presión y al estrés que había soportado durante toda la noche. «Se habría abrazado a cualquiera, tú sencillamente estabas allí. Y te aprovechaste. Eres un cretino. Un egoísta. Y probablemente eso es exactamente lo que ha pensado La.» Peter no se engañaba a sí mismo, sí, había ido al hospital con la esperanza de encontrarse con ella, pero de verdad estaba preocupado por Patricia Esposito, en las pocas ocasiones que había coincidido con la madre de Lali, ella siempre había sido muy buena con él. Siempre le había tratado bien y no como el delincuente juvenil que en esa época se suponía que era.
Aparcó el coche y fue en busca de Valentina con la esperanza de que su hermana consiguiese animarle, y recordarle que había gente dispuesta a darle una segunda oportunidad. Probablemente tendría que conformarse con recuperar el cariño de sus hermanos, porque cada vez era más evidente que no podría lograr lo mismo con el de Lali. Esta vez utilizó la llave para entrar en casa y se encontró con Valentina sentada en el sofá con la nariz pegada a las páginas de un libro.
—¿Qué estás leyendo? —le preguntó, pues ella ni siquiera le había oído entrar.
—¡Ah, hola, Peter! —Cerró la novela de un salto—. Me has asustado.
—Lo siento —se disculpó él encogiéndose de hombros—, debería haber llamado al timbre.
—No digas tonterías, Pitt, no te pega. —Valentina se puso en pie y estiró los brazos. Estaba todavía con las manos apuntando al techo cuando vio el rostro de su hermano—. ¿Qué te ha pasado? ¿Te encuentras bien?
Peter supuso que no era tan bueno como creía disimulando y levantó la comisura de los labios en un gesto burlón. Le había gustado oír el apodo con el que Valentina le había bautizado de pequeña, cuando todavía no había aprendido a hablar y Peter había resultado ser un nombre demasiado largo y demasiado difícil de pronunciar.
—No, la verdad es que no —confesó.
—¿Es por Lali?, ¿cómo está su madre? —Valentina dejó la novela encima de la mesilla que había frente al televisor y se acercó a su hermano.
—No lo sé —carraspeó incómodo—. ¿Tienes hambre, quieres que salgamos por ahí?
Su hermana se quedó mirándolo unos segundos a los ojos. Martin había hecho lo mismo antes y, a decir verdad, a Peter empezaba a irritarle que sus dos hermanos tuviesen el don de ver dentro de él. Porque no tenía ninguna duda de que era eso exactamente lo que estaban haciendo.
—Iré a cambiarme —respondió enigmática dándose media vuelta.
Valentina reapareció quince minutos más tarde, se había puesto unos vaqueros y un jersey, y se había peinado, ahora llevaba una diadema que le apartaba la melena negra de la cara.
—¿Adónde quieres ir? —Peter dejó la novela que había cogido para ojear mientras esperaba.
—Por qué no paseamos un rato. El barrio ha cambiado mucho desde que te fuiste —apuntó Valentina haciendo referencia por primera vez a los años que Peter no había estado.
—Claro, tú mandas.
Valentina le cogió por el brazo y tiró de él hacia la puerta.
—Vamos, paseemos un rato. Creo que te llevaré al restaurante preferido de papá. Lo abrieron unos años después de que te fueras.
Valentina guio a Peter por las calles que él apenas había tenido tiempo de conocer durante los tres años que había permanecido allí y que sin embargo ahora recordaba con absoluta claridad. Valentina tenía razón; no parecían las mismas. Habían cambiado mucho, igual que él, igual que su hermana, igual que Lali.
—Papá solía traernos aquí de vez en cuando, a mí y a Juan Martin —le explicó Valentina al pasar por una plaza.
—¿Y mamá?
Valentina se detuvo y obligó a Peter a hacer lo mismo. Esperó a que su hermano girase el rostro y entonces clavó los ojos en los de él.
—No sé qué pasó cuando te fuiste, yo solo tenía seis años, pero la relación entre mamá y papá cambió a partir de entonces. Creo que ambos intentaron ocultarlo, fingir que todo seguía igual que siempre, pero no era así.
Valentina reanudó la marcha y Peter la siguió atónito.
—Apenas se hablaban —siguió su hermana—, y papá la miraba como... —buscó el modo de explicarlo— como si le hubiese traicionado. o decepcionado. Y ella le miraba como si hubiese tenido todo el derecho del mundo a hacerlo. No sé, Pitt, quizá tuviste suerte de no estar aquí.
—No digas eso —le pidió sincero.
—No, es verdad. Papá se fue apagando, marchitando, y cuando murió —tragó saliva—, ¿te he contado alguna vez que yo fui la primera en verlo? —Miguel Lanzani había muerto de un infarto mientras estaba descansando en una de las habitaciones para empleados de la empresa en la que trabajaba—. Cuando le vi, sonreía, como si se sintiese aliviado. Y mamá, bueno, mamá nunca fue muy cariñosa, pero con los años se fue amargando, endureciendo. Nunca he conocido a una mujer más enfadada con el mundo que ella.
—¿La ves a menudo?
—¿A mamá? No. —Valentina dio una patada a una piedra que se encontró por el camino e intentó ocultar el dolor que evidentemente le causaba la indiferencia de su madre—. Después de que papá muriese, empezó a salir con gente del trabajo. Y un mes más tarde ya había conocido a Ramón.
—El hombre con el que vive ahora.
—Sí, creo que incluso se casarán. La verdad es que siento lástima por él. Le conocí hace tiempo y me pareció un buen hombre. Es mayor que mamá y ella hace con él lo que quiere. ¿Sabes qué es lo más curioso?
—¿Qué?
—A papá le echo mucho de menos. Papá lleva seis años muerto pero todavía hay días en que pienso que me gustaría contarle algo, como el día que llegaste. —Miró a Peter y sonrió—. Pero a mamá no. Mamá vive a dos horas de coche de aquí. Podría verla cada semana, si yo o ella quisiésemos, pero ni siquiera siento la necesidad de llamarla. ¿Le has dicho que has vuelto?
—No —contestó Peter apretando la mandíbula.
—Es aquí. —Valentina se detuvo frente a la puerta de un restaurante de aspecto familiar.
«Sí, seguro que a papá le gustaba venir aquí.»
Los dos hermanos entraron y la camarera saludó efusivamente a Valentina, y después los acompañó hasta una mesa algo apartada.
—Así podréis estar tranquilos —dijo la muchacha—, dentro de un rato echan un partido de fútbol y esto se pondrá imposible.
—Gracias, Manuela —dijo Valentina.
Peter vio que encima de la barra de la entrada había colgado un enorme televisor y entendió el comentario de la joven.
—Gracias —dijo él también. Peter había vivido en dos buques transatlánticos y en tres puertos internacionales y en todos esos sitios el fútbol era quizá lo único que poseía suficiente poder de convocatoria como para reunir a toda la tripulación en el mismo lugar al mismo tiempo.
Valentina y Peter se sentaron y él abrió la carta.
—No te molestes —le aconsejó Valentina—, el padre de Manuela nos preparará lo que le dé la gana.
—Ah. —Devolvió el menú a su sitio.
—Bueno, Pitt, yo te he contado lo de papá y mamá, así que ahora te toca a ti.
Peter notó que le sudaban las manos. Quizá Valentina debería presentarse a las oposiciones de la policía. Sería letal en los interrogatorios.
—¿Yo? —intentó fingir que no la entendía.
—Sí, tú, Peter. Elige, ¿qué prefieres contarme? ¿Por qué te fuiste? —enumeró cada pregunta con un dedo de la mano—, ¿por qué has vuelto?, o, ¿por qué te tiembla la mandíbula cada vez que se menciona el nombre de Lali Ruiz-Espsito?
Peter pasó el dedo por el borde de la copa vacía que tenía delante. Un camarero se acercó en aquel instante y les sirvió agua, y Peter se la bebió. Valentina no dijo nada y esperó paciente a que su hermano decidiese qué quería contestarle.
—No puedo contarte por qué me fui —empezó con la cabeza agachada y la mirada todavía fija en la copa. Un segundo más tarde, como si en su fuero interno hubiese llegado a un acuerdo consigo mismo, la levantó y miró a su hermana—. Todavía no. Antes debo contárselo a otra persona.
—A Lali.
—Sí, a Lali —afirmó Peter a pesar de que Valentina se lo había preguntado. Su hermana no lo había dudado ni un segundo—. Y por eso mismo tampoco puedo contarte porque... —se sonrojó un poco y Valentina pareció sentirse bastante satisfecha consigo misma— porque me afecta oír su nombre —hizo una pausa—. Pero lo que sí puedo contarte es por qué he vuelto —añadió Peter sorprendiéndola. Y a él le gustó coger desprevenida a Valentina—. Al menos en parte.
—¿Por qué has vuelto? —le preguntó Valentina cogiéndose las manos. Estaba nerviosa. Ella y Peter se habían escrito muchas cartas a lo largo de los años, y en las cien primeras Valentina le había pedido infinitas veces que volviese, que fuese a verlos. Y él siempre había hecho caso omiso a esas peticiones. Hasta que ella dejó de pedírselo.
—He vuelto porque quería recuperaros. A los tres. A ti, a Martin y a Lali.
—A mí y a Martin nunca nos perdiste.
«No estés tan segura.»
—Me he pasado doce años sin veros, Valentina. No estaba aquí cuando Martin terminó sus estudios universitarios, ni cuando tú aprendiste a ir en bici. Ni cuando te rompiste la pierna, ni cuando Martin...
—No importa, Pitt. —Valentina vio la rabia contenida de su hermano y le colocó una mano encima de las de él—. Ahora estás aquí. Y no vas a marcharte, ¿no?
—No —le prometió solemnemente mirándola a los ojos—, no voy a marcharme.
—Tú y Lali, ¿estabais enamorados? —le preguntó con cautela. Peter no dijo nada, pero asintió y su hermana se atrevió a seguir—. Entonces, si antes la querías y ahora has vuelto por ella, ¿por qué no estáis juntos?
—No es tan sencillo.
—¿Por qué no?
—Porque no.
—Vamos, Pitt, no me trates como si fuese una niña pequeña. Cuéntamelo. Es evidente que Lali siente algo por ti, si no, ¿por qué te ha esperado todos estos años?
—Lali no me ha esperado.
—Por supuesto que te ha esperado —afirmó Valentina—, yo no la conozco demasiado bien pero...
—Lali no me ha esperado porque no hemos estado en contacto durante estos doce años.
—Joder, Peter. Perdón —añadió al ver que su hermano enarcaba una ceja al escuchar el taco—. ¿Te has pasado doce años sin hablar con ella? —Vio que Peter asentía y abrió los ojos de par en par—. ¿Y tampoco la has llamado? —Las cejas iban a salirle de la cabeza—. Pero al menos te despediste de ella, ¿no?
—No.
—Joder. Lo siento. —Estiró los pies por debajo de la mesa y miró a su hermano con cara de preocupación—. Tienes razón. Pitt. No es sencillo. Tú mismo me has dicho que has vuelto por ella...
—Y por vosotros... —la interrumpió para puntualizar ese importante detalle. Por nada del mundo querría Peter que su hermana pensase que solo había vuelto por Lali.
—Lo sé, Peter, pero nosotros nos hemos escrito durante estos años y hemos hablado por teléfono unas cuantas veces, aunque la verdad sigo sin entender por qué te negaste a visitarnos. En fin, lo que quiero decir es que si me lo hubieras hecho a mí, creo que te haría caminar por encima de clavos ardiendo antes de perdonarte. Cien veces.
Peter sonrió y pensó que Lali probablemente ni así le perdonaría.
Comieron sin volver a hablar del tema, Valentina le contó anécdotas sobre ella y Martin y cuando llegaron a los postres, Manuela fue a charlar con ellos. Peter se rio más veces que en los últimos siete u ocho años juntos, y para cuando volvieron a casa casi se había olvidado de que probablemente jamás sería feliz.
Unas horas más tarde, Peter y Valentina estaban sentados en el sofá jugando a la brisca, y riéndose el uno del otro, cuando llegó Juan Martin. Exhausto. Destrozado. Y con cara de que las cosas iban mal. Muy mal.
—¿Ha sucedido algo? —le preguntó Valentina poniéndose en pie de un salto—. ¿Te encuentras bien?
Martin se desplomó en el sofá justo al lado de Peter. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Estuvo varios segundos en silencio, probablemente meditando si debía contarles a sus hermanos lo que sabía.
—La señora Ávila no saldrá de esta —dijo tras decidir que sus valores humanos valían más que el secreto profesional. Se frotó los ojos con las palmas de las manos y soltó una maldición antes de abrirlos y mirar a su hermano mayor—. He echado a Lali del hospital y la he mandado a su casa. Alexia se ha quedado con su madre. Esta tarde me he acordado de algo —dijo Martin cambiando repentinamente de tema y quedándose en silencio.
—¿De qué? —preguntó Peter convencido de que Martin todavía no había terminado de decir todo lo que quería.
—La mañana después de que te fueras, Lali vino a buscarte y cuando le dije que no estabas... —se frotó la cara cansado—, mira, yo solo tenía dieciocho años y probablemente no me daba cuenta de muchas cosas, pero te aseguro que vi cómo se le apagaban los ojos.
—Yo tuve que irme.
—Todavía no nos has contado por qué —le recordó Martin refiriéndose a él y a Valentina—, pero nosotros podemos esperar, ¿no? —Desvió la mirada un segundo hacia la hermana de ambos y vio que esta asentía—. Lali y yo nos hicimos amigos cuando su madre enfermó por primera vez, y no sé si debería contarte esto, pero sé que esta noche no puede estar sola. Nadie debería estarlo en un momento así. Yo dormiré un poco y volveré al hospital; cuando me he ido, Alexia estaba dormida, pero quiero estar allí cuando se despierte —afirmó poniéndose en pie y sin explicarle por qué quería estar con la hermana de Lali cuando esta se despertase—. Lamento haberte chafado el fin de semana, Valentina.
Valentina le dio un abrazo a su tosco hermano y un beso en la mejilla.
—Vete a dormir, Doctor Maligno, te despertaré dentro de ¿tres horas?
—Dos y media.
—Juan Martin —lo llamó Peter—, gracias. Otra vez.
Martin asintió y entró en su dormitorio después de farfullar:
—Nos vemos mañana. 

4 comentarios:

  1. Por favor que Pitt ni se rinda..que valla junto a Lali y la consuele...esta buenisima la.nove!!!!.
    Porque ya no avisas mas que subes en el grupo de Facebook??
    Avisa ahi porfis!!!

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    1. Perdon pero que no avisaba pero en el celular no me deja publicar los link nose porque y ahora estoy del compu del colegio , Voy a tratar de areglarlo lo mas rapido que pueda

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  2. Juan Martín debe estar enamorado d Alexia,y conoce muy bien a Lali,así k le da una pauta a Peter .....k vaya a contenerla.

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