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miércoles, 21 de mayo de 2014

Capitulo 6

6

Hoy puede ser un gran día,
plantéatelo así,
aprovecharlo o que pase de largo,
depende en parte de ti.
JOAN MANUEL SERRAT,

Hoy puede ser un gran día
—El nuevo capitán es muy intenso, ¿no crees? —le preguntó Agus mientras bajaban la escalera.
—No sé —dijo Lali concentrándose para no tropezar.
—Cuando he entrado en el despacho parecía estar enfadado. ¿Estás metida en algún lío?
—No, solo estábamos hablando del plan de contingencia. Quiere que le mande toda la documentación. Y también está muy interesado en el proyecto Erizo.
—¡Genial! Ya era hora de que tuviésemos a un capitán con dos dedos de frente. Galindo no era mal tipo, pero a ese hombre solo le importaban los peces que podían acabar en su estómago.
—¿Llevamos todo lo que necesitamos para la reunión? ¿Cómo se llama el director del centro? Siempre me olvido de su nombre. —Lali estaba desesperada por cambiar de tema.
—Lo llevamos todo. El director se llama Ariel, creo que es de Buenos Aires, y su ayudante se llama Luna.
—¡Ah, sí, Luna! Por cierto, ¿llegaste a salir con ella? No quiero tener otra escena como la de ese colegio.
—¿Cómo querías que supiese que la chica que me había ligado el sábado era la maestra de quinto? Ya me he disculpado por eso, Lali.
—¿Saliste o no con Luna?
—No.
—Mejor —dijo con una sonrisa.
—Oh, muchas gracias. No sabía que mis fracasos sentimentales te hicieran tanta gracia.
—¿Fracasos sentimentales? Vamos, Agus, que estás hablando conmigo. Cuando vas a cenar con una de esas pobres chicas no piensas en los sentimientos de nadie, ni en los tuyos ni en los de ellas.
—Si no fuera porque sé que lo dices en broma, me dolería que opinaras eso de mí.
—Ya sabes que lo digo porque te quiero.
—Y yo a ti. Y por eso te prometo que intentaré no quedar con Luna mientras tengamos trato con la escuela de submarinismo.
—Me alegro. Además, ¿qué clase de nombre es Luna?
Agus le sonrió y la rodeó por los hombros. Juntos caminaron hacia la escuela de submarinismo, ajenos al par de ojos que los estaban observando desde el despacho principal de capitanía.
Peter se obligó a apartarse de la ventana y a centrar toda su atención en el informe que tenía en la mano, y después de leer seis o siete veces la misma línea sin llegar a entenderla, se dijo a sí mismo que no tenía ningún derecho a estar enfadado con Lali. Ni a tener celos de Agus Agus. Ese chico no tenía la culpa de lo que había sucedido doce años atrás. Pero, ¿por qué diablos Lali no podía tener un compañero de trabajo con un aspecto más común y corriente?, o que fuese un imbécil, o insoportable, o, una mujer. ¿Acaso sería pedir demasiado? Sí, en su caso sería pedir demasiado. Peter había comprobado en carne propia que el destino no sentía especial simpatía por él. Todo lo contrario. Suspiró y cerró el expediente.
—¿Puedo pasar? —le preguntó Domingo asomando la cabeza por la puerta.
—Por supuesto, pasa —accedió Peter agradeciendo la distracción—. Dime qué puedo hacer por ti.
Domingo sonrió antes de responder.
—No deberías hacer ese ofrecimiento al jefe de un departamento al que le han recortado el presupuesto tres años seguidos.
—¿Tres años seguidos?
—Sí, y no pienses que voy a darte tregua por haber sido el mecánico preferido de mi moto. Mañana mismo empezaré a inundarte de solicitudes.
—¿Y por qué no hoy?
—Acabo de llegar de vacaciones —dijo Domingo a modo de explicación—. Me alegro de que Lali haya decidido quedarse. Nunca entendí lo de la excedencia, no lo había mencionado ni una sola vez, y de repente, ¡zas!, dijo que se iba a pasar no sé cuántos meses a Canarias.
—¿Tú y Lali sois amigos? —le preguntó Peter interesado y algo sorprendido.
—Sí, claro, Lali es muy amiga de Marcela.
—¿Ah, sí?
—Sí, se conocieron cuando Lali empezó a trabajar aquí, en una cena de Navidad. Todavía me acuerdo de lo incómoda que estaba la pobre —sonrió al recordar a una Lali cinco años más joven y mucho más insegura—. Marcela se sentó a su lado y se puso a hablar con ella. Ya conoces a Marce —señaló Domingo con cariño—. Lali viene a menudo a casa, los niños la adoran. A todos nos extrañó mucho que quisiera irse tan de repente. Ahora que lo pienso... —se golpeó el mentón con el lápiz que sujetaba entre los dedos—. Lali decidió irse justo cuando Galindo nos comunicó que se retiraba y anunció que tú serías su sustituto. Qué casualidad.
—¿Para qué querías verme? —Peter intentó que la frase sonara lo más relajada posible. Él no tenía ningún problema en reconocer que conocía a Lali de antes, pero no sabía si ella sí, y no quería darle ningún motivo más para seguir enfadada con él.
—He estado hablando con Márquez, me ha dicho que estás interesado en el programa que utilizan en Shanghái.
—Sí, así es. —Peter se sentó en la silla y con un gesto invitó a Domingo a que hiciese lo mismo.
—Gracias. Llevo meses estudiando ese programa, no es perfecto, pero es mucho mejor que el que tenemos ahora.
—Me temo que eso no es demasiado difícil, por lo que he visto, incluso el programa que teníamos en el buque era mejor que este.
—Sí, Galindo era de la vieja escuela, siempre decía que las «máquinas» no servían para nada, que solo teníamos que organizarnos mejor. No me malinterpretes, por supuesto que podemos hacer las cosas mucho mejor, aunque no nos iría mal algo de ayuda externa. ¿Comprendes lo que te estoy diciendo?
—Sí, perfectamente. Entonces, ¿crees que el programa de Shanghái podría seros útil?
—La verdad es que creo que podemos hacer algo mucho mejor.
—Te escucho —ofreció Peter intrigado de verdad.
—Creo que podríamos diseñar nuestro propio programa. En mi equipo hay técnicos muy válidos que llevan años perdiendo el tiempo elaborando informes y manipulando estadísticas a gusto del Ministerio. Márquez conoce la organización interna mejor que nadie, y él podría decirnos exactamente qué requisitos debería cumplir el sistema. Lali y Agus también podrían participar, incluyendo todas las normativas medioambientales y añadiendo lo que crean necesario.
—Veo que has pensado mucho en el tema.
—Llevo años pensando en el tema. Mira —le enseñó el lápiz—, ¿sabes por qué lo llevo siempre encima?
—No.
—Porque me fio más de este lápiz y de un trozo de papel que del sistema informático que tenemos que utilizar a diario.
—Todavía tengo que ponerme al día de muchas cosas —dijo Peter—, dame una semana. Prepárame un esquema con todo lo que necesitarías que hiciese el programa, habla con Márquez y con el resto del equipo e incluye también sus propuestas.
—De acuerdo.
—El próximo lunes podemos volver a reunirnos y quizá para entonces sepa de qué presupuesto disponemos, si es que consigo que lo autoricen.
—Gracias, Peter. —Domingo se puso en pie y le tendió la mano.
Peter la estrechó con una sonrisa.
—No me las des, si consigo que nos den el dinero, te esperan un montón de horas de trabajo.
—Y a ti.
Peter no le dijo que, a diferencia de él, no tenía a nadie esperándole en casa.
La presentación en la escuela de submarinismo fue un éxito. Agus siempre conseguía entusiasmar a los alumnos y cuando terminaba la charla todos estaban convencidos de lo importante que era cuidar y preservar el fondo marítimo y los animales de la bahía. El director del centro obsequió a Agus y a Lali con un vale para una clase de submarinismo, y su ayudante, Luna, le ofreció algo más a Agus, pero Lali vio que su amigo tenía el acierto de sonreír a la guapa submarinista y de decirle que la llamaría más tarde. A Lali le gustaba organizar esa clase de presentaciones, aunque se le daba fatal hacerlas. Ella era la teórica y Agus el relaciones públicas. Eran el equipo perfecto.
Lali y Agus se conocieron en la universidad cuando ambos estudiaban biología en la Complutense. Agus era un par de años mayor que Lali y si no hubiese sido por Candela probablemente ni siquiera se hubiesen saludado por los pasillos de la facultad. Candela Olivos era la compañera de piso de Lali, y la responsable de que Agus Agus fuese como era hoy en día, aunque probablemente él lo negaría hasta su último aliento. En esa época Candela estudiaba derecho, era guapa, lista, independiente y traía a Agus de cabeza. Cuando Candela terminó la carrera se marchó a Bruselas para trabajar como becaria en una comisión europea. Era una oportunidad única, así que ni se le pasó por la cabeza la posibilidad de quedarse, ni de pedirle a Agus que la acompañase. De eso hacía ya cinco años. Lali seguía en contacto con Candela, se escribían a menudo y se veían al menos una vez al año; siempre que Candela volvía a España de visita. Agus nunca le preguntaba por ella, y en la única ocasión en que Lali intentó sacar el tema, le bastó con mirar a los ojos de su amigo para saber que más le valía callarse. Desde entonces, Agus y Lali habían pasado por muchas cosas juntos, y la verdad era que Lali no podía imaginarse los últimos años de su vida sin él.
—¿Qué día te va bien canjear el vale? —le preguntó Agus cuando iban de regreso a capitanía—. Hace meses que no salimos a bucear.
—Me sabe mal que tengas que ir más despacio por mi culpa —le dijo Lali.
—No digas tonterías, Lali. ¿Qué te parece el próximo sábado? Podríamos ir temprano, y luego vamos a desayunar. Han abierto una cafetería nueva cerca de mi casa, creo que te gustará.
—De acuerdo. Pero no podré quedarme hasta muy tarde, el sábado he quedado con mi madre y mi hermana para ir a comer.
—¿Cómo están?
—Bien. Oye, ¿por qué no te vienes con nosotras? Ya sabes que mamá y Alexia te adoran.
—Lo sé, el sentimiento es mutuo. Entonces, trato hecho, iremos a bucear y a desayunar juntos, y luego me pondré mis mejores galas para pasar el resto del sábado con las tres mujeres más atractivas que conozco. —Guiñó el ojo con la última frase.
—Procura que Luna no se entere de que has dicho eso —le dijo Lali con una sonrisa.
—Tranquila, no se lo diré. Le he dicho que la llamaría para quedar —confesó Agus.
—No sé por qué sigues torturándote con esa clase de citas. —Lali no solía hablarle así a Agus, pero últimamente su amigo se había descontrolado—. Te mereces algo mejor.
—No estés tan segura —dijo Agus sorprendentemente serio—. Quizás a lo único que puedo aspirar es a ligues de una noche o de una semana. Y la verdad es que no están tan mal, no tener expectativas tiene sus ventajas.
—Quizá durante un tiempo, pero a la larga... ¿No te gustaría tener a alguien?
Agus se detuvo en mitad de la calle y se quedó mirándola.
—¿A qué viene esto, Lali? —Se puso las manos en los bolsillos y se balanceó sobre los talones—. Hace años que nos conocemos y sabes que te quiero y que me gusta que te preocupes por mí, pero ahora es completamente innecesario.
Lali también se detuvo y se colocó justo delante de Agus.
—Yo también te quiero, es solo que —suspiró—, no sé, me gustaría verte feliz.
—Soy feliz. —Se acercó a ella y la abrazó—. Vamos, tenemos que volver al trabajo. Pero esta noche te invito a cenar en mi casa. Y no acepto una negativa.
—Está bien, iré a cenar.
—Genial. —Agus la soltó—. Es una lástima que lo nuestro no funcionase, no me importaría ser feliz a tu lado.
—Ni a mí. —Lali se puso a caminar.
—Algún día vamos a tener que hablar de ello, lo sabes, ¿no? —le preguntó Agus reanudando también la marcha.
—Lo sé, el mismo día que accedas a hablar de lo que pasó con Candela.
Touché.
Cuando volvieron a entrar en capitanía, Lali trató de no mirar hacia el despacho de Peter para comprobar si seguía allí, pero le resultó imposible. Desvió levemente los ojos, solo un segundo, pero bastó para que su mirada se encontrase con la de Peter a través del cristal. Ella fue la primera en apartar el rostro y notó que él siguió mirándola hasta que ella se sentó en el escritorio y se escondió detrás de la pantalla del ordenador. Le había prometido que le contaría cómo había ido la visita al centro de submarinismo, pero después de la conversación que había mantenido con Agus, no se veía capaz de hablar con él. Durante unos minutos, Lali pensó que Peter saldría del despacho e iría a buscarla para exigirle una explicación, pero al ver que no sucedía nada por el estilo se dijo que lo prefería así y se puso a trabajar. Y no estuvo pendiente de si la puerta del
despacho del capitán se abría o no, por supuesto que no. Llegó la hora de comer y se alegró de haber quedado con Marcela, la esposa de Domingo, para ponerse al día. A Marcela no le había gustado nada la idea de que Lali se fuese a vivir a Canarias durante unos meses, y su amiga había insistido para que le contase el verdadero motivo de esa decisión tan repentina. Menos mal que nunca le había hablado de Peter y de la enorme estupidez que había cometido a los dieciocho años; cuando creyó que se había enamorado perdidamente y para siempre de él. No podía ni imaginarse lo avergonzada que se sentiría ahora si alguien más, aparte de Peter, supiese lo idiota y crédula que había sido. Cuando vio que el reloj del ordenador marcaba las dos, repasó la última línea del informe que estaba escribiendo y grabó el archivo. Se puso en pie y fue al baño, y al salir cogió el bolso y bajó la escalera. Le iría bien charlar con Marcela, seguro que su amiga le contaría las últimas trastadas de sus hijos y así estaría un rato sin pensar en... Peter estaba de pie junto a Domingo y Marcela. Quizá podría irse, dar media vuelta y volver a entrar en capitanía. Llamaría a Marcela y anularía la cita, le diría que tenía trabajo atrasado.
«No te creerá.»
—¡Lali, estamos aquí! —la saludó Marcela convencida erróneamente de que no les veía.
—Hola, Marce —le dijo al llegar a su lado y darle un beso en la mejilla. No miró ni a Domingo ni a Peter.
—No sabía que habíais quedado para comer, ¿os importa que os acompañemos? —le preguntó Domingo a su esposa con una pícara sonrisa.
—No sé, tenía ganas de pasarme una hora criticándote —le dijo Marcela—, pero supongo que podré contenerme. ¿A ti qué te parece, Lali, les dejamos venir con nosotras?
Al recibir una pregunta tan directa, Lali no tuvo más remedio que levantar la cabeza y enfrentarse a sus tres interlocutores. Marcela y Domingo no notaron lo nerviosa que estaba y se limitaron a esperar su respuesta. Peter sí que lo notó, a pesar de los años que habían pasado separados seguía siendo capaz de leer las emociones de Lali, y ella se dio cuenta e hizo un esfuerzo para ocultar lo que sentía, al menos una parte.
—Acabo de acordarme de que tengo que hacer una llamada urgente —improvisó Peter—. Muchas gracias por invitarme, Domingo. Ha sido un auténtico placer volver a verte, Marcela. —De Lali no se despidió. Ella le había mirado como si no pudiera soportar estar cerca de él, como si su mera presencia le causara un dolor físico. Y Peter preferiría morir a volver a hacerle daño a Lali. Si todo salía según lo previsto, algún día podría contarle la verdad, y entonces ella comprendería por qué se había ido. Ahora lo único que podía hacer era esperar. Y alejarse de ella.
—¿Una llamada? Seguro que puede esperar —insistió Domingo.
—Me temo que no. Tengo que llamar a Chile... —explicó alargando la mentira—. ¿Comemos juntos mañana?
Domingo le miró unos segundos antes de asentir.
—De acuerdo, veo que tendré que conformarme con comer yo solo con estas dos bellezas —cogió a su esposa y a Lali, cada una del brazo—. Nos vemos luego.
—Adiós, Peter —le dijo Marcela, y Peter tuvo el presentimiento de que esa mujer no se había creído la excusa, aunque al verla sonreír desechó la idea por absurda. Marcela no sabía nada.
—Adiós —Peter se despidió del grupo y se dio media vuelta para volver a capitanía. De donde volvió a salir veinte minutos más tarde para ir a comer algo.
—¿Qué diablos sucede entre el capitán y tú? —Por suerte, Marcela esperó a que Peter desapareciese para hacerle esa pregunta a Lali. Sin embargo, la mujer de Domingo no tuvo ningún reparo en incluir a su esposo en la conversación.
—Nada, no sucede nada —contestó Lali haciéndose la idiota.
—¿De verdad pretendes que me lo crea? —insistió Marcela—. Ese hombre ha salido de aquí como si lo estuviese persiguiendo la policía.
—Ha dicho que tenía que atender una llamada —dijo Lali buscando refugio detrás del menú del restaurante.
—Yo no tengo conocimiento de que tuviese que hablar con nadie —aportó Domingo a la conversación.
—Quizá tiene amigos en Chile —sugirió Lali, y al pensarlo sintió tanto curiosidad como celos. ¿Por qué? Respiró hondo y le reconfortó notar las ballenas del corsé pegadas a su piel. Sí, esa mañana había decidido ponerse el corsé. La vuelta de Peter bien justificaba que tomase medidas desesperadas.
—No sé, ¿de verdad no conocías de nada a Peter? —le preguntó Domingo buscándole la mirada—. Él vivió en Cádiz hace unos años y si no me falla la memoria su hermano tiene más o menos tu misma edad.
—Sí, Juan Martin y yo íbamos a la misma clase, pero apenas nos conocíamos —dijo Lali sin contestar la otra parte de la pregunta—. He decidido posponer mi viaje a Canarias —sacó ese tema convencida de que así Domingo y Marcela se olvidarían del capitán.
—Menos mal —dijo Marcela con una sonrisa de oreja a oreja—. No sabes la ilusión que me hace. Los niños también se alegrarán mucho de que no te vayas, aunque la verdad es que me temo que tendrás que llevártelos de fin de semana de todos modos. Están impacientes por bañarse en la playa de noche y hacer no sé cuántas locuras más.
Lali les había prometido a los hijos de Marcela que se los llevaría de fin de semana antes de irse.
—Claro, por mí encantada —afirmó Lali aliviada.
—No sabes lo que dices, Lali. Son dos monstruos, pero Marce y yo te estaremos eternamente agradecidos si los haces desaparecer durante una noche —dijo Domingo.
—No hay problema, pero tendrá que ser dentro de unas semanas. Ahora que he decidido quedarme ya no tengo excusas para no poner al día mi casa.
A partir de ahí la comida transcurrió sin que el nombre de Peter volviese a aparecer en la conversación, aunque Lali no pudo quitárselo de la cabeza. Peter decía que había vuelto por ella pero al mismo tiempo había aceptado casi sin rechistar mantener las distancias. Ella le había dicho que no quería escuchar su versión de la historia y él se había callado sin más. Señal de que lo que tenía que contarle no era tan importante. Si se hubiese ido ella, si ella lo hubiese dejado plantado con el corazón roto, habría estado desesperada por contarle la verdad y conseguir que la perdonase. No se habría dado por vencida, le habría perseguido día y noche hasta que él la escuchase. Peter no parecía tener intención de hacer nada de eso. Pero sus ojos. Malditos fueran los ojos de Peter. Sus ojos parecían suplicarle cada vez que se encontraban. Lali respiró hondo y se llevó una mano a la cintura. Notó la silueta del corsé y al instante los latidos de su corazón aminoraron. Ella tenía el control y ni Peter ni sus ojos desgarradores iban a arrebatárselo.
Oyó que Marcela hacía un comentario sobre los hombres y lo secundó. Domingo se quejó y terminaron la comida con unas risas. Lali se despidió primero y dejó al matrimonio solo en el restaurante para que tuviesen unos minutos de intimidad antes de que Domingo
tuviese que volver al trabajo. Decidió que pasearía por el puerto y sus pies la traicionaron y la llevaron hasta el lugar en que conoció a Peter.
No le sorprendió ver que él también estaba allí. 

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