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lunes, 19 de mayo de 2014

Capitulo 4


Si tú no vuelves, se secarán todos los mares.
Y esperaré sin ti tapiado al fondo de algún recuerdo.
AMARAL, Cada noche

«¿Cómo diablos se ha atrevido a volver sin avisarme? ¿Y por qué querías que te avisase? El muy imbécil se fue sin decirte nada, ¿acaso creías que tendría la decencia de decirte que volvía? Además, tampoco tiene obligación de ponerte sobre aviso.» Lali odiaba la voz de su conciencia. Normalmente odiaba discutir con ella porque la muy terca nunca sabía cuándo callarse, pero hoy estaba tan furiosa que solo le faltaba ponerse a hablar sola.
—No voy a darle tal satisfacción —dijo en voz alta mirando a Magnum, el loro que en un momento de locura había decidido adoptar cinco años atrás, aunque a menudo tenía la sensación de que era Magnum el que la había adoptado a ella—. No me mires así, Magnum. ¿Por qué diablos ha vuelto ahora? Dime, el muy imbécil podría haberse quedado donde estaba y pudrirse allí para siempre, ¿no te parece?
El loro asintió enfáticamente.
—Tienes toda la razón, Magnum. Tú sí que me entiendes —le dijo al loro, y como premio le dio otra galleta salada—. Mañana mismo haré la maleta y nos iremos a Canarias. La universidad de allí lleva años invitándome, y la verdad es que me apetece mucho hacer algún posgrado. ¿A ti no?
El loro sacudió el pico de un lado al otro.
—Ya, bueno, no te preocupes, seguro que harás amigos —le dijo Lali a Magnum—. Si no, siempre puedes quedarte con Alexia.
El loro volvió a sacudir la cabeza.
—Eso que pasó la última vez fue un accidente. Alexia no quería quemarte, solo intentaba secarte las plumas con el secador. Reconozco que no fue uno de sus mejores momentos, pero ya sabes cómo es Alexia.
—Alexia —dijo el loro.
—Sí, sí, podrías decir mi nombre, ¿no? Al fin y al cabo, yo soy la que te da de comer. —Lali le acercó otra galleta—. Llamaré a
mamá y quedaré con ella para comer. Después quedaré con Agus y me aseguraré de que lo tiene todo bajo control. Y después —chasqueó los dedos—, tú y yo nos iremos a Canarias durante un mes. Seguro que cuando volvamos el imbécil ya ha vuelto a irse.
—Imbécil —dijo el loro y Lali sonrió. Y se dijo que la lágrima que le caía por la mejilla no tenía nada que ver con que Peter hubiese regresado. En esa época del año siempre tenía alergia.
Se pasó la noche sin dormir. Dio tumbos en la cama y echó las culpas a los dos cafés de más que se había tomado durante el día y a que no llevaba el corsé. Mañana se pasaría al té, sí, aprovecharía su estancia en Canarias para hacer una cura de salud y mejorar sus hábitos alimenticios. En cuanto al corsé, todavía no había decidido si iba a ponerlo o no en la maleta. Se había pasado años llevándolo día y noche, pero en los últimos meses había conseguido desprenderse un poco de él, como un niño pequeño con su manta para dormir. Reduciría sustancialmente el café y el chocolate y el corsé se lo llevaría por si acaso. «No te lo crees ni tú.» Y empezaría a hacer ejercicio. «Ja.» La jaula de Magnum estaba oculta tras el paño con la que la cubría siempre al acostarse y Lali desvió la mirada hacía allí convencida de que el loro se quejaría si encendía la luz. Le dio al interruptor despacio, como si así consiguiera amortiguar el efecto de la bombilla, y se sentó en la cama. Cogió el portátil que tenía encima de la mesilla de noche y después de ponerlo en marcha, y de maldecirse por no haber cargado la batería e ir a buscar el cable para enchufarlo a la corriente, se conectó a Internet. Podía aprovechar y repasar los últimos datos que había recibido del laboratorio, o buscar el bolso perfecto para la boda de Candela, una de las pocas amigas solteras que le quedaban, o incluso podía conectarse al banco y mirar el pésimo estado de sus cuentas. Pero no, Lali no tuvo el sentido común de hacer ninguna de esas cosas, sino que se pasó dos horas mirando la pantalla del Google como una idiota y jurándose a sí misma que no teclearía el nombre de Peter Lanzani. «Esto de las nuevas tecnologías es un fastidio, pensó, ahora puedes averiguarlo casi todo acerca de una persona sin que esta lo sepa.» Escribió el nombre pero no llegó ni a la primera letra del apellido. Lo borró cien veces y lo reescribió otras tantas, pero nunca, ni siquiera una vez, le dio al enter. «No se lo merece.» Borró de nuevo y cuando volvió a poner los dedos en el teclado fue para buscar alojamiento en Canarias. Tal vez se quedaría tres meses. Media hora más tarde, harta de ver páginas web de apartamentos en alquiler, se levantó y fue al armario. Por una
noche no pasaría nada, se dijo mientras acariciaba las cintas de seda del primer corsé que se compró.
A Patricia, la madre de Lali, le gustó mucho la idea de que su hija mayor se fuese unos días de vacaciones. Llevaba años insistiéndole en que se tomara unas, y en que se llevase a Agus con ella.
—No insistas, mamá. Me iré sola con Magnum —le dijo Lali mientras las dos comían en una terraza.
—¿Te llevas al loro y dejas aquí a ese bombón? —le preguntó Patricia como si su hija acabara de decirle que iba a unirse al Hare Krisna—. Estás fatal.
—Iré a trabajar, mamá. Y Agus tiene que quedarse aquí.
—Ya. En fin, tú sabrás.
—Ah, no, no me hagas eso. Ya no soy una niña pequeña.
—Si tú lo dices.
—¡Mamá!
Las dos se rieron y Patricia le dio una pequeña tregua a su hija.
—Será por poco tiempo, un mes. Tres a lo sumo —le dijo Lali al retomar la conversación.
—No te preocupes, Alexia y yo estaremos bien —le aseguró su madre.
—¿Cuándo vuelves a tener cita con el doctor?
—Dentro de dos meses, pero todo saldrá bien. Vete tranquila.
—Si sucede algo...
—Te llamaré enseguida porque es imposible que tu hermana de veinticinco años y yo podamos solucionarlo solas.
—Está bien —aceptó ella—, pero al menos podrías fingir que me echarás de menos.
—¡Por supuesto que te echaré de menos! No seas boba, ven aquí y dame un abrazo.
Lali se puso en pie y se acercó a su madre para abrazarla. A pesar del tono bromista de la conversación, las dos se emocionaron y cuando Lali volvió a sentarse en su sitio cambiaron radicalmente de tema de conversación. Es decir, básicamente hablaron de Alexia y del último novio que les había presentado.
—¿Era domador de leones o profesor de yoga? Creo que empiezo a confundirlos —dijo Patricia.
—Era profesor de expresión corporal, el domador se fue por Navidad.
—Ah, vaya. Bueno, tu hermana es como mínimo original. Porque
tú último novio fue... ¡Ah! No me acuerdo. ¿Por qué será? —Su madre habría podido dedicarse a la comedia—. ¡Ya lo sé! Porque nunca me has presentado ninguno.
—Mamá —la reprendió Lali—. Ya sabes que no tengo tiempo para esas cosas —se defendió.
—No quieres tener tiempo, Lali. —La madre alargó la mano y tocó la de la hija—. No todas las relaciones terminan como la mía y la de tu padre.
—Lo sé, mamá. Y te juro que no es por eso, lo único que pasa es que ahora tengo mucho trabajo.
—Está bien. —Le dio unas palmaditas y levantó la copa de vino blanco para brindar. Los médicos le habían dicho que podía beber de vez en cuando—. ¡Por tus vacaciones!
—Por mis vacaciones.
El primer día de trabajo fue tal como había esperado; intenso y muy largo. Peter se entrevistó con los distintos jefes de departamento, se instaló en su despacho y cuando todo el mundo se fue a casa y se quedó solo, buscó el expediente que más le interesaba de todos los que tenía amontonados encima de la mesa. Anotó la información que necesitaba y apagó la luz. Bajó la escalera con paso decidido y se dirigió al estacionamiento del muelle. Esa mañana había alquilado un coche, los del Ministerio le habían dicho que podía utilizar un vehículo de la flota oficial, pero él prefería tener uno propio. Si al final tenía la suerte de poder quedarse allí, se compraría uno, por ahora le bastaba con uno de alquiler. Peter no entendía de coches, el único vehículo por el que él había sentido especial cariño alguna vez era la motocicleta que había tenido de joven. Peter había sen tido devoción por ese montón de chatarra, lástima que hubiese tenido que venderla. No había vuelto a montarse en una moto desde entonces. «Otro de los castigos que te impusiste.» Se montó en el coche, un Prius —no pudo resistir la tentación de alquilar un coche ecológico—, y condujo hacia la dirección que había anotado antes. No podía creerse que ella estuviese viviendo precisamente allí. Condujo y recordó el día en que le contó a Lali dónde quería vivir de mayor.
—No te imagino viviendo en El Puerto de Santa María —le dijo Lali levantando una ceja. Ella estaba sentada en el banco que había en el taller en el que Peter trabajaba por las mañanas. Era sábado, su día libre, pero había ido allí para reparar por enésima vez su moto. Su jefe había tenido el detalle, a cambio de no pagarle las horas extra, de dejarle utilizar las herramientas y las piezas de
recambio del taller. Era un taller para barcos, pero Peter supuso que no estaba en posición de ponerse quisquilloso.
—¿Por qué no? —le preguntó algo ofendido secándose el sudor de la frente.
—Te has manchado de grasa —señaló Lali—. No sé, Peter. No te pega. Además, ¿no quieres regresar a Madrid? —Él nunca hablaba del tema, pero Lali sabía que el motivo por el que la familia Lanzani se había mudado de Madrid a Cádiz tenía que ver con algo que le había sucedido a Peter.
—No, me gusta estar aquí. Y de mayor me gustaría vivir en El Puerto de Santa María. El mar se ve mejor desde allí, hace unas semanas fui allí en esta cafetera —golpeó el depósito de gasolina con una llave— y vi que están construyendo unas casas muy cerca de la playa. Seguro que serán increíbles. ¿Te imaginas desayunar viendo el mar cada día? ¿Poder salir a pasear cada noche por la orilla? —Sí, su aspecto exterior y su pasado no encajaban con el sueño de tener una familia y vivir en una casita con una valla blanca, pero eso era exactamente lo que Peter quería, aunque nunca se había atrevido a contárselo a nadie.
—Suena bien, Peter —reconoció ella—. ¿Te falta mucho?
—Un poco. ¿A qué hora tienes que estar en casa?
—A las tres. Papá ha invitado a no sé quién a comer —explicó Lali—. Mamá me ha dicho que llegue a tiempo para cambiarme. Le he prometido que iba a estar allí a las dos y media y le he dicho que solo iba a la biblioteca a por unos libros.
—¿Le has mentido a tu madre? —Peter estaba agachado junto al caballete.
—No, he ido a la biblioteca. Mira —levantó un par de libros—, pero después he dado un rodeo y he venido a verte.
Peter desvió la vista hacia el reloj que había colgado en la pared del taller.
—Si consigo que este trasto funcione a tiempo, te llevo.
—Vale.
Lali abrió uno de los libros que había sacado de la biblioteca y apoyó la espalda contra la pared en busca de una postura para leer. Peter frunció el ceño y se concentró en la motocicleta. Minutos más tarde, Lali volvió a hablar:
—¿Peter?
—¿Sí? —respondió él sin levantar la vista.
—Si terminas a tiempo, ¿puedes llevarme a dar una vuelta por El
Puerto de Santa María y enseñarme las casas de la playa?
Peter sacudió la cabeza y se metió en el coche; tardó veinte minutos en llegar allí y aparcó justo delante de la casa número cuatro. Una casa con vistas al mar. Se acercó a la puerta y llamó al timbre. ¿Qué era eso que se oía de fondo? ¿Un loro? ¿Lali tenía un loro? Sonrió al recordar la tendencia incontrolable que tenía Lali a encariñarse con los animales más raros del mundo. Apretó el timbre de nuevo para asegurarse de que el sonido del timbre se oía por encima de los graznidos del pájaro.
—¡Ya voy! —dijo una voz de mujer, y a Peter se le hizo un nudo en el estómago al oír a Lali por primera vez después de tanto tiempo. No era la voz de una niña de dieciocho años, era la voz de una mujer de casi treinta—. ¿A qué viene tanta prisa? —preguntó ella al abrir la puerta.
Peter observó fascinado cómo los ojos de Lali pasaban de la sorpresa al enfado para acto seguido adoptar una pose de total indiferencia, aunque durante un segundo tuvo la sensación de que también reflejaban un dolor desgarrador. Pero ese dolor se fue tan rápido como vino, así que Peter pensó que quizá se lo había imaginado. Lali era más alta de lo que la recordaba y había cambiado, pero la reconocería en cualquier parte. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y el flequillo había desaparecido. Seguía siendo castaña, y Peter sintió un cosquilleo en las yemas de los dedos de las ganas que tenía de comprobar si esos mechones eran tan suaves como antes. No iba maquillada e iba vestida con unas mallas negras y una camiseta enorme en defensa de las focas. Estaba de pie frente a la puerta y con una mano se aferraba a ella. Peter desvió los ojos hacia los dedos y comprobó que no llevaba ningún anillo. Ella se fijó en el gesto y apretó la mano con tanta fuerza que los nudillos le quedaron blancos.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le dijo entre dientes.
«Bueno, pensó Peter, al menos no va a fingir que no me reconoce.»
—No pienso concederte la excedencia —declaró él cuando encontró la voz.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que no pienso concederte la excedencia, doctora Ruiz-Espsito. —Peter no podía creerse que por fin estuviese delante de Lali y que no estuviese besándola. Claro que a juzgar por la cara de ella, si lo intentaba terminaría en urgencias con la nariz rota.
—Entonces dimito, capitán. —Apretó de nuevo los dedos y se echó hacia atrás con la clara intención de cerrar la puerta, pero él puso un pie y se lo impidió.
—No puedes dimitir. —Pisó con fuerza para detener la hoja de madera y apoyó una mano en el marco para mantener el equilibrio. Peter, a pesar de que alguna noche se había permitido soñar que Lali se le echaría en brazos nada más verle, había dado por hecho que ese primer encuentro iba a ser difícil, pero no se había imaginado aquella frialdad.
—Claro que puedo. Dimito. Mañana le mandaré la dimisión por escrito, capitán —la última palabra fue como un insulto. Estaba tan furiosa que tenía ganas de gritar, pero no iba a darle tal satisfacción. Además, si era sincera consigo misma tenía que reconocer que ver a Peter después de tanto tiempo hacía que le resultase muy difícil, por no decir imposible, razonar. Con veintiún años, Peter era guapo, pero con treinta y tres era devastador. Lali sabía que era absurdo, pero nunca había conseguido imaginarse a Peter de mayor. En su mente, él siempre había seguido siendo joven, igual que el Mat Dillon de las películas de los ochenta, que para Lali nunca había pasado de los veinticinco. Pero ahora Peter dejaba en ridículo a Mat Dillon y prácticamente a la totalidad de los hombres del planeta. Era más alto y estaba mucho más fuerte que doce años atrás. Tenía una cicatriz en la ceja y otra en el mentón. Cicatrices que vio por casualidad, por supuesto. Las mejillas mostraban rastros de una incipiente barba, aunque era evidente que se había afeitado. Seguía teniendo la nariz torcida y los ojos más negros que existirían jamás.
—No acepto tu dimisión.
—Haz lo que quieras. Mandaré la dimisión a Márquez. Y ahora, si me lo permites —desvió la mirada hacia el pie y la mano que le impedían cerrar la puerta—, tengo cosas que hacer.
—¿Por qué quieres dimitir precisamente ahora?
—Tengo ganas de cambiar de aires.
—¿En serio quieres que me crea que dimites porque te apetece cambiar de aires?
—Me importa un rábano lo que creas. Tu opinión no me afecta. Acepta mi dimisión o despídeme, haz lo que quieras. No pienso volver al trabajo.
—De acuerdo. Veo que no me dejas otra opción, si el lunes no estás en tu despacho, cancelaré el proyecto «Erizo de mar» —le dijo
mirándola a los ojos, intentado transmitir la misma autoridad que utilizaba cuando daba órdenes en un barco.
—No puedes cancelarlo. El Ministerio autorizó el proyecto hace años y Galindo siempre ha firmado todas las prórrogas.
—La última no. Está encima de mi mesa, justo al lado de la carta en la que solicitas la excedencia. Si tú no estás, el proyecto no tiene sentido, y seguro que en el Ministerio se alegrarán de que reduzca gastos. Quizás incluso me den una palmadita en la espalda.
—No te atreverás.
Peter enarcó ambas cejas y rezó para que Lali no descubriera que en verdad no tenía la más mínima intención de cancelar el proyecto aun en el caso de que no consiguiera convencerla de que volviese a incorporarse al trabajo.
—Mira, Ce, comprendo que estés enfadada...
La mirada que le lanzó ella lo detuvo a media frase.
—¿Enfadada? No. No estoy enfadada. Enfadada lo estaba hace once años, justo después de pasarme un año entero destrozada, sin sentir apenas nada, porque tú —le clavó un dedo en el torso—, mi «mejor amigo», había desaparecido en medio de la noche sin decirme nada. Enfadada lo estaba cuando no supe nada de ti y cuando por fin comprendí que nunca ibas a llamarme, ni a escribirme, ni a venir de visita. Entonces estaba enfadada. Ahora ya no lo estoy.
—¿Ah, no? —dijo él completamente aturdido, tanto por la vehemencia de las palabras de Lali como por los golpes que iba dándole con el dedo en el pecho.
—No, Peter. No estoy enfadada. —Apartó la mano con la que le estaba empujando y se la colocó en la cintura. Y después, como si hiciera falta algo más para que Peter sintiese que le estaba pisoteando el corazón, fijó sus ojos en los de él y los vació de cualquier emoción o sentimiento—. Ahora ya no me importas.
—La, deja que te lo explique, me fui...
—No quiero saberlo. Y no me llames La. —Ese apodo era algo especial entre los dos y si él volvía a utilizarlo solo acabaría haciéndole daño otra vez—. Ya te lo he dicho, Peter. No me importa. Ya no.
—De acuerdo, pero cuando estés dispuesta a escucharme... —Esa noche no iba a conseguir nada de ella. De hecho, no podía dejar de pensar en esa frase que decía que una retirada a tiempo era una victoria.
—¿Cuándo? Más te vale que te esperes sentado, Peter. Eso no sucederá jamás.
Peter tragó saliva y le tembló el músculo de la mandíbula. Lali lo vio y pensó que en el pasado nunca le había visto tan nervioso. Tan inseguro. No, serían imaginaciones suyas. Ese hombre era un témpano de hielo que la había abandonado años atrás sin ni siquiera dejarle una nota, seguro que lo único que pasaba ahora era que estaba ofendido porque ella quería dimitir.
—De acuerdo —repitió él tras respirar hondo—. No volveré a sacar el tema, Lali. Pero vuelve al trabajo. Por favor. Acabo de incorporarme y no puedo permitirme tener un área como la tuya sin supervisor. Vuelve y termina con el proyecto Erizo. Empieza a poner al corriente a tu ayudante y quizá podrías insinuar que te apetece irte a otra parte, que tu novio... —le preguntó con la mirada.
—Ah, no. Eso sí que no. No tienes ningún derecho a preguntarme nada acerca de mi vida personal.
—Está bien, doctora. Vuelve al trabajo el tiempo necesario para que Cano esté al tanto de todo, y para que yo sepa cómo funcionan las cosas, y luego tramitaré tu excedencia. O aceptaré tu dimisión. Lo que tú prefieras.
Lali le miró a los ojos y Peter aguantó el escrutinio. Una parte de Lali sabía que abandonar así un trabajo al que había dedicado tanto tiempo era no solo una cobardía, sino también una estupidez. Quizá Peter no cancelaría el proyecto, pero Cano todavía no estaba preparado para coger las riendas.
—Volveré y me quedaré hasta que termine el proyecto. Tres meses máximo —sentenció al analizar mentalmente el tiempo que necesitaba para poner las cosas en orden—. Y después me iré, tanto si tienes sustituto para mí como si no. ¿Entendido?
—Entendido —aceptó Peter, a pesar de que de momento no podía ni plantearse la posibilidad de que Lali se fuese. Si ella abandonaba su trabajo en capitanía, Peter tenía el horrible presentimiento de que no volvería verla nunca más—. Nos vemos el lunes, entonces —dijo, y se obligó a apartar el pie de la puerta—. Será mejor que me vaya —retrocedió un poco y levantó la mano que tenía en el marco—. He venido en coche —señaló nervioso para ver si así ella hacía algún comentario. Al recibir solo silencio, optó por dejar de hacer el ridículo e irse de allí antes de que ella cambiase de opinión acerca del trabajo. Sus pies se resistieron a avanzar pero los obligó a hacerlo y estaba ya en la acera cuando la voz de Lali le detuvo en seco.
—¿Por qué has vuelto?
Peter se dio media vuelta despacio y la miró. A pesar de que era obvio que estaba enfadada —y con razón—, y que no tenía ninguna intención de perdonarle, él no pudo evitar sonreírle.

—Creía que era evidente. He vuelto por ti. 

4 comentarios:

  1. Si estoy con Lali pobre la dejo sola era evidente que hiba ha estar enfadada.
    Seguila!!!
    me atrapo la nove.

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  2. Ahhh. Me dejas xon la intriga ale era obio que tenia que volver con lali

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  3. k cómodo ,después d 12 años ,y sin ninguna noticia.

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