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domingo, 25 de mayo de 2014

Capitulo: 10


La vida no es un trozo de papel,
es el canto de una hoja que te corta sin querer.
Es la pena y la alegría. Un camino por hacer.
ANTONIO FLORES,
El coraje de vivir

Peter se despertó temprano y, aunque nada le hubiese gustado más que ir a casa de Lali y hablar con ella, había quedado con sus hermanos y no iba a darles plantón. A él le había costado mucho recuperar el cariño y el respeto de Juan Martin, y había luchado muy duro durante esos años para mantener a sus hermanos cerca, a pesar de la distancia, así que no iba a defraudarlos ahora. Habían quedado para salir los tres a navegar y luego irían a comer. Él se había encargado de todo, había alquilado el velero y había reservado la mesa en el restaurante. Sería la primera vez que navegaban juntos, y la verdad era que una parte de Peter estaba impaciente por demostrarles a sus hermanos que, en lo que se refería a los barcos y a la mar, sabía lo que se hacía. otra parte de él sabía que a sus hermanos no tenía que demostrarles nada, tanto Valentina como Juan Martin le habían dejado claro que le querían tal como era. Y que habían echado mucho de menos a su hermano mayor. Después de esa horrible noche, Peter se preguntó qué sabían exactamente Juan Martin y Valentina sobre su partida. ¿Qué les había contado su madre? A lo largo de todas las cartas que compartieron durante todo el tiempo que no se vieron, ninguno de los dos le preguntó jamás por qué se fue. Y él no se lo contó. Ahora, si de verdad quería que sus hermanos formasen parte de su vida, no iba a tener más remedio que contárselo. Pero todavía no.
Vestido con unos vaqueros, camiseta negra y jersey, se dirigió a su casa. Aunque estaba bastante lejos, no tardó demasiado en llegar. Sus pies, y su ánimo, estaban impacientes por pasar unas horas con sus hermanos. Llamó a la puerta, a pesar de que Valentina había insistido en darle una llave, y esperó a que le abriesen. Su hermana le abrió y le reprendió por no haber entrado sin más.
—No hace falta que llames, esta también es tu casa —afirmó Valentina.
Peter pensó que probablemente su madre no estaría de acuerdo.
—¿Estás lista?, ¿y Juan Martin? —preguntó omitiendo hacer un comentario acerca de la llave.
—Solo me faltan los zapatos, pero Juan Martin no está. Le han llamado esta madrugada del hospital. Al parecer una de sus pacientes ha sufrido una grave recaída.
—Vaya, lo siento. ¿Sabes si volverá a tiempo? —preguntó Peter desde la cocina sirviéndose una taza de café.
—No lo sé, probablemente sí. Si no, seguro que llamará.
En aquel preciso instante ambos oyeron girar el picaporte de la entrada.
—Hola —los saludó Martin con cada de cansado—, me temo que no podré acompañaros. Tengo que volver al hospital. Me he escapado solo para ducharme.
Peter sirvió otra taza y se acercó a su hermano.
—No te preocupes por eso ahora, siéntate. —Le ofreció el café—. Tómate esto, te irá bien. ¿De verdad tienes que volver?, ¿no puede ocuparse otro doctor?
Martin aceptó la taza y dio un sorbo, y después la dejó furioso en la mesa.
—Joder, no hay derecho. Llevaba años con los análisis limpios, ¿por qué ha tenido que tocarle precisamente a ella?
—¿Una paciente tuya ha recaído? —le preguntó Valentina masajeándole los hombros.
—Sí, la señora Ávila. Fue una de mis primeras pacientes, y de verdad creía que se había curado.
A Peter se le empapó la espalda de un sudor helado y se sujetó al respaldo de la silla que tenía delante.
—¿La señora Ávila?, ¿la madre de Lali? —añadió con la garganta seca.
—Sí, ¿la conoces? —preguntó Martin, pero por suerte enseguida se olvidó del tema—. No se lo merece, ni ella ni sus hijas. No después de todo lo que han pasado.
«¿Qué han pasado? ¿Martin se refería al cáncer o les había sucedido algo más? ¿Lali también había estado enferma?»
No podía preguntárselo, y no podía quedarse allí quieto ni un segundo más.
—Te acompaño al hospital, así no tendrás que conducir. Cuando termines me llamas y vendré a buscarte.
Muestra del cansancio de Martin fue que no se quejó y que sencillamente asintió. Valentina, que había dormido bien y era muy lista, sí que se dio cuenta de que el ofrecimiento de Peter era muy extraño, y miró a su hermano mayor enarcando una ceja. Aunque no dijo nada hasta que Martin fue a ducharse.
—Conoces a Lali —afirmó Valentina sin rodeos y sin disimulo.
—Sí, la conocí hace años —no especificó nada más.
—Ya —dijo Valentina—, creía que solo la conocía Martin. Estudiaron juntos en el colegio.
—Lo sé. —Peter quería preguntarle a Valentina si entre Lali y Martin había sucedido algo, de hecho, sentía tantos celos que incluso le dolía el estómago, pero no se atrevió. Se dijo a sí mismo que si entre Lali y su hermano hubiese sucedido algo, uno de los dos se lo habría dicho.
—Yo las vi un día en el hospital, a ella y a su hermana Alexia. Martin estaba hablando con ellas y le daba la mano a...
—Ya estoy listo —los interrumpió Juan Martin apareciendo de repente con el pelo todavía mojado y aspecto renovado—. ¿Nos vamos?
—Claro —convino Peter a pesar de que se moría de ganas de exigirle a Valentina que terminase la frase—. ¿Dónde están las llaves del coche? Yo he venido andando.
—Toma. —Su hermana pequeña se las dio—. Está aparcado en la parte de atrás. Es el mismo trasto viejo de antes, así que trátalo con cariño.
—Por supuesto —le prometió Peter con una sonrisa—. ¿Quieres venir tú también o prefieres esperarte aquí? No tardaré demasiado, y si quieres luego podemos ir a comer juntos.
—Te esperaré aquí. No tengas prisa, tengo una novela a medias y me quedaré leyéndola. Llámame si te retrasas, ¿vale? No quiero tener que preocuparme por los dos.
Martin se agachó y le dio un beso en la mejilla a su hermana, así que Peter lo imitó. Le dio un vuelco el corazón cuando Valentina le sonrió por el gesto. Había echado mucho de menos a sus hermanos, casi tanto como a Lali.
Durante el trayecto hasta el hospital, Martin cerró los ojos y recostó la cabeza en el asiento del coche. Peter le dejó dormir, consciente de que quizás aquellos minutos serían los únicos que su hermano podría descansar. Llegaron y aparcó en la zona de visitas. Martin bajó del vehículo y miró a Peter un segundo antes de hablarle.
—Supongo que quieres acompañarme arriba.
—Si no te importa —dijo Peter al ver que Martin no iba a permitirle que se anduviese con tonterías.
—Lali y Alexia se han pasado toda la noche en vela al lado de su madre. No sé por qué diablos quieres verla, y ahora no tengo tiempo de preguntártelo, pero tarde o temprano tendrás que contarme la verdad, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Y no voy a permitir que causes una escena en el hospital. ¿Está claro?
—Clarísimo. —Iba a añadir que él jamás haría eso, pero su hermano se lo impidió.
—Sé que no eres de esos, pero tenía que decirlo.
—Lo entiendo —afirmó Peter sintiéndose algo mejor al comprobar que su hermano tenía buena opinión de él.
Martin se volvió hacia el hospital y empezó a andar, y Peter dedujo que la conversación había terminado y que podía seguirlo. Su hermana había dado en el clavo apodándolo Doctor Maligno; Martin realmente imponía mucho respeto.
Llegaron a la planta oncológica y Martin saludó a un par de compañeros de trabajo. Pasó junto a una pequeña recepción llena de enfermeras y cogió un par de carpetas y una bata. Sin decirle ni una palabra, pasó las carpetas a Peter para que se las sujetase mientras él se uniformaba.
—Antes de ir a ver a la señora Ávila tengo que hacer mi ronda —le explicó a Peter recuperando las carpetas—. La sala de espera está al fondo de ese pasillo. Si Lali no está allí, tendrás que irte a casa. No puedes pasar a las habitaciones.
—Por supuesto que no. Gracias, Martin —dijo Peter sincero.
Martin asintió y se dirigió a cumplir con su trabajo y Peter respiró hondo un par de veces para calmarse un poco antes de ver a Lali. «Quizá no esté», se dijo a sí mismo mientras se acercaba a la sala de espera, pero a juzgar por los latidos de su corazón, que siempre se aceleraba cuando notaba cerca la presencia de Lali, sí que estaba. Se detuvo frente a la puerta de cristal y lo que vio amenazó con llenarle los ojos de lágrimas. Lali estaba sola, sentada en una horrible butaca forrada de terciopelo marrón, con los antebrazos apoyados en los muslos y sujetándose la cabeza con las manos.
—Hola —le dijo él a falta de algo mejor para hacerle saber su presencia.
Lali levantó la cabeza sobresaltada y le miró como si no creyese lo que estaban viendo sus ojos. En cuanto se dio cuenta de que él estaba allí de verdad, durante un segundo se alegró de verle, pero entonces recordó que él la había abandonado muchos años atrás y que ahora no tenía ningún derecho a estar allí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó a la defensiva.
—Me he enterado de lo de tu madre —le explicó Peter dando un paso hacia delante a pesar de que Lali no le había invitado a entrar. Apretó los puños para contener las ganas que tenía de cogerla en brazos. Si no se hubiese ido, ahora podría acariciarle el pelo y darle un beso, y decirle que todo iba a salir bien, que no se preocupase. Podría ir a la cafetería y traerle un café, y de noche, en casa, porque evidentemente vivirían juntos, le daría un masaje y la consolaría cuando llorase. Y le haría el amor antes de acostarse solo para recordarle que la amaba y que si se tenían el uno al otro podían hacer frente a cualquier cosa. Peter vio todas esas cosas con tanta claridad en su mente que tuvo que morderse la lengua para no gritar de rabia. Él se había ido y tenía que vivir con las consecuencias. Aunque jamás se hubiese imaginado que fuesen tan duras de soportar.
Lali tenía la mirada perdida. Peter estaba allí. A su lado. En el hospital. Años atrás, cuando a su madre le diagnosticaron el cáncer por primera vez, ¿cuántas veces había deseado que él estuviese allí con ella? ¿Cuántas veces había suplicado a Dios y al destino que, por favor, Peter la llamase o la escribiese? Demasiadas. Aquella vez lo habían superado solas, ella, Alexia y su madre, y ahora volverían a hacerlo.
Pero no podía mirarlo, porque si le miraba y veía que él la miraba con lástima, o algo mucho peor, con ternura o con cariño, rompería a llorar. Y preferiría morir antes que llorar delante de Peter Lanzani.
—¿Estás bien, puedo hacer algo por ti? —le preguntó él nervioso, impaciente por hacer cualquier cosa, lo que fuera, con tal de ayudarla.
Aquella pregunta sacó a Lali de su ensimismamiento y la puso furiosa. De repente le fue imposible retener toda la rabia y el resentimiento que llevaba sintiendo, y conteniendo, desde que Peter había reaparecido en su vida.
—Vete —le ordenó mirándole a los ojos—. Vete de aquí.
—No —balbuceó él—. Cualquier cosa menos eso, La.
—No me llamesLa—dijo ella entre dientes—. Vete de aquí —le repitió poniéndose en pie.
—No. —Peter apretó la mandíbula y se mantuvo firme—. No pienso dejarte sola.
—¿Ah, no? —le preguntó ella sarcástica acercándose un poco a él—. ¿Por qué no? Hace doce años lo hiciste sin ningún problema. Vete de aquí o pediré que te echen. —Se detuvo justo delante de Peter.
—Cuéntame cómo está tu madre —le suplicó mirándola a los ojos—. No puedes quedártelo todo dentro, Lali. Seguro que todavía sigues creyendo que tú sola puedes salvar al mundo —le dijo y levantó una mano para acariciarle la mejilla.
El gesto amenazó con llevarse por delante las pocas fuerzas que le quedaban a Lali.
—No me toques. —Le apartó la mano con una de las suyas y después le golpeó el torso para que retrocediese—. No podría soportarlo, ahora no. Vete de aquí. —Le dio otro empujón.
—Por Dios, La, ven aquí —susurró él emocionado abrazándola con todas sus fuerzas. Ella apenas se resistió un segundo y se puso a llorar desconsolada en sus brazos.
Le había echado tanto de menos que cuando Peter la abrazó rompió a llorar. A los dieciocho años había creído que mientras estuviese en los brazos de Peter, no le sucedería nada malo. Le encantaba oír los latidos de su corazón y entonces creía que con cada uno repetía su nombre. Lali sabía perfectamente que no debería abrazarlo, y no tenía ninguna intención de perdonarle, ni ahora ni nunca. Ni siquiera quería saber por qué se había ido. Pero al parecer su cuerpo estaba demasiado cansado y había decidido hacer caso omiso de su cerebro porque bastó con que Peter la atrajese contra su torso para que se olvidase del daño que le había hecho.
Lali no dejaba de temblar y de llorar, y Peter podía notar cómo los dedos que se aferraban a su espalda se abrían y cerraban nerviosos. A él se le desgarró el corazón y buscó desesperado el modo de consolarla. Le acarició el pelo y fue repitiéndole una y otra vez que estuviese tranquila. Poco a poco, Lali fue calmándose y recuperando la respiración.
Cuando dejó de llorar, siguieron abrazados durante unos minutos y él se mantuvo en silencio, temeroso de decir algo que pudiese romper aquel momento. Peter notó cómo Lali tomaba aliento y acto seguido separaba un poco la cabeza para apoyar la frente en su torso. Daría lo que fuese para que ella no decidiese soltarlo, pero lo hizo.
—Lo siento... —se disculpó Lali—. No debería haberme...
—No, no digas nada —la detuvo él.
El ruido de unas suelas de goma rechinando por el suelo de mármol advirtió a Peter.
—Señorita Ruiz-Espsito —dijo una enfermera—, su madre ya está de nuevo en el dormitorio. El doctor irá enseguida a verlas con el resultado de las pruebas.
—Enseguida voy —dijo Lali.
La enfermera se fue y Lali se dio media vuelta para coger el abrigo y el bolso que había abandonado en una de las sillas de aquella horrible sala de espera.
—¿Dónde está Alexia? —preguntó Peter poniéndose las manos en los bolsillos. Quería acompañar a Lali y estar con ella, pero no quería aprovecharse de su estado vulnerable.
Lali se colgó el bolso de un hombro y dobló el abrigo para pasarlo por entre la tira del mismo. Después, se frotó la cara para eliminar el rastro del llanto, aunque solo sirvió para que le quedasen los ojos más rojos, y se pasó una mano por el pelo.
—Vete, Peter, por favor —le pidió de nuevo, pero ahora en voz baja y con la garganta llena de lágrimas—. Vete. —Tomó aire y se obligó a mirarle a los ojos. —No quiero volver a verte.
—La... —No sabía qué decir. Era imposible que le estuviese echando de su lado. «No me quiere. No me necesita.»
La idea de que efectivamente había vuelto demasiado tarde adquirió por fin certeza en su cabeza.
—Adiós, Peter.
Pasó por su lado sin mirarlo y se dirigió hacia la habitación en la que estaba ingresada su madre. 
:(

3 comentarios:

  1. que triste..ojala que pronto Lai pueda escuchar a Peter ..

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  2. K esperaba Peter,volver y miel y hojuelas...no le va a a ser tan fácil

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