Oh I, I just died in your arms tonight
It must've been something you said
I just died in your arms tonight
Oh I, I just died in your arms tonight
It must've been some kind of kiss
CUTTING CREW,
I just died in your arms tonight
PETER
Cuando estaba en Chile y me torturaba con imágenes de Lali
con otros hombres siempre me imaginaba que ella era feliz. Sí, yo era un
bastardo y me gustaba torturarme, pero prefería tragarme un cubo de clavos
oxidados a pensar que Lali no era feliz. Dios mío. Si pudiera darme una paliza
me la daría. ¿De verdad Lali no podía hacer el amor sin ese corsé? Cuando la vi
salir del baño me pareció la mujer más sensual que había visto en toda mi vida,
joder, si casi me corro solo con verla. Primero pensé que lo del corsé era un
juego, yo me había pasado doce años en el ejército rodeado de hombres que
fanfarroneaban continuamente sobre sus conquistas, así que podía afirmar que
conocía, al menos en teoría, todas las variantes de sexo posible.
Había mujeres y hombres a los que les gustaba que les
dominasen, otros a los que gustaba someterse. Otros que disfrutaban compartiendo
la cama con múltiples parejas al mismo tiempo de uno u ambos sexos. La lista
seguía y seguía y si yo no hubiese estado enamorado probablemente una o dos
opciones me habrían tentado.
Pero lo del corsé de Lali no encajaba en ninguno de esos
juegos sexuales. Le había visto los ojos cuando me dijo que lo necesitaba y esa
era la palabra exacta. Lo necesitaba.
¿Por qué?
Yo quería desnudarla y abrazarla, quería decirle que conmigo
no necesitaba protegerse de nada ni ocultar ninguna reacción, pero me bastó con
verla para saber que no iba a escucharme.
En cuanto me tocó y empezó a desnudarme, dejé de pensar.
Al notar las manos de Lali en mi piel después de llevarme
tantos años imaginándomelas, no pensé en nada y mi cuerpo y mi mente perdieron
absolutamente el control y se
lo entregaron a ella con los ojos cerrados. Literalmente.
Nunca me había sentido así, como si mi piel no pudiese
contenerme.
Habría hecho cualquier cosa por Lali, cualquier cosa que me
pidiese. Menos cerrar los ojos, recuerdo que pensé, pero al final incluso hice
eso.
Yo que me moría por verla y por besarla.
Sonreí con tristeza, sí, había tenido el orgasmo más intenso
de toda mi vida y la mujer que amaba ni siquiera me había besado.
Patético.
Mierda.
No tendría que haberlo permitido, tendría que haberme negado
a cerrar los ojos, a darle la excusa perfecta para que se distanciase de mí.
Lali se había quedado dormida encima de mí, sus labios me
rozaban el cuello y su melena me cubría el hombro izquierdo. Yo seguía
acariciándole la espalda con la mano derecha y ella de vez en cuando se movía
con suavidad. Si estuviésemos juntos de verdad, si nos hubiésemos reconciliado.
Joder, si como mínimo fuésemos amantes de verdad, la despertaría con besos y le
haría el amor tal como estábamos. Yo volvía a estar excitado y el calor que
desprendía el sexo de Lali me indicaba que ella también lo estaba. Sí, yo
levantaría las caderas y la penetraría. La haría mía y la besaría cuando los
dos alcanzásemos el orgasmo. Le arrancaría ese maldito corsé con los dientes y
le dejaría claro que si bien era cierto que yo era suyo, ella era mía.
Mierda.
Tenía que dejar de pensar en eso o mi erección terminaría
por despertar a Ce, y no sabía cómo reaccionaría. Joder. Después de lo que
habíamos compartido debería sentirme más unido a ella, en cambio tenía la
horrible sensación de que nuestra relación no había cambiado lo más mínimo o de
que incluso había empeorado.
Mierda.
Debería irme. Ella estaba tan dormida que podría quitármela
de encima sin ningún problema y escabullirme de la cama. Pero no, al parecer mi
corazón no ha sufrido bastante y estoy dispuesto a quedarme y a soportar lo que
sea que ella quiera decirme cuando despierte a cambio de dormir unas horas más
a su lado.
Quizás esté equivocado. Quizá cuando Lali despierte me dará
un beso y me dirá que está dispuesta a escucharme.
Sí, y los cerdos saldrán volando.
Aparté a Lali para que estuviese más cómoda y fui al baño.
No tardé demasiado porque ahora que había decidido que iba a quedarme no quería
que ella se despertase. Al salir busqué los calzoncillos y volví a ponérmelos.
Me senté en la cama y me quedé mirándola.
Era preciosa.
Me fijé que tenía las tiras del corsé marcadas en la
espalda. Me había dicho la verdad, esa prenda no se la ponía para dar un poco
de emoción a sus juegos de cama. Acaricié el corsé y noté que la tela estaba
gastada. Se me anudaron las entrañas y tuve ganas de matar a todos los hombres
que lo hubiesen tocado.
¿Cuántos habían sido?
No tenía derecho a ponerme celoso, lo sé, pero me importaba
una mierda. Solo con imaginarme a Lali compartiendo ese corsé con alguien que
no fuese yo se me nublaba la vista y la mente. ¿Y si se encontraba con un loco
que creía que a ella le iba el sadomasoquismo y le hacía daño? Iba a tener que
hablar con ella. A partir de ahora, yo sería el único al que ella acudiría,
tanto si llegaba a perdonarme como si no.
¿Pero qué estoy diciendo?
Sacudí la cabeza y pensé en el dolor que iba a tener que
soportar.
Si Lali nunca llegaba a saber la verdad sobre mi partida,
nunca estaríamos juntos. Al menos como yo quería estarlo.
¿Era capaz de estar con ella como esa noche, de darle
placer, lo necesitase como lo necesitase, y luego seguir con vida sin que Lali
formase parte de ella o yo de la suya?
No.
Antes prefería volver al ejército. O a la cárcel.
Me tumbé en la cama y me dije que no me dormiría. Iba a
pasarme toda la noche buscando el modo de entender a Lali y de eliminar las
barreras que ella se empeñaba en interponer entre los dos. Corsé incluido, por sexy
que me hubiera parecido.
Si era sincero conmigo mismo, y tenía la mala costumbre de
serlo, lo que me había hecho Lali me había parecido la experiencia más erótica
de toda mi vida. Y me moría de ganas de hacérselo yo a ella.
Quizás esa era la clave.
Quizá tenía que demostrarle a Lali que conmigo podía perder
el control, que podía entregarse a mí igual que yo me había entregado a ella.
Pero la siguiente pregunta era ¿cómo?
Si Lali se negaba a salir a cenar conmigo, ¿cómo diablos iba
a convencerla para que se entregase completamente a mí en la cama?
El corsé era la clave. Tenía que averiguar qué significaba
exactamente.
Yo le había hecho mucho daño a Lali, más de lo que yo mismo
me había atrevido a imaginar durante todos esos años, y si ahora ella quería
hacérmelo a mí, yo iba a permitírselo.
Cualquier cosa con tal de encontrar el modo de recuperarla
para siempre.
Cerré los ojos.
—Te oigo pensar —dijo Lali sorprendiéndome. Creía que estaba
completamente dormida.
—Vuelve a dormirte —dije yo porque todavía no estaba
dispuesto a hablar de lo que acababa de suceder.
—Si quieres, puedes irte —me dijo entonces ella.
Giré el rostro y vi que había tensado los hombros, a pesar
de que intentaba fingir que no le importaba.
—Quiero quedarme, si no te importa —le dije yo. Quizá sí que
íbamos a tener que hablar.
—Quédate.
—Me quedo.
Pasamos un par de minutos en silencio.
—¿Vas a quitarte el corsé? —en cuanto las palabras salieron
de mi boca, me arrepentí de haberlas dicho.
—No.
—De acuerdo. Buenas noches.
Otros minutos de silencio.
—¿Quieres hablar de lo de tu madre? —me mordí la lengua.
¿Por qué no podía quedarme callado?
—No.
—De acuerdo —repetí como un imbécil—. Buenas noches.
Esta vez aguanté tres minutos.
—Si quieres, mañana puedo acompañarte al hospital.
Lali no me contestó y creí que se había quedado dormida.
Gracias. Así al menos me había ahorrado otro ridículo.
Estaba despierta.
—El corsé no te molesta —dijo ella como para sí misma.
—No, no me molesta —afirmé yo innecesariamente.
—Eres el primero.
Cerré los puños y ella lo notó. Mierda.
—Solo he estado con cinco hombres —apuntó sin comentar que
había presenciado mi ataque de celos—. Tú eres el sexto y el primero que ha
visto este corsé.
—¿Con los otros te acostaste sin corsé? —le preguntó furioso
y con unas ganas incontenibles de arrancarles la cabeza y todas las
extremidades, todas, a esos tipos.
—No, solo me he acostado con un hombre sin corsé. El
primero. Pero en esa ocasión ni siquiera me desnudé —me explicó Lali—. Fue el
verano que te fuiste, antes de ir a la universidad.
—Comprendo.
Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.
—No tienes derecho a estar celoso.
—Lo sé —me obligué a decir—. Sigue con lo que me estabas
contando.
—Con los otros cuatro me acosté con otro corsé. Tengo
varios. Este no lo había visto nunca nadie, excepto la señora que me lo vendió,
por supuesto.
—Gracias —me sentí tan aliviado por ese detalle que la
palabra se me escapó de lo labios.
Lali no reaccionó. Todavía hoy no sé si no la oyó o si
decidió ignorarla.
—¿Fueron relaciones estables?
—No, ninguna lo fue. Digamos que los hombres soléis
malinterpretar mis necesidades. El primer día quizás os hace gracia pero a la
larga he comprobado que prefiero estar sola.
—Yo sé interpretar tus necesidades —afirmé acariciando el
corsé.
—De eso es de lo que quería hablarte. —Lali se tumbó de lado
y se quedó mirándome. Nunca la había visto tan segura de sí misma, tan fuerte—.
Pero antes de que digas nada, tienes que dejarme terminar.
—Claro.
—Hasta hace un rato creía que el sexo no me gustaba. Oh,
vamos, borra esa cara de satisfacción —me dice con razón—. Es evidente que tú
tienes mucha más experiencia que los hombres con los que he estado y que yo me
siento mucho más atraída hacia ti de lo que me sentía hacia ellos.
La segunda mitad de la frase es lo único que evita que me
ponga furioso porque Lali haya dado por hecho que he estado con tantas mujeres.
—¿Adónde quieres llegar?
—Si estás dispuesto a seguir mis reglas, no veo por qué no
podemos ser amantes. Eso no implica que quiera saber por qué te fuiste, o que
me crea que has vuelto por mí. Sencillamente quiere decir que quiero seguir
explorando el aspecto físico de nuestra relación.
—Y mientras tú exploras —le digo sin poder evitar la nota de
sarcasmo—, ¿te tengo que ser fiel? Tú tienes tus reglas, y yo también tengo las
mías. La fidelidad es una de ellas.
—Para mí también. Por mi parte puedes estar tranquilo, en
doce años he estado con cuatro hombres, eso da un resultado de un hombre cada
tres años, así que no tienes de qué preocuparte.
Si va a utilizarme sexualmente no pienso darle la
satisfacción de que sepa que yo he estado con la misma cantidad de mujeres y
que vomité al terminar. Mientras ella se acostaba con un tipo llevando corsé.
Genial.
—¿Y qué es lo que quieres explorar exactamente? —le pregunté
para ver si así contenía los celos que iban a estrangularme.
—Esto —movió las manos y nos señaló a ambos.
—Quieres que nos acostemos llevando siempre el corsé y
quieres que yo te obedezca. ¿Es eso?
—Sí, en principio sí —me dijo mordiéndose el labio inferior.
Esta es la mía. Lali está pensando algo más. Tardé tres años
en darle su primer beso y sé perfectamente que está pensando algo más.
—De acuerdo, con una condición.
—Tú y tus condiciones.
—Tú y tus reglas —contesté yo.
—Dímela.
—La próxima vez que estemos juntos, yo te diré lo que tienes
que hacer. Tú puedes llevar el corsé, incluso puedes vendarme los ojos, pero yo
te diré lo que tienes que hacer.
La vi dudar y seguí defendiendo mi idea. Si conseguía que aceptase,
habría derribado ya una barrera, por pequeña que fuese.
—¿Podré llevar el corsé? —Ella no se daba cuenta, pero había
empezado a confiar en mí.
—Podrás llevar el corsé.
—¿Y podré vendarte los ojos?
—Podrás vendarme los ojos.
—Entonces, de acuerdo. Pero nada de hablar del pasado.
—Tranquila, nada de hablar del pasado —repetí. El pasado ya
no me importaba tanto, siempre y cuando ella estuviese dispuesta a darme un
futuro.
—Nuestra relación sigue igual, Peter —me dijo Lali
reduciendo mi euforia—. El día que quiera volver a... —se sonrojó— a acostarme
contigo, te lo diré, pero hasta entonces tú sigues con tu vida y yo con la mía.
Oh no, si no ponía punto y final a esa conversación, tarde o
temprano Lali se arrepentiría de haberme pedido que fuésemos amantes.
—Tengo sueño, Lali —le dije comportándome adrede como si no
me importase—. Creo que ya hemos dejado claro lo que ambos queremos. Acepto tus
reglas y tus condiciones. Buenas noches.
Lali se me quedó mirando y en sus ojos vi clarísimamente lo
confusa que le había dejado mi respuesta. Me moría de ganas de abrazarla, de
decirle que no pasaba nada, y de darle un beso, pero si de verdad quería
ganármela, tenía que aguantar. Me tumbé de lado y esperé.
—Buenas noches, Pitt.
A)h que pasara mas ale segulaaaaa
ResponderEliminarAaa maass
ResponderEliminarPor dios le dijo Pit !!!!!!
ResponderEliminarSeguila!!!!