7
The odds are there to beat.
You win a while, and then it's done
Your little winning streak.
And summoned now to deal
With your invincible defeat,
You live your life as if it's real,
LEONARD COHEN,
A Thousand Kisses Deep
—¿Cómo ha ido el almuerzo con Domingo y Marcela? —le
preguntó Peter sin darse media vuelta. No le hacía falta verla para saber que Lali
estaba allí. Todos y cada uno de los centímetros de su piel se habían dado
cuenta de que estaba cerca.
—Bien. —Lali tardó tanto en contestar que Peter pensó que
quizá sus instintos le habían fallado o que ella había decidido irse.
—Lamento si te he incomodado —dijo él con la mirada todavía
fija en el mar—. No era mi intención. ¿Marcela y Domingo saben...?
Lali no le dejó terminar la pregunta.
—No, no lo sabe nadie. A veces creo que no sucedió —dijo Lali
en voz baja sorprendiéndose a sí misma.
Peter se volvió de golpe y, aunque intentó disimularlo, ella
vio que el comentario le había dolido.
—¿Por qué crees eso? —le preguntó Peter—. En capitanía has
dicho que nada de preguntas personales, pero ahora no estamos allí. Estamos tú
y yo solos, justo aquí. —Se encogió de hombros y esperó.
Lali lo observó. Podría irse y dejarlo allí plantado. No le
debía nada y ella era dueña de sus actos, de sus reacciones. Él no le había
dado ninguna explicación, sí, ahora decía que había vuelto dispuesto a dársela,
pero doce años atrás se había ido sin decirle ni una sola palabra. Ahora ella
podía hacer lo mismo. Y él no podía hacer nada para impedirlo.
Respiró hondo y notó la opresión del corsé. Esa mañana se
había puesto el primero que se había comprado. Tenía cinco y todos le
proporcionaban la misma paz y la misma seguridad, pero el primero era especial.
Se lo compró cuando volvió a Madrid después de ver Lo que el viento se
llevó. La señora de la tienda dio por sentado que lo quería para sorprender
a alguien especial, y ella no se lo desmintió. Aunque esa señora también le
dijo que los corsés conseguían que una mujer se sintiese poderosa. Y así era
exactamente como quería sentirse Lali. Después de haber aceptado durante tanto
tiempo que los hombres de su vida le habían fallado, quería sentir que era
ella, y no ellos, la que tenía el poder. Era un corsé blanco con diminutas
flores rosas bordadas. Se abrochaba delante con unos delicados corchetes y
detrás tenía una lazada muy suave. El corsé le cubría de los pechos hasta la
cintura y por suerte quedaba muy disimulado bajo la camisa y la chaqueta que
llevaba.
—Lo siento —dijo Peter—, no tendría que habértelo
preguntado. Me voy y te dejo sola. Nos vemos en capitanía.
Peter sacó las manos de los bolsillos del pantalón y dio un
paso hacia delante. Y luego otro. Pasó junto a Lali sin decirle nada más, pero
ella habría jurado que notó que respiraba hondo como si quisiese llevarse con
él el aroma de su perfume.
—Porque así no me siento como una estúpida —dijo Lali cuando
él le quedó a medio metro de distancia.
Peter se detuvo y se dio media vuelta.
—Tú nunca fuiste una estúpida.
—Eso ya no importa —dijo Lali—. Y no quiero hablar más del
tema. Solo te he contestado porque no quería que te fueses sin saberlo. Mira, Peter,
aunque solo sea por unos meses, tenemos que trabajar juntos, así que será mejor
que mantengamos una relación estrictamente profesional.
Peter la miró a los ojos y Lali vio en ellos reflejada una
tormenta.
—He vuelto por ti, Lali. He tardado mucho más de lo que
creía en lograrlo y por eso mismo estoy dispuesto a darte todo el tiempo que
necesites para hacerte a la idea de que estoy aquí y de que no pienso irme a
ninguna parte. Jamás —añadió al ver que ella levantaba una ceja—. Si quieres
que en el trabajo seamos solo el capitán Lanzani y la doctora Ruiz-Espsito, me
parece bien. Aunque estuviésemos juntos, yo seguiría tratándote como una
profesional en el trabajo. Pero no me pidas que te trate como si no lo
significases todo para mí porque vas a llevarte una gran decepción. —Hizo una
pausa y le aguantó la mirada—. Ponme todas las barreras que se te ocurran, Lali,
estoy dispuesto a derribarlas todas. Una a una. Me he perdido muchas cosas de
tu vida, y ahora que estoy aquí no voy a perderme más. ¿Quieres venir a cenar
conmigo?
Ella lo miró como si se hubiese vuelto loco.
—NO —le contestó furiosa porque durante un segundo una parte
de su corazón le había pedido decir que sí.
—Mañana volveré a preguntártelo —le prometió él.
—Mañana volveré a decirte que no —afirmó ella.
—De acuerdo. —Peter se puso de nuevo las manos en los
bolsillos—. Antes o después tendrás que escucharme,La.
—Si vuelves a llamarme La solo conseguirás que ni siquiera
esté dispuesta a hablar contigo.
—Está bien. Encontraré el modo de volver a acercarme a ti.
—Lo único que quiero es que te vayas, y si la memoria no me
falla, se te da muy bien desaparecer sin dejar ni rastro.
Peter la miró y Lali tuvo ganas de pedirle perdón por aquel
comentario tan hiriente.
—Te has convertido en una mujer muy dura, Lali.
—Ni te lo imaginas... —afirmó ella—. Pero no te halagues, no
es por ti.
—Te dejaré sola —dijo Peter—. Y retiro lo que he dicho
antes, no volveré a pedirte que salgas a cenar conmigo.
—¿Ah, no? Vaya, veo que te rindes muy fácilmente.
Peter eliminó la distancia que los separaba y la sujetó por
los antebrazos.
—No voy a pedírtelo porque no voy a darte la oportunidad de
que me rechaces. Voy a dejar que tengas tiempo para pensar, aunque por dentro
me muera de ganas de obligarte a escucharme. Voy a mantener las distancias
hasta que estés dispuesta a reconocer que nunca, ni un día de estos últimos doce
años, te has olvidado de mí. Igual que yo no me he olvidado de ti. Estoy
dispuesto a hacer muchas cosas, pero escúchame bien, La —dijo adrede—. En lo
que respecta a ti, nunca voy a rendirme.
Lali echó chispas por los ojos. Peter solo la estaba
sujetando por los brazos y ella temblaba de los pies a la cabeza. La reacción
de su cuerpo era tan intensa que pensó que se marearía si él no la soltaba. Y
para su mayor vergüenza tuvo que reconocer que quería que Peter la besase.
Quería que agachase la cabeza y la obligase a separar los labios con los de él.
Que la obligase a responder a sus caricias y a sentir algo por primera vez en
más tiempo del que se atrevía a recordar.
Peter vio el anhelo que iluminó los ojos de Lali y se le
secó la garganta solo con pensar en lo que sentiría si tuviese los labios de
ella bajo los de él. Lali quería que la besase, podía sentirlo, incluso
palparlo. Igual que sabía con la misma certeza que luego Lali lo abofetearía y
saldría de allí echa una furia. Podía besarla ahora, quitarse de encima aquel
insoportable anhelo que le quemaba el alma desde que había vuelto y que le
exigía que la besase. Podía besarla, recordar por fin el sabor que tanto había
idealizado en su memoria y que su corazón se había negado a olvidar. Revivir
aquel instante que era lo único que lo había obligado a seguir adelante. Su
cuerpo necesitaba recordarla, su alma necesitaba sentirla. Ya podía sentir su
perfume, sus temblores bajo los dedos, su lengua rozándole la suya... Se
apartó.
Respiró hondo y cerró los ojos un segundo.
Volvió a abrirlos.
—No vuelvas a provocarme, la próxima vez no me detendré y te
besaré —le dijo entre dientes.
—Quería que me besases —confesó Lali sintiéndose valiente y
orgullosa gracias al corsé y al fuego que él había conseguido despertar en su
interior.
—Ya lo sé —Peter no estaba dispuesto a mentir—. Igual que sé
que más tarde te habrías convencido a ti misma de que yo te había manipulado
—añadió antes de que Lali pudiese hacerse la ofendida o negarlo—. Habrías
utilizado este beso como excusa para distanciarte más de mí. Y aunque me muero
de ganas por besarte —abrió y cerró los puños—, quiero mucho más de ti. Pero te
lo advierto, no sé si podré contenerme una segunda vez, así que, a no ser que
estés lista para escucharme, te pido que no vuelvas a provocarme.
—Yo no te he provocado —dijo Lali a pesar de que sabía que
sonaba a excusa de adolescente—. Y no habría hecho nada de lo que dices,
sencillamente siento curiosidad por saber si besas igual que hace doce años.
Los dos éramos unos niños, bueno, al menos yo lo era, y estoy segura de que lo
tengo idealizado. Seguro que si no te hubieses ido, nos habríamos peleado. Lo
nuestro no habría durado.
Peter entrecerró los ojos y apretó la mandíbula, pero no cedió.
Sabía lo que estaba haciendo Lali: buscar pelea.
—Vuelvo a capitanía —le dijo—. Por ahora estoy dispuesto a
mantener las distancias, Lali. Pero no voy a irme a ninguna parte. Será mejor
que lo tengas presente, la próxima vez que quieras provocarme. Y el día que de
verdad quieras que te bese, lo único que tienes que hacer es pedírmelo. Nos
vemos luego.
Y se alejó de allí dejándola frustrada y más confusa de lo
que había estado en muchos años. Lali no tuvo más remedio que reconocer para sí
misma que efectivamente había provocado a Peter, y luego también tuvo que
reconocer que le habría gustado que la besase. ¿Gustar? Había estado a punto de
cogerlo por el cuello y obligarlo. Pero Peter tenía razón. Maldita sea. Ella le
habría echado las culpas del beso y lo habría utilizado para mantener las
distancias. Cerró los ojos. No podía seguir así, apenas hacía unos días que Peter
había vuelto y ya se estaba entrometiendo en su cabeza, ya le estaba
arrebatando el control de sus emociones. Con lo mucho que le había costado
asumirlo.
Deslizó unos dedos por entre dos botones de la camisa y tocó
el corsé. Había tenido que volver a ponérselo, y eso que hacía tiempo que ya
solo lo utilizaba en determinadas situaciones. El corsé había evitado que
cediese del todo, que se derrumbase, pero tenía que tomar medidas más
drásticas. Nada de hablar a solas con Peter. Nada de permitir que él la tocase
o se le acercase. Nada de mirarle a los ojos y de sentir que el corazón le daba
un vuelco si él la llamaba La.
Iría a trabajar, cumpliría con su palabra, pero cuando
saliera de capitanía saldría con Agus o con Alexia. No volvería a quedarse a
solas con Peter y si él volvía a presentarse en su casa, no le abriría. Tarde o
temprano, él terminaría dándose por vencido. Seguro. Peter ya le había
demostrado que no era de los que se quedan, él volvería a irse. Solo era
cuestión de tiempo.
Decidida y mucho más tranquila tras tirar un poco de los
lazos del corsé, volvió a capitanía. Saludó a sus compañeros al entrar y no vio
a Peter por ninguna parte en toda la tarde, aunque en un par de ocasiones
habría jurado que podía sentir su mirada encima de ella. Llegó la hora de salir
y tras ordenar sus cosas y apagar el ordenador se puso en pie y se despidió de
sus compañeros. Estaba a pocos pasos de la puerta cuando esta se abrió y
apareció Peter, él no dijo nada, pero la miró a los ojos, y le sujetó la puerta
para que pudiese salir. Lali le dijo un simple adiós y se fue a cenar con Agus.
—Se te ve preocupada —le dijo Agus a Lali mientras los dos
entraban en su apartamento.
—No, no es nada, solo estoy cansada.
—Te he visto cansada, Lali, y te he visto preocupada,
conozco la diferencia. —Agus dejó la bolsa de fruta que se habían detenido a
comprar en la cocina—. El viernes pasado entregaste los papeles para la
excedencia y hoy has vuelto al trabajo como si nada. Te pasa algo, Lali.
Lali no le respondió y desvió la vista hacia uno de los
marcos que había encima del mueble de la entrada, el que estaba justo al lado
de la bicicleta de Agus.
—No puedo creerme que sigas teniendo esa foto.
Agus se encogió de hombros mientras continuaba ordenando la
compra.
—¿No te parece muy masoquista? —Lali caminó hasta el mueble
y cogió el marco.
—Supongo —reconoció Agus—, pero creo que me dolería más no
verla.
Lali inspeccionó la foto en la que solo estaba Candela. Lali
recordaba perfectamente el momento exacto en que se la había tirado y que había
utilizado la cámara que le había regalado Peter por su dieciocho cumpleaños;
ella volvía de hacer un curso de fotografía al que se había apuntado los lunes
por la noche y cuando entró en el apartamento que compartía con su amiga la
encontró dormida en el sofá y con cara de haber estado llorando. La luz era
perfecta, una mezcla extraña entre claroscuros y sombras, el rostro de Candela
estaba parcialmente oculto por la melena y las pestañas parecían acariciarle la
mejilla. Era una imagen única, así que Lali sacó la cámara y disparó casi sin
pensar. Cuando despertó a Candela para decirle que ya estaba en casa descubrió
que el motivo de las lágrimas era que había descubierto que Agus le era infiel.
Años más tarde, y sin saber muy bien por qué, Lali le contó
a Agus lo de esa fotografía y él exigió que se la enseñase. Lali se habría
negado, pero al ver los remordimientos y el dolor que quemaban dentro de los
ojos de Agus, se la mostró. La fotografía había estado en aquel mueble desde
entonces.
—¿Has hablado alguna vez con ella? —le preguntó Lali.
A Agus no le hizo falta preguntarle a quién se refería.
—No. Lo intenté hace años, pero ni siquiera conseguí que me
contestase el teléfono.
—Quizá tendrías que volver a intentarlo, Agus.
—No. Candela está mejor sin mí.
—Tal vez —reconoció Lali—, pero si de verdad crees que jamás
arreglarás las cosas con Candela, entonces tendrías que olvidarte por completo
de ella.
—Ya la he olvidado, Lali. Por eso tengo la foto, para
recordarme que no puedo volver a cometer el mismo error otra vez. ¿Piensas
contarme por qué has decidido quedarte y no pedir la excedencia?
—El capitán me dijo que si yo no estaba clausuraría el
proyecto Erizo —dijo sin más.
—¡Será capullo! Y mira que me había parecido un tipo
íntegro.
—Y lo es —las palabras salieron de su boca antes de que su
cerebro pudiese pensarlas y Lali se sonrojó sin darse cuenta—. Son cosas del
Ministerio —improvisó—. Le dije que me quedaría tres meses, es tiempo más que
de sobra para que tú te pongas al día de todo. Y él me prometió que no lo
clausuraría.
—Vaya... —suspiró Agus—, me siento halagado de que creas que
puedo estar al mando del proyecto, Lali, pero la verdad es que preferiría que
no te fueras —sonrió—. Incluso estoy dispuesto a seguir hablando de Candela, si
con eso consigo que te quedes.
—No digas tonterías, Agus, lo harás muy bien. Además, lo de
Canarias no es para siempre.
—¿Cuándo tienes pensado regresar?
—No lo sé muy bien... —«Depende de lo que tarde Peter en
irse.»
—Bueno, por lo menos desde allí no podrás interrogarme
—bromeó.
—Seguro que se me ocurre otra manera de torturarte.
Lali y Agus dirigieron entonces la conversación hacia temas
más divertidos y cuando Lali se fue a su casa casi logra no pensar en Peter.
El resto de la semana transcurrió del mismo modo. Cada día, Peter
hablaba con Lali de algún tema relacionado con su trabajo, y cada día le
costaba más no preguntarle por su vida privada o por algo tan inocuo como por
ejemplo qué programa de la tele había visto la noche anterior, o si lo había
visto sola. Peter se consolaba a sí mismo diciéndose que el miércoles ella le
sonrió, y que el viernes le preguntó si quería una taza de café. Ambos gestos
eran
completamente inocentes, Lali sonreía a menudo a sus
compañeros de trabajo y siempre tenía la cortesía de preguntar si alguien más
quería un café cuando ella se servía uno. Peter lo sabía, pero aun así no pudo
evitar sentir un atisbo de esperanza cuando ella le preguntó si seguía
tomándolo solo y con dos terrones de azúcar. Si no se había olvidado de cómo le
gustaba el café, quizá tampoco había olvidado otras cosas mucho más
importantes. Pero por muy bien que consiguiese disimular a lo largo de la
jornada, lo que peor llevaba Peter era el momento de irse a casa. Habitualmente
salían a las siete y a esa hora desde su despacho empezaba a oír el ruido de
los ordenadores apagándose, de las sillas echándose hacia atrás y de los
cajones que se abrían y cerraban para guardar las pertenencias de sus distintos
propietarios. Y también oía las despedidas y era justo entonces cuando oía que Lali
y Agus se iban juntos. Un día, el miércoles para ser más exactos, incluso se
atrevió a observarlos desde la ventana y vio que Agus caminaba sujetando la
bici a un lado para seguir el paso de Lali que iba a pie. No volvió a repetir
tal temeridad, le dolía ver a Lali con otro hombre, a pesar de que antes de
volver a España se había dicho infinitas veces que era más que probable que
ella estuviese con alguien. Y la verdad era que no le sentaba nada bien que ese
hombre fuese Agus. En los pocos días que hacía que le conocía, Agus había
empezado a gustarle. Era listo, ingenioso, tenía un gran sentido del humor y
era un científico excelente. A Peter no le gustaba pensar que si su plan salía
bien, le haría daño a ese hombre que había empezado a admirar. Pero a pesar de
los remordimientos y de los ataques de conciencia, Peter no tenía ninguna
intención de rendirse tan pronto. Él quería recuperar a Lali, o como mínimo
quería contarle la verdad. Si luego ella no podía perdonarle, entonces...
—¿Puedo pasar?
Peter estaba de pie de espaldas a la puerta y se dio media
vuelta al oír la voz de Agus. Era viernes, lo que significaba que todo el mundo
saldría más puntual. Él se había dirigido a la ventana de un modo inconsciente;
si iba a estar todo el fin de semana sin ver a Lali, quería aprovechar hasta el
último momento.
—Por supuesto, Agus, adelante.
Agus entró y cerró la puerta tras él.
—¿Iba a salir? —le preguntó al ver que el capitán no estaba
tras el escritorio.
—No, no. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Necesitaría tomarme unos días libres —dijo sin preámbulos—.
Sé que no los tengo autorizados y que no aparecen en el calendario que le
entregué, pero necesitaría ausentarme dos semanas.
—¿Dos semanas?
—Es un asunto personal, capitán, y no se lo pediría si de
verdad no fuese importante —afirmó Agus mirando a Peter a los ojos—. He
terminado los informes que me pidió y la doctora Ruiz-Espsito está al tanto de
todo.
—Si la doctora está de acuerdo, por mí no hay ningún
problema. Espero que ese asunto personal no sea nada grave, Agus.
—Gracias, capitán, yo también. —Agus asintió y en su mente
le agradeció al capitán que no le preguntase de qué clase de emergencia
personal se trataba.
Aiii por dios como me gusta la nove!!!!
ResponderEliminarTengo ganas de.llorar por.como.estan separados.
Seguila!!!!
MAAAAAAAAAAAAAAAAAS!!!!
ResponderEliminarAgus le hizo caso a Lali......
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