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viernes, 23 de mayo de 2014

Capitulo 8


8

If I lay here
If I just lay here
Would you lie with me
And just forget the world?
SNOW PATROL,
Chasing cars

Agus todavía no podía creerse que Candela hubiese tenido la desfachatez de invitarlo a su boda. Esa mañana cuando abrió el correo y se encontró con la invitación, pensó que estaba siendo objeto de una broma de muy mal gusto. Incluso levantó la cabeza varias veces en el vestíbulo del edificio donde vivía en busca de cámaras ocultas.
Era imposible que Candela le hubiese invitado, y sin embargo sus dedos sujetaron la invitación; clásica y de muy buen gusto. Y probablemente carísima. Completamente diferente a lo que habría elegido él si fuese a casarse, o la Candela que él conocía. Se dijo que había sido un error, que era imposible que él estuviese invitado a la boda; probablemente Candela y su prometido, el abogado súper importante, habían encargado la organización del evento a una empresa privada y les habían entregado su agenda sin comprobarla antes. Cualquier explicación le parecía menos descabellada que la posibilidad de que Candela lo hubiese invitado por voluntad propia. Sí, seguro que había sido un error, se repitió de camino a capitanía montado en su bici.
Pero ¿y si no lo era?
¿Y si Candela le había mandado la invitación a posta? ¿Por qué lo había hecho? ¿Para restregarle por las narices que se iba a casar con un hombre que era todo lo que él no era? Rico, ambicioso, un triunfador.
«Fiel», le susurró una voz en su mente.
Pedaleó con más fuerza y sacudió la cabeza. Tonterías,
lamentar el pasado no servía de nada. Él era feliz con la vida que llevaba, días atrás incluso se lo había dicho a Lali. A Agus le encantaba su vida, una vida libre y sin ataduras. Él siempre presumía de poder coger una maleta y desaparecer sin decirle nada a nadie.
«Pero a veces la independencia está sobrevalorada y lo que de verdad sucede es que estás solo y no le preocupas a nadie.»
Esa había sido una de las frases que Candela le había dicho años atrás cuando rompieron. No había vuelto a verla desde entonces, y tampoco había podido hablar con ella, a pesar de que no había tardado demasiado en arrepentirse de sus actos.
Quizá la invitación se la habían mandado por error, o quizá Candela se estaba vengando de él de algún modo retorcido que no lograba comprender. Al final Agus llegó a la conclusión de que tal vez ese era el modo que tenía el destino de decirle que tenía que zanjar para siempre su relación con Candela. Y eso solo lo conseguiría disculpándose con ella.
Por eso mismo, y no porque tuviese ganas de verla, se compró el primer billete que encontró con destino a Barcelona y le pidió vacaciones al capitán. Sí, lo hizo en el orden equivocado, pero Candela siempre lo afectaba de ese modo. Le bastaba con pensar en ella, para que su mente se pusiese patas arriba. Prueba de ello era que apenas una hora y media después de hablar con el capitán estaba embarcando en un avión de una compañía low cost con destino a Barcelona.
Agus odiaba volar.
Odiaba los aviones.
Odiaba los aeropuertos.
Y odiaba las grandes ciudades.
Y allí estaba él, sentado en la fila 13 (nada más y nada menos) en el asiento 3D de un vuelo que iba hasta los topes porque al parecer el Barça jugaba un partido muy importante.
La parte buena fue que llegó a Barcelona según el horario previsto y que pudo salir del aeropuerto sin problemas. Su único equipaje consistía en una maleta que había conseguido pasar todos los filtros de las azafatas de tierra y no había tenido que embarcar, así que tan pronto como puso un pie en la terminal, se dirigió hacia la salida.
Lo primero que hizo al llegar a la calle, aparte de repetirse a sí mismo que no iba a volver a Cádiz sin hablar con Candela, fue coger un taxi y pedirle que lo llevase al hotel. Si iba a tener que enfrentarse a Candela, no iba a hacerlo vestido con unos vaqueros viejos y una camiseta de una academia de buceo.
Se duchó y se vistió, no se puso traje, una cosa era estar dispuesto a que ella lo humillase y otra muy distinta vestirse para hacer el ridículo. Agus buscó unos vaqueros negros y la camiseta gris piedra que Lali siempre le decía que le favorecía, aunque él no pudiese entenderlo, y se vistió. Antes de abandonar el hotel cogió también su cazadora y la dichosa invitación de boda. Era curioso el caos que había causado en su vida aquel ridículo trozo de papel.
Miró el reloj y supuso que Candela estaba a punto de salir del trabajo y se dirigió hacia allí.
Sí, Agus tenía la dirección del trabajo de Candela, y la de su piso, y todos sus teléfonos. No, ella no se lo había dado, él había tomado prestada dicha información del móvil de Lali. No era culpa suya que su amiga fuese tan despistada y se dejase el aparato desatendido por todas partes. Él sencillamente había anotado esos datos por si Lali algún día los perdía; eso era exactamente lo que le había dicho a su conciencia.
Barcelona estaba preciosa en esa época del año, así que fue andando; el hotel no quedaba lejos y caminar le iría bien para despejarse y calmarse. Cruzó una esquina junto con un grupo de ejecutivos y pensó que Candela encajaba allí, pero unos metros más adelante se cruzó con un grupo de surfistas y se dijo que quizás él también encajaba. Siguió avanzando y un semáforo rojo los obligó a detenerse a todos; a Agus, a los ejecutivos y a los surfistas.
Agus se quedó mirando a su alrededor y se dio cuenta de que a pesar de sus diferencias más que evidentes circulaba cierta armonía entre los distintos grupos. Encajaban. Cerró los ojos al notar un nudo en el estómago; había sido un estúpido al pensar que esos dos estilos de vida eran excluyentes e irreconciliables. Sí, podía justificar su intransigencia con su juventud, pero nada podía justificar lo que le había hecho a Candela.
—¿Agus? —una voz que lleva años oyendo solo en su imaginación lo sacó de su ensimismamiento—. ¿Eres tú?
Agus se dio media vuelta despacio y se encontró frente a frente con Candela. Estaba guapísima y se la veía feliz. Estaba sonriendo y, aunque llevaba el pelo recogido se le había soltado un mechón por el viento. O porque había corrido hacia él al verlo. Iba vestida con un traje chaqueta que le resaltaba mucho la figura, a pesar de que a ella no le hacía falta, y del cuello seguía colgando una delgada cadena de oro con un delfín al final.
Él había tenido otro igual.
Agus perdió la capacidad de hablar y de razonar y de lo único que fue capaz fue de mirarla embobado en medio de la calle. Candela siempre estaba preciosa cuando sonreía, y lo último que él había visto de ella años atrás eran sus lágrimas. Casi se había olvidado de cómo era.
La sonrisa de Candela era una sonrisa trampa. Ella siempre parecía estar muy seria y uno podía creer que nunca sonreía. Pero vaya si lo hacía, la sonrisa de Candela era contagiosa, de esas que empiezan en los labios y terminan en los ojos. Y su risa, su risa era...
—¿Agus?
—Hola, Candela —carraspeó él en busca de su voz.
—Hola —respondió ella.
Los dos se miraron sin saber si abrazarse o darse un beso. Al parecer, y sin decirse nada, ambos coincidieron en que lo de darse dos besos, uno en cada mejilla, habría sido una estupidez en su caso.
Al final no hicieron nada. Agus se puso las manos en los bolsillos y ella se tocó nerviosa el pelo.
—¿Qué casualidad encontrarte por aquí? —Teresa fue la primera en reaccionar—. ¿Qué estás haciendo en Barcelona?
—He venido a hablar contigo.
Candela retrocedió y lo miró confusa.
—¿Conmigo? ¿Por qué? ¿Sobre qué?
Agus sonrió.
Esa era su Candela, la chica de las mil preguntas por minuto. Probablemente por eso era tan buena en su trabajo.
—¿Podemos ir a alguna parte? —le preguntó Agus.
—He quedado aquí dentro de cinco minutos —le dijo ella mirando primero el reloj y después a su alrededor.
Agus asintió y asumió que iba a tener que preguntárselo allí mismo.
—He recibido esto —sacó la invitación del bolsillo posterior de los vaqueros.
—Oh, Dios mío.
—A juzgar por tu cara, deduzco que no querías mandármela.
—No —reconoció ella con suma honradez—. Debí de darles la lista de contactos sin editar —sacó el móvil y se dispuso a llamar—. Tengo que averiguar a quién más se la han mandado por error.
Agus pensó que debería sentirse aliviado, pero descubrió que en realidad estaba furioso.
A Candela, que medio minuto atrás le había sonreído como si de verdad se alegrase de verlo, le importaba un rábano que él siguiese allí plantado delante de ella. Él había ido de Cádiz a Barcelona para hablar con ella, y ella no se dignaba prestarle atención durante cinco minutos.
La fulminó con la mirada y ella se dio cuenta y colgó.
Cande le aguantó la mirada y Agus recordó todas las veces que habían discutido cuando salían juntos porque ella prestaba más atención a los libros que a él. A los trabajos en grupo que a él. A cualquier cosa antes que a él.
—¿Solo has venido para preguntarme si de verdad te había mandado la invitación?
—No, no he venido solo por eso —dijo Agus—. Hace tiempo que quiero hablar contigo.
—¿Sobre?
—¿De verdad no podemos ir a otra parte? —insistió él.
—No, he quedado, si me hubieses llamado...
—No me habrías cogido el teléfono —terminó Agus y vio que ella se sonrojaba sin negarlo.
—¿De qué quieres hablar?
—Quiero decirte que lo siento —esperó a que Candela comprendiese a qué se estaba refiriendo exactamente—. Lo siento. Me comporté como un cretino egoísta, como un imbécil. Te hice mucho daño cuando no te lo merecías y me arrepiento de...
—No lo digas, Agus —le ordenó ella con lágrimas en los ojos—. No te atrevas a decírmelo ahora. —Una risa triste se escapó de sus labios—. Ni te imaginas la de veces que soñé con que me pedirías perdón, pero ya no. Tú hiciste lo que hiciste y los dos seguimos con nuestras vidas.
—Fui un estúpido —proclamó, y apartó la mirada antes de añadir—: lo hice adrede.
—¿Qué has dicho? —le preguntó ella.
—Quería que me pillases, creía que lo nuestro me estaba ahogando y tú eras demasiado perfecta, nunca hacías nada mal. Y a tu lado me hacías sentir completamente inútil, tú siempre podías con todo. En mi mente me convencí de que si de verdad me necesitabas tan poco, entonces no te importaría que me fuese con otra.
—Podía con todo porque creía que tenía el mejor novio del mundo. ¿Sabes una cosa, Agus? —se secó furiosa una lágrima—. No tienes derecho a decirme esto. Me fuiste infiel. Te acostaste con otra en nuestra cama y ahora mismo acabas de confesarme que lo hiciste allí para que te pillase y te dejase porque según tú yo era demasiado perfecta y tú no ibas a dejarme, ¿es eso, no?
—Sí, es eso.
—Pues no acepto tus disculpas, ni tus explicaciones, o lo que sea que hayas pretendido venir a darme con este viaje. Vete, Agus, vuelve a Cádiz o adonde sea que estés ahora viviendo en completa y suma libertad, sin ninguna mujer a tu lado que te ate a nada.
—Tenía miedo, Candela. Tú eras la primera persona que me hacía sentir eso y me asusté.
—Yo también tenía miedo, Agus, y también fuiste el primero que me hacía sentir esas cosas, pero no por eso corrí a acostarme con el primer tío bueno que me encontrara por el pasillo de la facultad.
—No he podido dejar de pensar en ti.
—No me mientas.
—Es cierto.
—Pues entonces lo siento por ti, Agus.
—Tengo dos semanas de vacaciones —la sorprendió él—. He pensado que podría quedarme aquí y estar contigo.
—Te has vuelto loco —afirmó Candela con convicción.
—Seguro que hay escuelas de buceo interesadas en contratar gente, o incluso podría preguntar en el puerto.
—¿De qué diablos estás hablando, Agus?
—Quiero volver a intentarlo, Candela. Ahora ya no tengo miedo.
—Genial, me alegro por ti. Felicidades. ¿Quieres que te dé un diploma?
—¿Qué te pasa, Candela?
—¿¡Qué qué me pasa!? Apareces de la nada después de llevar no sé cuántos años sin vernos y sin hablarnos y me dices que me fuiste infiel adrede para que te dejase, ah sí, y que yo era... demasiado... —hizo el gesto de comillas con los dedos— perfecta. ¿Y encima pretendes que te dé otra oportunidad? ¿Ahora?
—Ahora es cuando me he dado cuenta —confesó él avergonzado de sí mismo y apretando los puños.
—No es cierto, Agus. Lo único que pasa es que has recibido la invitación y te has sentido como un niño al que su madre le dice que va a tirar un juguete con el que lleva años sin jugar y justo entonces le entran unas ganas incontenibles de volver a jugar con él.
—No es cierto —repitió sus mismas palabras.
—¿Ah, no? Entonces, dime una cosa. Si no hubieses recibido esta invitación —se la arrebató de los dedos—, que ya te he confirmado que te mandé por error, ¿habrías venido a verme?
Agus se quedó petrificado.
—Justo lo que creía... —dijo Candela malinterpretando su reacción—. Ese de allí es mi prometido —señaló un coche—. Vuelve a casa, Agus.
Cuando Agus reaccionó Candela ya se había montado en el coche del señor abogado. Había tardado tanto tiempo en responder porque de repente se dio cuenta de que aunque no hubiese recibido esa maldita invitación, habría hecho lo que fuese para impedir que Candela se casase con otro hombre. Y ahora ya era demasiado tarde. 

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Vienen partes entre agus y cande que tambien es una historia muy linda :3

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