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If I lay here
If I just lay here
Would you lie with me
And just forget the world?
SNOW PATROL,
Chasing cars
Agus todavía no podía creerse que Candela hubiese tenido la
desfachatez de invitarlo a su boda. Esa mañana cuando abrió el correo y se
encontró con la invitación, pensó que estaba siendo objeto de una broma de muy
mal gusto. Incluso levantó la cabeza varias veces en el vestíbulo del edificio
donde vivía en busca de cámaras ocultas.
Era imposible que Candela le hubiese invitado, y sin embargo
sus dedos sujetaron la invitación; clásica y de muy buen gusto. Y probablemente
carísima. Completamente diferente a lo que habría elegido él si fuese a
casarse, o la Candela que él conocía. Se dijo que había sido un error, que era
imposible que él estuviese invitado a la boda; probablemente Candela y su
prometido, el abogado súper importante, habían encargado la organización del
evento a una empresa privada y les habían entregado su agenda sin comprobarla antes.
Cualquier explicación le parecía menos descabellada que la posibilidad de que
Candela lo hubiese invitado por voluntad propia. Sí, seguro que había sido un
error, se repitió de camino a capitanía montado en su bici.
Pero ¿y si no lo era?
¿Y si Candela le había mandado la invitación a posta? ¿Por
qué lo había hecho? ¿Para restregarle por las narices que se iba a casar con un
hombre que era todo lo que él no era? Rico, ambicioso, un triunfador.
«Fiel», le susurró una voz en su mente.
Pedaleó con más fuerza y sacudió la cabeza. Tonterías,
lamentar el pasado no servía de nada. Él era feliz con la
vida que llevaba, días atrás incluso se lo había dicho a Lali. A Agus le
encantaba su vida, una vida libre y sin ataduras. Él siempre presumía de poder
coger una maleta y desaparecer sin decirle nada a nadie.
«Pero a veces la independencia está sobrevalorada y lo que
de verdad sucede es que estás solo y no le preocupas a nadie.»
Esa había sido una de las frases que Candela le había dicho
años atrás cuando rompieron. No había vuelto a verla desde entonces, y tampoco
había podido hablar con ella, a pesar de que no había tardado demasiado en
arrepentirse de sus actos.
Quizá la invitación se la habían mandado por error, o quizá
Candela se estaba vengando de él de algún modo retorcido que no lograba
comprender. Al final Agus llegó a la conclusión de que tal vez ese era el modo
que tenía el destino de decirle que tenía que zanjar para siempre su relación
con Candela. Y eso solo lo conseguiría disculpándose con ella.
Por eso mismo, y no porque tuviese ganas de verla, se compró
el primer billete que encontró con destino a Barcelona y le pidió vacaciones al
capitán. Sí, lo hizo en el orden equivocado, pero Candela siempre lo afectaba
de ese modo. Le bastaba con pensar en ella, para que su mente se pusiese patas
arriba. Prueba de ello era que apenas una hora y media después de hablar con el
capitán estaba embarcando en un avión de una compañía low cost con
destino a Barcelona.
Agus odiaba volar.
Odiaba los aviones.
Odiaba los aeropuertos.
Y odiaba las grandes ciudades.
Y allí estaba él, sentado en la fila 13 (nada más y nada
menos) en el asiento 3D de un vuelo que iba hasta los topes porque al parecer
el Barça jugaba un partido muy importante.
La parte buena fue que llegó a Barcelona según el horario
previsto y que pudo salir del aeropuerto sin problemas. Su único equipaje
consistía en una maleta que había conseguido pasar todos los filtros de las
azafatas de tierra y no había tenido que embarcar, así que tan pronto como puso
un pie en la terminal, se dirigió hacia la salida.
Lo primero que hizo al llegar a la calle, aparte de
repetirse a sí mismo que no iba a volver a Cádiz sin hablar con Candela, fue
coger un taxi y pedirle que lo llevase al hotel. Si iba a tener que enfrentarse
a Candela, no iba a hacerlo vestido con unos vaqueros viejos y una camiseta de
una academia de buceo.
Se duchó y se vistió, no se puso traje, una cosa era estar
dispuesto a que ella lo humillase y otra muy distinta vestirse para hacer el ridículo.
Agus buscó unos vaqueros negros y la camiseta gris piedra que Lali siempre le
decía que le favorecía, aunque él no pudiese entenderlo, y se vistió. Antes de
abandonar el hotel cogió también su cazadora y la dichosa invitación de boda.
Era curioso el caos que había causado en su vida aquel ridículo trozo de papel.
Miró el reloj y supuso que Candela estaba a punto de salir
del trabajo y se dirigió hacia allí.
Sí, Agus tenía la dirección del trabajo de Candela, y la de
su piso, y todos sus teléfonos. No, ella no se lo había dado, él había tomado
prestada dicha información del móvil de Lali. No era culpa suya que su amiga
fuese tan despistada y se dejase el aparato desatendido por todas partes. Él
sencillamente había anotado esos datos por si Lali algún día los perdía; eso
era exactamente lo que le había dicho a su conciencia.
Barcelona estaba preciosa en esa época del año, así que fue
andando; el hotel no quedaba lejos y caminar le iría bien para despejarse y
calmarse. Cruzó una esquina junto con un grupo de ejecutivos y pensó que
Candela encajaba allí, pero unos metros más adelante se cruzó con un grupo de
surfistas y se dijo que quizás él también encajaba. Siguió avanzando y un
semáforo rojo los obligó a detenerse a todos; a Agus, a los ejecutivos y a los
surfistas.
Agus se quedó mirando a su alrededor y se dio cuenta de que
a pesar de sus diferencias más que evidentes circulaba cierta armonía entre los
distintos grupos. Encajaban. Cerró los ojos al notar un nudo en el estómago;
había sido un estúpido al pensar que esos dos estilos de vida eran excluyentes
e irreconciliables. Sí, podía justificar su intransigencia con su juventud,
pero nada podía justificar lo que le había hecho a Candela.
—¿Agus? —una voz que lleva años oyendo solo en su imaginación
lo sacó de su ensimismamiento—. ¿Eres tú?
Agus se dio media vuelta despacio y se encontró frente a
frente con Candela. Estaba guapísima y se la veía feliz. Estaba sonriendo y,
aunque llevaba el pelo recogido se le había soltado un mechón por el viento. O
porque había corrido hacia él al verlo. Iba vestida con un traje chaqueta que
le resaltaba mucho la figura, a pesar de que a ella no le hacía falta, y del
cuello seguía colgando una delgada cadena de oro con un delfín al final.
Él había tenido otro igual.
Agus perdió la capacidad de hablar y de razonar y de lo
único que fue capaz fue de mirarla embobado en medio de la calle. Candela
siempre estaba preciosa cuando sonreía, y lo último que él había visto de ella
años atrás eran sus lágrimas. Casi se había olvidado de cómo era.
La sonrisa de Candela era una sonrisa trampa. Ella siempre
parecía estar muy seria y uno podía creer que nunca sonreía. Pero vaya si lo
hacía, la sonrisa de Candela era contagiosa, de esas que empiezan en los labios
y terminan en los ojos. Y su risa, su risa era...
—¿Agus?
—Hola, Candela —carraspeó él en busca de su voz.
—Hola —respondió ella.
Los dos se miraron sin saber si abrazarse o darse un beso.
Al parecer, y sin decirse nada, ambos coincidieron en que lo de darse dos besos,
uno en cada mejilla, habría sido una estupidez en su caso.
Al final no hicieron nada. Agus se puso las manos en los
bolsillos y ella se tocó nerviosa el pelo.
—¿Qué casualidad encontrarte por aquí? —Teresa fue la
primera en reaccionar—. ¿Qué estás haciendo en Barcelona?
—He venido a hablar contigo.
Candela retrocedió y lo miró confusa.
—¿Conmigo? ¿Por qué? ¿Sobre qué?
Agus sonrió.
Esa era su Candela, la chica de las mil preguntas por
minuto. Probablemente por eso era tan buena en su trabajo.
—¿Podemos ir a alguna parte? —le preguntó Agus.
—He quedado aquí dentro de cinco minutos —le dijo ella
mirando primero el reloj y después a su alrededor.
Agus asintió y asumió que iba a tener que preguntárselo allí
mismo.
—He recibido esto —sacó la invitación del bolsillo posterior
de los vaqueros.
—Oh, Dios mío.
—A juzgar por tu cara, deduzco que no querías mandármela.
—No —reconoció ella con suma honradez—. Debí de darles la
lista de contactos sin editar —sacó el móvil y se dispuso a llamar—. Tengo que
averiguar a quién más se la han mandado por error.
Agus pensó que debería sentirse aliviado, pero descubrió que
en realidad estaba furioso.
A Candela, que medio minuto atrás le había sonreído como si
de verdad se alegrase de verlo, le importaba un rábano que él siguiese allí
plantado delante de ella. Él había ido de Cádiz a Barcelona para hablar con
ella, y ella no se dignaba prestarle atención durante cinco minutos.
La fulminó con la mirada y ella se dio cuenta y colgó.
Cande le aguantó la mirada y Agus recordó todas las veces
que habían discutido cuando salían juntos porque ella prestaba más atención a
los libros que a él. A los trabajos en grupo que a él. A cualquier cosa antes
que a él.
—¿Solo has venido para preguntarme si de verdad te había
mandado la invitación?
—No, no he venido solo por eso —dijo Agus—. Hace tiempo que
quiero hablar contigo.
—¿Sobre?
—¿De verdad no podemos ir a otra parte? —insistió él.
—No, he quedado, si me hubieses llamado...
—No me habrías cogido el teléfono —terminó Agus y vio que
ella se sonrojaba sin negarlo.
—¿De qué quieres hablar?
—Quiero decirte que lo siento —esperó a que Candela
comprendiese a qué se estaba refiriendo exactamente—. Lo siento. Me comporté
como un cretino egoísta, como un imbécil. Te hice mucho daño cuando no te lo
merecías y me arrepiento de...
—No lo digas, Agus —le ordenó ella con lágrimas en los
ojos—. No te atrevas a decírmelo ahora. —Una risa triste se escapó de sus
labios—. Ni te imaginas la de veces que soñé con que me pedirías perdón, pero
ya no. Tú hiciste lo que hiciste y los dos seguimos con nuestras vidas.
—Fui un estúpido —proclamó, y apartó la mirada antes de
añadir—: lo hice adrede.
—¿Qué has dicho? —le preguntó ella.
—Quería que me pillases, creía que lo nuestro me estaba ahogando
y tú eras demasiado perfecta, nunca hacías nada mal. Y a tu lado me hacías
sentir completamente inútil, tú siempre podías con todo. En mi mente me
convencí de que si de verdad me necesitabas tan poco, entonces no te importaría
que me fuese con otra.
—Podía con todo porque creía que tenía el mejor novio del
mundo. ¿Sabes una cosa, Agus? —se secó furiosa una lágrima—. No tienes derecho
a decirme esto. Me fuiste infiel. Te acostaste con otra en nuestra cama y ahora
mismo acabas de confesarme que lo hiciste allí para que te pillase y te dejase
porque según tú yo era demasiado perfecta y tú no ibas a dejarme, ¿es eso, no?
—Sí, es eso.
—Pues no acepto tus disculpas, ni tus explicaciones, o lo
que sea que hayas pretendido venir a darme con este viaje. Vete, Agus, vuelve a
Cádiz o adonde sea que estés ahora viviendo en completa y suma libertad, sin
ninguna mujer a tu lado que te ate a nada.
—Tenía miedo, Candela. Tú eras la primera persona que me
hacía sentir eso y me asusté.
—Yo también tenía miedo, Agus, y también fuiste el primero
que me hacía sentir esas cosas, pero no por eso corrí a acostarme con el primer
tío bueno que me encontrara por el pasillo de la facultad.
—No he podido dejar de pensar en ti.
—No me mientas.
—Es cierto.
—Pues entonces lo siento por ti, Agus.
—Tengo dos semanas de vacaciones —la sorprendió él—. He
pensado que podría quedarme aquí y estar contigo.
—Te has vuelto loco —afirmó Candela con convicción.
—Seguro que hay escuelas de buceo interesadas en contratar
gente, o incluso podría preguntar en el puerto.
—¿De qué diablos estás hablando, Agus?
—Quiero volver a intentarlo, Candela. Ahora ya no tengo
miedo.
—Genial, me alegro por ti. Felicidades. ¿Quieres que te dé
un diploma?
—¿Qué te pasa, Candela?
—¿¡Qué qué me pasa!? Apareces de la nada después de llevar
no sé cuántos años sin vernos y sin hablarnos y me dices que me fuiste infiel
adrede para que te dejase, ah sí, y que yo era... demasiado... —hizo el gesto
de comillas con los dedos— perfecta. ¿Y encima pretendes que te dé otra
oportunidad? ¿Ahora?
—Ahora es cuando me he dado cuenta —confesó él avergonzado
de sí mismo y apretando los puños.
—No es cierto, Agus. Lo único que pasa es que has recibido
la invitación y te has sentido como un niño al que su madre le dice que va a
tirar un juguete con el que lleva años sin jugar y justo entonces le entran
unas ganas incontenibles de volver a jugar con él.
—No es cierto —repitió sus mismas palabras.
—¿Ah, no? Entonces, dime una cosa. Si no hubieses recibido
esta invitación —se la arrebató de los dedos—, que ya te he confirmado que te
mandé por error, ¿habrías venido a verme?
Agus se quedó petrificado.
—Justo lo que creía... —dijo Candela malinterpretando su
reacción—. Ese de allí es mi prometido —señaló un coche—. Vuelve a casa, Agus.
Cuando Agus reaccionó Candela ya se había montado en el
coche del señor abogado. Había tardado tanto tiempo en responder porque de
repente se dio cuenta de que aunque no hubiese recibido esa maldita invitación,
habría hecho lo que fuese para impedir que Candela se casase con otro hombre. Y
ahora ya era demasiado tarde.
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Vienen partes entre agus y cande que tambien es una historia muy linda :3
ale me dejas re intrigada con augusdela pero esperare que pasa con laliter
ResponderEliminarCande se lo dijo d una
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