EL DÍA de San Valentín, Peter se levantó de la cama al
escuchar la lluvia golpeando el cristal de la ventana y a los niños llorando en
su habitación.
Lali aún no se había levantado.
Perfecto, pensó. No podía amarla como
le gustaría, pero no iba a dejar pasar el día de San Valentín sin hacerle saber
que era una persona especial para él, de modo que entró en la habitación de los
niños y cerró la puerta.
–Cuidado, no queremos despertar a Lali.
Después de cambiarlos fue a la cocina
a preparar el desayuno y buscó un jarroncito para colocar la rosa que había
comprado el día anterior. Luego, metió a los niños en el cochecito y, llevando
la bandeja con una mano, se dirigió a la habitación de Lali.
–¿Estás despierta?
–¡Me he dormido! –la oyó gritar desde
el interior.
–No te preocupes. ¿Estás visible?
–Estoy en pijama.
–Genial –Peter empujó la puerta y
entró en la habitación empujando el cochecito–. Te traemos el desayuno a la
cama.
–¿Por qué me traes el desayuno?
–Porque es el día de San Valentín.
Ella lo miró, sorprendida y asustada.
–Ha sido idea de los niños.
Tomas gritó y Alay soltó una risita,
como si fuera una broma privada.
–Y se me va a doblar el brazo. ¿Puedo
dejar la bandeja en algún sitio?
–Sí, sí... –desconcertada, Lali
señaló la cama–. ¿Has hecho todo eso por mí?
–Han sido los niños –bromeó Peter–.
Ellos solitos.
–Ya, claro. Venga, tú puedes darle la
comida a Alay, yo me encargo de Tomas –Lali hizo una pausa–. Y gracias.
Peter se relajó. No se había saltado
ninguna barrera y había conseguido lo que quería. Ninguna mujer debería ser
olvidada el día de San Valentín.
–Lo han hecho los niños, de verdad.
Yo solo he tenido que sacar las cosas de la nevera.
Lali soltó una carcajada.
–¿No hay café?
–Está en la cocina, no quería
arriesgarme a que lo tirasen por la cama.
–Buena idea.
Peter apoyó la espalda en el
cabecero. Sus hijos eran felices, él estaba encantado y Lali parecía cómoda.
Más que nunca. Había salvado un desastroso día de san Valentín.
El teléfono interior sonó en ese
momento y, sujetando a Alay, que intentaba gatear por el edredón, Lali levantó
el auricular.
–¿Emma?
–No, soy yo, Gimena.
–Hola, Gimena. ¿Quieres hablar con Peter?
Está aquí mismo, voy a poner el altavoz.
–No, solo llamaba porque os he
enviado una visita.
–¿Quién? –preguntó Peter.
–Los padres de Gaston. Quieren hablar
con Lali.
Después de colgar, los dos se
quedaron en silencio y Peter sabía por qué.
–Voy a llevar a los niños a su
habitación.
–Y yo voy a llevar la bandeja a la
cocina...
De repente, sonó un golpecito en la
puerta y se dieron cuenta de que los dos estaban en pijama. Pero eran las ocho
de la mañana y la gente no iba de visita a esa hora, de modo que no podían
hacer nada.
Al otro lado de la puerta había un
hombre y una mujer. Ella llevaba un pañuelo en la mano y era evidente que los
dos habían estado llorando.
–Pasad, por favor –dijo Lali,
sorprendida.
Nate, el padre de Gaston, miró a Peter
y a los dos niños en pijama.
–Perdonad, deberíamos haber llamado
antes.
–No pasa nada, estábamos desayunando
–dijo él–. ¿Quieren un café?
–No, gracias –respondió Emily–. Lali,
¿quieres sentarte un momento?
–Perdonad, no me daba cuenta.
Sentaos, por favor.
Lali se sentó en un sillón mientras
los padres de Gaston lo hacían en el sofá y Peter miraba de unos a otros, con
el corazón acelerado. Los padres de Gaston estaban allí, llorando. Sentía pena
por ellos pero, a la vez, experimentaba un alivio del que se avergonzaba.
Aunque si Gaston había muerto, tal vez la muerte habría sido un alivio para él.
–¿Qué pasa? –preguntó Lali.
–Gaston sufrió anoche una parada
cardiorrespiratoria.
–Dios mío...
–Está estable –se apresuró a decir
Nate–. Y no hemos venido para hablarte de la parada cardiorrespiratoria –el
hombre tragó saliva–. Esta mañana, los médicos nos han preguntado si queríamos
que le retirasen la respiración artificial.
Lali dejó escapar un gemido.
–¡No! –exclamó, saltando del sillón.
Peter apretó su mano.
–No digas nada... espera un momento.
No podía imaginar lo que debía estar
sufriendo, pero si alguien le dijera a él que iban a quitarle la respiración
artificial a Lali, probablemente se liaría a puñetazos.
Emily y Nate se levantaron a la vez.
–Queríamos decírtelo en persona. Los
daños que ha provocado esa parada cardiorrespiratoria son graves y los médicos
dicen que no hay nada que hacer, ninguna esperanza. A nadie le duele tanto como
a nosotros, pero... –Emily empezó a llorar y su marido la abrazó–. Aún no hemos
tomado ninguna decisión.
Peter y Nate se miraron. La decisión
no había sido tomada, pero ya sabían cuál era porque no había otra solución.
Los padres de Gaston se marcharon
unos segundos después y Lali sacudió la cabeza, compungida.
–Debería ir a vestirme.
–Puedes quedarte en pijama el tiempo
que quieras.
–Tengo que ir al hospital a ver a Gaston.
–Muy bien, yo te llevaré.
–Pero tienes que quedarte con los
niños.
–Los dejaré con mi madre.
Lali se puso unos vaqueros y un
jersey rojo y volvió al salón.
–Mi madre ha quedado para comer con
sus amigas y Emma tiene que ir a la compra esta mañana, así que he pensado que
podríamos llevar a los niños al hospital –dijo Peter.
–No es buena idea que los niños
entren en la habitación.
–Nos quedaremos fuera.
Lali negó con la cabeza.
–No, tal vez sea mejor que entren.
Unos minutos después llegaban al
hospital. La habitación estaba tan silenciosa como siempre, roto solo por el
ruido de las máquinas que mantenían a Gaston con vida.
–Hola, Gaston –murmuró Lali,
inclinándose sobre la cama–. Mira con quién he venido. Son los niños de los que
te he hablado tanto...
Peter no podía dejar de mirar al
hombre que estaba en la cama, conectado a un montón de tubos.
–Ah, casi se me olvida presentarte a Peter.
Es el padre de los mellizos...
Una enfermera entró en ese momento.
–Los niños no pueden estar aquí.
–¿Por qué? Han venido conmigo.
–Gaston solo puede recibir a una
persona, dos cuando se trata de sus padres.
–Muy bien, nos iremos enseguida –dijo
Peter.
–Muy bien.
La enfermera comprobó los aparatos
antes de salir de la habitación.
–Los niños y yo estaremos en la
cafetería. Quédate el tiempo que quieras, Lali.
Ella sonrió.
–Gracias por acompañarme.
Cuando Peter se marchó, Lali se sentó
al borde de la cama, apretando la mano de Gaston.
–Esto es muy duro para mí.
Su mano estaba fría. De hecho, la
habitación parecía... vacía, como si Gaston ya se hubiera ido. Lali sintió frío
entonces; un frío extraño que encogió su corazón. Ella no era una experta, pero
era evidente que Gaston estaba muriéndose.
Lloró hasta que no le quedaron
lágrimas y luego se inclinó para darle un beso en la mejilla...
Peter apareció entonces en la
habitación. Peter, el hombre que estaba ahí para ella.
Nadie podía ayudar a Gaston, pero
ella tenía a Peter Lanzani.
–Siento interrumpir, pero me han
dicho que tienen que entrar...
–¿Dónde están los niños?
–Con la enfermeras. ¿Nos vamos?
Lali asintió con la cabeza. Había
tomado una decisión, de modo que salió de la habitación de Gaston y fue al
mostrador de las enfermeras para darles las gracias por todo. Por última vez.
Fue callada durante todo el camino,
pero a Peter no lo preocupó. Sabía que necesitaba a los niños para sentirse
bien.
–Lo primero que hay que hacer es dar
de comer a los pequeñajos –dijo cuando llegaron a casa–. Quítate el abrigo
mientras yo caliento la papilla.
Ella asintió con la cabeza, pero no
se movió.
–¿Por qué no vas a tu habitación?
Puedo hacerlo solo, de verdad.
Sin decir nada, Lali se dio la vuelta
y Peter la dejó ir, sabiendo que el cariño de dos bebés no podía curar un
corazón roto.
Pero al día siguiente y al otro, Tomas
y Alay estarían allí para ella. Dispuestos a hacerle la vida un poco más fácil.
Como él.
Su intención era ayudarla, pero un
par de horas después empezó a preocuparse. No había salido de su habitación
para comer y no oía ningún ruido en el interior...
–Lali, ¿estás bien? –como no obtuvo
respuesta, Peter abrió la puerta y asomó la cabeza en la habitación–. ¿Qué
ocurre?
–Me voy.
–¿Dónde vas?
–Tengo que estar con Gaston.
–Si quieres estar con él un par de
días o una semana me parece bien. Quiero ayudarte a superar esto, Lali.
–¿Ayudarme? Gaston es quien se está
muriendo.
–Pero tú también sufres.
–Yo no soy la importante ahora. Yo
estoy viva.
–No quiero que te olvides de
nosotros. Queremos que te quedes.
Ella negó con la cabeza.
–¿Cómo voy a quedarme con el hombre
del que me he enamorado mientras mi prometido se muere en el hospital?
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:o
Bienvenidas nara y nati
Gracias! Pobre gaston =( y pobre lali! Faltan tres para que? Para LALITER o para que termine? No no quiero que termine! =p besos Naara
ResponderEliminarOhh amee el capitulo sobre todo la ultima parte :D no quiero ser mala peero era hora como que gas se fuera, es duro pero se tiene que ir :/
ResponderEliminarGracias por pasarte, te espero:
ResponderEliminarhttp://casijuegosca.blogspot.com.ar/
http://amorencopos.blogspot.com.ar/
Holi Seguila Plis
ResponderEliminarok, aqui mori
ResponderEliminar–¿Cómo voy a quedarme con el hombre del que me he enamorado mientras mi prometido se muere en el hospital?
OMG, OMG!! le dijo que esta enamorada!!