Durante el resto de la cena charlaron
sobre los niños, sobre su sueño de ser profesora y sobre las clases que quería
recibir en la universidad. En el coche, Peter tomó su mano y no la soltó hasta
que llegaron a la verja de la finca. Los dos sabían que había una línea
imaginaria que no podían cruzar.
Cuando entraron en casa, Emma dejó
sobre la mesa la revista que estaba leyendo.
–¿Qué tal los niños? –le preguntó él.
–Dos angelitos –respondió la mujer–.
¿Habéis comprado todo lo que queríais?
–¡Los juguetes! –exclamaron Peter y Lali
a la vez.
Habían olvidado sacarlos del coche.
–Vais a esconderlos, ¿verdad? Los
niños son muy pequeños y no creo que se enteren de nada. Con que los guardéis
en un armario será suficiente.
–Te llevo a casa –se ofreció Peter .
–Gracias.
Mientras ellos volvían a la casa
principal, Peter entró en la habitación para ver a los niños, que dormían en
sus cunas, pensando en sus caritas cuando vieran los juguetes. Daría lo que
fuera para estar con ellos el día de Navidad...
Pero estaría en casa de sus padres y
luego pasaría la tarde con Gas, fingiendo que nada había cambiado.
Porque así era como debía ser.
Cuando Peter volvió a casa, Lali se
había encerrado en su habitación.
AL DÍA siguiente, cuando Peter se fue a trabajar,
Robert apareció en la cocina con una caja de adornos navideños.
–La señora ha pensado que te gustaría
decorar la casa.
Lali dejó escapar una exclamación. En
la caja había de todo, desde espumillón a luces de colores y adornos de todas
clases. La confusión que sentía por sus sentimientos por Peter había hecho que
olvidase que estaban en Navidad.
Robert había llevado también un enorme
abeto, que colocó en una esquina del salón, y mientras los niños dormían Lali colgó
el espumillón y las luces. Cuando los mellizos despertaron, les dio el biberón
y los sentó en la alfombra mientras ella colgaba adornos.
Cuando Peter volvió a casa tenía el
árbol decorado y los niños a punto de irse a dormir.
–¡Vaya!
–Lo ha enviado tu madre.
–Me alegro de que a ella se le haya
ocurrido, a mí se me había pasado por completo.
También a Lali, pero mientras
decoraba el árbol había entendido por qué: temía a las navidades, a las
fiestas, porque no tenía a nadie con quien compartirlas.
Sin embargo, gracias a los mellizos
tal vez podría volver a sentir las fiestas como algo alegre.
–Hay más adornos y más espumillón. He
pensado que podríamos ponerlo en el arco de la entrada, el que lleva a los
dormitorios. ¿Qué te parece?
–Suena bien.
–Genial porque necesito tu ayuda. No
soy lo bastante alta.
Mientras esperaban que enviasen la
cena, Lali intentó colgar el espumillón en el arco, pero no llegaba.
–Lo haré yo –dijo peter, con una
escalerita en la mano.
–Gracias.
Tomas lanzó un grito desde el
dormitorio.
–Espera, voy a ver qué le pasa.
Un minuto después, Lali volvió con Tomas
en brazos.
–¿Cómo está Alay?
–Sigue durmiendo, afortunadamente.
Espero que despierte pronto o esta noche no nos dejará pegar ojo.
–¿Quieres que la saque de la cuna?
–No, vamos a esperar un ratito.
Además, a Tomas le gusta que lo mimen, ¿a que sí, pequeñín?
El niño, que llevaba un pijama con
gnomos, lanzó un grito de alegría y Lali
señaló la caja de los adornos.
–¿Podrías colgarlos tú?
–Sí, claro –Peter sacó un adorno y se
lo enseñó a Tomas–. Seguro que a ti también te gustaría colgarlo, ¿a que sí?
El niño se metió el adorno en la boca
y tuvieron que quitárselo a toda prisa.
–Hay que tener cuidado, se lo llevan
todo a la boca –riendo, Lali le dio un pellizco en la mejilla–. Eres un cielo.
–Y es feliz –dijo Peter–. Le encanta
que le prestemos atención.
–Intento prestarles la misma atención
a uno y a otro –dijo Lali , mientras sacaba una estrella de la caja–. ¿Qué tal
si intentamos colocarla en el centro de espumillón?
–Muy bien. Espera, voy a dejar a Sam
en el parque.
–¿Quieres colgarla tú? –le preguntó
Chance después.
–Sí, claro.
Lali se subió a la escalerita, pero
ni poniéndose de puntillas era capaz de llegar al espumillón y cuando estaba a
punto de lograrlo perdió el equilibrio y cayó hacia atrás.
Afortunadamente, Peter estaba allí
para sujetarla. Sus ojos se encontraron y los dos soltaron una carcajada, pero
un segundo después la risa se cortó.
Peter la tenía abrazada y, por
instinto, le echó los brazos al cuello. Le gustaba tanto estar entre sus brazos
que no quería apartarse.
Entonces, de repente, él empezó a
inclinar la cabeza. Por el brillo de sus ojos sabía que iba a besarla y, por
fin, se dio permiso a sí misma.
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y termino......
Naaaa mentira
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y termino......
Naaaa mentira
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El roce de sus labios era un bálsamo para su alma y
cuando aquel vacío dentro de ella empezó a llenarse le devolvió el beso. Había
pasado tanto tiempo desde la última vez que besó a un hombre, pero aunque
esperaba sentirse rara no fue así; al contrario, le parecía tan natural como
respirar.
Esperaba las sensaciones físicas: el
calor en la cara, los rápidos latidos del corazón, el cosquilleo en la espina
dorsal. Pero el anhelo que experimentaba, la sensación de estar donde debía
estar... todo eso la abrumaba.
Nunca había sentido nada así. No era
solo el deseo de besarlo sino de entregarse a él.
Y eso la asustaba porque lo que
estaba pasando no los afectaría solo a ellos sino a Gas, a los mellizos. Al
resto de su vida si una noche de placer hacía que perdiera el trabajo que
estaba ayudándola a recuperar la cordura.
–¡Para! –gritó, apartándose–. Para
por favor.
Había querido satisfacer ese anhelo
no solo por ella sino por Peter. Quería ser para él todo lo que deseara, todo
lo que necesitara. Quería cuidar de sus hijos, pero también amarlo, ser su
confidente, besarlo al final del día.
Y no podía hacerlo.
Con los ojos llenos de lágrimas, Lali
dio otro paso atrás.
–Lo siento –se disculpó Peter.
–Esta vez, disculparte no sirve de
nada.
–Entonces, no sé qué decir.
–Porque no ha sido culpa tuya.
–Claro que sí. He sido yo quien te ha
besado.
–Yo te he dejado –Lali se aclaró la
garganta–. Yo quería besarte... en realidad, quiero tantas cosas –enfadada
consigo misma, se pasó una mano por la cara–. Es muy difícil estar prometida
con alguien con quien no puedo hablar, pero estoy comprometida con él.
–Lali...
–No sé cómo lo hizo, pero Gas me protegió durante el accidente. Él me
salvó la vida y por eso está en coma. Yo puedo levantarme cada mañana, cuidar
de tus hijos, ver el sol. Él no puede hacer nada de eso.
–¿Te sientes culpable y crees que la
manera de devolverle el favor es no disfrutando de todas esas cosas?
–No, creo que la manera de devolverle
el favor es quedándome a su lado.
Peter negó con la cabeza.
–Ningún hombre protegería a una mujer
para que pasara el resto de su vida sentándose al lado de un cuerpo inerte.
–¡Peter!
–Sé que suena horrible –siguió él–.
Sé que crees que lo digo por intereses egoístas, pero no es verdad. Lo digo
porque soy un hombre normal y supongo que eso era Gas también, un hombre normal
–Lali intentó soltar su mano, pero Peter no se lo permitió–. Si Gas era el hombre que tú crees que era, no
querría que pasaras el resto de tu vida sentada en su cama, donde él no puede
verte ni oírte.
–No hay pruebas de que no pueda
oírme.
–Da igual, Gas no te salvó para que
sacrificases tu vida. Te salvó porque quería que siguieras viviendo.
–Tú no puede saber eso.
–¿Cómo que no? Si tuviéramos un
accidente y usara mi cuerpo como escudo para protegerte no lo haría para que
desperdiciases tu vida. Pero hay otra razón por la que te digo esto –Peter se
pasó una mano por el pelo–. Estoy preocupado por ti,Lali. ¿Cuánto tiempo vas a
seguir viviendo la vida a medias?
Eso le llegó al corazón. Durante esos
años, todo el mundo se había preocupado por Gas. Una pierna rota por varios
sitios no parecía importante en comparación con un coma, de modo que todo el
mundo concentraba su energía en Gas, en sus necesidades.
No se habían olvidado de ella
exactamente, pero ella solo tenía que obedecer las órdenes del médico y
recuperarse. Sin miedos, sin necesidades emocionales, sin atención, solo
recuperarse. Y lo había hecho.
Lo había hecho.
¿Por qué eso importaba tanto de
repente?
Lali tragó saliva.
–No te preocupes por mí.
–Alguien tiene que hacerlo –dijo
Peter–. Creo que sabes que es hora de rehacer tu vida, pero prefieres sufrir a
dar un paso adelante.
Lali dio un paso atrás. Pero necesitaba con
desesperación sincerarse con alguien, hablar de sus miedos, de sus esperanzas,
de sus necesidades.
Aun así...
¿Cómo iba a dejar a Gas?
¿Cómo podía poner sus sentimientos
por delante de su obligación?
Lali cerró los ojos, imaginando a Gas solo en la habitación del hospital si ella
dejaba de ir a verlo. No, no lo haría. Aunque tuviese cien años y fuera en una
silla de ruedas, nunca lo dejaría solo. Sería inhumano.
Tuvo que hacer un esfuerzo para
controlar las lágrimas, diciéndose a sí misma que tal vez era hora de
marcharse, pero cuando miró a Tomas jugando con sus bloques de colores supo que
no sería capaz. Porque aunque no podía dejar de visitar a Gas, tampoco podía
dejar a aquellos niños sin madre.
¿Y Peter? ¿Sería capaz de dejarlo
solo con dos niños tan pequeños?
Durante los días siguientes, empezó a
distanciarse de él cada vez un poquito más. Envuelta en su abrigo el día de
Nochebuena, Lali miró alrededor para comprobar si estaba en su habitación y
metió un regalo para él bajo el árbol. Luego fue a la habitación de los niños para
desearles felices vacaciones.
Pero cuando iba a marcharse, Peter le
entregó un cheque.
–No tienes por qué hacerlo.
Él levantó su barbilla con un dedo
para mirarla a los ojos.
–Sé que quieres volver a estudiar y
esto te ayudará.
Lali dio un paso atrás, mirando a los
niños. Le gustaría poder verlos con sus juguetes nuevos el día de Navidad, pero
no estaría allí.
–Gracias –murmuró.
Y luego salió de la casa a toda
velocidad.
El día de Navidad, Peter saltó de la
cama al notar que los niños habían despertado. Apoyada en los barrotes de su
cuna, Alay lloraba como si supiera que Lali no estaba en casa, mientras Tom gritaba
desde la suya.
Darle casi una semana libre a Lali no
había sido una brillante idea, desde luego.
–Ya voy, ya voy, no lloréis. Todos
echamos de menos a Lali, pero volverá dentro de unos días... –entonces se le
ocurrió una idea–. En cuanto os haya cambiado el pañal podéis abrir los
regalos.
Como si lo entendiera, Alay dejó de
llorar y Peter suspiró, aliviado. Les cambió el pañal a toda prisa y, después
de darles el desayuno, los sentó sobre la alfombra y fue a buscar la cámara de
vídeo. Cuando volvió, encendió las luces del árbol... pero faltaba algo.
Pues claro que faltaba algo:Lali. Le
había dado tantos días libres porque no quería que se involucrase más en sus
vidas. Porque lo desconcertaba.
Pero aquel vídeo sería la única forma
de que viese a los niños abriendo sus regalos de Navidad y estaba dispuesto a
hacerlo.
–Bueno, ya estamos listos –dijo,
poniendo un paquete delante de cada niño–. Vamos, rasgad el papel.
Alay jugó un momento con el paquete, Tomas
intentó metérselo en la boca... peter se dio cuenta de que tardarían todo el
día en hacerlo, de modo que dejó la cámara sobre el sofá para rasgar el papel
de regalo.
Tardaron más de una hora en abrirlos
todos. No se había percatado de que hubieran comprado tantas cosas.
Pensando en lo contenta que se
pondría Lali cuando viese el vídeo, Peter se fijó en algo de color verde bajo
el árbol. No recordaba haber envuelto ningún regalo con papel verde...
Lo sacó y vio que era un regalo para
él, de Lali.
Peter tragó saliva. Él no le había
comprado nada porque pensó que le parecería un gesto demasiado personal; por
eso le había dado un cheque. ¿Qué podría haberle comprado Lali?
Despacio, casi con miedo, rasgó el
papel. Era un libro titulado Cómo evitar
la rivalidad entre hermanos.
Le había dicho que le preocupaba que
los niños compitiesen y Lali se había acordado.
Siempre lo escuchaba, siempre hacía
lo que tenía que hacer. Y cuando la perdiese se sentiría huérfano.
Y la perdería pensó. Antes del
accidente, Lali había completado dos años de carrera, de modo que solo le
quedaban otros dos para conseguir el título.
Luego se marcharía. Y perderla le dolería
un millón de veces más que perder a Liliah.
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Ven que les dije son vuelteros estos¡...
no!! no me gusta que sufran
ResponderEliminarse que Gas no tiene la culpa pero te odio un poquito mucho!!
máss
besos