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sábado, 14 de diciembre de 2013

Capitulo: 13




–Una noche.
            Durante el resto de la cena charlaron sobre los niños, sobre su sueño de ser profesora y sobre las clases que quería recibir en la universidad. En el coche, Peter tomó su mano y no la soltó hasta que llegaron a la verja de la finca. Los dos sabían que había una línea imaginaria que no podían cruzar.
            Cuando entraron en casa, Emma dejó sobre la mesa la revista que estaba leyendo.
            –¿Qué tal los niños? –le preguntó él.
            –Dos angelitos –respondió la mujer–. ¿Habéis comprado todo lo que queríais?
            –¡Los juguetes! –exclamaron Peter y Lali a la vez.
            Habían olvidado sacarlos del coche.
            –Vais a esconderlos, ¿verdad? Los niños son muy pequeños y no creo que se enteren de nada. Con que los guardéis en un armario será suficiente.
            –Te llevo a casa –se ofreció Peter .
            –Gracias.
            Mientras ellos volvían a la casa principal, Peter entró en la habitación para ver a los niños, que dormían en sus cunas, pensando en sus caritas cuando vieran los juguetes. Daría lo que fuera para estar con ellos el día de Navidad...
            Pero estaría en casa de sus padres y luego pasaría la tarde con Gas, fingiendo que nada había cambiado.
            Porque así era como debía ser.
            Cuando Peter volvió a casa, Lali se había encerrado en su habitación.


AL DÍA siguiente, cuando Peter se fue a trabajar, Robert apareció en la cocina con una caja de adornos navideños.
            –La señora ha pensado que te gustaría decorar la casa.
            Lali dejó escapar una exclamación. En la caja había de todo, desde espumillón a luces de colores y adornos de todas clases. La confusión que sentía por sus sentimientos por Peter había hecho que olvidase que estaban en Navidad.
            Robert había llevado también un enorme abeto, que colocó en una esquina del salón, y mientras los niños dormían Lali colgó el espumillón y las luces. Cuando los mellizos despertaron, les dio el biberón y los sentó en la alfombra mientras ella colgaba adornos.
            Cuando Peter volvió a casa tenía el árbol decorado y los niños a punto de irse a dormir.
            –¡Vaya!
            –Lo ha enviado tu madre.
            –Me alegro de que a ella se le haya ocurrido, a mí se me había pasado por completo.
            También a Lali, pero mientras decoraba el árbol había entendido por qué: temía a las navidades, a las fiestas, porque no tenía a nadie con quien compartirlas.
            Sin embargo, gracias a los mellizos tal vez podría volver a sentir las fiestas como algo alegre.
            –Hay más adornos y más espumillón. He pensado que podríamos ponerlo en el arco de la entrada, el que lleva a los dormitorios. ¿Qué te parece?
            –Suena bien.
            –Genial porque necesito tu ayuda. No soy lo bastante alta.
            Mientras esperaban que enviasen la cena, Lali intentó colgar el espumillón en el arco, pero no llegaba.
            –Lo haré yo –dijo peter, con una escalerita en la mano.
            –Gracias.
            Tomas lanzó un grito desde el dormitorio.
            –Espera, voy a ver qué le pasa.
            Un minuto después, Lali volvió con Tomas en brazos.
            –¿Cómo está Alay?
            –Sigue durmiendo, afortunadamente. Espero que despierte pronto o esta noche no nos dejará pegar ojo.
            –¿Quieres que la saque de la cuna?
            –No, vamos a esperar un ratito. Además, a Tomas le gusta que lo mimen, ¿a que sí, pequeñín?
            El niño, que llevaba un pijama con gnomos, lanzó un grito de alegría y  Lali señaló la caja de los adornos.
            –¿Podrías colgarlos tú?
            –Sí, claro –Peter sacó un adorno y se lo enseñó a Tomas–. Seguro que a ti también te gustaría colgarlo, ¿a que sí?
            El niño se metió el adorno en la boca y tuvieron que quitárselo a toda prisa.
            –Hay que tener cuidado, se lo llevan todo a la boca –riendo, Lali le dio un pellizco en la mejilla–. Eres un cielo.
            –Y es feliz –dijo Peter–. Le encanta que le prestemos atención.
            –Intento prestarles la misma atención a uno y a otro –dijo Lali , mientras sacaba una estrella de la caja–. ¿Qué tal si intentamos colocarla en el centro de espumillón?
            –Muy bien. Espera, voy a dejar a Sam en el parque.
            –¿Quieres colgarla tú? –le preguntó Chance después.
            –Sí, claro.
            Lali se subió a la escalerita, pero ni poniéndose de puntillas era capaz de llegar al espumillón y cuando estaba a punto de lograrlo perdió el equilibrio y cayó hacia atrás.
            Afortunadamente, Peter estaba allí para sujetarla. Sus ojos se encontraron y los dos soltaron una carcajada, pero un segundo después la risa se cortó.
            Peter la tenía abrazada y, por instinto, le echó los brazos al cuello. Le gustaba tanto estar entre sus brazos que no quería apartarse.

            Entonces, de repente, él empezó a inclinar la cabeza. Por el brillo de sus ojos sabía que iba a besarla y, por fin, se dio permiso a sí misma.
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y termino......



Naaaa mentira
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El roce de sus labios era un bálsamo para su alma y cuando aquel vacío dentro de ella empezó a llenarse le devolvió el beso. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que besó a un hombre, pero aunque esperaba sentirse rara no fue así; al contrario, le parecía tan natural como respirar.
            Esperaba las sensaciones físicas: el calor en la cara, los rápidos latidos del corazón, el cosquilleo en la espina dorsal. Pero el anhelo que experimentaba, la sensación de estar donde debía estar... todo eso la abrumaba.
            Nunca había sentido nada así. No era solo el deseo de besarlo sino de entregarse a él.
            Y eso la asustaba porque lo que estaba pasando no los afectaría solo a ellos sino a Gas, a los mellizos. Al resto de su vida si una noche de placer hacía que perdiera el trabajo que estaba ayudándola a recuperar la cordura.
            –¡Para! –gritó, apartándose–. Para por favor.
            Había querido satisfacer ese anhelo no solo por ella sino por Peter. Quería ser para él todo lo que deseara, todo lo que necesitara. Quería cuidar de sus hijos, pero también amarlo, ser su confidente, besarlo al final del día.
            Y no podía hacerlo.
            Con los ojos llenos de lágrimas, Lali dio otro paso atrás.
            –Lo siento –se disculpó Peter.
            –Esta vez, disculparte no sirve de nada.
            –Entonces, no sé qué decir.
            –Porque no ha sido culpa tuya.
            –Claro que sí. He sido yo quien te ha besado.
            –Yo te he dejado –Lali se aclaró la garganta–. Yo quería besarte... en realidad, quiero tantas cosas –enfadada consigo misma, se pasó una mano por la cara–. Es muy difícil estar prometida con alguien con quien no puedo hablar, pero estoy comprometida con él.
            –Lali...
            –No sé cómo lo hizo, pero  Gas me protegió durante el accidente. Él me salvó la vida y por eso está en coma. Yo puedo levantarme cada mañana, cuidar de tus hijos, ver el sol. Él no puede hacer nada de eso.
            –¿Te sientes culpable y crees que la manera de devolverle el favor es no disfrutando de todas esas cosas?
            –No, creo que la manera de devolverle el favor es quedándome a su lado.
            Peter negó con la cabeza.
            –Ningún hombre protegería a una mujer para que pasara el resto de su vida sentándose al lado de un cuerpo inerte.
            –¡Peter!
            –Sé que suena horrible –siguió él–. Sé que crees que lo digo por intereses egoístas, pero no es verdad. Lo digo porque soy un hombre normal y supongo que eso era Gas también, un hombre normal –Lali intentó soltar su mano, pero Peter no se lo permitió–. Si  Gas era el hombre que tú crees que era, no querría que pasaras el resto de tu vida sentada en su cama, donde él no puede verte ni oírte.
            –No hay pruebas de que no pueda oírme.
            –Da igual, Gas no te salvó para que sacrificases tu vida. Te salvó porque quería que siguieras viviendo.
            –Tú no puede saber eso.
            –¿Cómo que no? Si tuviéramos un accidente y usara mi cuerpo como escudo para protegerte no lo haría para que desperdiciases tu vida. Pero hay otra razón por la que te digo esto –Peter se pasó una mano por el pelo–. Estoy preocupado por ti,Lali. ¿Cuánto tiempo vas a seguir viviendo la vida a medias?
            Eso le llegó al corazón. Durante esos años, todo el mundo se había preocupado por Gas. Una pierna rota por varios sitios no parecía importante en comparación con un coma, de modo que todo el mundo concentraba su energía en Gas, en sus necesidades.
            No se habían olvidado de ella exactamente, pero ella solo tenía que obedecer las órdenes del médico y recuperarse. Sin miedos, sin necesidades emocionales, sin atención, solo recuperarse. Y lo había hecho.
            Lo había hecho.
            ¿Por qué eso importaba tanto de repente?
            Lali tragó saliva.
            –No te preocupes por mí.
            –Alguien tiene que hacerlo –dijo Peter–. Creo que sabes que es hora de rehacer tu vida, pero prefieres sufrir a dar un paso adelante.
             Lali    dio un paso atrás. Pero necesitaba con desesperación sincerarse con alguien, hablar de sus miedos, de sus esperanzas, de sus necesidades.
            Aun así...
            ¿Cómo iba a dejar a Gas?
            ¿Cómo podía poner sus sentimientos por delante de su obligación?
            Lali cerró los ojos, imaginando a  Gas solo en la habitación del hospital si ella dejaba de ir a verlo. No, no lo haría. Aunque tuviese cien años y fuera en una silla de ruedas, nunca lo dejaría solo. Sería inhumano.
            Tuvo que hacer un esfuerzo para controlar las lágrimas, diciéndose a sí misma que tal vez era hora de marcharse, pero cuando miró a Tomas jugando con sus bloques de colores supo que no sería capaz. Porque aunque no podía dejar de visitar a Gas, tampoco podía dejar a aquellos niños sin madre.
            ¿Y Peter? ¿Sería capaz de dejarlo solo con dos niños tan pequeños?
            Durante los días siguientes, empezó a distanciarse de él cada vez un poquito más. Envuelta en su abrigo el día de Nochebuena, Lali miró alrededor para comprobar si estaba en su habitación y metió un regalo para él bajo el árbol. Luego fue a la habitación de los niños para desearles felices vacaciones.
            Pero cuando iba a marcharse, Peter le entregó un cheque.
            –No tienes por qué hacerlo.
            Él levantó su barbilla con un dedo para mirarla a los ojos.
            –Sé que quieres volver a estudiar y esto te ayudará.
            Lali dio un paso atrás, mirando a los niños. Le gustaría poder verlos con sus juguetes nuevos el día de Navidad, pero no estaría allí.
            –Gracias –murmuró.
            Y luego salió de la casa a toda velocidad.
             
             
            El día de Navidad, Peter saltó de la cama al notar que los niños habían despertado. Apoyada en los barrotes de su cuna, Alay lloraba como si supiera que Lali no estaba en casa, mientras Tom gritaba desde la suya.
            Darle casi una semana libre a Lali no había sido una brillante idea, desde luego.
            –Ya voy, ya voy, no lloréis. Todos echamos de menos a Lali, pero volverá dentro de unos días... –entonces se le ocurrió una idea–. En cuanto os haya cambiado el pañal podéis abrir los regalos.
            Como si lo entendiera, Alay dejó de llorar y Peter suspiró, aliviado. Les cambió el pañal a toda prisa y, después de darles el desayuno, los sentó sobre la alfombra y fue a buscar la cámara de vídeo. Cuando volvió, encendió las luces del árbol... pero faltaba algo.
            Pues claro que faltaba algo:Lali. Le había dado tantos días libres porque no quería que se involucrase más en sus vidas. Porque lo desconcertaba.
            Pero aquel vídeo sería la única forma de que viese a los niños abriendo sus regalos de Navidad y estaba dispuesto a hacerlo.
            –Bueno, ya estamos listos –dijo, poniendo un paquete delante de cada niño–. Vamos, rasgad el papel.
            Alay jugó un momento con el paquete, Tomas intentó metérselo en la boca... peter se dio cuenta de que tardarían todo el día en hacerlo, de modo que dejó la cámara sobre el sofá para rasgar el papel de regalo.
            Tardaron más de una hora en abrirlos todos. No se había percatado de que hubieran comprado tantas cosas.
            Pensando en lo contenta que se pondría Lali cuando viese el vídeo, Peter se fijó en algo de color verde bajo el árbol. No recordaba haber envuelto ningún regalo con papel verde...
            Lo sacó y vio que era un regalo para él, de Lali.
            Peter tragó saliva. Él no le había comprado nada porque pensó que le parecería un gesto demasiado personal; por eso le había dado un cheque. ¿Qué podría haberle comprado Lali?
            Despacio, casi con miedo, rasgó el papel. Era un libro titulado Cómo evitar la rivalidad entre hermanos.
            Le había dicho que le preocupaba que los niños compitiesen y Lali se había acordado.
            Siempre lo escuchaba, siempre hacía lo que tenía que hacer. Y cuando la perdiese se sentiría huérfano.
            Y la perdería pensó. Antes del accidente, Lali había completado dos años de carrera, de modo que solo le quedaban otros dos para conseguir el título.

            Luego se marcharía. Y perderla le dolería un millón de veces más que perder a Liliah.

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Ven que les dije son vuelteros estos¡...


1 comentario:

  1. no!! no me gusta que sufran
    se que Gas no tiene la culpa pero te odio un poquito mucho!!
    máss
    besos

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