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viernes, 13 de diciembre de 2013

Capitulo: 12

 

 

             
            EL MES de noviembre dio paso a diciembre y la primera tormenta de nieve cubrió el oeste de Pensilvania con veinte centímetros de espesor. El viejo coche deLali, que le había prestado su madre, cada día le daba más problemas, pero aún era capaz de llevarla al hospital para ver a Gas.

            El tercer sábado de noviembre, cuando volvió del hospital, Peter recordó que aún no había comprado regalos de Navidad para los niños y Lali decidió ir con él.
            –¿En serio? ¿Y qué hacemos con los niños?
            –Emma los adora y no le importará quedarse con ellos un par de horas.
            –¿Un par de horas? –exclamó Peter–. ¿Crees que tardaremos un par de horas en comprar regalos?
            Lali soltó una carcajada.
            –Oye, son tus hijos. Cuando uno va de compras empieza a ver cosas bonitas y no puede parar de comprar. Además, son cosas necesarias.
            –¿Estás segura?
            –Pues claro que estoy segura –Lali fue a la cocina para llamar a la cocinera–. ¿Estás ocupada esta noche, Emma?
            –No, no tengo nada que hacer.
            –Estupendo. Peter tiene que ir a comprar regalos para los niños y le he dicho que tú podrías quedarte con ellos un par de horas.
            –Claro que sí. Gime ha salido a cenar con unos amigos, de modo que estoy libre como un pájaro.
            Lali se volvió hacia Peter.
            –Emma puede quedarse con los niños.
            –Muy bien.
            –¿Puedes venir aquí?
            –Ahora mismo.
            Lali colgó con una sonrisa en los labios.
            –Llegará en unos minutos.
            –¿Quién hubiera pensado que tanta gente querría cuidar de dos mellizos?
            –A todo el mundo le gustan los bebés y dos bebés iguales son una diversión doble.
            Unos minutos después, la cocinera llamaba a la puerta.
            –Gracias –dijo Peter.
            –Lo hago encantada. ¿Dónde están los niños?
            –¡Aquí! –la llamo Lali desde el salón–. Son muy buenos, pero cuando se ponen a gritar a la vez... tienes el número de mi móvil, ¿verdad?
            –Sí, claro.
            –Llámame si tienes algún problema.
            –He criado a seis hijos, Lali, creo que puedo cuidar de dos bebés.
            Peter anotó el número de su móvil en un papel.
            –En serio, si tienes algún problema...
            La cocinera frunció el ceño.
            –Por favor, estáis haciendo que me sienta vieja. No tendré ningún problema.
            –Muy bien, te lo agradezco mucho.
            –Venga, marchaos ya.
            Grandes copos de nieve caían sobre sus cabezas mientras corrían hacia el coche.
            –Aquí los precios están muy bien, pero deberíamos mirar en otro sitio... –empezó a decir Lali cuando llegaron al centro comercial.
            Peter la interrumpió poniendo un dedo sobre sus labios.
            –No hace falta buscar gangas.
            El roce del dedo hizo que Lali se quedase inmóvil. No hubiera podido seguir hablando aunque quisiera. El brillo de sus ojos provocó una catarata de deseo...
            Aunque no quisieran, estaban cada día más cerca el uno del otro.
            –Muy bien.
            –No quiero comprar solo ropa. Además, seguramente Cande y mi madre les comprarán de todo. Si voy a ser Santa Claus, quiero juguetes. De niño odiaba que me regalasen jerséis y pijamas.
            –Como quieras.
            Entraron en una juguetería y Peter tomo una pistola de juguete.
            –Mira esto, parece de verdad.
            –No irás a comprarle una pistola a un niño de ocho meses, ¿verdad?
            –No, en realidad había pensado comprarla para Alai.
            Lali soltó una carcajada.
            –Serás tonto.
            Siguieron mirando por la tienda como si fueran un padre y una madre, no un hombre y la niñera de sus hijos.
            Debería recordar eso, pero cada día le resultaba más difícil. Y cuando sonreía... lo que daría por poder amar a aquel hombre.
            –¿Qué tal unos ositos de peluche?
            –Ya tienen muchos –dijo Peter.
            –¿Lo ves? Por eso me necesitas a mí. A los niños les gusta tener ositos de diversos tamaños. Y de tela, de peluche, de colores.
            –¿Vamos a comprar veinte ositos de una vez?
            –No, pero si les compras osos nuevos en cada Navidad y en sus cumpleaños irán formando una familia.
            –¿En serio?
            –Deberías alegrarte, así no tienes que pensar tanto.
            –Voy a tener que comprar una casa tan grande como la de mi madre solo para guardar los ositos de peluche.
            Lali tuvo que hacer un esfuerzo para no tomarlo del brazo mientras seguían mirando juguetes. No era su marido y Tomas y Alay no eran sus hijos, tenía que recordarse a sí misma.
            Nunca serían sus hijos y  Peter nunca sería nada más que su jefe. Se le rompía el corazón al pensar eso, pero en cierto modo era una suerte para ella poder cuidar de los niños.
            Eligieron cuatro ositos, uno grande y uno pequeño para cada uno, y después fueron al pasillo de las muñecas.
            –¿Qué tal esta? –preguntó Peter, tomando la caja de una conocida muñeca rubia.
            Lali hizo una mueca.
            –Cuando Alay tenga seis años le encantará, pero ahora mismo no le verá la gracia –respondió, tomando una muñeca de tela–. Esta le gustará más y podrá dormir con ella. Además, se parece a Alay.
            –Sí, es verdad. Bueno, ¿y qué más?
            Lali lo llevó hacia los juegos didácticos.
            –No lo dirás en serio. Son demasiado pequeños para eso.
            –Estos juegos son para divertirse aprendiendo. Tienen música y cosas que pueden tocar... en serio, les encantarán.
            Después de eso metieron en el carrito unos bloques de plástico de colores y dos cochecitos a pilas.
            –Les encantará verlos correr por el suelo. Eso cuando no estén mordiéndolos, claro.
            –¿Y tú cómo sabes eso?
            Lali se encogió de hombros.
            –Cuidaba de los hijos de mis vecinos durante las vacaciones de verano.
            –¿Cuántos niños eran?
            –Tres, un bebé, un niño de ocho años y una niña de trece –Lali sonrió–. El primer año me ayudó mi madre, pero la verdad es que cuidar de ellos me abrió los ojos.
            –¿En qué sentido?
            –Aprendí a cuidarlos, a bañarlos, a darles de comer, a disciplinarlos. Y también aprendí lo que eran las pataletas. Uno de ellos se escapó una vez.
            –¿De verdad?
            –Penny, la de trece años, decidió irse al parque con unos amigos –Lali hizo una mueca–. Pero no le hizo ninguna gracia cuando su madre fue a buscarla. Estuvo dos semanas castigada sin salir de su habitación.
            –Bien hecho.
            Unos minutos después salían del centro comercial.
            –Cuando Tomas y Alay se hagan mayores tendrás que comprarles otras cosas aparte de juguetes.
            –Ya me imagino. Pedirán de todo.
            –Y tú los mimarás demasiado, estoy segura.
            –Oye, dame un par de años para que me acostumbre a disciplinarlos. Por el momento, te tengo a ti para eso.
            Lali se sintió absurdamente feliz. La intimidad que había entre ellos estaba cargada de promesas y, aunque sabía que era absurdo, no era capaz de controlarse. Su corazón se volvía loco cada vez que la miraba. Nunca decía nada inapropiado, solo la hacía sentir... querida.
            ¿Tan malo era sentirse querida?
            –¿Dónde cenamos? –preguntó él después de guardar los juguetes en el coche.
            Lali se encogió de hombros.
            –Me da igual, en cualquier sitio. Estoy muerta de hambre.
            –Yo también. ¿Qué tal si entramos en el primer restaurante que encontremos?
            –Me parece estupendo.
            –Entonces, creo que conozco el sitio perfecto.
            –¿Dónde?
            –Ya lo verás. Está muy cerca de aquí.
            Unos minutos después estaban frente a un restaurante con luces navideñas y espumillón por todas partes. Parecía un sitio antiguo, hogareño y encantador.
            –Te va a encantar la comida –dijo Peter mientras abría la puerta.
            Gas y ella eran unos críos cuando empezaron a salir juntos y él nunca tenía esos detalles. Pero Peter era un adulto, un hombre protector y respetuoso.
            Como amigo. O tal vez como alguien agradecido por ayudarlo a comprar juguetes para sus hijos.
            Nada más.
            Un camarero se acercó para llevarlos a una mesa y les ofreció una carta.
            –El especial del día es ravioli con marinara.
            –Yo tomaré eso –dijo lALI.
            –Lo mismo –asintió Peter –. Gracias por ir de compras conmigo –le dijo cuando el camarero se alejó.
            –Ha sido un placer. Solo voy de compras con mis padres y ellos son un poco aburridos.
            –Mis padres no eran nada aburridos y nosotros nos volvíamos locos intentando elegir regalos para ellos.
            –¿En serio? No me imagino a Gime volviéndose loca.
            –Cuando éramos pequeños era más perfeccionista. Ya te conté que cada vez que salíamos de una habitación un equipo de limpieza entraba de inmediato.
            –¿Y tu padre?
            Él hizo una mueca.
            –Mejor lo dejamos.
            –Preferiría que me lo contases.
            –No es un recuerdo agradable.
            –¿Tan horrible era?
            –Fue un mal padre, un marido espantoso y un ladrón en los negocios.
            Lali torció el gesto.
            –Qué horror.
            –Puede que yo parezca el villano porque me desagrada tanto, pero te aseguro que él se ganó a pulso mi desagrado, el de mi madre y hasta el de Vico.
            –¿También el de tu hermano?
            –Vico fue quien descubrió que Brandon Montgomery era mi verdadero padre.
            –No te entiendo.
            –Mi padre biológico –dijo Peter–. Le contó a Gime que su secretaria había quedado embarazada y no podía quedarse con el niño. Entonces solo tenían a Vico y mi madre siempre había querido tener otro hijo, de modo que decidieron adoptarme. Pero él nunca le contó la verdad, que era mi padre biológico.
            –Es horrible –murmuró Lali.
            –Eso solo es la punta del iceberg. Mi padre le mentía a todo el mundo.
            –¿Cómo lo descubriste tú?
            –Escuché una conversación entre mi padre y Vico. Estaban hablando de guardar el secreto hasta que yo tuviera dieciocho años... por eso me marché de casa. Pensé que si Vico lo sabía debería habérmelo contado, pero él lo descubrió por unos rumores en la oficina y solo quería que mi padre se lo confirmase. Luego, cuando mi padre murió, le contó la verdad a mi madre y ella empezó a buscarme, pidiéndome que volviera a casa –Peter se encogió de hombros–. Por eso estoy aquí. En realidad, Gime y yo siempre hemos sido madre e hijo, fuese quien fuese mi madre biológica, porque ella me crió.
            –Yo no sabía nada de eso –Lali puso su mano sobre la suya–. Y me alegro mucho de que hayas vuelto. Además, sé que eres un padre estupendo.
            –Si sobrevivo a estos primeros años.
            Ella apartó la mano.
            –Pues esta es la parte más divertida. Ya verás cuando sean adolescentes.
            –No quiero ni pensarlo.
            Considerando todo lo que había ocurrido en su vida, debería ser el gruñón que ella había creído que era el primer día. Pero era generoso, amable, decidido a ser un buen padre a costa de lo que fuera.
            Era lógico que estuviera enamorándose de él.
            –Una de mis preocupaciones con los mellizos son los problemas que tuve con Vico–empezó a decir él mientras cenaban.
            –¿Tuviste problemas con tu hermano?
            -Vico era el perfecto hermano mayor, pero también el chico de oro. Aunque no hubiese descubierto el engaño de mi padre, seguramente me habría ido de casa tarde o temprano para no tener que competir con él –Peter dejó el tenedor sobre el plato–. No quiero hacerle eso a mis hijos, no quiero que compitan el uno con el otro.
            –Con un niño y una niña eso sería más difícil.
            –Es posible.
            Lali se pasó la lengua por los labios. Estaban hablando de los niños como si fueran una pareja. La intimidad entre ellos había ido aumentando con el paso de los días, llevándolos al sitio en el que querían estar, tal vez el sitio en el que deberían estar, hipnotizados el uno por el otro.
            Peter tomó su mano.
            –¿Sería tan malo que disfrutásemos de la compañía del otro... solo esta noche?
            El corazón le decía que no, que sería un error.
            –¿Quieres decir como amigos?
            –Como amigos, sí.
            La sensación que le producía el roce de su mano era indescriptible. Se había sentido sola últimamente, pero hasta ese momento no entendió con qué desesperación necesitaba llenar ese vacío.
            ¿Y de verdad sería tan malo ser amigos?
            –Me gustaría que fuéramos amigos.
            –Por una noche –le advirtió Peter, recordándole que tampoco él quería sufrir.
            Lali sonrió.

            –Una noche.

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Alfin sali de clases asi que les voy a subir mucho mas seguido
;) 
¿cuando salen ustedes?

3 comentarios:

  1. Yo ya sali de vacaciones en la uni!!
    ¿como termina esta noche?
    quiero más nove!!
    besos

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  2. holaaaa POR UNA NOCHE mmm jajajaja todo bieen? no pude subir x problemas ""tecnicos"" yeaahh jajajaja ya subi besitos y quierooo maas
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  3. HOLAAA GRACIAS POR PASARTE EN AMBOS BLOOGS :D GRACIAAAS besitoss
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