Capítulo 1
Peter Lanzani detuvo el monovolumen
frente a la verja de hierro que protegía la finca de su madre y marcó el código
de seguridad que Gimena le había dado por teléfono. Cuando la verja se abrió,
subió por el camino, sorprendido al ver que nada había cambiado.
Las hojas de los altos árboles que
llevaban a la mansión se habían vuelto rojas, amarillas y naranjas, como
ocurría cada mes de octubre en Pine Ward, Pensilvania. La mansión de piedra
oscura, el hogar de su infancia, tenía el mismo aspecto que el día que cumplió
dieciocho años, cuando se marchó de allí.
Se había ido porque su vida era una sucesión
de días, meses y años unidos por traiciones y mentiras. Irónicamente, volvía
por la misma razón.
La mujer a la que creía el amor de su
vida lo había abandonado al saber que estaba embarazada. Nunca lo había amado,
solo lo había utilizado para llegar donde quería. Nueve meses más tarde había
aparecido en su casa con los niños diciendo que no podía más, que quería hacer
su vida libre de ataduras.
Resultaba curioso que hubiera tenido
que recuperar a sus hijos para reforzar la valiosa lección que había aprendido
cuando descubrió que su padre adoptivo era en realidad su padre biológico: no
se podía confiar en la gente porque la mayoría miraban solo por ellos mismos.
Debería haber recordado eso cuando
Liliah le dijo que solo había tenido una relación con él porque lo necesitaba
para avanzar en su carrera. Pero no, había tenido la esperanza de que pudiera
querer a sus hijos aunque no lo quisiera a él...
Era un idiota.
Detuvo el coche frente al garaje y
quitó la llave del contacto. Su madre, que estaba esperando en la puerta,
corrió hacia él.
–¡Peter, cariño!
Con el pelo blanco, corto y
elegantemente peinado, un pantalón y un jersey negro de cuello alto con un
collar de perlas parecía la señora de clase alta que era.
Gimena lo abrazó como solo podía
hacerlo una madre y cuando se apartó sus ojos estaban llenos de lágrimas.
–Me alegro mucho de que hayas vuelto
a casa.
Peter se aclaró la garganta. Le
gustaría poder decir lo mismo, pero la verdad era que no se alegraba de estar
allí. No se alegraba de no poder con los mellizos él solo y no se alegraba de
que la madre de los niños hubiera desaparecido. No se alegraba de que todas las
personas de su vida le hubieran hecho daño, engañado o mentido.
Salvo Gimena Lanzani, la devota
esposa a la que su padre había engañado para que lo adoptase. Una mujer que
incluso después de descubrir que era hijo ilegítimo de su marido no había
dejado de quererlo.
–Me alegro de estar en casa.
Era mentira, ¿pero cómo iba a decirle
la verdad? ¿Cómo iba a decirle que aquella casa le recordaba a un padre en el
que nunca había podido confiar y que su vida era un asco?
No, no podía.
–¡Deja que los vea! –exclamó su
madre.
Peter taba abriendo la puerta del
coche cuando una pelirroja salió de la mansión. Y estaría mintiendo si dijera
que no se había fijado en lo guapa que era: enormes ojos castaños, nariz
respingona y labios generosos. Pero llevaba una sencilla blusa blanca, un
pantalón gris y unos horribles zapatos negros.
–Te presento a Mariana Esposito,
aunque le gusta que la llamen Lali. La he contratado como niñera.
En circunstancias normales, Peter hubiera
estrechado la mano que la joven le ofrecía, pero en lugar de hacerlo se volvió
hacia su madre.
–Te dije que quería criar a mis hijos
yo solo, mamá. He venido a pedirte ayuda a ti, no a una extraña.
Gimena irguió la cabeza como si la
hubiese herido mortalmente.
–Por supuesto que voy a ayudarte,
pero también necesitarás una niñera que se encargue de cambiar los pañales...
–Yo sé cambiar pañales –la interrumpió
él–. He cambiado docenas de ellos en las últimas dos semanas. Estos niños han
sido abandonados por su madre, pero no voy a abandonarlos yo también.
Su madre puso una mano en su mejilla.
–Cariño, tú tuviste una niñera hasta
los cuatro años y no pensarás que te quería menos por eso, ¿verdad?
Él negó con la cabeza.
Gime le había demostrado su cariño
cuando aceptó la infidelidad de su marido mucho mejor que el propio Peter.
–Así que ya ves, una niñera es justo
lo que necesitamos.
–Sí, bueno... –Peter abrió la puerta
del coche y el pequeño Tomas lanzó un grito de indignación por estar confinado
en el asiento de seguridad mientras Alai reía alegremente, como solía hacer.
–¡Son preciosos! –exclamó su madre.
Eran preciosos, sí.
A un lado, Lali Esposito miró a los
dos niños, rubios y de ojos azules. Eran preciosos, pero ella no había querido
aquel trabajo.
Después de cinco años de operaciones
y rehabilitación para reparar su pierna izquierda, que había quedado destrozada
en un accidente de motocicleta, por fin podía caminar con la ayuda de unos
zapatos ortopédicos. Su prometido no había tenido tanta suerte en el accidente,
pero sus padres querían que buscase un trabajo, que siguiera adelante con su
vida mientras Gaston estaba en coma...
Seguramente era lo más sensato. Al
fin y al cabo, tenía veinticinco años y debía ganar dinero de algún modo. Sus
padres eran amigos de los Lanzani, pero no eran ricos, de modo que no había
tenido más remedio que aceptar el trabajo que Gimena le ofrecía.
Pero el hijo pródigo no la aceptaba.
Pues muy bien, encontraría trabajo en otro sitio.
Sin embargo...
Sus hijos eran adorables. Aquellos
dos angelitos sentados en sus sillas de seguridad con estampado de ositos
hicieron que le diese un vuelco el corazón.
Peter metió la cabeza en el interior
del coche.
–Espera, voy a sacarlos.
–Espera, voy a ayudarte –Gime dio la
vuelta al monovolumen, al que iba sujeto un remolque con una brillante
motocicleta negra–. Tú encárgate de Tomas, yo me encargo de Alai.
–Muy bien.
–Lali, ¿puedes ayudarme? No puedo
desabrochar el cinturón...
–Sí, enseguida.
Lali dio un rodeo para no rozar la
enorme motocicleta. Recordaba el accidente muchas noches; un accidente que
había destrozado su pierna y había estado a punto de matar al hombre del que
estaba enamorada.
Lali metió la cabeza en el interior
del coche y se encontró con la carita más adorable que había visto nunca.
–Hola, preciosa –la saludó,
desabrochando el cinturón para sacarla del asiento.
La niña tocó su cara, riendo, pero Gimena
estaba deseando tenerla en brazos, de modo que se la pasó a toda prisa.
–Encantada de conocerte, cariño. Soy
tu abuela.
Lali enarcó una ceja. ¿Gimena no conocía a sus nietos?
Sabía que Peter llevaba mucho tiempo
sin ir por allí, pero pensaba que se habían reconciliado.
–Creo que hay que cambiarle el pañal
a Tomas–dijo Peter, haciendo una mueca.
–Vamos a casa.
–Sería mejor llevarlos directamente a
la casa de invitados. Ha sido un viaje largo y después de cambiarlos debería
darles el biberón.
Gime sonrió, claramente feliz de
tener de vuelta a su hijo.
–Muy bien. Lali y yo iremos contigo.
Peter miró a Lali y ella le devolvió
la mirada. Ya se había fijado en lo alto que era, en su pelo negro y sus ojos
azules. Había visto que la camisa de franela le quedaba de maravilla, igual que
los pantalones vaqueros, pero mientras sostenía su mirada vio algo más: esos
preciosos ojos de color zafiro tenían un brillo de desconfianza.
Perfecto, pensó. Iba a tener que
soportar a un padre desconfiado.
Bueno, pues no iba a suplicar ni a
defenderse a sí misma. No quería trabajar para un gruñón, especialmente para un
gruñón al que no conocía de nada. Las niñeras vivían con las familias que las
empleaban y si seguía allí tendría que estar con Peter Lanzani las veinticuatro
horas del día.
–Piénsalo, Peter–insistió Gime –. Con
una niñera, no tendrás que levantarte de madrugada y, aunque así fuera, solo
tendrías que atender a uno de los niños.
Él se pasó una mano por la nunca,
como si no tuviera energía para refutar ese argumento.
–Muy bien, de acuerdo. Podéis venir
las dos.
Después de volver a colocar a Alai en
el asiento de seguridad, Lali se sentó entre los dos niños y Gime en el asiento
delantero.
Mientras recorrían el camino, por el
bosque que rodeaba la mansión, Lali empezó a pensar que aquel arreglo iba a ser
demasiado... doméstico. El bosque era tan espeso que las ramas de los árboles
apenas dejaban pasar la luz y estaría sola con Peter.
Tal vez debería hacerle caso a su
instinto. Tal vez debería haberle dicho a su madre que no quería ese trabajo.
Deseaba estar con Gaston, cuidando de él y haciéndole compañía, no atrapada en
una casa en medio del bosque con un hombre al que no conocía de nada.
Poco después, Peter detuvo el coche
frente a una casita de piedra con bonitos ventanales que tenía un aspecto
cómodo y moderno y Gime los llevó al dormitorio principal, que ella misma había
decorado para los niños con dos cunas de roble, dos cambiadores y dos
mecedoras.
Peter dejó al gordito Tom en el
primer cambiador y Gime puso a Alai en el segundo.
–Lali, cariño, ¿podrías preparar una
papilla de cereales mientras nosotros hacemos esto?
–Sí, claro.
Contenta de poder escapar, Lali corrió
al coche pensando que las cosas de los niños estarían allí, pero solo encontró
dos bolsas de viaje. Y cuando las llevó a la cocina y miró en el interior no
encontró nada más que ropa.
–¿Ves algo que te guste?
Su corazón dio un vuelco al escuchar
la voz de Peter. Una voz ronca y masculina. Y su postura, de brazos cruzados
frente a la isla de la cocina, hizo que su pulso se acelerase.
¿Por qué no dejaba de fijarse en
aquel hombre? Estaba comprometida, no debería fijarse en el tono de su voz.
Además, ni siquiera le caía bien.
–Estaba buscando las papillas de
cereales para meterlas en el microondas.
Él le dio una bolsa de pañales.
–Están aquí.
Después de decir eso se dio la vuelta
y Lali dejó escapar un suspiro. Era guapo, pero también antipático.
Calentó la papilla de cereales y
cuando la llevó a la habitación, Peter y su madre estaban sentados en sendas
mecedoras, cada uno con un niño en brazos. Lali dejó los cuencos sobre una mesa
entre las mecedoras y dio un paso atrás para observarlos. Aunque los niños eran
mellizos y se parecían, no eran idénticos. Aparte de la diferencia de tamaño,
tenían el pelo diferente. Mientras el de Tomas era corto y fino, el de Alai era
más largo y con rizos.
Cuando terminaron de darles de comer,
Peter se levantó.
–Han comido y están cansados, supongo
que podrían dormir un rato.
–¿Supones? ¿No suelen dormir después
de comer? –preguntó Gimena, extrañada.
–Yo no les digo cuándo tienen que
dormir, me lo dicen ellos a mí.
Recordando los problemas que había
tenido cuando cuidó a los malcriados hijos de los Perkins, Lali no pudo evitar
una exclamación:
–Madre mía.
Pero cuando los ojos azules de Peter se
clavaron en los suyos con un brillo airado lo lamentó de inmediato.
Tanto Gime como él dejaron a los
adormilados niños en sus cunas y, unos segundos después, salieron de la
habitación.
Lali fue tras ellos, nerviosa. ¿No se
caían bien y tenía que empeorar la situación abriendo la boca cuando no debía?
–Como los niños están durmiendo, no
tiene sentido que nos quedemos aquí. ¿Por qué no me llevas a casa y tomas un
coñac? Podemos comer algo si tienes hambre.
Peter sacó las llaves del bolsillo
del pantalón, mirando a Lali.
–¿Puedes quedarte con los niños?
–Sí, claro –asintió ella, aliviada.
Con
un poco de suerte, mientras estaba en la casa principal ella encontraría la
manera de decirle que no podía seguir allí. Peter no la quería y ella no quería
el puesto después de conocerlo, pero tampoco quería enfrentarse con su madre y con Gimena.-------------------------------------------------------------------------------------
¿Bueno que les parecio el primer capitulo?
¿Y que creen que va a hacer Lali?
PD: Si pueden pasense a http://www.tusnovelalitter.blogspot.com/ , comenzaron una nueva nove que esta genial ;)
Me re contra encanto el primer cap.
ResponderEliminarESPERO que Lali no los deje ya quiero un acercamiento Laliter jajajaja
Seguilaaaa porfaaaaa
Esta buenisimo me encanto
ResponderEliminarpobre lali paro por muchas cosas
pero espero que no se vaya y que peter
ya la empiece a tratar mejor
te espero http://amorporcasiangeless.blogspot.mx/
besos