A la mañana siguiente, Lali llevó a los dos niños a la
cocina y empezó a mezclar los cereales de la papilla.
–Veo que todo el mundo ha dormido
bien –Alai rio y Tom lanzó un grito de alegría–.
Que sí, que sí, ya lo
entiendo, Tomas. Sé que tienes hambre y me estoy dando prisa, pero tendrás que
ser paciente –Lali colocó los dos cuencos sobre las tronas y empezó a dar de
comer al niño, que parecía el más ansioso–. A ver si os portáis bien. Vuestro
papá está agotado y vamos a dejarle dormir. Pero no hemos hablado de mis días
libres y tenemos que hacerlo porque...
Lali no terminó la frase. ¿Para qué
hablar sobre Gaston con dos bebés que no entendían nada?
Además, la situación de Gas era
triste y los niños parecían tan felices. Tomas era un niño gordito y alegre y Alai
más pequeñita y tímida. No, no debía hablarles de algo tan trágico, pero
tendría que hablar con Peter para pedirle sus días libres.
Peter se estiró perezosamente en la
cama. No le dolía la espalda, tenía la cabeza despejada y estaba más descansado
que en mucho tiempo. Incluso lleno de energía.
Pero entonces miró el despertador y
se levantó de un salto. ¡Eran casi las nueve!
¡Los niños!
¿Por qué no estaban llorando?
Sus hijos no lo habían despertado en
toda la noche porque tenían una niñera.
Una niñera enviada del cielo.
Bueno, sería enviada del cielo si no
fuese tan guapa.
Peter se dirigió al cuarto de baño,
recordándose a sí mismo que Lali estaba allí para ayudarlo con Tomas y Alai.
Iba a ducharse sin prisas, sin tener
a los niños llorando en el moisés, y solo por eso tendría que mantener sus
hormonas bajo control. Por la noche, antes de quedarse dormido, había pensado
que no sería un problema. Lali le había dado a entender que no quería saber
nada, de modo que había malinterpretado su interés. Era él quien tenía que
controlarse y debería ser fácil. Al fin y al cabo, llevaba quince meses sin
prestar atención a las mujeres.
Después de ducharse, se puso un
pantalón y una camisa blanca y fue a la cocina mientras se hacía el nudo de la
corbata. Lali tenía a los dos niños en las tronas y estaba dándoles de comer,
primero a uno y luego a otro, su pelo de color bronce sujeto en una larga
coleta que le daba un aire muy juvenil. Llevaba unos vaqueros y un jersey ancho
que escondía sus curvas, pero se le encogió el estómago al verla.
–Buenos días –lo saludó ella con una
sonrisa–. Vaya, mírate.
Peter intentó hablar, pero tuvo que
aclararse la garganta.
–Buenos días.
–Hay café hecho.
–Gracias –Peter se acercó a la
cafetera, regañándose a sí mismo por portarse como un colegial.
Sí, Lali era guapa y hacía mucho
tiempo que no miraba a una mujer pero, por su forma de vestir, estaba claro que
no quería llamar su atención, de modo que debía verla solo como una niñera.
–¿No te importa estar sola con los
niños esta mañana?
–No, claro que no. Es mi trabajo.
–Genial porque tengo una reunión con
mi hermano.
–Ah, eso explica la corbata. Ya me
imaginaba que no te la habías puesto para desayunar con tu madre.
–Mi madre no exige corbata para
desayunar, pero sí para cenar.
Lali hizo una mueca.
–Qué pesadez, ¿no?
–Sí, lo es, como la reunión con mi
hermano –Peter terminó su café y volvió a la habitación para buscar su
chaqueta–. Imagino que tardaré un par de horas en volver –dijo luego, volviendo
al salón.
–Muy bien –Lali se volvió hacia los
niños–. Decidle adiós a papá.
Los dos críos movieron las manitas, y
Peter hizo una mueca. Estaba tan agitado por la reunión con su hermano que
había olvidado despedirse de sus hijos.
Después de besarlos, salió de la casa
y subió a su coche, exhalando un suspiro. Debía recordar a Liliah, recordar que
no quería que nadie volviese a hacerle daño, que no quería que a sus hijos los
abandonase otra mujer.
Veinte minutos después estaba frente
al edifico de la constructora Lanzani. Digno y silencioso entre otros edificios
más altos y modernos, sin embargo lo intimidaba. ¿Cómo era posible que cuatro
plantas pudieran tener tal aire de poder?
Era lógico que estuviese cansado de
dramas. Aparte de Liliah, y con la excepción de su madre, su vida familiar
había sido un desastre. Creía que todo eso había terminado tras la muerte de su
padre, pero su hermano llevaba un par de años persiguiéndolo por teléfono,
intentando convencerlo para que volviera a casa. Y había conseguido darle
esquinazo hasta la semana anterior, cuando ya no pudo hacerlo.
De modo que tras la última llamada de
Vico había vuelto a casa. No para aplacar a su hermano y no para siempre.
Siempre llamaría «mamá» a Gimena y siempre tendría buena relación con ella,
pero no estaba seguro sobre la relación con un hermano que le había ocultado el
secreto de su padre.
Y tenía la sensación de que la única
forma de que Vico lo dejase en paz era decirle que no estaba interesado y
volver a Tennessee.
Suspirando de nuevo, se dirigió a la
entrada del edificio. Le daría las gracias a su hermano por cualquier oferta
que le hiciera y después se marcharía. No quería discusiones ni problemas, no
quería reabrir vejas heridas. Le pediría tranquilamente que lo dejase en paz y
nada más.
Cuando atravesó la puerta de cristal
se quedó sorprendido por el nuevo techo del edificio, convertido en un
lucernario que iluminaba... un grupo de árboles. Árboles de verdad rodeando
varios sofás blancos en la recepción, con un mostrador de madera clara en el
centro y un suelo de mármol travertino.
Su madre le había dicho que Vico había
hecho muchos cambios, pero no esperaba tantos. Peter se acercó al mostrador de
recepción y una joven morena lo recibió con una sonrisa en los labios.
–Buenos días. ¿Puedo ayudarlo en
algo?
–Tengo una cita con el señor Lanzani.
–El señor Lanzani está muy ocupado,
no sé si podrá recibirlo. ¿Cuál es su nombre?
–Peter Lanzani.
La joven, que estaba mirando la
pantalla del ordenador, se volvió hacia él con gesto de disculpa.
–Ah, no sabía...
–Si hay algún problema para ver a mi
hermano dígamelo y me iré.
–No, no, por favor. Lo siento,
enseguida le aviso.
La recepcionista, avergonzada,
levantó el auricular para hablar con alguien y Peter torció el gesto. Aquello
era lo que odiaba de ser un Lanzani, la pretensión. Su hermano trataba a las
visitas como si fuera el rey de Inglaterra.
–Perdone, señor Lanzani, ya puede
subir.
–Vaya, gracias.
–Es el tercer ascensor, detrás de esa
pared. Cuando llegue allí, un empleado de seguridad lo llevará al despacho de
su hermano.
Aunque había estado a punto de
marcharse, Peter se dirigió al ascensor. Le había dicho a Peter que no le
gustaba tanta pompa y circunstancia, pero allí estaba, como siempre.
–Buenos días, señor Lanzani–lo saludó
el empleado de seguridad.
–Buenos días.
El trayecto hasta la cuarta planta
duró apenas unos segundos y cuando las puertas se abrieron se encontró con más
árboles, un ultramoderno sofá verde con sillones a juego y una alfombra que
cubría parte del suelo de madera.
Sentado frente a su escritorio,
delante de una pared de cristal, estaba su hermano.
Cuando eran niños, todos decían que
era curioso que los dos tuviesen el pelo oscuro y los ojos azules, a pesar de
que Peter era adoptado. Claro que ya todo el mundo sabía por qué.
–Hola –lo saludó Vico, levantándose–.
No sé por qué la recepcionista no tenía anotada tu cita. Le dije que vendrías
hoy.
Peter se dejó caer sobre el sofá.
–Pues no se acordaba.
–Y estás enfadado.
–No, en realidad su actitud me ha
dado la razón. Papá estaría muy orgulloso.
–Papá no tiene nada que ver con lo
que hacemos aquí. He cambiado la forma de hacer negocios –replicó Vico–. Ya no
hacemos tratos ilícitos con los sindicatos y no engañamos a los empleados. Y yo
no voy a dejarte fuera de una empresa que es tan mía como tuya.
Peter lo miró, sorprendido.
–Mamá me dijo que habías cambiado.
Su hermano se sentó frente a él.
–Perder a tu mujer, admitir que eres
alcohólico y acudir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos te hace eso.
Que admitiese su alcoholismo era una
sorpresa, pero que Candela lo hubiera dejado...
Aunque Vico y Cande eran mayores que
él, habían sido tan inseparables y Peter quería a su cuñada como a una hermana.
–¿Cande y tú os habéis separado?
–Me dejó durante ocho años y se llevó
a Trisha con ella. Ni siquiera me dijo que estaba embarazada.
–Madre mía.
–Tardamos algún tiempo, pero al final
nos reconciliamos.
–Y tu problema con el alcohol... ¿se
marchó por eso?
Vico negó con la cabeza.
–Me convertí en alcohólico después de
que tú te fueras.
–¿Qué?
–Eres mi hermano y te quiero. Lamenté
mucho todo lo que había pasado y cargué con la culpa... por eso empecé a beber.
Pero cuando Cande se marchó, me di cuenta de que el alcohol no me ayudaba nada.
Y cuando dejé de beber vi lo mal que papá llevaba la empresa, así que me puse a
estudiar lo que se hacía en cada departamento, leí cada contrato, hablé con
todos los proveedores y, al final, me hice cargo de la empresa.
–¿Echaste a papá? –exclamó Peter ,
atónito.
–No, él mismo dejó la empresa, casi
con alegría. Durante sus dos últimos años de vida, mamá y él se dedicaron a
viajar por todo el mundo –su hermano se encogió de hombros–. Es verdad que las
cosas han cambiado por aquí, Peter. La compañía es diferente, yo soy diferente.
Puedes confiar en mí –Vico se levantó del asiento–. Pero mejor que hablarte de
lo que hemos hecho, deja que te lo enseñe. Así verás por ti mismo que no llevo
la empresa como la llevaba papá.
Peter también se levantó, pero lo
hizo más despacio, sin entusiasmo. Sentía simpatía por su hermano, pero eso no
significaba que quisiera trabajar con él.
–No sé, Vico...
–¿Qué tienes que perder?
–Me he distanciado de la empresa a
propósito.
–Y me odias. ¿Eso es lo que quieres
decir?
–No más que tú a mí.
Vico frunció el ceño.
–¿Por qué iba a odiarte?
–Porque creciste siendo el hijo
favorito, el auténtico Lanzani, mientras yo era adoptado. Y cuando descubriste
que yo era tan Lanzani como tú debió dolerte.
–No, la verdad es que no –Vico suspiró–.
Y no creo que tú y yo nos odiemos. Creo que tuvimos una fea pelea familiar,
pero no voy a dejar que eso nos separe para siempre. Mamá quiere que estemos
unidos.
Gimena, la mujer que lo había querido
aunque era el producto de una aventura de su marido. Además, estaba en deuda
con ella, pensó Peter.
–Puedes volver a Tennessee, pero si
te gusta lo que ves, ¿por qué no ibas a querer trabajar aquí? –insistió Vico.
–Porque tengo mi propia empresa.
–¿Quién la lleva mientras tú estás
aquí?
–Tengo un buen gerente.
–Que seguramente estará encantado de
llevarla –Vico le dio una palmadita en la espalda–. Espera a ver lo que hacemos
aquí, hermano. Seguro que querrás ser parte de ello.
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PERDON pero ehe estado muy ocupada ultimamente pero ya volvi y voy a intentar subirles todos los dias (auque tambien depende de sus firmas eh¡)
PD: Si pueden y quieren pasense a http://casijuegosca.blogspot.com.ar/ la novela esta muy buena ;)
Masss!
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